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SERÉ CURIOSO

Marquisio: “Mi carrera y mi vida han sido un derrotero buscando un sentido: era Villazul”

En el mes de concientización sobre el autismo, el artista repasa su obra, teñida por algo que es más que un disco: un concepto.

09.04.2024 09:16

Lectura: 26'

2024-04-09T09:16:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

Si Antonio Marquisio no hubiera sido diagnosticado con TEA (trastorno del espectro autista) cuando tenía 2 años y medio, su padre, Fabián, hoy no sería un artista reconocido y admirado por miles de familias con niños con TEA, no habría sido bendecido por el amor de tantos padres adultos uruguayos y tantos niños con el trastorno, no recibiría tantos mensajes de gratitud en sus redes sociales, no interrumpirían mi charla con él en el Parque Azul de Atlántida —un exzoológico devenido en parque diseñado para niños y adolescentes con TEA, con espacios llamados como las canciones de Fabián Marquisio en Villazul—, no existiría Villazul, canciones para crecer ni Villazul, canciones para aprender Vol. 1 ni Villazul, canciones para aprender Vol. 2, ni se habría realizado el recital con la Sinfónica en el Teatro Solís 100% accesible, ni habrían cantado el Fata Delgado, Malena Muyala, Larbanois & Carrero y Valeria Lynch en el mismo proyecto, y, claro, él no habría escrito canciones para hacer caca, cepillarse los dientes o la muerte.

Y lo que es aún peor: si Antonio Marquisio, un adolescente quinceañero tremendamente estimulado por sus padres, no hubiera sido diagnosticado con TEA hace 12 años y medio, su papá nunca habría encontrado su propósito vital, lo que otros llaman leitmotiv y él llama “un sentido”. Fue un momento doloroso —por supuesto— llegar de una gira por Argentina y escuchar a su esposa decirle lacónicamente: “Antonio tiene autismo”. Pero la tenacidad de ambos y la búsqueda constante por mejorar la comunicación con su primer hijo provocaron todo lo que vino después: un disco, una catarata de mensajes de padres con niños autistas (tres meses después), otro disco, shows, colaboraciones con artistas sensibles, otro disco, un concierto coral en la Adela Reta del Sodre, otro con la Sinfónica en el Solís, un parque para niños con TEA y, a la brevedad, una fundación u ONG.

Fabián Marquisio (48), aquel hippie que recorrió América Latina de mochilero, que compartió su impronta académica y la trocó por conocimientos artesanales de géneros que desconocía, el bohemio que levantó del piso un tendal de rockeros alcoholizados porque quería volverse a Uruguay, un día, cuando se enteró que su primer hijo tenía TEA, comenzó a recorrer un camino artístico que ya no tiene retorno. Aunque quiera compartir su versión milonguera y uruguayizada de “Sultanes del swing”, sabe que él siempre será “el de Villazul”. Y a mucha honra.

“En Argentina estaba el 1 a 1, yo cobraba 100 pesos argentinos, o sea 100 dólares. Buenos Aires era muy efervescente, y el Uruguay de los 90 era un pozo. Cuando me volví, en el 97, me enfrenté a un Uruguay bastante chato, y allá era todo lo contrario”

¿A qué edad te regalaron tu primera guitarra?

Hubo una guitarra siempre en casa, una de mi madre, una Vordini del año 45, que la sigo teniendo (se la habían regalado a mi madre cuando era chica, en Santa Lucía). La primera mía la compró mi papá, en cuotas. Una Samick 335, mi primera guitarra eléctrica. Me la regaló mi viejo. Yo tenía 15 años.

La música estuvo siempre en tu casa, ¿no es así?                                                   

Siempre estuvo presente. Mi hermana es pianista, mi otra hermana también toca el piano, pero la del medio, además, es cantante. Cuando yo era chico, cantaba en boliches, después se fue a vivir a España y cantó allá, grabó discos allá. Y mi otra hermana, a la vez, se casó con un guitarrista, que era quien me acompañaba cuando yo era niño y fue el culpable de que mi abuelo me dijera: “Aprendé a tocar la guitarra, estoy podrido de llamar a este zángano para que te acompañe”.

Pero ¿no tuviste familiares que cantaron con Gardel?

Tuve algo similar… Mi tío abuelo, por parte de padre, era Juan Pedro López, payador y compositor en los años 20 en pueblo Echeverría, al lado de Aguas Corrientes, en Canelones. López era hermano de mi abuelo y fue el que compuso “Para quererte nací”, “Quemá esas cartas”, “China hereje” y otras más, que grabó Gardel.

¿En qué momento de tu vida fue que quisiste ser biólogo o veterinario?

En realidad, yo quería ser biólogo, sin ninguna duda. Iba a ser biólogo, y tocaba la guitarra y cantaba para sustentar mi teórica carrera (que nunca hice). Ni terminé el liceo. Me iba a inscribir en Argentina, cuando estaba allá, y mientras tocaba, siempre tocaba. Tocar y cantar me daba el sustento, en realidad, pero yo decía que iba a ser biólogo. Hasta que un día en el bar Fray Mocho (en bulevar España y Libertad), borracho con un amigo muy querido, me dijo: “Dejá de decir que vas a ser biólogo: sos músico. Asumilo, sos músico, salí del placar”. Yo tenía 24 años, ya tocaba por todos lados. Me dijo eso, y bueno, asumí que era músico y no iba a estudiar para ser biólogo. Y ya venía tocando mucho, hasta tenía un disco [Pequeñas diferencias].

En tu adolescencia te enamoraste de una argentina, mantuvieron una relación epistolar hasta que te mudaste a Buenos Aires. Y allá tocabas en bares y boliches. ¿Cómo recordás hoy esos comienzos artísticos, en los años 90, en Buenos Aires?

Yo me fui atrás de una bailarina de ballet, por amor. Fueron años muy lindos, pero muy intensos. Empecé a tocar en boliches, con bandas allá, era la Argentina de la convertibilidad, del 1 a 1, y el viernes tocaban los Rolling, el sábado tocaba Michael Jackson y el domingo Madonna… Había mil boliches, mil bandas, yo tocaba con todos por todos lados. Yo cobraba 100 pesos argentinos, que eran 100 dólares. Entonces yo venía acá, querían que yo tocara y yo les decía: “Yo cobro 100 dólares”, y me decían “¿100 qué?”. Buenos Aires era muy efervescente, y el Uruguay de los 90 era un pozo, con poca cosa, un lugar muy oscuro. Cuando me volví, en el 97, me enfrenté a un Uruguay bastante chato, y allá era todo lo contrario. Aprendí mucho, con grandes músicos allá, fue una experiencia muy linda.

“Caí en la profundidad de la noche tratando de olvidar”, le dijiste a El País hace un par de años, a propósito de tu ruptura con aquella noche. ¿Qué incluía “la profundidad de la noche”?

De todo, pero, principalmente, acostarme a las 9 de la mañana, rodeado de personas que ni sabía quién eran. Mucho alcohol, mucha droga, mucha noche.

Hasta que una llamada de tu madre, un domingo al mediodía, te hizo darte cuenta de que querías volver al país...

¡Sí, me salvó esa llamada! La familia es esa ancla que está presente y no te deja llegar a lo más bajo del bajo. Cuando yo encontré descarriados, en general, le preguntabas por la familia y no la tenían. Y yo tenía siempre a mi padre, a mi madre y mis hermanas. Yo había tocado en un boliche que se llamaba Seddón con la Missisippi Blues Band, tocamos hasta altas horas, y yo vivía cerca de ahí. Tocábamos de todo: un blues, después jazz, rock, folclore, lo que sea. Aprendí mucho a que la música es una sola. Bueno, cerró el boliche y nos fuimos todos a casa. Me acosté y quedaron todos los “cadáveres” ahí.

Tipo a la una de la tarde me llama mi madre. Mi apartamento tenía una cortina que, si estaba cerrada, la noche seguía. Me dice: “Hola, mijo, estamos acá con tu padre y tu hermana, haciendo un asadito, un domingo precioso”. Y era toda una imagen de luz, de sol, y yo levanto la persiana y vi todo el caos espantoso en mi apartamento. Y ahí le dije: “Mamá, yo me quiero volver a Uruguay. ¿Ustedes pueden conseguir un cachilo y venirme a buscar?”, porque estaba lleno de instrumentos, discos, ropa, todo. Mamá habló con mi padre, me dijeron que sí, yo eché a todo el mundo del apartamento. Y vinieron una semana después a buscarme.

Y después te fuiste a recorrer América Latina. ¿Por vocación de mochilero hippie o por curiosidad artística?

Por varias cosas. Había quedado trancado con un disco que por motivos discográficos no anduvo bien. No podía tocar, no podía hacer nada, estaba tocando en boliches donde no me sentía cómodo. Y salió la idea de salir a recorrer Latinoamérica. Terminaron siendo seis años de recorrida por el continente. Me cambió mucho a nivel mental, no fue un viaje de ir a un lugar: agarré la guitarra y me fui. De repente estaba en la casa de una persona un mes, después me iba a Colombia y me quedaba otro mes en un pueblito, y descubrí cosas alucinantes de personas que, quizás, no sabían el nombre de un acorde. Yo venía de una cosa más académica, más de la teoría, y de repente me encontraba con un viejito en Ecuador que tocaba una barbaridad, pero no sabía qué era un acorde. Entonces, aprendí más de la música artesanal, de ritmos, la musicalidad de América Latina. Yo venía más de algo citadino: blues, jazz, Buenos Aires, y, de pronto, encontré el vallenato, el forró, la guaraña, el nacimiento de la música en sus orígenes.

De ese peregrinaje sale tu disco América feliz, de 2007, ¿no?

Exacto. Me volví en 2006 con una cantidad de información, canciones que había compuesto en la ruta. La gente piensa que irte de viaje es todo disfrute, y la mayor parte es perder el tiempo: es estar horas en una ruta esperando que alguien te levante, o en una terminal sin saber a dónde ir. Yo estuve semanas enteras preguntándome qué estaba haciendo ahí, y no había celulares ni internet. Yo me agarraba de alemanes, que andaban con [la revista] Lonely Planet, para saber dónde estaba. Me acuerdo una vez en Venezuela que un camión me dejó una noche en un lugar y quedé días ahí, sin saber dónde estaba; y otra vez que pasé mi cumpleaños solo en una ruta. En todos esos momentos me ayudó mucho la guitarra.

“Recorriendo América de mochilero aprendí más de ritmos, la musicalidad del continente. Yo venía más de algo citadino: blues, jazz, Buenos Aires, y, de pronto, encontré el vallenato, el forró, la guaraña, el nacimiento de la música en sus orígenes”

Ya voy a seguir con tu carrera, pero quiero ir a un episodio en tu vida, que no es nada menor: el nacimiento de tu hijo Antonio, a quien le diagnosticaron TEA. ¿Cuál fue tu primera reacción y cómo podrías valorar hoy el proceso de asimilar la noticia?

Fue difícil… Nosotros percibíamos que Antonio tenía una característica particular, que era distinto. Pero fue nuestro primer hijo. Nosotros veníamos de tocar de noche, boliche, viajes de mochilero —mi compañera siempre estuvo presente en mi vida desde que yo tenía 25 años, como una novia eterna—, y cuando ella quedó embarazada, nació Antonio y… éramos muy hippies, no teníamos ni casa, nos fuimos a vivir a lo de mi madre. A medida que Antonio fue creciendo, nos fuimos dando cuenta de que no miraba, que no hablaba, pero no sabíamos nada de ser padres y menos de un diagnóstico así. Le preguntábamos a otros si notaban algo raro en él, y lo minimizaban, nos decían que era normal, que el niño de Fulanito hasta tal edad no habló… Y después, cuando tenés un diagnóstico, te dicen: “Sí, yo noté algo raro en él”. ¡Y por qué no me dijiste! “Bueno, no te quería preocupar”. Yo les aclaro hoy: decilo, vas a ayudar.

Lo diagnosticaron a los 2 años y medio, a través de una maestra, esposa de un gran amigo mío. En un cumpleaños nos dijo: “Ojalá no sea nada, pero yo noto cosas raras en Antonio. ¿Por qué no lo llevás a analizar?”. Yo estaba de gira en Argentina; volví, mi mujer me sentó en el cuarto y me dijo: “Antonio tiene autismo”. Y ahí te cercenan una cosa que nosotros no habíamos vivido nunca: la proyección de futuro, ¿viste? Nosotros vivíamos el momento. Voy para allá a dedo. Quería ir para Bucaramanga, pero al tercer camión que te dice que va para San Antonio, te vas para San Antonio. La vida la asignás como te va llevando: la vida es así, te va dando cosas y las aceptás.

Proyectar algo a 20 años es ridículo, pero cuando sos papá empezás a proyectar. Hasta que le diagnostican autismo a tu hijo, y a la pelota… Encaramos a la psiquiatra, y le preguntamos: ¿Va a poder ir a la escuela? ¿Va a hablar? ¿Va a tener novia? ¿Va a poder tocar un instrumento? Y ella me dijo: “Mirá, él tiene TEA, es un espectro. Hoy puede estar acá y mañana allá. Esto no es fijo. Todo el amor y lo que vos trabajes en él va a hacer que él vaya más para acá y no hacia allá”. Y eso fue muy importante.

Y de la mano de Antonio, y tu intento infructuoso de comunicarte con él, hay un antes y un después en tu carrera musical que tiene nombre: Villazul. Más que un disco, es un proyecto que encaraste con la intención de mejorar la comunicación con Antonio. Un proyecto que ya tiene 12 años y todavía sigue dando frutos. ¿Cómo podrías definir vos el concepto Villazul?

Villazul nació muy casualmente, con el hecho de que yo me di cuenta de que si le cantaba cosas a Antonio, él me prestaba más atención. La madre le decía: “Antonio, ¿vamos al baño?”, y él no le daba bola, pero yo le cantaba: “Antonioooo, ¿vamos al bañoooo?” (canta) y él iba al baño. Entonces, le empecé a cantar todo: para cepillarse los dientes, para hacer caca, para todo. ¡Porque yo siempre estoy cantando!

Y un día le dije a la madre: “Che, estas canciones que yo uso con Antonio, ¿por qué no las grabo y las comparto con otros niños?”. Porque a mí se me ocurren canciones todo el tiempo. Se lo comenté a Estela Magnone, y me dijo: “Sí, pero no lo hagas tan hippie, como sos vos. Hacé un disco, profesional, para que ayude a más gente. Y estaría bueno que sea un hombre y una mujer… Le podés decir a Malena [Muyala], que tiene una voz muy dulce”. Le dije a Malena, y le encantó, y se fue armando una bola de nieve. Después se sumó Pitufo [Edú Lombardo], me llamó el Fata [Delgado] y me dice: “Che, me enteré de que estás haciendo un disco para tu hijo. Contá conmigo”. Y se fueron sumando artistas. Entonces me dije: “Pará, ya no soy yo cantando para Antonio. Ya es una cooperativa de músicos, y vamos a hablar de autismo para difundir”.

Y ahí se formó una comunidad, nació el colectivo de músicos Villazul…

Claro. Emiliano Brancciari ha cantado canciones de Villazul, el Fata también, Spuntone y Mendaro. Se transformó en una cosa donde hace unos años el 2 de abril tocaba La Vela Puerca en tal lado, NTVG en otro lado, y ese día le mandé mensaje a todos, recordándoles lo importante de ese día y pidiéndoles si podían hacer mención a eso en sus shows. Y cada banda en sus toques dijeron “hoy es un día importante”, mostraron una remera azul… Dejaron de ser las canciones para Antonio para transformarse en un proyecto con videos, toques en vivo, y hasta un parque, donde estamos ahora.

“Encaramos a la psiquiatra, y le preguntamos: ¿Va a poder ir a la escuela? ¿Va a hablar? ¿Va a tener novia? ¿Va a poder tocar un instrumento? Y ella me dijo: ‘Mirá, es un espectro. Hoy puede estar acá y mañana allá. Todo el amor y lo que vos trabajes en él va a ayudar”

Cuando lo terminaste y se lo hiciste escuchar, ¿qué cambios sentiste en Antonio? ¿Cómo reaccionó a esas canciones?

El primer disco de Villazul se grabó cuatro veces. Primero yo tocando la guitarra, sencillo, se lo mostré a él, y en aquel momento él no hablaba tanto. Decía: “No me gusta” y se iba. Yo las grabé por segunda vez, ahí con instrumentación, entonces yo decía: “Esta canción es un country, esta otra es un blues”. Y se las mostré a él, pero también hice un sondeo con terapeutas, y me decían: “Esta es muy rápida, esta otra tiene mucho ruido”. Yo no sabía nada, investigué, pero no había nada, no había antecedentes. Lo grabé por tercera vez tomando todos los consejos de Antonio, de otros niños, de terapeutas, y luego, la cuarta vez, fue cuando vinieron los invitados: esta la canta Larbanois & Carrero, esta la canta [Ruben] Rada, y, a la vez, volvía a los niños y a Antonio y, de repente, no les gustaba.

Pasó con “Dame un abrazo”, que la cantó Malena [Muyala] y a Antonio no le gustó. Y tuve que llamarla y decirle que no le había gustado… Yo le dije: “No te quiero ofender, pero es un disco muy particular, donde lo más importante es lo terapéutico”. Llamé a Christian Cary, que también es papá de una chica con autismo, y le dije que tenía que cantar una canción suave, para bañarse. Esa la cantó con el Fata.

En marzo de 2017 denunciaste en tus redes que tu hijo había sido discriminado, rechazado, en el colegio Pinares del Este. ¿Qué fue lo que pasó?

Él había salido del jardín, el primer año de escuela lo había hecho en una escuela pública de Maldonado, y le fue bien, pero era desorganizada. Su terapeuta nos dijo “hagan un esfuerzo y anótenlo en un colegio privado”. Lo anotamos en noviembre, tuvo toda la adaptación perfecta, y, en marzo, dos días antes de empezar las clases, él tuvo una reunión con la maestra, y no le fue bien: era un cuarto muy cerrado, él se puso muy nervioso y la maestra dijo que no le quería dar clase, que no estaba preparada para darle clase. Y esa tarde nos llamó el director del colegio para decir que no podían anotarlo. Yo quise agotar los recursos antes de hacerlo público. Mi señora habló con el director, después con los dueños del colegio, y el colegio decidió avalar a la maestra que no quería tenerlo. Y bueno, le hicimos saber que nos parecía injusto, que habíamos pagado la matrícula, comprado el uniforme, y que lo haríamos saber, porque ese incidente podía serle útil a otros padres.

Cuando lo puse en redes y lo hice público, aparecieron decenas de colegios interesados en tenerlo, inclusive algunos que lo habían rechazado. Estuvo un año en otro colegio. Y al final, en un lugar donde yo había dado un taller gratuito, me llamaron y lo anotamos ahí, donde va hoy. Colegio Maldonado se llama, él está en tercero de liceo. Mirá que esto pasa permanentemente, en todos los niveles, a nivel primario, educación secundaria…

¿Y te pasa que con frecuencia se te acerquen o escriban padres de otros chicos con TEA y te cuenten cómo tu música les cambió la vida a su hijo?

Permanentemente, es lo más lindo de todo. Además, costó. Yo saqué el disco en diciembre de 2014, y yo quería que a los tres días me escribieran todos los padres diciéndome que su hijo había mejorado, porque no me importaba todo lo demás: las ventas, Disco de Oro, nada de eso. Pero salió el disco y fue una barbaridad. Salió un 18 de diciembre, y el 19 ya no estaba en disquerías, llamé a Bizarro al otro día para avisarles que no estaba en las disquerías y me dijeron que se había agotado y ya estaban llevando más unidades. Y al otro día lo mismo. Te hablo de que iban amigos míos a comprarlo, y veían a otros salir con cinco discos en las manos: ¡explotó! Fue disco de Oro en la primera semana nomás. Pero yo no estaba contento, me bajoneaba no tener repercusión de los padres.

Y fue mi mujer la que me calmó: “Esperá, esto lleva un proceso, esperá a ver cómo les ayuda a los padres”. Y el primer mensaje de un padre llegó en marzo, tres meses después. Me puso en redes: “Hola, señores de Villazul —como si fuéramos Microsoft—: les quiero agradecer porque hoy mi hijo por primera vez me dio un abrazo, gracias a ‘La canción de los abrazos’”. Yo leí eso y lloraba… Me acuerdo hoy y me emociono. Y desde ahí, fue tremendo: yo volvía todas las noches de dar clase en el conservatorio, me sentaba frente a la computadora y eran cientos de mensajes. “Hola, soy Fulana, mamá de un niño con TEA. Hoy mi hijo hizo caca gracias a una canción de Villazul”. ¿Sabés cuál fue la reacción más fuerte? Una madre me mandó esto: “Señores de Villazul, les quiero agradecer porque nunca le habíamos escuchado la voz a mi hijo, mi hijo tiene autismo no verbal, y hoy nos despertamos y él estaba cantando una canción de Villazul a los pies de la cama. Después cantó otra, y no entendemos cómo puede ser”. Yo le dije que el canto venía de un lugar mental distinto que el habla, que muchas veces ellos cantaban, pero no hablaban. Sigo en contacto con ella, el niño se llama Mateo y es de Young. 

Yo quedé en un estado de… no poder creerlo. Porque todo esto que hablábamos antes fue un derrotero buscando… un sentido, como hacemos todos en la vida. ¿Por qué hacés lo que hacés? Y yo busqué el sentido: ¿por qué canto? ¿por qué toco? Me fui por América, me reventé, y nunca encontré mi sentido real. Y de pronto, lo encontré. Todo era para esto.

“Cuando puse en redes que lo rechazaron en un colegio, aparecieron decenas de colegios interesados en tenerlo, inclusive algunos que lo habían rechazado. Mirá que esto pasa permanentemente, en todos los niveles, a nivel primario, educación secundaria”

Creaste, además, el colectivo Villazul, un grupo de músicos dedicado a componer temas para ayudar a niños TEA o en situaciones similares. ¿Quiénes están y cómo funciona ese combo?

La composición está a cargo de Estela [Magnone] y de mí. Y luego hay un montón de artistas que ya he nombrado, que cantan en sus recitales temas de Villazul, y quieren concientizar. Algunos solo cantaron y nada más, otros lo han tomado como bandera. Pienso en Valeria Lynch, el Fata o Spuntone y Mendaro. Han incorporado el concepto de Villazul, participan seguido y es una causa propia para ellos. Hay una idea, que estamos pensando, de armar una fundación, una especie de ONG, principalmente porque una cantidad de padres me han dicho que los niños quieren aprender música, quieren cantar, y no hay muchos lugares que trabajen con niños con TEA en música y cultura. Entonces queremos armar una especie de fundación, donde los artistas y los músicos puedan ir.

El año pasado realizaste el primer concierto sinfónico accesible en la región, un recital 100% inclusivo que agotó entradas en el Teatro Solís y Villazul: Música para Aprender vol. 1 se llevó el Disco de Oro. Doce años después de sacar Villazul... Recordame cómo armaste ese concierto. ¿En qué detalles tuviste que estar atento en Villazul sinfónico?

Uf, en todo. Fue un estrés… Fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Quería meter el concepto Villazul en cuanta cosa hiciéramos, en festivales del interior, en todo, porque cuando toca Villazul hay inclusión, hay lengua de señas, hay actuación, hay luces y sonido controlados. Y sumale que la gente pueda entrar después, o salir antes. Hicimos un espectáculo coral en la Adela Reta del Sodre, y el final, el summum, era hacer un espectáculo con la Sinfónica en el Solís. Nos empezamos a juntar con la gente del Solís, con el director de la Sinfónica, y tuve que estar atento a mil cosas. Busqué antecedentes y nunca se había hecho algo así. Mi razonamiento fue: como nunca se hizo, hay que hacerlo, para sentar un precedente. Y quería grabarlo, registrarlo, para dejar un documento histórico de ese día. Eso lo hacía aún más difícil. Y lo otro eran las instrumentaciones. Hablé con Franco Polimeni, el arreglador de la Sinfónica. Él hacía arreglos, yo corregía; si estaba muy ruidoso, se bajaba, y así… 

¿Por qué creés que sigue siendo un material exitoso y productivo?

Hay varios motivos. El primero es que no había algo así, llenó un espacio que estaba vacío: no había música para chicos con TEA. El segundo, que tiene que ver con toda la realización de arte, es que es real, es auténtico. En el arte se nota lo que es auténtico. No es una persona que pensó que esto iba a ser un buen negocio. No: es un papá que realmente quería que su hijo mejorara, y las canciones mejoraron a su hijo. Y entonces decidió compartirlo, para otros padres, para otros chicos. Y cada cosa que hacemos con Villazul tiene el mismo precepto: tratar de que eso realmente ayude. Y estar encima de cada detalle para eso: el sonido, las luces, la iluminación, todo. 

En el último disco (Villazul: música para aprender Vol. 2) abrimos la puerta a que la gente nos sugiriera canciones que ellos precisaran. Entonces, hay cinco canciones que sugirió la propia gente. Por ejemplo, hay una canción para que el hijo aprenda a andar en bicicleta, o una canción sobre la muerte. “Mi hijo acaba de perder a su abuelo, entonces me gustaría que hicieras una canción que les enseñe que las personas se mueren”, me dijo alguien. Tuve que hacer una canción en un disco infantil que se llame “La muerte” y que diga que nos morimos. Villazul abre con “A levantarse” y cierra la trilogía con “La muerte”.  

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“No es una persona que pensó que esto iba a ser un buen negocio. No: es un papá que realmente quería que su hijo mejorara, y las canciones mejoraron a su hijo. Y entonces decidió compartirlo, para otros padres, para otros chicos”

¿Sentís que como artista quedaste encasillado como “el de Villazul”?

Sí. Me ha pasado eso. Al principio me costó eso, porque yo soy músico para adultos, compongo y toco canciones para adultos. Me pasó cuando saqué el disco El cuarto, en 2017, que me decían: “Qué lindo tu último disco, El cuarto, pero Villazul…”. Yo quería hablar de mi nuevo disco, pero volvían a hablarme de Villazul. Y… después de un tiempo, hice las paces con eso. Si quedo como “el tipo de Villazul”, no me molesta.

Un amigo, Carlitos, hizo mucho hincapié para que pasara eso. Yo hacía mucho esfuerzo por separar las cosas. En un momento, fui a un lugar a tocar mis canciones, que son medio contestatarias, ¡y estaba lleno de niños! Y yo dije: “ta, pero no es un show de Villazul”. Y me pedían canciones de Villazul. O tocaba con Villazul y me pedían canciones mías, de solista. Y en un momento Carlitos me dijo: “Vos sos eso, relajá, sos todo eso”. Y bueno, empecé a relajarme, y ya no me parece mal.

El año pasado sacaste el disco Décimas del interior, donde tomás canciones del rock o el pop (de Creedence a Dire Straits, a otras de habla hispana) y las hacés en versiones zamba, milonga o folclore. ¿Por qué este disco es un homenaje a tu padre?

Mi viejo era re folclórico, re tanguero, y en los asados yo le ponía un disco de rock o en inglés y me decía que sacara eso. Pero yo agarraba la guitarra y le hacía una versión castellanizada y la cantaba yo, y me decía: “Qué linda chamarrita, ¿de quién es? ¿De Chalar?”. “¿Te gusta? Es de los Beatles”, le decía yo. Entonces le pasaba la canción original y me decía: “Esa no me gusta, me gusta la que hacés vos”. Y de a poco lo fui convenciendo, incluso, hace unos años me dijo: “Ojo, no me gusta… pero qué interesante la melodía de Prince”. “¡Viste!”. Y escuchaba cosas de Elvis o Los Beatles. 

Recuerdo haberle cantado “Nothing else matters” [de Metallica] en español. Se la pasé como zamba y le encantó, después le pasé la original y le pareció horrible. Y cuando falleció papá, hace cuatro años, quise hace un disco con versiones mías y castellanizadas de grandes canciones, en homenaje a él.

Te siento muy cómodo viviendo en el interior, en Maldonado. ¿Sos de los que evita al máximo ir a Montevideo?

Soy un canario preso en el cuerpo de un montevideano. Amo el interior, la tranquilidad del interior. Me radiqué en Maldonado porque en mis viajes por América nunca pasé por las grandes ciudades, yo iba a los pueblitos chiquitos de Misiones, de Jujuy.

Más allá de la modestia, ¿sentís que has colaborado en algo para vencer prejuicios, intolerancia, y aportar a la integración de personas con alguna discapacidad o trastorno?

Me lo dicen mucho. Yo siento que he hecho poco, para lo que me gustaría haber hecho. Pero bueno, siempre sigo intentando hacer más. Me parece que somos todos pequeños maestros desde nuestro lugar. Yo lo que hice fue tomar mi lugar en la vida como mochilero, como músico, como yoquesé, y volcar esos conocimientos en algo egoísta: “Yo no puedo cambiar a mi hijo. Pero puedo cambiar el mundo para que mi hijo esté mejor”. Entonces, primero fue algo egoísta, querer mejorar el lugar para mi hijo. Pero después lo apliqué para otros niños y otros padres. Una vez el presidente de la Federación de Autismo me dijo que nunca se había hablado tanto de autismo en Uruguay desde que salió Villazul. Ese fue un gran elogio para mí, porque nuestro gran enemigo en la sociedad es la ignorancia. 

Che, ¿Antonio es feliz?

Sí, muy feliz. Antonio, Matilde y Enzo (mis tres hijos) están teniendo una infancia feliz, y él, en particular, siempre fue feliz. Y ha sido un gran maestro. Muchas veces estábamos tristes con la madre y lo mirábamos y yo decía: “Pero él está bien, ¿por qué estamos tristes nosotros?”. Muchas veces está en nuestra cabeza el problema. 

¿Y vos sos feliz?

Bueno, la felicidad es un promedio. No se puede ser 100% feliz siempre, sería horrible la vida así. Es necesario tener momentos tristes para después disfrutar la felicidad. Estoy hablando ahora contigo, y disfrutando un momento único en un lugar precioso, por un momento muy triste que fue que a mi hijo lo diagnosticaron con autismo. Pero ese momento generó mucha felicidad que vino después. Es como escalar una montaña, algo que nos gustaba hacer con mi señora, y era un sufrimiento para llegar a la felicidad de la cima.  

Por César Bianchi


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