Contenido creado por Martín Otheguy
Reimaginando la política

El reality show final

Las elecciones tratadas como consumismo político están haciendo sufrir a la democracia

El analista Michael Meurer explica cómo las elecciones estadounidenses se convirtieron en una "forma elaborada de consumismo político vacío".

13.08.2019 16:52

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2019-08-13T16:52:00-03:00
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Por Michael Meurer

El desplazamiento del compromiso cívico significativo por el consumismo político y un espeluznante espectáculo mediático está sofocando a la democracia estadounidense. En el ciclo electoral de 2016 se gastó un récord de $6.5 mil millones de dólares, un total que excluye el dinero oscuro, imposible de rastrear. La conquista consumista de la vida cívica se hizo casi completa, con el vacío ruido partidista reverberando las 24 horas de los siete días de la semana a través de las cámaras de eco de los medios globales, en proporción inversa a la marchitada sustancia de la vida cívica diaria.

Antes del advenimiento de la política del espectáculo, los expresidentes Jimmy Carter y Gerald Ford aceptaron fondos públicos durante la campaña presidencial de 1976 y gastaron $35.5 millones y $33.4 millones respectivamente, un total que con ajuste de la inflación es de $158 millones. Hoy, el espectáculo de la campaña multibillonaria es permanente, interrumpido solo por un día para las elecciones.

Una democracia saludable se basa no en lo que el filósofo Guy Debord describió como "una inmensa acumulación de espectáculos", sino en la práctica y la actitud diaria de la vida civil comprometida de los ciudadanos, que trabajan lejos del nexo de los partidos políticos patrocinados por las corporaciones.

Contrarrestar el traspaso de poder de la democracia al consumismo requiere comprender su lógica subyacente y su mecánica organizacional.

El papel de los partidos políticos y los medios en los espectáculos electorales

Los partidos estadounidenses Republicano y Demócrata del siglo XXI son operaciones de lavado de dinero, en las que las inversiones en efectivo se convierten en capital político para una pequeña clase de donantes compuesta por corporaciones, bancos y los ricos, que entregaron el 67.8 por ciento de todas las donaciones políticas en las elecciones del ciclo 2016.

El trabajo de los partidos es gestionar y promover sin descanso una competencia electoral multibillonaria permanente entre docenas de candidatos-concursantes, que compiten por representar a una de las dos principales marcas en la ronda final de noviembre. En el ciclo electoral de 2020, 24 candidatos presidenciales demócratas declararon sus candidaturas entre 20 y 25 meses antes de las elecciones, mientras que el presidente Trump solicitó su reelección el 20 de enero de 2017, el mismo día de su asunción.

Una vez que se seleccionan los candidatos patrocinados oficialmente, el trabajo de los partidos pasa a ser promover el blockbuster de las próximas elecciones en los términos más apocalípticos posibles, para despertar a un electorado cansado y desviar la atención de la ética imperial que subyace en toda la inciativa.

Este patrón fue establecido en las elecciones presidenciales de 1964 por el infame aviso (el "Daisy ad") del expresidente Lyndon Johnson, que advertía sobre el advenimiento del holocausto nuclear si su oponente republicano Barry Goldwater era elegido. En 1968, el expresidente Richard Nixon continuó el tema con un lema de campaña que advertía a los votantes: "Esta vez, voten como si todo su mundo dependiera de ello". Cada elección se promociona como "la más importante de nuestra vida", con un apocalipsis casi seguro si el candidato equivocado es elegido.

Los partidos otorgan subcontratos lucrativos de marketing para este "espectáculo de fin del mundo" a los medios de comunicación controlados por empresarios de noticias multimillonarios, como Jeff Bezos (The Washington Post), la familia Sulzberger y Carlos Slim (The New York Times) o Rupert Murdoch y su familia ( Fox News, Wall Street Journal), y una constelación de corporaciones globales (Viacom, Time-Warner, GE, Disney, Clear Channel) que controlan la mayoría de otros medios de noticias importantes: NBC, ABC, CBS, CNN, etcétera. Las tareas de las redes sociales se reparten entre Facebook y sus filiales (WhatsApp, Instagram, Oculus Virtual Reality), Alphabet (Google y YouTube) y Twitter.

A cambio de que se les dé carta blanca para impulsar los ratings y disfrazar sus resultados, el trabajo principal de este grupo de conglomerados de medios (tradicionales y nuevos) es normalizar la mercantilización permanente de la política del espectáculo, de manera tal que asegure resultados que causen la mínima perturbación de la estructura, las operaciones del capital global y el estado de guerra permanente.

OpenSecrets estima que desde julio de 2015 hasta octubre de 2016, Trump recibió prensa gratuita por un valor de más de $ 5.9 mil millones de dólares, mientras que la exsecretaria de Estado Hillary Clinton recibió casi $ 2.8 mil millones. A cambio de esta cobertura de noticias gratuita, 3.3 millones de anuncios de TV paga se emitieron en 2016, generando un récord de $ 2.3 mil millones en ingresos, mientras que los ingresos por anuncios de Facebook aumentaron un 57 por ciento en 2015 a un máximo histórico de 26 mil millones de dólares.

En el extremo inferior del espectro de los medios, decenas de miles de pequeños donantes (32.2 por ciento del total de las donaciones) donan con entusiasmo a los candidatos que prometen un cambio radical mientras afirman que no aceptan dinero con intereses especiales.

Estos donantes son como inversores diarios (day traders) políticos aficionados, que invierten en marcas políticas alternativas y nuevas empresas de campaña que rara vez tienen éxito. El proceso de sobrevivir al degradante proceso de escrutinio del espectáculo garantiza que cualquier candidato que emerja esté cautivo del sistema global financiero que los generó.

Incluso las campañas basadas en temas de cambio y una política de esperanza se transforman rápidamente en una prédica basada en la guerra permanente, la consolidación del capital y el crecimiento inexorable de la desigualdad económica.

Esto no es democracia. Es una forma elaborada de consumismo político vacío a la que se drenó lo más posible de una acción política significativa.

Cómo funciona el espectáculo político del consumidor

Existe una relación simbiótica entre los métodos utilizados en el marketing de consumo y las estrategias y tácticas empleadas en las campañas políticas.

El manejo del descontento del consumidor, en la forma de cambio de marca incesante, se ha convertido en un tema dominante de la cultura empresarial de los EE. UU. Los analistas de marketing describen una "economía cambiante" en la que la mudanza habitual de marca ha aumentado casi un 30 por ciento desde 2010.

Por lo tanto, el nuevo idioma de la clase de marketing está cargado de jerga política sobre estrategias que promueven un "compromiso significativo" y "empoderamiento" al brindar a los consumidores "experiencias auténticas" para ganar lealtad y confianza.

Estas tácticas y estrategias ahora se utilizan para gestionar el descontento político.

Gallup informa que en junio de 2019, entre el 41 y el 46 por ciento de los estadounidenses se autoidentificaba como "independiente", entre los porcentajes más altos desde que comenzó la encuesta de afiliación partidaria de Gallup en 2004. Condicionados a pensar y actuar como consumidores, y sentir que no tienen una salida significativa para sus impulsos políticos más profundos, una cohorte considerable dentro del electorado ha pasado de mala gana del deseo de cambio, al intercambio de marcas políticas en un nuevo mercado electoral, centrado en las interminables distracciones del espectáculo permanente.

El corresponsal de política de la Rolling Stone, Matt Taibbi, observa que la idea fundamental de Trump en 2015-2016 fue que las elecciones presidenciales de los Estados Unidos se convirtieran "básicamente en un gran reality show ... con malos personajes", en el que los productores del show tienen la imposible tarea de convertir a "sedantes humanos" -como el ex-gobernador de Wisconsin Scott Walker o el senador de Carolina del Sur Lindsay Graham- en estrellas políticas que puedan atraer a los votantes.

Taibbi señala que Trump se dio cuenta de que el show necesitaba nuevos valores de producción con un "actor de reality en el medio ... para aprovechar el escenario" que viene con un presupuesto de producción multimillonario.

Existe amplia evidencia de que muchos votantes rechazan las dos marcas partidarias y quieren mandar al diablo todo el sistema. Por ejemplo, un análisis posterior a las elecciones realizado por The Washington Post encontró que un porcentaje electoralmente significativo de los votantes de Obama se cambió a Trump en 2016. Compartieron comentarios del tipo "Necesitamos cambiar todo" y "Estoy emocionado de verlo detonar el lugar".

El New York Times informa que "los votantes que cambiaron del presidente Obama al Sr. Trump en 2016 fueron decisivos". Además, 7.8 millones de votantes lo hicieron por candidatos de terceros partidos en 2016, llevando al destacado analista Stuart Rothenberg a concluir: "Su gran performance se debió a la impopularidad de los dos nominados a los principales partidos".

Dada la debilidad actual de la identificación partidaria, se puede convencer a un número electoral significativo de votantes para cambiar de marca política tan fácilmente como las marcas de consumo, basadas únicamente en halagos de mercadotecnia exagerados, que ofrecen la emoción barata de romper tabúes. En 2016, la campaña carnavalesca de Trump, con su exaltación fascista desenfrenada de la nación y la raza por encima de comunidad y la vida civil, les dio un vehículo para hacerlo.

Con Estados Unidos enfrentando amenazas nucleares y crisis ambientales a lo largo y ancho del planeta, la política multimillonaria de actuación, espectáculo y carnaval racista no solo son inadecuados para los desafíos políticos de hoy: son una clara amenaza para la democracia y la paz.

Reimaginando la civilización política democrática

El diplomático e historiador francés Alexis de Tocqueville observó que "la democracia depende de muchas cosas además de votar". Por el contrario, creía que la característica más importante y distintiva de la democracia estadounidense era la universalidad de la "asociación civil voluntaria libre".

La asociación civil, en la que ni el gobierno ni los mercados privados son soberanos, es el campo de entrenamiento de la democracia. Crea ciudadanos emocionalmente maduros, no votantes partidistas fácilmente manipulables por la política divisiva de los partidos. Esa es su función vital.

Estados Unidos ya no se molesta en entrenar ciudadanos en democracia. La votación, con su caída en el consumismo político, abre la puerta a la demagogia fascista y es claramente insuficiente para sostener la democracia. Esto no es un tema menor. Está en el centro de la disfunción política actual de los Estados Unidos.

Encontrar formas de que el espectáculo político permanente de hoy rinda cuentas es un trabajo necesario y vital. Sin embargo, no puede convertirse en un sustituto del trabajo a largo plazo de reinventar y reconstruir una sociedad civil democrática moderna.

Los desacuerdos políticos agudos son inevitables, pero el núcleo de una sociedad civil sana es el civismo y, en última instancia, la civilización misma. Es solo a través de la asociación civil que los ciudadanos aprenden a lidiar con sus diferencias para avanzar en una causa común.

Los partidos no pueden hacer el trabajo de construir la sociedad civil. Solo los ciudadanos pueden. Su trabajo se ha llevado a cabo tradicionalmente en la economía social no monetaria, un espacio fuera del mercado consumista del mercado donde pueden reunirse voluntariamente para resolver problemas de la comunidad, como el papel de las iglesias negras durante el movimiento por los derechos civiles.

Durante la última década, nuevas formas de mapeo social de código abierto han comenzado a trazar la variedad de asociaciones civiles y a facilitar las conexiones entre ellas, basándose en la creencia de que la acción colectiva depende de las redes sociales que las asociaciones civiles encarnan.

En ausencia de las prácticas asociativas y los efectos amortiguadores de la asociación civil, los problemas sociales adquieren un alcance nacional, mientras que la vida política, desafiando la máxima de que todas las políticas son locales, se convierte en un espectáculo para consumidores.

Artículo original en Truthout

Sobre el autor


Michael Meurer es el fundador de Reimagining Politics, un proyecto que está encontrando, difundiendo y conectando modelos transformadores de la asociación civil a través de experiencias educativas únicas en universidades, organizaciones cívicas, ONG y agencias de gobierno de todo el mundo. Los lectores pueden seguir el trabajo educativo de Reimagining Politics suscribiéndose a su boletín gratuito en https://ReimaginingPolitics.org.