Contenido creado por Cecilia Franco
Personas

Personas

Nico Barcia: “Hacíamos las cosas como si tuviéramos una misión divina de incendiarlo todo”

Año de nacimiento: 1971. Lugar: Montevideo. Profesión: Diseñador gráfico, ilustrador y músico. Curiosidad: Para que pudiera nacer, el obstetra le dislocó un hueso y le rompieron la clavícula. Su vida empezó con algo roto dentro de sí

25.03.2021 12:42

Lectura: 26'

2021-03-25T12:42:00-03:00
Compartir en

Por Federica Bordaberry

Fotos: Javier Noceti | @javier.noceti

Fue el segundo de cinco hermanos y vivió los primeros cuatro años de su vida en una casa enorme en Pocitos, en la Rambla y 21 de setiembre. Era una casa antigua con mucho mármol, mucho techo alto, muebles viejos y familiares de su madre que también estaban ahí. Eran adultos mayores que vivían arriba y de los que se acuerda poco, pero se acuerda. 

Su primera casa, en realidad, es la segunda. En Malvín vivió sus años de conciencia, sus alegrías y sus tristezas, su construcción y su destrucción. Estuvo ahí hasta que, después del tercer o cuarto disco de rock´n roll que grabaría, se iría a vivir solo.

Era explosivo, extrovertido, activo, virulento. Cuando le pasaban las cosas, le pasaban fuertes. Si se caía, Nico Barcia se abría la cabeza y había que ir a cocerlo. Pero todo se calmaba cuando dibujaba, lo hacía con un compromiso  verdadero y pasaba mucho tiempo concentrado en eso. Para él, desde niño, la actividad artística, era cosa seria.

Había empezado yendo a la Escuela Grecia, sobre Ellauri, pero cuando se mudaron y ya estaban en épocas de dictadura, lo mandaron a un colegio privado del barrio. Fue por esos años que en su casa había discos de vinilo y los ponía en la bandeja. Eran pocos, así que los escuchaba una y otra vez. El primero que escuchó, y el que lo marcó para siempre, fue Please Please Me de los Beatles.

Si los niños de su edad decían que querían ser Maradona o Pelé, él quería ser Paul Mc Cartney. Gritaba, cantaba, se miraba al espejo y se encerraba para hacer sus performances. Descubrió un rock estridente, con gritos, con sexualidad y con mucho ritmo que sería una gran influencia para todo lo que vendría después.

La generación de Nico Barcia fue la que le tocó vivir su adolescencia en dictadura. No tenía ídolos, no quería ser como nadie. Sí admiró personajes como Picasso y como Maradona, esas personas que se expresaban crudamente sin miedo a las consecuencias.

Tampoco sabía hacia dónde se dirigía, ni qué quería ser. De hecho, sigue sin saberlo.

Durante su adolescencia conoció a Los Rolling Stones, que eran otra cosa comparados con los Beatles. De a poco, se fue metiendo en el rock más pesado, hasta que un amigo suyo le mostró un disco de Black Sabbath y le encantó. A partir de ahí, fueron llegando los otros géneros del rock´n roll.

Su casa era una tierra liberada, donde él y sus amigos hacían cosas que en las casas de ellos no tenían permitido. Por esa misma razón, uno de los amigos de Nico dejaba su batería ahí y él podía empezar a tocar y a entender los ritmos musicales. Siempre practicó, claro, arriba de discos y a oído. Más adelante, la batería se la regaló su madre.  

Hoy, si tuviera que darle un consejo a alguien, sería que empiece por la batería.

German Mazzei, el Momia, era amigo suyo y tenía guitarra. Los dos iban al Liceo 31 y pegaron buena onda. Andaban por la calle haciendo locuras y así empezaron a tocar juntos en el sótano de su casa. Nico tocaba la batería y cantaba y el Momia su guitarra. Dando vueltas en el barrio, también estaban los hermanos Ibarburu que tenían más instrumentos y más equipos. A veces, les prestaban el espacio para ir a ensayar, en casa de ellos.

Después de eso, consiguieron una sala de ensayo en el Molino de Pérez, en una casa grande ocupada por gente de veintilargos. Nico tenía 15 y siempre fue el más chico.

Mientras que, de a poco, pasaba al frente del escenario, a Nico y al Momia se les ocurrió un domingo de tarde sacar los instrumentos al pasto del Molino, a la Rambla, y llamar amigos que tenían bandas para ofrecerles que trajeran cada uno lo que tuviera y armar un escenario para tocar. Estaban en post dictadura y aún no había mucho lugar dónde tocar. En esa época les decían faloperos, los insultaban por tener el pelo largo o les pegaban en las esquinas estando con sus amigos. Desconfiaban de ellos los padres de sus novias y el clima era una sociedad que siempre los hacía sentir que estaban haciendo algo mal.

Ellos solamente querían gritar, divertirse e intercambiar con otros.  Aunque gritar, eso sí que lo hacían alto. Esa fue, quizá, la primera vez que se presentaron en vivo y la primera vez que recibieron el aplauso de un público.

Al siguiente domingo lo volvieron a repetir, al siguiente también y se volvió costumbre los toques de los domingos en el Molino. Nico le robaba un saco de piel a su madre, se ponía chupines, unas botas y arrancaba para allá. Esos shows fueron los que les sirvieron de gimnasio para tomar el camino de una banda que toca en vivo y que se arriesga cuando hay gente mirando. Fue así como se empezaron a juntar con todas esas bandas que venían de otros barrios, con el fin de intercambiar instrumentos por un rato y de tocar en vivo. Una de esas bandas fue Orgasmo Rosa.

De ese grupo de gente fue que surgieron los Chicos Eléctricos. Lo cierto es que antes de serlo, la banda tenía por nombre Tony Montana y los Narcotraficantes, pero una vez que se presentaron a un concurso de bandas en la televisión, los obligaron a cambiarlo por la palabra "narcotraficantes".

A partir de esos años, Nico Barcia se convirtió en cantante y guitarrista de Chicos Eléctricos, una de las bandas referentes del underground uruguayo post dictadura. Aunque la banda duró diez años, Nico siguió grabando discos, creando, tocando.

¿Cuándo fue la primera vez que el público pagó por verlos?

No me acuerdo cuál fue. Seguramente no lo hayamos armando nosotros sino que, después de que se corre la bola de que existís en la ciudad, hay otra gente que arma shows y te invita a tocar en uno donde la gente pagó entrada. En esos momentos todavía había muchos shows barriales y nosotros tocábamos donde podíamos y donde nos invitaban, en cualquier lugar. Llegamos a tocar en lugares muy raros.

Mi segundo consejo para los jóvenes es que hay que tocar en todos los lugares donde puedas tocar porque es donde aprendés más. Aprendés a administrar lo que te toque porque hay veces que el escenario es chiquito, que no hay equipos o que suena muy mal. O que te traten como el orto, pero tenés que tocar igual. O que un público te tire una moneda y vos tenés que saber cómo lidiar con eso. Es donde te vas haciendo.

Nosotros tocamos en millones de lugares y no eran agradables. Tenemos un historial de antros y lugares donde todo terminaba en un desmadre. Fue una buena escuela esa. Lo que recuerdo como algo más armado eran los toques de Ruta Libre, que era un club de pesca que quedaba en Rivera y Larrañaga, donde se juntaban bandas de una onda más under que el rock nacional.

El rock nacional que había entrado en una onda que no era el Pilsen Rock, pero ya estaban los Teatros de Verano. El producto rock nacional iba por un lado y nosotros íbamos por otro lado. Éramos under y lo fuimos toda la vida, pero esos son los primeros shows donde, capaz, nos tocó cobrar algún peso.

¿Por qué crees que la gente que los iba a ver, los iba a ver?

Ver a los Chicos Eléctricos tocar era una experiencia distinta a todo lo que pasaba por acá. La gente flasheaba bastante porque pasaban cosas fuertes cuando tocábamos. Estábamos en un viaje y la gente que nos veía también y los lugares donde tocábamos no eran lugares lindos donde no pasara nada. Era como intenso porque pasaban muchas cosas.

Antes de sus primeras canciones, Chicos Eléctricos empezó con covers en inglés.

Todas las bandas, para mí, empiezan con eso. Pero sí, empezamos los primeros temas con eso en las primeras bandas. Siempre hicimos algún cover con Chicos Eléctricos, por supuesto, y todavía hacemos covers porque son homenajes a la gente que te hizo la cabeza. Empezamos haciendo covers en inglés, pero Chicos Eléctricos tenía sus canciones.

¿Y cuándo empezaron a producir sus primeras canciones?

Al toque de empezar a tocar. Cada músico tiene sus virtudes y sus carencias, yo por ahí tengo algunas carencias, seguramente, pero quizás una de mis virtudes es que tengo cierta naturalidad para hacer canciones, para escribir música. Siempre fue igual, desde muy temprano con algunos acordes yo siempre pude hacer música. Tuve la suerte de tocar siempre con músicos buenísimos en ese mecanismo de presentar, armar ideas, hacer canciones y que otros le den magia y sofisticación, que les metan sus ideas.

Desde Chicos hicimos canciones buenas y pasa algo que es increíble, pero la gente se acuerda de cosas que pasaron hace treinta años, sin haber sido una banda difundida en la radio, ni en los medios. Eso quiere decir que lo que hacíamos dejaba una marca y lo que hacíamos eran canciones que quedaron marcadas.

Los discos que sacamos tienen un montón de canciones que quedaron marcadas en mucha gente. Creo, de verdad, que escribíamos muy buenas canciones.

En 1992 llegó el primer disco, ¿cómo se tomaron esa propuesta?

Siempre al lado de Chicos Eléctricos hay una carga de inconciencia grande. Voy a hablar por mí, te llevaba puesto Chicos Eléctricos, yo no pensaba mucho. Además, no pensaba mucho yo, eran épocas de mi vida un poco intensas. No pensaba mucho y no pensaba tan bien tampoco, pero sí lo que hacíamos lo hacíamos como si tuviéramos una misión divina que era incendiarlo todo.

Esa era nuestra misión, cantar, tocar muy fuerte y muy rápido. Pasábamos nosotros y se notaba que habíamos pasado. Creo que eso hizo que alguien se fijara en nosotros y creo que la aparición en ese certamen de la tele que hicimos con un tema que se llamaba "Oh, Banana", ya en nuestra aparición en vivo verías que la banda era una cosa diferente. Supongo que ahí un poco más de gente nos notó, no te digo que el mainstream, pero otro tipo de gente notó nuestra presencia y, un poco después, llegó la oportunidad por medio de Perro Andaluz, que es el sello del héroe de la música nacional llamado Ángel Atienza.

Nos dio un vale por diez horas para grabar un disco en un estudio.  Fuimos y lo grabamos, por supuesto en vivo, y ese fue el primer disco de Chicos Eléctricos llamado Chicos Eléctricos. Se editó en casete porque todavía no existía el CD, pero tampoco ameritábamos un gasto en vinilo. Se hicieron quinientas copias y se vendieron al toque. Fue algo muy inusual que se haya vendido esa cantidad de copias. Parece poco, pero para nuestro medio es mucho y más para una banda como éramos nosotros, para su primer disco, para cómo fue grabado, para la música que hacíamos.

Ese disco se vendió bien y despertó las primeras repercusiones de prensa que tuvimos. Ahí es cuando una banda empieza oficialmente a existir, cuando hay críticas de los discos o cuando alguien comenta un show tuyo.  Fue cuando la banda empezó a ser oficialmente una banda de under uruguaya y otros músicos la empiezan a ver, músicos de otros palos. Fuimos una banda que fue un dolor de huevos para mucha gente durante toda su existencia, que fue de diez años.

¿Qué cambió en ustedes una vez que aparecieron en el radar de los medios? ¿Se volvieron más profesionales?

La verdad que no mejoramos nada. Seguramente no supimos aprovecharlo o no quisimos. Recuerdo tener propuestas de gente que no aceptáramos, en muchos casos. Pero nosotros estábamos en el lado salvaje. Por ahí venía una persona y nos ofrecía algo, y no nos gustaba el lugar, y decíamos que no. Fuimos una máquina de cerrar puertas, abundante. Cerramos millones de puertas, quemamos millones de puentes durante toda nuestra existencia. No me arrepiento porque es parte del aprendizaje y la vida.

De alguna forma creo que sigo siendo un poco así, pero nos las cerramos todas, no es que nos auto boicoteamos al punto de no hacer nada. Fuimos una banda que grabó cinco discos, que murió cuando tenía que morir. Como toda banda de rock´n roll que se precie de tal, es una banda con muchos quilombos internos, con mucha locura adentro, con muchos problemas para afuera y, en un momento, se tornó inviable y cada uno siguió por su camino.

Personalmente, creo que fue una decisión muy acertada la de suicidar a los Chicos Eléctricos, o de dejarlos, porque me metí a hacer un montón de cosas más que están muy buenas. No es que haga cosas muy distintas, pero ser un chico eléctrico era algo que te llevaba puesto y yo no quería ser como el Pity. Nunca quise y me parece que en un momento podría haber ido para ese camino. No quiero ser un personaje urbano, yo estoy en otros viajes, no estoy más ahí dentro.

¿Lograste vivir de los Chicos Eléctricos alguna vez?

Nunca, pero hay otras cosas que hago. Cuando dejé Chicos Eléctricos, yo solo hacía Chicos Eléctricos. Si tocábamos, levantábamos algún mango, pero jamás viví de Chicos Eléctricos, ni ninguno de nosotros vivió de la música nunca. Muy poca gente acá lo logra hacer. Lo que mucha gente hace es tener una banda y un trabajo. Chicos Eléctricos era así, cada uno tenía su trabajo, como todo el mundo, con horarios, se iba a ensayar de tarde y tocaba.

En mi caso yo siempre hice otras cosas más, aunque tampoco fijas. Soy ilustrador, diseñador gráfico, pintor, escritor y autor de literatura infantil. Son las áreas donde mi cabeza siempre estuvo trabajando, se transformaron, entre todas, en mi medio de vida. Vivo de todas juntas y, por lo general, no de ninguna sola. Sí de todas juntas generé una manera de laburar donde soy como un bicho que tiene muchas patas apoyadas en diferentes lugares que todos me son naturales y todos tienen que ver mucho entre sí. De hecho, hago lo mismo con distintos medios, con una guitarra o un lápiz.

Chicos Eléctricos fue una banda que cambió mucho de músicos, ¿cómo se hace para mantener la identidad de una banda así?

Me parece que eso lo lográs dependiendo de dónde vienen las canciones. Hay bandas que escribe mucha gente, yo escribía mucho yo y eso creo que tiene que ver con la identidad, porque era yo el que estaba al frente de la banda y escribía muchas canciones. Siempre estás como de ese mismo lado.

Además creo que también había una columna vertebral durante casi todo el tiempo que duró Chicos Eléctricos. Hay un sonido que se mantuvo siempre que éramos Gabriel Barbieri y yo. Creo que ahí hay una columna vertebral que hace que puedan cambiar otros elementos y que, más o menos, se mantenga. En muchas bandas pasó lo mismo. Cambiamos mucho de baterista y sí, cambia un poco la onda, cambia el sonido, pero también hubiera cambiado con el mismo baterista porque pasa el tiempo y cambiás de equipos, empezás a escribir otras cosas y el sonido cambia.

Los sonidos de las bandas van cambiando, pero yo creo que la marca Chicos Eléctricos estuvo desde el primer hasta el último momento.

¿Cómo te formaron a ti los Chicos Eléctricos?

Casi a golpes. Hoy con el tiempo veo que Chicos Eléctricos fue una excelente universidad para mí y me siento muy afortunado de haber tenido esa banda. Perdí mucho por los Chicos Eléctricos, pero también aprendí mucho de mí y de mi ser. Como empecé siendo tan chico, la mayor o menor madurez que haya tenido la experimenté ahí adentro.

Fue una buena universidad, me formó a golpes, a emociones fuertes, a muchos riesgos y a cosas muy peligrosas, muy jugadas. Me enseñó a plantarme frente al mundo. Los Chicos Eléctricos no existen más, pero gran parte de mi manera de ser un chico eléctrico todavía la tengo intacta y eso lo aprendí ahí.

Una vez que terminó Chicos Eléctricos, pasaste por unos años de inactividad pública. ¿Qué pasó durante ese tiempo?

 Sí, fue a nivel público. Yo al final de Chicos Eléctricos fue como que lo sentí en el lomo, era una cosa que ya no estaba queriendo tener y en esa época me di cuenta que necesitaba vivir más, tener otras experiencias. Por ahí Chicos Eléctricos tiene mucho que ver con la autodestrucción y yo sentí un llamado a la construcción, o a abandonar la auto destrucción con la que ya estaba asignada Chicos Eléctricos. No lo podés cambiar y llevarlo a ser otra cosa, es como arruinarlo.

Entonces, empecé a poner en orden algunas cosas mías, no necesariamente referentes a la música. En esos años empecé con proyectos con los que nunca paré. Nunca dejé de tener bandas y nunca dejé de grabar discos, empecé a enfocarme en otras cosas que tienen que ver conmigo y que se transformaron a lo son hoy mis medios de vida como, por ejemplo, el diseño y el arte. Son cosas de las que yo vivo y yo como.

Lo que hice fue ordenarme y así, como tuve durante muchos años un motor aceitado para la música, aceité un motor para estas otras cosas y así lo hice. Estuve unos años en los que seguí tocando, pero no tenía una banda. Para eso usé esos años, para poner un poco la cabeza en orden, para bajar, para limpiarme un poco. Fue para resetear toda aquella vorágine.

También fue entender un poco el medio, coincidió con la época de los Pilsen Rock y en el que el rock uruguayo empezó a tomar el camino más masivo, más radial y obviamente Chicos Eléctricos no encontraba cabida. Ni nos querían ahí, ni nosotros queríamos estar ahí. En un momento el rumbo empezó a ir para ahí y hoy me doy cuenta que fue acertado verlo así porque antes había un circuito intermedio de cosas.

Volviste al ruedo con Hotel Paradise, después de unos años muy tranquilos.

 Muchos amigos que tienen bandas, cuando tienen un hijo, dicen que tienen que dejar esa vida. A mí me pasó al revés. Cuando tuve mi primer hijo me pareció un embole no tener una banda de rock´n roll. Me parecía un embole para él, yo creía que estaba bueno tener un padre que tuviera una banda de rock´n roll. Esa fue una de las cosas que me motivó.

También, ya estaba aburrido y quería volver a tocar, ya habían pasado unos buenos años y ya estaba más afianzado en mi vida en otros aspectos y me sentía muy bien para hacerlo. Así surgió Hotel Paradise que fue una banda que, en realidad, fue una reunión con mi amigo Andy Adler con el que habíamos dejado de tocar juntos cuando él abandonó Chicos Eléctricos hacía muchos años atrás.

Habíamos escrito y tocado juntos, pero en cosas esporádicas. Él estaba sin banda, estaba volviendo de una temporada en Buenos Aires y dijimos de hacer una banda de vuelta. Yo tenía un montón de canciones, nos juntamos, y esa fue la base de Hotel Paradise. Él venía de tocar con Walo Crespo en la banda Coronel´s Gold que ya no estaba tocando. Ahí empezó esta nueva era que siguió hasta acá.

¿Qué propuesta tenía Hotel Paradise?

Para mí era muy parecida a la que teníamos antes. Lo que pasa que ya era otro under en el que aparecimos, no era el mismo Montevideo de cuando habíamos dejado Chicos Eléctricos. Nos gustaba la misma música que nos había gustado antes, en realidad. Nosotros no tuvimos un cambio musical tan grande. Seguimos escuchando y haciendo la misma música.

De hecho, mucha gente ha dicho, y yo lo creo, que Hotel Paradise fue como una continuación de Chicos Eléctricos. Si vos agarrás algunas canciones y las tiras a los músicos de Chicos Eléctricos, podría ser un disco perfectamente. Sí me parece que hay algunas cosas que vas madurando. Por ejemplo, en inglés hace años que nunca más volvimos a escribir. Te ponés un poco más realista.

En Chicos Eléctricos, a veces, rompías la guitarra contra el piso y quedaba copadísimo, pero después no tenías guitarra y lo hacías igual. Rompíamos cosas, pero después no las podíamos reponer porque no teníamos plata. Golpeábamos guitarras como hacían los Who. Por ahí esa faceta destructiva no se veía más.

Hotel Paradise fue eso. Me sorprendió que terminó siendo una banda mucho más problemática y disfuncional que Chicos Eléctricos en muchos aspectos de la psicología interna. El rock´n roll que yo entiendo como rock´n roll tiene componentes de desajuste, tiene pizcas de arrogancia, de locura, de ego muy alto que, en cierta forma, garpa. Para eso está bueno, pero para la convivencia, para la planificación, no están buenas porque son choques permanentes. En Hotel Paradise tuvimos cosas que ni en Chicos Eléctricos nos habían pasado. Problemas de parejas internos, problemas de la cabeza, disfuncionalidades varias y cosas que hizo que Hotel Paradise fuera una banda que cambió muchísimas veces y que cada vez que tenía un material para plasmar, o grabar un disco, se auto eliminara.

Hotel Paradise tuvo eso y, de hecho, terminó mal. Andy se fue, tuvimos problemas de la edad y las secuelas de todo lo mal que nos portábamos antes. El rock´n roll tiene eso, siempre vas cayendo. Nunca fuimos un producto muy profesional o prolijo, aunque sí profesional a la hora de tocar porque teníamos mucha cancha y tocamos muy bien.

Cambiamos muchas veces de formación hasta que llegamos a grabar el disco Hotel Paradise en la formación trío y hasta ahora fue nuestro único disco. Lo grabamos con Leíto Bianco y Walo Crespo, esa fue la formación con la que finalmente logramos grabar un disco. Después, grabamos otro y volvimos a la disfuncionalidad. Quedó ahí sin poder ser editado. Como la banda dejó de existir como tal, el disco quedó agarrado a ese parate.

¿Dónde entra Reyes Estallar, que apareció por 2014?

 Fue una cosa paralela, algo más puntual. Fue una junta con Matías Singer que lo conocí porque era medio fanático de los Chicos Eléctricos y mucho más chico que yo. Lo veía en shows que nos iba a ver y nos fuimos conociendo. Empecé a ver sus bandas y su música y dijimos que teníamos que hacer algo juntos. Así lo hicimos. Nos juntamos, pusimos arriba de la mesa unas cuantas canciones y grabamos ese disco. Tocamos creo que tres veces en vivo y nunca más. Pero quedó ese disco y me parece que está bueno que ese disco exista.

Es un disco que, además, no cayó desapercibido, es un disco que la gente ubica y tiene lindas canciones. Tiene algo fresco que está bueno. Y fue pasajero, Reyes Estallar no es una banda, fue un disco.

¿Lo mismo pasó en 2019 con Mantras Perros?

 Igual. De alguna forma, cuando miro hacia atrás, en todas las bandas que tuve siempre entró y salió gente. Creo que tengo mucho que ver en la inestabilidad de las formaciones de mis bandas, evidentemente, porque no le pasa a todo el mundo. Me hago cargo de eso y, de alguna forma, entendí que es una cosa muy buena aprovechar las químicas con la gente.

Encontré en esa dinámica algo muy bueno, y muy rico, que es lo que me está alimentando musicalmente. No los llamo proyectos porque, como dijo mi amigo Walo, cuando uno dice "proyecto" habla de algo circunstancial y, en realidad, más allá de que pueda tener algo de circunstancial, y no es la banda de mi vida, es un disco. Es súper importante, es una comunión entre músicos que interactúan y se buscan en un horizonte. Es un lenguaje común que pueden plasmar en un disco serio, bien laburado, bien grabado y tocado en vivo como hice en todos estos casos.

Mantras Perros fue una banda que formé con mi amigo Paulo Kishimoto que es un brasilero. Él venía a Uruguay por asuntos personales, esporádicamente. Yo lo conocí porque tocamos juntos algunas veces con su banda y Hotel Paradise. Después, porque me invitó su banda a tocar y nos veíamos acá cuando él venía. Nos juntábamos y hacíamos una canción, después venía al otro mes y hacíamos una canción. Así fue como dijimos de hacer un disco y lo hicimos.

Él ahora ya no está más acá. Capaz que un día viene y tocamos, pero no es una banda. Sí es una banda que grabó y dejó un disco, pero no es la banda de mi vida, ninguna es la banda de mi vida.

Asumo que lo mismo para Rock'n roll Premium que salió en enero de este año.

Exactamente lo mismo. Con Tito nos conocemos hace treinta años, es con el que nos conocemos hace más tiempo. Él tocaba en los Supersónicos y yo en Chicos Eléctricos y andábamos, más o menos, por los mismos lugares. Nos vimos mil veces, tocamos en el escenario cincuenta veces y también creo que siempre tuvimos una química importante.

Era un pendiente grande hace algo juntos y el destino, y nosotros, quisimos interactuar un poco más. Un saludo de lejos, una cerveza, una juntada, un tema y Rock´n roll Premium es lo último que grabé y lo hice con Tito.

En el momento es la música y la banda de mi vida. El disco lo grabamos solos Tito y yo. Como grabamos todos los instrumentos, no es una banda, lo cual hizo que el trabajo fuera mucho más fluido que cuando sos cuatro o cinco. Ahora armamos una banda para tocar en vivo este disco.

Hace un rato me comentaste que crees que, con el tiempo, hacés mejor música, ¿por qué?

No creo que sea una cosa de que toque mejor, sino de que el paso del tiempo no es en vano. Uno aprende se sus aciertos y de sus errores. Es algo parecido a la madurez. Cuando sos más chicos querés poner todo de todo, creo que hay un cambio musical. Para hablar de música estrictamente, creo que se da mucho en la dinámica. Estrictamente me refiero a que cada cosa en la música, en una banda, está en su lugar y en un espacio, no es necesario que cada instrumento esté sonando todo el tiempo sin parar.

Eso es lo que ves en Chicos Eléctricos. Escuchás cortinas de cosas que, en realidad, me encanta y todavía lo sigo haciendo. Cuando me refiero a mejor música, lo digo re entre comillas porque lo digo con cómo me siento con los resultados de lo que hago. Siento que un cambio radica en eso. Eso sí creo que es un cambio cualitativo en lo que hago.

Y más allá de la música, sos diseñador gráfico e ilustrador. Esas cosas te han llevado a escribir e ilustrar literatura infantil como Los Espantajulepes. ¿Cómo pasás del rock under a los cuentos infantiles?

En realidad, es lo mismo que hago. Es rock´n roll. No son libros para niños en el sentido que me pongo el enterito naranja y soy el Tío Nico. Soy la misma persona que hace la música que hago.

Siempre fui ilustrador, trabajé durante mucho tiempo en revistas didácticas para niños y trabajé durante mucho tiempo como ilustrador de materiales de otros autores, para niños. Soy ilustrador de todo tipo, pero tengo un camino hecho como ilustrador infantil. Por el año 2015 hubo un momento donde empecé a crear unos personajes que son estos espantajulepes que, en realidad, se los hacía para mis hijos cuando eran chicos, para combatirles sus miedos en la noche.

Empecé a pintar estos personajes y a venderlos en internet, como vendo otras pinturas y otras cosas mías, y tuve el ofrecimiento de una editorial que vio ese laburo y me propuso crear historias con esos personajes y llevarlos a libro. Me re copó y me entendí muy bien con ellos. Al poco tiempo ya había escrito el primer libro. Ese fue el primero y, después, escribí otro con otra editorial.

Siempre estoy haciendo cosas que tienen que ver con el público infantil. Así surgió lo de Espantajulepes y nunca para porque ya se convirtió en una saga.

¿En qué momento sentiste mayor libertad en tu vida?

Cuando tenía veinte años por una mezcla de que no sentía inhibición por nada, sentía que tenía el poder para llegar a donde quisiera y no me importaba nada lo que me dijera nadie. Algunas de esas cosas las mantengo, otras no. El poder de hacer todo ya no lo tengo, que no me importa mucho lo que me dicen los demás todavía me pasa.

¿Cuál fue el día más triste y el más alegre de tu vida?

Soy muy intenso, para mí cualquier momento triste es la peor tristeza de mi vida y cualquier momento de alegría es tocar el cielo con las manos. Siento todo verdaderamente muy profundo y jodido, cuando estoy triste, estoy triste, no puedo decir un día. Toda la tristeza es la peor tristeza del mundo para mí.

¿Qué te hizo aprender la vida a golpes?

Todo.

¿Qué es felicidad para ti?

Poder estar la mayor cantidad de tiempo posible de corrido haciendo las cosas que me gustan y que creo que hago bien.

¿Un sueño por cumplir?

No estoy tras un sueño puntual, estoy siempre tras lo mismo, pero ya no sé si llamarlo sueño o una pesadilla.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Creo que me pedirían en los dos lados, de verdad, porque me parece que he hecho muchas cosas buenas. Me parece que la mayoría del tiempo y la mayoría de las cosas que hago, sé que dentro mío son para otros, pero también he sido bastante jodido en algunas cosas, bastante complicado y creo que queriéndolo, o sin querer, puedo haber hecho sentir mal a mucha gente y me hubiera gustado evitar eso.

Por Federica Bordaberry