Por Federico Pereira
F_PereiraGarcia
Hace cuarenta años, el 2 de abril de 1982, en el marco de la “Operación Rosario”, las fuerzas armadas argentinas iniciaron el desembarco de tropas en las Islas Malvinas, con el objetivo de ocupar el archipiélago e iniciar un proceso tras el cual el territorio pasaría a ser gobernado por el vecino país, tras 149 años de administración británica.
Uno de los integrantes de esas tropas de vanguardia que ocuparon el territorio fue Esteban Pino, veterano de la guerra de las Malvinas que combatió con el Ejército argentino como parte de su servicio militar obligatorio. Pino, residente en Uruguay desde hace más de 25 años, contó a Montevideo Portal su experiencia uno de los conflictos más importantes de la historia reciente, una cicatriz que aún no termina de cerrar en el vecino país.
Oriundo de Buenos Aires, del barrio porteño de Retiro, Pino fue llamado a cumplir el servicio militar en en 1981, en el Regimiento n° 3 de La Tablada del Ejército argentino.
-Como la gran mayoría. Le decíamos “la colimba”, que era “corre, limpia y barre”. Para eso decían que eran los soldados, para ese tipo de boludeces. Digamos que no era algo serio. Fue obligatorio hasta un par de años después de la guerra. No fue solo por eso, sino que hubo un asesinato de un soldado conscripto y ahí se disolvió el servicio militar obligatorio. Que por un lado tiene eso de la gente al pedo, pero por otro lado a mucha gente que no tuvo la suerte que tuve yo de nacer en una familia clase media acomodada, a muchos les daba de comer y los influía, a muchos les enseñaron a leer y escribir. En el interior profundo el servicio militar cumplía una labor aparte. No soy facho ni mucho menos, pero entiendo objetivamente que cumplía una labor y una función que tenía su valor.
Lamentablemente era obligatorio, yo no hubiera ido, pero yo prefería ir a la universidad y formarme, pero para mucha gente era un año con responsabilidades, con aprendizajes, con educación y además, con comida.
-¿A qué edad entró a “la colimba”?
-A mi me sortearon cuanto tenía 16 años, como a todo el mundo y entré como soldado a los 18, el 19 de marzo del 81. Fue casi un año de servicio, que cómo te decía, no había chance de no hacerlo. Te tocaba y te tocaba.
En diciembre me fui en la primer baja, porque había distintos momentos para terminar de ser soldado. Y después me convocaron cuando Argentina recupera las Malvinas, el 2 de abril del 82.
-¿Cuánto tiempo estuvo en las Malvinas?
-Estuve 74 días.
-¿Cómo fue ese momento en el que se entera que tiene que ir a las Malvinas?
-Tenía 19 años, estaba pronto para empezar la universidad, me faltaban semanas, era a la vuelta de Semana Santa que yo empezaba la facultad y el 2 de abril me entero que Argentina recuperó las Malvinas. Contrariamente a la euforia que le significó a muchos argentinos —porque entienden que las Malvinas son argentinas y siempre tuvieron ese valor—, yo dije “uy, qué cagada con esto, me van a llamar de vuelta a la colimba”. No me generó esa alegría que a mucha gente si, lo que se veía en la plaza (de Mayo) con (el presidente de facto, Leopoldo Fortunato) Galtieri arengando, sino que me generó un grado de preocupación grande, porque me iban a cortar mi primer año de facultad.
Eso fue el 2 de abril. Viendo televisión a la noche en casa con mi familia lo veo a mi hermano, que es dos años más chico que yo, presentándose como voluntario para ir a las Malvinas. Yo pensaba “no puedo creer este boludo presentándose y a mí me van a llamar en serio”. Me generó impotencia.
-¿Por qué se presentó voluntario?
-Bueno, él se presentó porque se sentía patriota y pensaba que podía aportar algo a esto que todavía no sabía que era una guerra. Era “Argentina recuperó las Malvinas y está mandando tropas —en total 10.000 soldados—a las islas a ocupar”.
Todo esto pasó en casa, los sentimientos encontrados. Yo lamentando que me iba a tocar y mi hermano contento de haberse presentado. Y mis viejos la típica. Mi padre preocupado pero orgulloso de su hijo que se presentaba y preocupado por el otro que lo iban a convocar. Y mi madre aterrada como toda madre. Hoy teniendo cuatro hijos me doy cuenta lo que debe haber sido, que te manden un hijo a la guerra. La incertidumbre de la guerra es terrible.
En esa época no había información, no había internet ni teléfono para comunicarte. Podías escribirles telegramas que decían “estoy bien, saludos” o “vamos ganando, saludos”. Y por ahí recibías uno de tu familia. Pero si me hubiera muerto, se hubieran enterado mucho tiempo después.
Incluso a mi viejo primero le habían dicho que a mí en un bombardeo me habían amputado una pierna y después le dijeron que había muerto y él en vez de contárselo a su mujer, a mi madre, se lo bancó solo hasta que se enteró que yo estaba vivo.
De todas las cosas que viví en la guerra, desde el miedo, el hambre, el frío, la sed, creo que la más difícil es la incertidumbre. No sabés si va a durar dos meses o años como la guerra de Vietnam, o si vas a seguir vivo o morir.
-Hablando de Vietnam, hay quienes hacen el paralelismo entre lo que significó esa guerra para Estados Unidos con el caso de las Malvinas para Argentina. No sólo por la derrota y el trauma posterior, sino por la cantidad de jóvenes de 18, 19, 20 años que iban a combatir. ¿Cómo fue eso? ¿Tenían experticia en el manejo de armas?
-En Argentina se vivió lo que se dio a llamar “proceso de desmalvinización”. O sea, ocultemos esto, no se habla de esto y ahí se empezó a hablar de los “chicos que fueron mal equipados, pobrecitos”. La realidad es que no íbamos tan en bolas como dicen, en cuanto a entrenamiento ni armamento. Incomparable igual con la segunda potencia mundial en materia de guerra, como era Gran Bretaña. No había chances de ganar.
Pero tampoco se la llevaron de arriba los ingleses. A medida que pasa el tiempo y se desclasifican los secretos de estado de ambos países, te vas enterando que los argentinos defendimos bien la posición; que la fuerza aérea se destacó con mayúscula. La aviación argentina fue muy bien ponderada y el ejército se defendió de la mejor manera que pudo, contra otro enfrente que era mucho más poderoso, en armas en entrenamiento.
Además se comprobó que Estados Unidos estaba a favor de ellos. Hoy se pueden escuchar recomendaciones en ese momento del presidente (Ronald) Reagan hablando con Galtieri, diciéndole que si tenía que tomar partido, iba a hacerlo por Gran Bretaña.
Sobre la relación hoy entre los argentinos y los ingleses, Pino comenta que hoy él entabló amistad con el jefe de operaciones de los Gurjas (Gurkhas, en inglés), un comando de soldados mercenarios nepalíes al servicio de las fuerzas británicas, a quién conoció hace más de 15 años en una charla que dieron juntos en Argentina sobre la guerra. Con el ejemplo de su amistad con el veterano inglés, quiso destacar los lazos que se pueden mantener entre quienes en un momento fueron enemigos, pero que vivieron la misma experiencia. “Es un inglés que fue nuestro principal enemigo. Por lo menos en la mente, porque después nunca entramos en combate con los Gurjas, si con los ingleses”, añadió.
Contó el ejemplo de otro soldado argentino, que con un coronel inglés fueron a las Malvinas a identificar, uno por uno y con nombre y apellido, a más de 200 soldados argentinos muertos en el combate. Hoy el 99% de esos cadáveres están identificados, comentó Pino y agregó: “hay, por supuesto, argentinos que siguen resentidos contra los ingleses y ya la palabra les rechina, así como también los hay del lado inglés. Pero me parece que es bueno entablar diálogo. Saber que éramos soldados enviados por los gobiernos; que no elegimos la guerra, nos tocó”.
-Lo llaman al regimiento, ¿y después que pasó?
-Me presento en el cuartel y ahí me dicen que el cupo está lleno, así que no sabíamos si íbamos para las Malvinas o a otro lado, pero yo no entraba en la compañía. En ese ínterin veo muchas escenas, pero la que más recuerdo es la de una madre abrazando a un soldado todo vestido de verde, los dos llorando a mares. No se que me salió a mi, siempre digo que no fue una señal de patriotismo, sino que creo que fue empatía. Le dije a mi superior: “Sargento, me cambio con este soldado”.
Y así fue. El sargento le mandó sacar toda la ropa al soldado y él se fue con la madre. Yo, vestido de verde, preparado para ir hacia algún lado que terminó siendo la paliza. De estar un viernes santo en la chacra que tenían mis viejos, el domingo estaba, en la noche, desembarcando en las Malvinas. En la velocidad vertiginosa de todo lo que pasó, en muy pocas horas, mis viejos menos ni me acompañaron a Buenos Aires ni nada, simplemente me dijeron te vemos el domingo, te visitamos por el regimiento. Cuando me fueron a visitar al regimiento, yo ya estaba en Malvinas.
-¿Cómo fue la llegada a las Malvinas?
-El desembarco es una de las cosas que me acuerdo hoy perfecto. Estar adentro de un avión, todos vestidos de combate, espalda con espalda, sentados en el piso. El aterrizaje no fue de emergencia pero si en una pista corta y siendo un avión grande, con una frenada importante. Adentro del avión hacía un calor infernal por la cantidad de soldados y cuando se abre la compuerta, entra un viento, un frio tremendo, un golpe infernal.
Y además, una noche oscura como no se ve en ningún lado, porque no sólo no había luces, porque nos estábamos preparando, sino porque allá las islas son muy poco habitadas y está nublado el 90% de los días.
Oscuro, ruido de helicópteros y órdenes a los gritos, sin ver nada, bajamos con un bolso que pesaba cerca de 20 kilos. Yo llevaba un FAL —un fusil—, más el cuchillo reglamentario, una pala, alguna muda de ropa adicional y media carpa, porque compartías la otra mitad con otro soldado.
Nos llevan a un lugar y nos dicen “acampamos acá”; pero no campamento, sino que dormimos como pudimos. Teníamos nuestra manta, nos tapamos y a la mañana vimos que estábamos en lo que era el aeropuerto, que estaba totalmente agujereado por las balas y le faltaba el techo. Dormimos apilados para darnos calor mutuamente; eramos como 200 soldados tirados en el piso.
Las islas son lindísimas, es como el sur argentino. Estás ahí y decís, “qué lindo lugar para poder compartirlo con alguien”. Hacía frío, pero era un frio tolerable, porque además teníamos lo más importante, que después nos marcó mucho, la comida. Pasamos como de campamento al principio, en condiciones un poquito más duras que antes, en el entrenamiento militar. Hasta que entró la incertidumbre de si iba o no a haber guerra.
Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. Nosotros escuchábamos la radio y por radio nos enteramos, el 25 de abril, que las tropas inglesas estaban llegando al sur. Obviamente que en esto de mentirnos nos decían que no. Después nos dijeron que si llegaron, pero que habían sido repelidos y que los ingleses se volvían.
-¿Y eso hasta cuándo duró?
-En una de las tantas guardias nocturnas, estaba muy oscuro y hacía muchísimo frio. Entonces le digo a mi compañero de carpa: “Cabral, me faltan unos minutos para terminar la guardia, me meto en la carpa porque no aguanto más el frio”. Además, no pasaba nada. Me saco los borceguíes, me los aflojo, me saco el correaje —que es el armamento que llevas, las balas, el sable—, me suelto el cinturón y me meto en la carpa. A los minutos, siento algo que nunca en mi vida volví a escuchar y si a soñar. Un estruendo impresionante. Y a los segundos, otro.
Ante el desconcierto empiezo a acomodarme todo el correaje, abro la carpa y empiezo a escuchar: “soldado Pino, soldado Pino, el parte”. Yo tenía que dar información de lo que estaba pasando y no tenía la menor idea. Cuando salgo y miro que para el lado de Puerto Argentino (capital de las Malvinas, llamada Puerto Stanley por los ingleses), había unas llamaradas terribles, sonido de disparos, impresionante. Nosotros estábamos a 8 kilómetros de Puerto Argentino, en Monte William. Eso fue a las cinco de la mañana del 1° de mayo, el primer día de guerra sobre las islas.
Ahí todos fuimos a las trincheras que medían 30 centímetros de profundidad y en cuestión de minutos ya median un metro. A medida que amanecía y a medida que pasaban las horas, veíamos los barcos ingleses acercarse, las bombas que nos tiraban, que al principio pensábamos que nos pegaban al lado y estaban pegando a kilómetros.
Ese mismo 1° de mayo, a las 9 de la mañana, sentados en las trincheras, vemos un avión que pasa detrás nuestro, que viene bajo y hacia los barcos. Las tropas, todos entendiendo que era un avión enemigo, nos juntamos y lo tiroteamos hasta que vemos que el avión va en picada y cae sobre el mar.
Una euforia impresionante, abrazos, más tiros al aire. “¡Viva la Patria!” Segundos después, otro avión, igualito a ese, viene más rápido y más alto, sigue derecho, va hacia los barcos y vemos como los bombardea. Ahí nos dimos cuenta que eran propias tropas. Recuerdo la desazón y la angustia. No lo podes entender ni explicar.
Con eso de que el principal derrotado es la verdad, nos dicen que el piloto del primer avión se pudo eyectar, que lo salvaron helicópteros argentinos. Una linda historia. Nos fuimos a dormir ese día, ya en clíma de guerra, pero con una linda historia que era que el soldado se pudo salvar. Y te quedás con la sospecha, de decir, ¿será verdad?.
Pino contó que desde ahí, los días fueron pasando de forma similar, pero que cada día pasaban más hambre. Lo que al principio era una comida asegurada dos veces al día, pasaron a ser raciones de combate que dejaban para que rindieran varios días y que “algún día llegaban con comida caliente, pero cada vez menos consistente”.
El frio fue otro enemigo. Hasta el día de hoy, Pino comienza el 2 de abril a fijarse la temperatura que hay en Malvinas, hasta el 14 de junio, para saber si todo lo que cuenta “es real”. Hay temperaturas de entre cinco y diez grados bajo cero en las islas, cosa que empeora con el viento y la lluvia, ambos presentes día a día. Pino explicó que, como ya no vivían en las carpas, sino en los pozos, cuando llovía, al mojarse la única forma de secarse era con la propia temperatura corporal, porque no era posible ni bañarse ni nada similar.
-Nosotros estábamos en un lugar que sólo recibíamos la visita de “la morocha”, que era el camioncito que traía la comida y algún cura que veía cada 15 días a darnos esperanzas, pero no nos movíamos de allí.
Yo viví con la misma ropa, todos los días. Viví mojado y estuve esos 74 días sin bañarme. Cuando no te bañas —cosa que te das cuenta después, cuando ves a otros u olés a otros— se te ennegrece el cuerpo, las manos, los pies, de la mugre. Me acuerdo que me limpiaba las manos y a las horas me salía de nuevo la mugre que tenía. Pasé frio, pasé mucha hambre. Bajé 14 kilos en esos 74 días, y no soy el que más bajó.
Nos daban un litro de agua por día, cuando por ahí necesitas más de un litro. Hasta que teníamos sed y la única forma de saciarla era ponernos en cuatro patas, como un perro, a tomar de los charcos. Esa agua estaba helada, pero nadie nos podía prohibir tomar eso. Así que lo que hacíamos era cuidar que nuestros charquitos estuvieran bien cuidados, que nadie nos hiciera pis cerca.
Como a muchos otros soldados argentinos a medida que avanzó la guerra y se acercó la victoria británica, a Pino y a sus compañeros los tomaron prisioneros las fuerzas inglesas. Desde el 14 de junio estuvieron cinco días limpiando la capital malvinense. En ese tiempo, descubren unos depósitos llenos de comida argentinos. “No podíamos parar de comer, agarrábamos todo y abríamos y comíamos”, comentó.
-Como muchas cosas en la vida hay distintas versiones. A mi los ingleses me trataron muy bien. A un intimo amigo mío que estuvo allá le hicieron sacarse la ropa y le pegaron con una vara.
Ser prisionero fue otro momento feo. Cuando perdes la guerra es una cosa espantosa. Cuando entregas el armamento y te hacen entregar el casco, las balas, hasta el cinturón y los cordones de los borceguíes para que no te ahorques ni mates a uno de ellos, es un momento inolvidable.
Ahí volvimos en un barco inglés que nos llevó al sur de Argentina; tuvimos tres días de barco y a mi me tocó ser traductor de los ingleses, para poder explicarle a mis compañeros las órdenes más básicas. Éramos como 400, en ese barco, el Norland.
Llegamos a la Argentina y nos ocultaron como si fueramos bandidos los propios argentinos. Nos metieron en bondis que tapaban los vidrios con papel de diario para que no pudiéramos ver nosotros para afuera, pero menos nos pudieran ver para adentro. Nos llevaron a un cuartel, donde nos tuvieron una semana y nos dieron ahí si, toda ropa nueva, estábamos todos impecables, nos bañaron. Una cantidad de veces nos bañaron para que quedáramos más o menos prolijos y no oliéramos como olíamos, que éramos peor que alguien de la calle. Y nos dieron de comer como si estuvieran engordando a un pavo. Nos metían, todo el tiempo que podíamos, algo de comer.
Una semana estuvimos firmando documentos de que era traición a la patria contar lo que habíamos vivido. Nos amedrentaban y al mismo tiempo nos contaban que insertarnos en la sociedad iba a ser difícil, no para nosotros, sino para los otros, que no iban a entender lo que habíamos vivido, que no teníamos que contar nada.
Ese proceso duró una semana, después nos soltaron. Nos dieron unos días libres, no es que nos dejaron ser civiles como decíamos, volvimos a ser soldados. Después hubo una presión social importante de que nos dieran a todos la baja y asi fue.
Ahí terminó la guerra y empezó el proceso de desmalvinización.
Para Pino, al día de hoy, 40 años después, no hubo un solo gobierno que reconozca y se haga cargo de las necesidades que tienen los veteranos de la guerra y sus familias. Ni de los que murieron, ni de los que volvieron mutilados, ni los que regresaron “mal de la cabeza”. El exsoldado dijo que, además de la drogadicción, el alcoholismo, la hipertensión y otras secuelas, hoy “son más los suicidios después de la guerra que los muertos en las Malvinas”, cosa que según sostuvo, para de igual forma en el “lado inglés”.
Junto a su amigo Germán Estrada, también excombatiente, Pino escribió, más de veinte años después de la guerra, el libro "Contar Malvinas". Según explicó, durante esos años no podía hablar del tema de la guerra con nadie, hasta que la escritura del libro —que comenzó siendo para contar a sus hijos lo vivido— logró "sanar heridas" al ir hablando poco a poco sobre la Malvinas.
-Las Malvinas, ¿son argentinas?
-Definitivamente son argentinas. Ahora, la posesión de las islas, no la voy a ver yo, ni la van a ver mis hijos. Ojalá mis nietos. Yo creo que esto es un proceso que va a durar años de acercamiento, sin exigencia, sin patoterismo, sino por la vía diplomática y bueno, con el tiempo, civilizadamente, se va a dar.
Por Federico Pereira
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