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Arriesgados "saltos de fe" lograron salvar la vida de algunos pocos prisioneros del nazismo. De no haber saltado, dichas personas hubieran debido afrontar las penurias de los campos de concentración, y muy probablemente la muerte.
Leo Bretholz es uno de esos prisioneros entrevistados por la investigadora Tanja von Fransecky para su estudio "Judíos que escaparon de los trenes de deportación ".
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Bretholz no tiene un número tatuado en su brazo. Fue uno de los pocos en escapar de las cámaras de gas nazis al atreverse a saltar de uno de los trenes fuertemente custodiados, cuando era trasladado a Auschwitz.
El contenido de las letrinas del vagón de ganado donde lo transportaban le ayudo a escapar. Para su fortuna, estaban tan llenas como el mismo vagón donde él se apiñaba junto a decenas de prisioneros en un horrible viaje desde París al mencionado campo, situado en territorio polaco.
En la noche del 5 de noviembre de 1943, Bretholz -que entonces tenía 21 años- y su amigo Manfred Silberstein pasaron horas intentando separar los barrotes de una pequeña ventana. Habían utilizado sus buzos como cuerdas improvisadas, cuando alguien les sugirió que los mojaran para darles mayor resistencia. A falta de agua, los muchachos empaparon las prendas en el contenido de las letrinas.
"He luchado para superar mis sentimientos de náusea" recuerda Bretholz en el libro. "Me agaché y empapé mi buzo en la orina. Había pedazos de excremento flotando en ella. Me sentí humillado. Fue la cosa más repugnante que jamás había hecho ", agrega.
Sin embargo, el truco dio resultado. Los dos jóvenes fueron capaces de forzar los barrotes de la ventana lo suficiente como para colarse. Ambos se colgaron hacia el exterior del vagón, intentando desesperadamente evitar los focos que los vehículos de custodia apuntaban a menudo hacia el convoy. Cuando el tren pasó por una zona especialmente oscura, ambos saltaron.
Leo Bretholz pasó el resto de la Segunda Guerra Mundial huyendo de los nazis. Su muerte en Estados Unidos hace apenas una semana, a los 93 años, coincidió con la publicación en Alemania de la investigación de Fransecky, en la que se cuentan historias inéditas de 764 personas que lograron escapar del Holocausto saltando de los trenes que los transportaban.
La historiadora pasó cuatro años realizando entrevistas e investigando archivos en Israel y en toda Europa. Al finalizar su trabajo, admitió su asombro por el número de personas que habían logrado escapar del Holocausto de esta manera. "Me sorprendió que esto sucediera. Siempre había pensado que los vagones se llenaban hasta los topes a la salida y simplemente se abrían a la llegada, y que no podía suceder gran cosa en el camino", dijo en declaraciones a The Independent.
Sin embargo, la autora acabó por convencerse de que a menudo muchas cosas ocurrían en el camino. Escenas dramáticas y terribles eran protagonizadas por los prisioneros que decidían hacer un último intento para liberarse. En algunos casos, como en el relatado líneas arriba, apelando a ropas empapadas de orina como pasaporte a la libertad.
Con frecuencia, los fugados se enfrentaban a airadas críticas de los demás pasajeros asustados. "¿Acaso no se les había dicho que todos serían fusilados si alguien escapaba? "¿Quién va a cuidar de los ancianos, los enfermos y los niños pequeños?", decían.
Fransecky subrayó que los fugitivos se enfrentaron a un profundo dilema moral, sobre todo quienes dejaron atrás a seres queridos. "Es una de las razones por las que muchos sobrevivientes guardaron silencio durante años después de la guerra ", agregó
Simon Gronowski , de 82 años, no habló de su salto a la libertad durante casi 60 años. Cuando tenía 11 años fue recluido en un pequeño campo cerca de Amberes, desde el que los prisioneros luego eran derivados a otros mayores. Su padre había logrado escapar de la Gestapo y él confiaba en encontrarlo. En su barraca había oído hablar de personas que huían saltando de los trenes, por lo que se puso a practicar tirándose desde su litera al suelo.
Su oportunidad llegó en marzo 1943, cuando él y su madre eran llevados a Auschwitz en un maloliente vagón de ganado. Animados por una incursión de combatientes de la resistencia, que lograron liberar a 17 judíos del tren, un grupo de hombres en el vagón logró forzar la puerta.
Cuando el tren aceleró, Gronowski dudó pero acabó por saltar. Las últimas palabras que oyó de su madre fueron" el tren va demasiado rápido". Ella permaneció en el vagón y fue muerta en Auschwitz poco después de llegar.
No todos los que saltaron de los trenes lograron vivir. Tal es el caso que cuenta Willy Berler, quien junto a otros siete jóvenes forzaron un ventanuco para fugarse. Uno de ellos, sin embargo, murió en el intento. "Vi como mi compañero subía por la ventana, pero no consiguió escapar", relata. "Cayó y quedó atrapado entre dos vagones, su cabeza se abrió como un melón, fue un espectáculo horrible", recuerda.
Asustado, decidió no saltar. Hoy en día, admite que "de haber tenido la más mínima idea de lo que me esperaba en Auschwitz, habría saltado". A diferencia de miles de personas, él sobrevivió al campo.
Gronowski, quien perdió a su hermana en Auschwitz, trató de ponerse de acuerdo con sus experiencias traumáticas recién en 2002.
En ese año se reunió con el guardia armado que lo hizo subir junto a su familia al tren de la muerte. El guardia le pidió perdón, y ambos lloraron abrazados. "Mi vida ha estado llena de milagros", suele decir.
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