Contenido creado por Cecilia Franco
Personas

Personas

Mizrahi: “En 2024 las encuestas de intención de voto no tendrán más sentido en Uruguay”

Año de nacimiento: 1965. Lugar: Montevideo. Profesión: director de Radar, economista. Curiosidad: le encanta la geografía y sus sueños por cumplir suelen estar relacionados a viajes por el mundo.

29.06.2021 11:55

Lectura: 29'

2021-06-29T11:55:00-03:00
Compartir en

Por Federica Bordaberry

Fotos Javier Noceti | @javier.noceti

Su padre lo despertó en la mitad de la noche para que fuera a ver a Neil Armstrong bajar en la luna. Era 1969 y la televisión de veía en blanco y negro y no solo los vio, sino que es su primer recuerdo. El viernes pasado se lo dijo a su hijo de siete años.

Le contaron que cuando su mamá estaba en trabajo de parto, a su papá se le ocurrió comerse un plato de tallarines. Le contaron que nació en el Hospital Italiano, igual que sos dos hermanas menores y le contaron que es hijo de la inmigración. Sobre todo, esto último. Sus cuatro abuelos y sus dos padres nacieron en seis países distintos. Dos de ellos no existen más. Él fue el primero en nacer en Uruguay.

Le pusieron Alain porque era lo más parecido, en francés, al nombre de su bisabuelo que era un nombre alemán. Y francés porque su padre era de Francia y su madre, nacida en Bélgica, también hablaba ese idioma. Entonces, en la casa de sus padres se hablaba en francés mientras que Alain Mizrahi vivía y crecía en Montevideo.

Hasta los siete años (los cumplió en 1972) vivió en Palermo. En el apartamento de al lado vivían sus abuelos así que, con golpear la pared, aparecía su abuela por su casa. Después, sus padres compraron un terreno en Carrasco, cuando todavía tenía aires de balneario, y se fueron a vivir ahí. Alain nunca se logró adueñar del barrio porque iba al Liceo Francés en el Centro. Sus hermanas, que iban al anexo del Francés en Carrasco, sí. Ellas salían a andar en bicicleta y tenían amigos del barrio. Alain, en cambio, se sentía más cómodo en el Centro, aunque nunca logró sentir que pertenecía, realmente, a un barrio. Se sentía, más bien, montevideano.

De niño jugaba a armar mecanos, rompe cabezas y a coleccionar estampillas postales. Las intercambiaba con otro coleccionista que tenía cuarenta años más que él. Jugaba al tenis y no al fútbol. Más tarde se dedicaría al levantamiento olímpico de pesas y, después, al maratonismo. Devoraba libros en francés, tanto a los clásicos como a Tintín y estudió piano en un conservatorio a partir de los seis años. "Era un niño un poco diferente de los demás y lo sufrí, no es que lo recuerdo como algo agradable, más bien lo contrario", dice Alain.

A mitad de año de tercero de escuela lo adelantaron a cuarto. Terminó el año y pasó a quinto en una clase donde todos eran un año y medio más grandes que él. "Siendo niño es una diferencia enorme y realmente lo sufrí hasta prácticamente el final del liceo, no tengo muchos buenos recuerdos de mí infancia", agrega.

Pero en segundo de liceo dejó de ser el buen alumno. Simplemente dejó de serlo y estudiaba para pasar o solo si alguna materia le gustaba en particular. La adolescencia empezó a volverse transgresora aunque, confiesa Alain, "en plena dictadura era muy fácil ser transgresor, cualquier cosa que hicieras ya era transgresor". Tenía quince años y se juntaba con personas que había conocido en el conservatorio a los que le gustaba el jazz. Iban a sótanos y escuchaban música, hacían sesiones improvisadas de jazz y, en alguna ocasión, se fue en bicicleta con un amigo suyo hasta Atlántida.

Compró, en algún momento, un mapa de Montevideo y de los recorridos de los ómnibus. Entonces, se tomaba el 128 que salía del Centro cerca de lo de sus abuelos hasta el destino en Paso de la Arena. Lo mismo hacía en bicicleta siguiendo el recorrido del 306 que iba desde Carrasco hasta Casabó. Cuando decidía faltar a clase los sábados se iba en tren a Las Piedras con un amigo, se comían una muzzarela y volvían en ómnibus. Para Alain, todo aquello eran transgresiones.

A los 17 años entró en Facultad de Ciencias Económicas y no soportó el ambiente opresor de la dictadura. Por eso, todavía con 17 años, se fue a París un año, otro a Birmingham en un programa de intercambio, hasta que llegó a la cuarta mejor escuela de negocios de Francia en aquellos días, la Emlyon Business School en Lyon. En 1987, ya graduado de la escuela de negocios, se metió en la Universidad de Marsella (ahora Universidad del Mediterráneo) e hizo un posgrado en economía del desarrollo rural.

Cuando hizo su posgrado, ya había decidido que quería irse de Francia por una cantidad de razones. Entre ella, por cómo veía crecer el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, los neopopulismos y la extrema derecha. Vivió y militó, en 1988, en la reelección de Mitterrand y se encontró con un ambiente violento y hostil.

Sin embargo, Alain sigue teniendo un amor profundo por Francia, también por muchísimas otras cosas. Lo que lo enamoró, en gran parte, fue poder encontrar fácilmente gente con quien poder discutir distintos temas sin estar de acuerdo y con un enorme respeto por la opinión del otro. En Uruguay, eso es distinto, es común que las personas se definan por el partido al que votan o por el cuadro del que son hinchas.

Alain volvió a Uruguay y, años más tarde, fundaría Radar, una de las empresas encuestadoras más relevantes del país. Esa misma empresa fue la que incorporó las encuestas a través de llamadas telefónicas, las encuestas online y se encarga de divulgar, anualmente, los usos digitales de los uruguayos a través del Perfil del Internauta.

¿Cuál era tu idea al volver a Uruguay?

Volví con un proyecto muy utópico de creación de un micro polo de desarrollo en medio rural, integrando industrias del medio rural, integrando energía renovable, era el año 1989. Lo tenía redactado el proyecto, tenía excelentes contactos en Francia para conseguir la financiación del proyecto, pero no tenía ningún respaldo institucional acá en Uruguay. Llegué acá y me puse a buscar eso, respaldo institucional para mi proyecto que era un poco poner en común tierra y medio de producción, pero integrar la industria al medio rural. Tenía un aspecto económico el proyecto que era, para caricaturizarlo, no vendamos las papas tal como salen de la tierra sino que vendamos papas fritas congeladas.

Me encontré con una pared acá, llegué antes de tiempo. Quizá, hoy sería algo mucho más factible, pero en aquel momento no conseguí apoyo de ningún tipo institucional, salvo de la Comisión Nacional de Fomento Rural, pero a nivel político en la OPP me echaron fly. No logré conseguir apoyo político para el proyecto, entonces lo abandoné porque tenía que conseguir trabajo. Me puse a buscar trabajo en lo que fuera y me di cuenta también que, para la época y la poca cantidad de uruguayos que habían estudiado afuera y que volvían, yo era de los primeros. Un día me cayó la ficha, después de haber recorrido todas las consultoras que hacían selección de personal, me di cuenta que tenía una formación académica, que no me gusta decir demasiado formado porque la formación no pasa solo por lo académico, pero en formación académica estaba por encima de lo que tenían la mayoría de los que eran gerentes de empresas en ese momento.

Me veían como una amenaza, tenía 24 años, tenía grado, posgrado, exterior. Entonces, estuve nueve meses buscando trabajo hasta que estuve a punto de irme de vuelta porque tenía la posibilidad de que la Universidad de Marsella me becara para hacer un doctorado, con lo cual quedaba tranquilo por tres años, tenía mi sustento asegurado. Pero no quise hacerlo porque iba a ser el gran especialista mundial en un área que no le interesaba a nadie y yo había hecho mi tesis de posgrado sobre la precarización de la mano de obra asalariada en la zona de agricultura intensiva, imaginate si eso podía llegar a interesarle a la gente. Entonces, decidí seguir intentando y después de nueve meses de buscar trabajo me terminó contratando una empresa de investigación de mercado. Yo no tenía la más remota idea, ni había estudiado específicamente eso, pero tenía una buena base en marketing, era bueno en matemática, era bueno en estadística, tenía un buen barniz de distintas cosas que se necesitaban para trabajar en investigación de mercado y, sobre todo, di con un empresario que estaba dispuesto a contratar a alguien joven que no conocía del tema, pero que me habría visto potencial.

Entré en esa empresa de investigación de mercado que era la filial uruguaya del grupo argentino IPSA y me terminé quedando, me gustó la actividad y aquí me tenés, hace 31 años que trabajo en investigación de mercado. Estuve siete años en esa empresa y después, me fui para crear la mía.

¿Cómo era la investigación de mercado en aquella época, siendo un campo que creció muchísimo en técnicas?

Era muy primitivo todo. Imaginate que acá no hacíamos ni procesamiento de datos. Acá hacíamos trabajo de campo, mandábamos los paquetes gigantescos por Buquebús a Buenos Aires, donde hacían el ingreso de datos a la computadora y a las tres semanas, o al mes, nos mandaban el informe procesado para acá que íbamos a presentarle al cliente. Los tiempos eran eternos, desde que se empezaba un proyecto hasta que se terminaba era todo a mano. No llegué a conocer las tarjetas perforadas, pero casi. Era todo mucho más lento, más intensivos en mano de obra. Recuerdo estar trepado arriba de pilas de cajones de refrescos en los depósitos de los supermercados, contando cuántas unidades, cuántos litros de refresco había para contar el stock y diferencia de venta, todo a mano. Hoy, eso lo sacás del scanner de la caja o de los propios sistemas informáticos de los supermercados. Todo eso, antes, se hacía a mano. No habían encuestas telefónicas, se hacía todo presencial, cara a cara en hogares, tenías que ir a tocar timbre, movilizabas ejércitos de encuestadores para ir a todos los barrios de Montevideo, para ir al Interior. Era una odisea, todo era una odisea.

En 1997 apareció Radar, ¿por qué la necesidad de empezar tu propia empresa y por qué ese nombre?

Porque después de haber intentado comprarle la empresa a mi ex jefe que mostraba intención de retirarse, que hubiera sido más fácil para arrancar porque era una empresa que ya exisitía, tenía ganas de hacer otras cosas que la empresa en la que estaba no le interesaba, por ejemplo, investigación de opinión pública.

Quería meterme en otras cosas, nosotros estábamos muy enfocados en la investigación sobre retail y a mi me interesaban otras cosas, quería hacer investigación social, de opinión pública, quería meterme en investigación política y la empresa en la que estaba no le interesaba. Entonces, fue una combinación de muchas cosas, ambición también de crecer, de hacer cosas diferentes, cosas nuevas, nuevas metodologías y decidí tirarme a la aventura. Mi mamá me dio una mano con capital inicial y ahí me largué.

¿Por qué se llamó Radar? Porque empecé a mirar cómo se llamaban las empresas en todos los países del mundo y encontré que había una empresa en Egipto que se llamaba Radar y dije, "mirá, qué nombre divertido" y así le puse Radar.

Todo aquello que habías aprendido sobre desarrollo rural, entonces, ¿nunca lo volviste a aplicar en lo laboral?

No, quedó como una excelente experiencia de investigación porque para mi tesis estuve seis o siete meses trabajando sobre un tema específico, la precarización de la mano de obra asalariada. Eso me obligó a hacer muchísimo trabajo de campo, muchísimas entrevistas, recorrerme toda la región de Provenza entrevistando productores, metiéndome en lo que eran los circuitos de comercialización de las frutas y hortalizas, metiéndome en lo que eran los circuitos de contratación de mano de obra clandestina que venía de Marruecos, de Túnez, cómo vivían, todo el tema del racismo que estaba asociado a eso.

Entonces, me sirvió de experiencia porque hoy aplico exactamente las mismas técnicas que apliqué en ese momento para hacer mi trabajo de tesis. El gusto por la investigación ya estaba desde mucho antes. Se dio la casualidad que terminé trabajando en una empresa de investigación.

Arrancaste una empresa de cero, ¿cómo armaste el equipo?

Lo armé porque acá es un medio muy chico y todo el mundo conoce a todo el mundo. Sabía que necesitaba, por ejemplo, una socióloga. Contacté un par de amigos sociólogos y en pocos días armé lo que fue mi equipo inicial que fueron tres personas. Estaba todo el tiempo buscando clientes para arrancar que tampoco fueron en el área que yo quería. Yo siempre había trabajado en el área retail y pensé que me iba a ser mas fácil conseguir clientes en esa área que era lo que más sabía hacer.

En definitiva, no fue eso lo que más funcionó. Al mismo tiempo tuve que crear un software para procesamiento de datos desde cero, para lo cual también tuve que salir a buscar amigos programadores. No fue difícil conseguir la gente realmente, había mucha gente muy preparada con la cual tuve muy buena onda desde el principio. Después, se hizo más complejo a medida que la empresa fue diversificándose e integrando otras áreas. Cuando empezamos a trabajar en opinión pública, que fue al año porque abrí la empresa en 1997 y en 1998 empezó la campaña electoral de 1999 cuando ganó Batlle, yo ya quería trabajar en investigación de opinión pública. Ahí se complejizó un poco porque se necesitaba otro tipo de habilidad y necesitaba un politólogo, alguien que fuera muy sólido en estadística para armar muestra. La verdad que fue una experiencia fantástica porque me fui relacionando con profesionales de otras actividades que yo no conocía o conocía poco.

Tuve que crear, por ejemplo, un área de investigación cualitativa para lo cual necesitaba un psicólogo que tuviera experiencia de investigación de mercado cualitativa. Salí a buscar y conseguí una psicóloga, excelente profesional, y que fue una de las pioneras en investigación cualitativa en Uruguay. Justo en ese momento, dio la casualidad que no estaba vinculada a ninguna empresa. El mayor desafío siempre fue conseguir la gente correcta para armar equipo de trabajo y la verdad que he tenido suerte, en ese sentido. En Uruguay, siempre he conseguido excelentes profesionales para trabajar conmigo ya fuera como empleado de la empresa o como profesionales freelance asociados.

¿Cómo le fue a Radar en ese primer gran desafío de elecciones, en 1999?

Fue una experiencia maravillosa que, algún día, me gustaría escribir. Fuimos los primeros en largarnos a hacer encuestas telefónicas. En aquel momento, nadie las hacía, menos en opinión pública y nosotros apostamos a las encuestas telefónicas. Además, apostamos a otra metodología que nadie aplicaba en ese momento que era trabajar sobre un panel. Un panel significa encuestar, todos los meses, a las mismas personas, de tal forma de asegurar que las variaciones en la intención de voto de un mes a otro se deben realmente a un cambio de opinión y no simplemente a un cambio de muestra.

Eso era todo un desafío. Apostar, por un lado, a las encuestas telefónicas y, por otro lado, a la metodología del panel era muy transgresor. Eso provocó que, por suerte, conseguiríamos bastante rápido quien fue nuestro primer cliente y nos permitió bancar esa encuesta, fue el Semanario Crónicas. Nuestro primer cliente político fue  Ricardo Lombardo, que iba a competir por las elecciones internas del Foro Batllista. Ahí fue que empezamos a trabajar y fue una experiencia increíble porque si hubiéramos hecho lo mismo que todos los demás, en aquel momento los competidores eran Cifra, Equipos, Interconsul, Fáctum, nos hubiera costado una enormidad que hablaran de nosotros. Como hicimos algo distinto, alborotamos el avispero y, aunque eran mucho más las críticas que los elogios, estábamos haciendo algo distinto y nadie sabia qué iba a suceder.

Muchos puristas de la investigación social salieron a defenestrarnos, a decir que las encuestas telefónicas no eran confiables. Hoy nadie cuestiona las encuestas telefónicas, pero fuimos los primeros y nos fue muy bien. Tengo como prueba cuadros comparativos que hizo Búsqueda después de las elecciones. Además, era la primera vez que se hacían elecciones internas. Entonces, no había experiencia anterior en elecciones no obligatorias y nos fue bárbaro tanto en las internas como en la primera y segunda vuelta. Eso realmente nos dio cierta credibilidad, por más que después se vino el plebiscito de la ley de Ancap en 2002 y volvió a haber todo un debate sobre las encuestas telefónicas.

Después, cuando decidí jugarme por las encuestas online volvimos a recibir exactamente las mismas críticas que cuando habíamos hecho encuestas telefónicas en en 1998.  El mismo debate que se dio por las encuestas telefónicas, se está dando por las encuestas online. Tarde o temprano, todo el mundo va a terminar haciendo las encuestas online porque no va a haber otra forma de hacer encuestas en un plazo razonable, a un costo razonable, con un nivel de confiabilidad razonable.

Tarde o temprano vamos a llegar a eso. Es más, creo que vamos a llegar a un lugar en el que ni siquiera va a ser necesario hacer encuestas, ni siquiera va a ser necesario preguntarle a la gente explícitamente a quién va a votar. Va a ser posible, a través de un análisis de redes sociales, prever a quién vas a votar, quizá, antes mismo de que sepas a quién vas a votar porque con un algoritmo voy a poder saber. Eso es lo que creo que va a suceder de aquí a muy poco tiempo. Creo que ya para el 2024, para las elecciones, las encuestas de la intención de voto ya no van a tener más sentido en Uruguay.

La investigación de datos es un tema que, últimamente, está bastante cuestionado gracias a casos como Cambridge Analítica y Facebook, ¿cuándo no es ética una recolección de datos?

¿Por qué no es ético lo que hizo Cambridge Analítica? Por que robaron bases de datos sin autorización de quienes habían suministrado los datos. Ahora, si yo hoy recorro perfiles de Facebook con información que es pública, pública porque vos usuaria de Facebook la configuraste como pública, yo no estoy haciendo nada ilegal. Mientras que la información que yo recabe sea información pública o información que vos me diste autorización para utilizar no estoy haciendo nada antiético. Hay una frontera y es muy endeble. Desde ESOMAR estamos intentando promover permanentemente el código de ética. Se insiste mucho en que la persona dé autorización para la utilización de sus datos.

El problema es el uso antiético de los datos que están en internet, pero el tema es que hoy todo está en internet. Podés stalkear a cualquier persona y conocer su currículum. LinkedIn es una fuente de información poco utilizada, pero hoy las empresas están utilizándola para reclutamiento de personal. Todo eso es información pública. Se empieza a confundir el tema ético cuando usas esa información para divulgar noticias falsas o incidir en formar desleal en el voto de esa persona. Eso deja de ser investigación de mercado. Es campaña política, campaña más o menos sucia, no sé, no me meto en eso, pero deja de ser recolección de información.

Ahí es donde se suele hacer una asimilación que no es correcta. Asimilar campañas electorales en las que tratás de torcer la intención de voto de un lado o del otro, con lo que es recopilación de información no es correcto. Mientras yo recopile información para saber qué porcentaje de la votación es más cercana a esto o aquello, todo eso es recopilación de información. Ahora, el uso que se le de a eso puede ser totalmente ético o totalmente anti ético.

¿Hasta qué grado se puede creer en los resultados que da una encuestadora?

La gente suele pretender que las encuestas den más de lo que pueden dar. Las encuestas no son pronósticos, esa es la primera confusión de mucha gente. Nunca son pronósticos, son fotografías puntuales de la intención de voto de la población en un determinado momento del tiempo. ¿Por qué no son pronósticos? Porque es cada vez mayor la cantidad de gente que toma su decisión de voto en los últimos días o en las últimas horas, o hasta adentro del cuarto secreto.

Eso es imposible de prever. La última encuesta de intención de voto que solemos hacer, por la veda, ponele que es un jueves y la elección es un domingo. En el mejor de los casos, la terminaste el miércoles de noche o de mañana y hacía días que habías empezado el relevamiento. Por lo tanto, hay gente que está en la muestra que, en realidad, va a votar dentro de una semana. En esa semana, siguen sucediendo millones de cosas, hechos políticos, declaraciones y la campaña que sigue en redes sociales.

En investigaciones hechas en Alemania, el porcentaje de gente que admite haber tomado su decisión de voto en las últimas horas o en los últimos días antes de la elección es altísimo, del orden del 30% eligió su voto en las últimas 48 horas. Entonces, qué validez puede tener como pronóstico una encuesta que empezaste a hacer una semana antes y terminaste cuatro días antes. No son pronósticos, a lo sumo podrás dar la mejor estimación posible del estado de la situación al día de hoy, el día que estoy publicando la encuesta, que ya es una fotografía corrida porque empecé la encuesta hace varios días y no puedo saber qué es lo que va a pasar en los próximos.

Las encuestas son una fotografía puntual del estado de la opinión pública en un momento determinado, nada más que eso. Darle más poder que el que tienen no es razonable y eso suponiendo que todas las empresas que publican resultados de encuestas actúan de forma intelectualmente honesta, o sea que no somos operadores políticos de nadie ni estamos tratando de incidir en la opinión pública.

No hay ninguna investigación en el mundo que haya logrado determinar hasta qué punto las encuestas o la publicación de resultado de intención de voto incide en la propia intención de voto. En muchos países hay períodos de veda larguísimos. En Chile, por ejemplo, no podés publicar resultados de una encuesta quince días antes de una elección porque suponen que la publicación incide en la intención de voto y yo pregunto, como muchos colegas, y si incide en la intención de voto, ¿cuál es el problema?, ¿por qué la ciudadanía no tendría derecho a saber lo que opina ella misma?, ¿por qué no podría ser un elemento más de información para tomar una decisión de voto estratégico, por ejemplo? Es un elemento más de la democracia y creo que seguir prohibiendo la publicación de encuestas, sea el período que sea, antes de la elección, no tiene más sentido porque lo que sucede es que las encuestas se siguen haciendo durante la veda, pero quienes tienen acceso a ella son los que pueden pagarla. Entonces, se siguen haciendo, pero en circuitos muy reducidos.

Hace tiempo ya que Radar se encarga del Perfil del Internauta, ¿qué los lleva a querer estudiar eso?

Surgió como una aventura casi académica en el año 2001, cuando todo el mundo decía que Uruguay era, en aquel momento, el país que tenía mayor penetración de internet en América Latina. Pero era una especie de leyenda urbana, nadie tenía datos concretos, suponíamos que era así.

Por otro lado, se notaba que las empresas tenían una muy baja presencia de internet, entonces era una cosa muy esquizofrénica donde parecía que el consumidor tiraba del internet, pero las empresas no empujaban y se me ocurrió hacer una investigación donde investigué de forma cualitativa por qué las empresas no empujaban y la conclusión a la que llegué fue que nadie sabía en realidad lo que pasaba a nivel de usuario.

Después, se me ocurrió hacer la primera encuesta nacional sobre qué pasaba con los usuarios de internet, cuántos eran, qué hacían, cuánto tiempo estaban online. Conseguí que tres o cuatro empresas financiaran la investigación y ahí arrancó. Tuvo un éxito grande a nivel de discusión porque era la primera vez que se medía eso. Lo repetí en 2002 y, en 2003, fue el único año que no pude hacerlo porque no conseguí financiación por razones obvias. Después, todos los años es una lucha porque todo el mundo espera esa investigación, pero nadie quiere poner plata para financiarla.

Logramos hacerlo y ahora se ha transformado casi en una especie de obligación moral que siento todos los años aunque no gane plata. La verdad que se ha hecho bastante difícil los últimos años seguir bancando esa investigación porque los usos de internet se han complejizado tanto como saber lo que hace la gente online, qué pasa con los influencers, los juegos online, cuánto gastamos... Todos los años se agregan temas y el cuestionario se hace más largo, más costoso lograr llegar, el procesamiento de datos. A las empresas que financian hace varios años yo no les puedo pedir que un año paguen una cosa y al otro otra porque se complejizó mi trabajo. Entonces, eso me obliga a buscar más sponsors. Se ha vuelto bastante complejo.

Hace varias semanas ya debería estar saliendo a buscar información de la investigación del 2021 que a todo el mundo le va a interesar mucho porque va a estar todo el efecto pandemia. El año pasado medimos, por ejemplo, cuánta gente tenía videoconferencias. Entonces, ¿cuánto de lo que hubo el año pasado se mantuvo este año? Es un trabajo que me resulta muy gratificante desde el punto de vista de todo lo que aprendo sobre el comportamiento de los usuarios de internet, pero bastante ingrato del punto de vista comercial.

El común de la gente cree que las empresas de investigación de mercado, hablo por Radar al menos, nos dedicamos a la investigación de opinión pública, a las encuestas políticas y que, además, hacemos el Perfil del Internauta. En realidad, lo que nos da de comer todo el año es la investigación de mercado, el trabajo con la empresa, las investigaciones de nuevos productos o instalaciones de nuevos centros comerciales, encuestas de satisfacción de clientes o posicionamiento de marcas. Es cualquier cosa menos lo que se publica o sale en los medios que es el Perfil del Internauta o las encuestas de intención de voto.

Si tuviéramos que vivir de eso nos moriríamos de hambre. Lo que nos da es visibilidad porque a los medios les encanta publicar esto, pero como negocio es un pésimo negocio.

En 2018 fuiste miembro del consejo directivo de ESOMAR (European Society for Opinion and Marketing Research) y, además, el único latinoamericano, ¿cómo te llevó aquello?

Estaba vinculado a ESOMAR hacía cerca de veinte años, fui representante en Uruguay mucho tiempo. ESOMAR es una organización que nuclea a investigadores en 130 países y tiene su sede en Amsterdam. Es una organización que tiene cuarenta funcionarios, muy grande, que organiza eventos en todo el mundo, tiene una revista, organiza webinars, capacitaciones, tiene muchísimas actividades.

Yo estaba vinculado desde 1997 y un día se venían las elecciones del Consejo, que son cada dos años, y dije ¿por qué no? Yo era conocido en América Latina porque venía presentando papers, ya soy una especie de dinosaurio de la industria en América Latina, y varios amigos y colegas de distintos países me alentaron. Hice una ronda de contactos entre referentes de distintos países a ver si me apoyarían y a ver si harían campaña por mí y todos me dijeron que sí, así que me largué y me presenté.

Éramos veintialgo de candidatos para ocho cargos en el consejo directivo. Salí sexto y la verdad que fue una sorpresa, no me lo esperaba. Estuve dos años en el consejo (2018-2019) y las elecciones de fin del 2019 se pospusieron hasta el 2020. Ahí volví a presentarme. Además, me presenté como candidato a vicepresidente y no fui electo vice, perdí en esa, pero fui reelecto como miembro del consejo. Salí segundo en cantidad de votos y además me eligieron tesorero de la asociación. Estoy metido en todo el tema financiero de la organización ahora.

Es una experiencia fantástica porque la pandemia hizo que pasáramos de reunirnos cuatro veces por año en Amsterdam durante tres días a reunirnos cada mes y medio online. Son reuniones más cortas, pero es mucho más dinámico, podemos ir tomando decisiones de forma permanente. Desde el punto de vista de la operatividad, somos mucho más eficientes trabajando a distancia y es muy gratificante eso de estar todo el tiempo en contacto con mis colegas del consejo. No tiene precio porque es una ventana al mundo permanente donde me entero de millones de cosas y, gracias a eso, también me puedo contactar con asociaciones de investigación de mercado locales de distintos países, entender qué están haciendo, en qué está la investigación en distintos países. Eso me ha ayudado mucho en mi propia empresa para ir cambiando de rumbo e ir redireccionando la actividad hacia otras áreas donde, quizá, nunca hubiera imaginado que hubiera podido redireccionar.

Por ejemplo, ahora acabo de firmar una alianza estratégica con una empresa que se dedica al internet de las cosas porque están haciendo lo mismo que yo, producen información. Descubrí toda esa área gracias a ESOMAR que me ha permitido conversar y ver qué están haciendo, hacia dónde están yendo. Me di cuenta que había un campo gigantesco en la ciencia de datos que tiene que ver con la producción de información y, por lo tanto, con la investigación de mercado.

Entonces, estoy intentando redireccionar la empresa hacia eso e ir abandonando, progresivamente, la investigación tradicional. Cada vez soy más escéptico sobre el valor real que tiene la información en cuanto a lo que la gente te dice que hace. La gente hace cosas mucho más irracionales y son mucho más erráticos de lo que podés saber preguntándoles. Hoy hay herramientas muchísimo más sofisticadas para obtener la información real de lo que hacen sin tener que ir a preguntárselo.

Hablás cuatro idiomas, ¿verdad?

Sí, alguno más o menos bien, pero soy totalmente bilingüe francés-español. Después, me defiendo bastante bien en inglés y mi actividad en ESOMAR me ha obligado a dar un salto cualitativo importante en mi manejo del inglés y hasta volví a tomar clases. Me defiendo bastante bien en portugués porque estudié portugués en el instituto de cultura Uruguay-Brasil.

También incursionaste en el stand up, ¿por qué?

Sí, en una época un poco negra de mi vida en cuanto a estado de ánimo. Una amiga me recomendó que hiciera el curso de stand up, en los inicios de la movida en Uruguay. Venía un docente de Argentina, una vez por semana, a dar un curso acá. Yo fui la segunda generación que hizo el curso Stand Up Comedy en Uruguay y lo disfruté tanto. Conocí gente alucinante, que sigo viendo hasta el día de hoy, de horizontes absolutamente diferentes al mío. Aprendí cualquier cantidad de teoría del humor, nunca pensé que hubiera tanta teoría detrás de la construcción del humor, al punto que hoy miro stand up en Netflix o en Amazon y estoy siempre analizando la construcción de los chistes.

Me ha ayudado mucho en las presentaciones que hago, por ejemplo, cuando hago presentaciones públicas uso recursos que aprendí en el curso de stand up. Durante algún tiempito me aventuré a seguir escribiendo monólogos, me subí a las tablas en algún boliche under donde se hacía stand up. Lo más gracioso es que, a través de ese curso, conocí a mi actual esposa que también lo hizo. Hace ocho años que estamos juntos.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

El día que nació mi hijo.

¿Y el más triste?

Quizá, haya sido cuando falleció mi abuela. Tuve los cuatro abuelos hasta los 17, una suerte porque hemos sido muy abueleros en mi familia. Tuve a mi abuela materna hasta que cumplió casi 98 años y falleció hace menos de dos años. Era una matriarca como las de antes, con una historia increíble. Es una persona que siempre admiré muchísimo, que me transmitió muchos valores sin proponérselo. Falleció cuando yo estaba en el congreso mundial de ESOMAR en Edimburgo. Me llamó mi hermana y, aunque estaba por empezar el congreso, ni lo dudé, me tomé un avión de regreso esa misma noche.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Yo era estudiante en Francia, estaba terminando la escuela en Lyon y ya había entregado mi apartamento. Me fui con un amigo a Polonia, de vacaciones, en la época de la Cortina de Hierro, tardabas un mes para conseguir una visa para ir a Polonia, era un país extremadamente pobre, todavía no estaba en la Unión Europea. Yo quería ir a la ciudad donde había nacido mi abuela y quería ir Auschwitz.

Viví toda mi infancia escuchando historias horribles de los campos de exterminios porque nací veinte años después del final de la guerra, toda mi familia eran escapados de eso y, para mí, ir a Auschwitz tenía una carga muy fuerte. Era lo que podía hacer, podía ir, ver y ser testigo de lo que sucedió ahí. Fue un viaje movilizante, habían cinco turistas en todo el campo de concentración. Tomamos un tren a Alemania y de ahí me volví a dedo a Lyon.

Cuando llegué a Lyon, no tenía dónde dormir, era de tarde, me senté en el piso en una plaza, contra una fuente, con mi mochila y sentí una libertad como nunca más he sentido en mi vida, como si me hubiera sacado un peso de encima. No tenía a dónde ir, ni me preocupaba y, sin embargo, sentí esa sensación de "puedo hacer lo que quiera". Me había sacado una mochila de encima por haber hecho el viaje que había hecho. Es una sensación extraña, siempre cuento ese día como el día en que sentí una enorme sensación de libertad.

¿Un sueño por cumplir?

Siempre tiene que ver con viajes y me quedan varios que son como sueños. Están hasta todos planificados, el tema es encontrar el cuándo. Viajar en el Transiberiano creo que, de todos, es el más sueño por cumplir.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

A ninguno de los dos porque no creo en ninguno. 

Por Federica Bordaberry