La directora del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), Ana Juanche, supo cuando asumió su cargo que la tarea no iba a ser fácil, con un sistema carcelario sobresaturado, con delincuentes que operan desde los centros penitenciarios y un sistema de infraestructura cada vez más decadente.
Sin embargo, al momento de tomar la determinación, se enfocó en la fuerza y las ganas que tenía de lograr cambios, por más pequeños que fueran. Entre las situaciones detectadas, ha visto un crecimiento constante en la Unidad n° 5 de mujeres, que en el corto plazo será un problema.
Luego de que Juanche fuera entrevistara por Montevideo Portal, dos delincuentes atacaron la sede del INR y le dejaron un mensaje. Pese a esto, si bien la jerarca se mantiene en alerta, dijo que “lejos está” de dejar de trabajar en la misma línea.
¿Desde que arribó al INR, cuál es el diagnóstico que hace?
Como es público, el sistema penitenciario tiene una magnitud superlativa. Estamos llegando a más de 16.800 personas privadas de libertad. Esto implica que, entre el 1º de marzo —cuando se consolidó esta administración— y el día de hoy, hubo un incremento de más de 700 personas, por lo que llegaremos a fin de año con un crecimiento de aproximadamente mil personas.
El saldo neto entre ingresos y egresos siempre es de unas mil personas en
variación interanual, y esto se viene acumulando por lo menos a lo largo del
último quinquenio. Además, como se construyeron menos institutos liberatorios y
menos personas acceden a libertad anticipada y a la redención de pena por
trabajo y estudio, la población se condensa. Eso dificulta muchísimo no solo la
gestión cotidiana, sino también la intervención más especializada orientada a
la rehabilitación.
En los primeros meses tratamos de “panear” el sistema entero
y solucionar algunas dificultades críticas de asignación. Por ejemplo, el
centro de ingreso tiene capacidad para 100 personas y lo encontramos con más de
300. Lo mismo en los ya conocidos módulos 11, 10, 3 y 4 de la Unidad nº 4; la
Unidad nº 7 de Canelones; la Unidad nº 13 de Maldonado, y la Unidad nº 5 de
mujeres en Montevideo. Pero no son los únicos lugares con problemas de
asignación.
Hoy no hay espacio para ninguna persona, ni siquiera “realojando”
artesanalmente. En nivel crítico están las mujeres, lo cual nos preocupa
especialmente porque hay serias dificultades para ubicarlas con niveles mínimos
de dignidad. Estamos pensando en resectorizar y también en realizar algunas
construcciones rápidas para paliar el hacinamiento.
En diciembre vamos a recibir, por parte del Consorcio de Libertad, tres nuevas unidades en modalidad de participación público-privada. Fueron provistas por la administración anterior, pero a este gobierno le toca gestionarlas y comenzar los pagos.
Cuando se habla de desprisionalización, término que aparece en el programa de gobierno, ¿de qué lado se encuentra?
Sí, en realidad la desprisionalización alude a los mecanismos que restringen el ingreso a la cárcel. Es decir, no tanto como se tergiversa…
Que no es liberar presos.
Exactamente: es evitar que ingresen. Y esto con evaluaciones presenciales
basadas en evidencia, que permitan detectar a las personas con bajo riesgo de
reincidencia y que, contrariamente a lo que se piensa, encarceladas refuerzan
esos riesgos: la cárcel tiene un efecto iatrogénico.
Nosotros estimamos que al menos 2 de cada 10 personas
privadas de libertad podrían cumplir penas en la comunidad con medidas
alternativas, que no solo son más efectivas para reducir la reincidencia y
promover la reinserción, sino también más costoeficientes. Cada persona
privada de libertad le cuesta al Estado unos mil dólares por mes, y, en un
contexto de espacio fiscal limitado, esto sería un ahorro importante.
Pero vuelvo a los resultados: toda la evidencia
internacional muestra mejores resultados con medidas alternativas. El Estado
necesita revisar la política criminal y los cambios legales que han llevado a
usar la prisión como mecanismo casi exclusivo.
Las medidas alternativas se usan y se han ampliado, pero no en detrimento del uso de la prisión. En las mejores experiencias internacionales, las alternativas triplican o cuadruplican la prisión. Eso permitiría descongestionar y tener intervenciones más apropiadas.
¿Alcanza con cambios legales? No. Es necesario fortalecer la Dirección Nacional de Medidas Alternativas, que pueda focalizar técnicamente los planes de intervención, supervisar el cumplimiento de las medidas y crear nuevos institutos, como libertades vigiladas intensivas o simples, como existió en algún momento y como tiene Chile. Uruguay transitó por eso muy brevemente, pero sería adecuado restaurarlo.Ahí ustedes lo que están viendo es una especie de alarma específicamente con las mujeres, más allá de lo que pasa con los hombres. ¿Es así?
Por eso te decía: en términos relativos y proporcionalmente, el crecimiento de mujeres es mucho mayor que el de varones. Hoy son casi 1.500 mujeres privadas de libertad. En la administración anterior, no llegaban a 800. Es casi el doble.
¿Ahí jugó algún rol la Ley de Urgente Consideración [LUC]?
Sí. La LUC tuvo efectos directos. Esto ya se sabía porque lo advirtieron expertos en política criminal, el Comisionado Parlamentario, la Institución de Derechos Humanos, abogados penalistas y organizaciones de la sociedad civil. Cuando se incrementa el punitivismo en materia de drogas, el impacto es mayor sobre las mujeres.
¿Por qué?
Porque es un tipo de delito al que ellas se acercan como fuente de sustento mientras armonizan roles de cuidado. Gestionar una boca o formar parte de una red de comercialización suele ser una salida desesperada para mujeres de sectores muy deprivados, con personas dependientes a su cargo.
Sí, ahí también incluso se abre otro problema: esa mujer que va presa deja atrás una familia que queda un poco a la deriva, ¿no?
Eso tiene costos sociales importantes para la familia y para las redes sociales próximas. Para ella también. La privación de libertad implica ruptura de lazos. Las mujeres, sean madres o no, son mucho menos visitadas que los varones porque son ellas quienes cumplen los roles de cuidado. En el Penal de Libertad las visitas son predominantemente femeninas. En la Unidad 5, en cambio, además de haber poca gente, la mayoría también son mujeres; muy pocos varones. Esos cuidados no son recíprocos cuando la mujer va presa.
Sobre la frase cliché de que “la cárcel también ha sido una escuela del delito”: ¿Ustedes lo están viendo en la cárcel de mujeres?
El contacto criminógeno —la “escuela del delito”— es uno de los efectos de la cárcel. Por eso es tan importante eludir el ingreso de personas con bajo riesgo de reincidencia.
Clasificar bien a las personas primarias, y reservar la cárcel para delitos graves con consecuencias severas, permite evitar ese contagio criminógeno.
Esto sucede sobre todo en cárceles saturadas y con clasificación escasa como las nuestras. La clasificación más artesanal —separar primarios de reincidentes— se cumple casi siempre, pero hay necesidades más sofisticadas según niveles de riesgo.
Cuando abramos las tres nuevas unidades, queremos clasificar especializadamente:
– Una unidad para primarios con delitos leves y penas de hasta 24 o 36 meses.
– Una unidad para personas que cometieron delitos sexuales, con programas de
control de agresión sexual y abordajes de consumo problemático.
– Una tercera unidad cuyo perfil estamos definiendo.
¿Hay algún plan para reforzar la cantidad de funcionarios penitenciarios e incluso hacer más inteligencia policial dentro de la cárcel?
Sí. Primero, la relación entre funcionarios y personas privadas de libertad hoy es muy deficitaria. La población creció unos 5.000 internos desde 2020, pero los recursos humanos no crecieron en la misma proporción. La relación aproximada es:
– 39 personas privadas de libertad por cada funcionario policial
– 63 por cada operador penitenciario
– 117 por cada técnico
Y si consideramos los turnos y otras tareas administrativas, la relación en el
trato directo es aún más deficitaria.
Antes del presupuesto, reforzamos con vacantes del propio INR
y de otras unidades del Ministerio del Interior. En junio anunciamos la
incorporación de hasta 500 policías; 224 ya están en formación.
Además, el presupuesto prevé mil funcionarios más (500 policías y 500
operadores penitenciarios) entre 2026 y 2029. A eso se suman 120 operadores
grado 1 provenientes de ascensos.
Claro, y el tema de hacer inteligencia policial o un trabajo más técnico dentro de la cárcel para evitar o prevenir posibles movimientos de delincuentes…
La inteligencia policial es una función especializada de la Policía Nacional. Existe la Unidad de Análisis e Inteligencia Penitenciaria, que depende de la Dirección de Inteligencia y trabaja coordinadamente con el INR, pero no pertenece al INR.
El Instituto también tiene procedimientos propios, aunque decidimos disolver la Oficina de Inteligencia Táctica creada en la administración pasada, por su vinculación con episodios de corrupción
Más que reforzar personal, entendemos que hay que mejorar la gestión de los procesos de análisis e inteligencia penitenciaria y fortalecer la coordinación con la UIAP, la Dirección de Inteligencia, Policía Científica, el Centro de Comando Unificado y las jefaturas departamentales.
A nivel edilicio, sobre todo en el ex-Comcar, ¿tienen algún plan?
Sí. El problema principal es la sobresaturación: casi 5.400 personas en un espacio cuya capacidad real no supera las 3.800. A eso se suman construcciones de emergencia que no siempre son adecuadas para los perfiles de la población.
Con apoyo de US$ 3 millones del Ministerio de Economía y Finanzas, estamos ejecutando un plan con tres componentes:
– Tecnología: recableado de 2,9 km de fibra perimetral y colocación de cámaras
en módulos problemáticos.
– Infraestructura: descentralización de cocinas, refacción de salones de
visita, construcción de comunidades educativas dentro de los módulos y mejoras
en aulas programáticas.
– Sector de ingreso: reformas y nueva tecnología (escáneres corporales y de
bultos), además de baños y techado para las visitas, financiado en parte por un
préstamo del BID.