Contenido creado por Sergio Pintado
Entrevistas

Boquita sin llave

Jorge Bonica, el responsable de El Bocón

Jorge Bonica es prácticamente la única persona detrás del semanario El Bocón, publicación que cada semana irrumpe en los kioscos con denuncias de todos los colores. A más de 15 años del nacimiento del semanario, Bonica cuenta las peripecias de mantenerse “incorruptible” y el camino que lo alejó del periodismo “convencional”.

24.07.2013 17:05

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2013-07-24T17:05:00-03:00
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*Nota publicada en la revista El Boulevard y publicada aquí con autorización de su autor. El Boulevard es una revista mensual de distribución gratuita editada desde 2012. Los lugares de distribución, formas de suscribirse y otros contenidos pueden consultarse en www.elboulevard.com.uy

Cruzaron la plaza lentamente y, ya en su habitación, él comenzó a llorar. Mirtha -siempre Mirtha- le dio la idea: "¿Por qué no sacás un semanario? Lo único que podés poner sin que nadie te lo impida es un medio gráfico, porque los políticos nunca te van a dar una frecuencia a vos que le pegás a todo el mundo". "Si yo no sé ni escribir... lo mío siempre fue hablar", le respondió Jorge Bonica a su señora.

El Bocón sale todos los jueves y se vende a 60 pesos en los kioscos de Montevideo. Cuesta no sorprenderse con sus tapas. Letras mayúsculas imprentas, muy grandes y combinaciones de colores que disgustarían a muchos diseñadores gráficos son el acompañamiento de títulos no menos llamativos.

El Bocón es Bonica. "Mirá, ese sos vos", dijo su esposa Mirtha cuando de viaje en la localidad peruana de Mokewa se toparon una edición de El Bocón, un diario deportivo de Perú. Bonica decidió "tomar prestado" (por decirlo sutilmente) nombre y logo para una sección de su Semanario Lavalleja en la que publicaría "todos los chismes que aún no estuvieran confirmados". Como sirviéndose de su enorme boca, poco a poco El Bocón se fue comiendo al Semanario Lavalleja hasta ser lo que hoy se vende en los kioscos.

Pero Bonica no fue siempre El Bocón y el particular reportero reconoce que también estuvo "del otro lado del mostrador". "Yo era un periodista convencional. Aceptaba las reglas de juego. No te digo que fui servil o mercenario, que es algo con lo que agredo mucho a otros colegas, pero trabajé en grandes medios como Radio Oriental, Carve o Montecarlo", deja en claro apenas comienza la charla. Sin embargo, ya se desmarcaba de sus colegas. "En todos lados chocaba porque siempre trataba de pasar los límites, por personalidad y porque si no lo hacés no estás haciendo periodismo", defiende, dando su propia definición del oficio: "En el periodismo tenés que decir todo, lo bueno y lo malo, siendo independiente y plural".

Oveja negra

Si hay algo que caracteriza a la carrera periodística de Jorge Bonica es haber sido echado de todos lados, según él, por traspasar todos los límites que se le imponían. Como tantos, Bonica dio sus primeros pasos en el periodismo de la mano del deporte. En 1971, cuando tenía 18 años, participaba de las transmisiones de la Vuelta Ciclista en Radio Sport, junto a Héctor Gallego Regueiro, el nombre más destacado del relato ciclístico uruguayo.

Pero el despegue mediático de Bonica se dio en la década del 90, mientras vivía en Miami. Aprovechando su estadía en Estados Unidos, era una especie de corresponsal del programa que en ese momento conducía Omar Gutiérrez (un "querido amigo") en Radio Carve. "Yo llamaba a Omar y salía todos los días contando lo que pasaba en Estados Unidos", explica, y remarca que ya se caracterizaba por su estilo "creativo y audaz".

En 1994 Bonica regresó a Uruguay y fue Omar Gutiérrez quien le "abrió la puerta de su programa". "Empecé a hacer una especie de móvil que poco a poco fue tomando más protagonismo. Yo me pasaba de la línea siempre y todo el tiempo quería ir un poquito más, hasta que me echaron".

Pero como la historia de El Bocón está repleta de oportunidades que surgen en el momento justo, Pablo Fontaina, en ese momento director de Radio Carve, llamó a Bonica cuando su salida de Oriental aún era reciente. "Fontaina me decía que me seguía desde que salía desde Miami, que quería renovar la radio y que mi estilo le venía al dedillo".

La etapa en Carve fue quizás el punto más alto de la carrera de Bonica, al menos en cuanto audiencia. En una de las AM más populares del dial, se convirtió en el conductor de El puente imaginario, un programa que, en tiempos en que internet era algo extraño, conectaba a los escuchas con sus familiares fuera del país.

El programa se volvió exitoso rápidamente; Bonica se sentía a gusto y no parecía probable que el idilio se rompiera fácilmente. Sin embargo, antes de comenzar el ciclo el conductor había puesto una única condición: que no hubiera personajes de la política en su espacio.

"No me ensucie el programa", le contestó a Fontaina cuando le propuso que el senador colorado Pablo Millor tuviera un micro, aprovechando las altas audiencias. Sin embargo, el espacio le fue otorgado y el senador cometió el peor error que podía cometer: intentar decirle a Bonica lo que tenía que hacer. Antes de comenzar el programa, el legislador le presentó al conductor una lista con las preguntas que debería hacerle. "Usted me tiene que preguntar esto y no salga de eso", le ordenó. La reacción de Bonica fue tremenda. "Usted es un atrevido y yo le voy a preguntar lo que quiera", le dijo al aire. Todavía recuerda su indignación por el episodio: "Me calenté tanto que le dije que ya no lo iba a entrevistar nada".

"No hablé nunca más en Carve", concluye. Tras el altercado, Bonica ni siquiera pudo terminar el programa. En la tanda, Fontaina lo llamó a su despacho, le comunicó que estaba despedido y le pagó ahí mismo su liquidación. "De repente me encontré en la calle Mercedes con un cheque por bastante guita, creyéndome Superman, diciendo ‘yo soy bueno, tengo audiencia, lo que digo es fantástico y no lo dice nadie, soy el mejor vendedor de publicidad en el país y no le tengo miedo a nada. Que se vayan a la mierda y que se metan Carve en el orto'".

Con estos pensamientos recorriendo su mente, Bonica no esperó y caminó los pocos pasos que lo separaban de radio El Espectador, creyendo que las cosas serían más fáciles de lo que fueron.

"Ahí empieza la historia de El Bocón", puede decir a ciencia cierta ahora.

La huida a Minas

"En aquel momento dije: ´Uruguay es un país de mierda. Nos vamos. Acá no hay libertad de prensa ni libertad de expresión. Vámonos de nuevo para Miami'", repitió Bonica. Su esposa, la incansable Mirtha, lo convenció de quedarse y poco después surgió la inesperada invitación de Juan José Volante, entonces director de Radio Lavalleja, para radicarse en el departamento.

Volante ofreció todo lo que tenía a su alcance para llevarse a Bonica. Empezó con un fin de semana con todo pago para que el periodista y su esposa conocieran Minas, siguió con un apartamento amueblado a su gusto y terminó pidiéndole que colocara "la cifra que quiere ganar" en una servilleta para cerrar el acuerdo. Bonica pidió el 50% del negocio y decidió su exilio en Minas, donde por primera vez "manejó" una radio.
Un día Volante no lo dejó ni siquiera entrar a la radio y decidió terminar el vínculo porque el conductor "ganaba mucho". Seis meses después de llegar a la emisora, Bonica se encontraba otra vez sin trabajo.

La experiencia radial sería el último fracaso en la carrera de Bonica y el empujón definitivo para que naciera El Bocón.

El Semanario Lavalleja

Pocas horas después de que Mirtha le sugiriera probar con una publicación escrita, Bonica ya estaba en un ómnibus rumbo a Montevideo para inscribir el Semanario Lavalleja ante el Ministerio de Educación y Cultura. "Juro que pensé que iba a durar un mes porque no tenía guita", reconoce ahora, y confiesa también que la publicación nació "como una venganza", para "poder decir todo lo que hay que decir".

El primer número salió el 2 de febrero de 1996 y su tapa ya marcaba la cancha: "Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? Sí, lo juro. Jorge Bonica", preguntaba -con un solo signo de interrogación- y respondía el propio Bonica.
Fueron solamente cien ejemplares de seis páginas que Bonica y Mirtha vendieron en mano en tan sólo un día. Mientras él iba por una vereda ella iba por la otra, hasta quedarse los dos sin más semanarios.

El Semanario Lavalleja fue creciendo con cada número, hasta llegar a un tiraje de 500 ejemplares y duplicar la cantidad de páginas. Era febrero de 1996 y la publicación comenzaba a tener sus primeros suscriptores mensuales. El matrimonio detrás del semanario seguía repartiéndolos, ahora ya con la ayuda de una moto en la que salían también a cobrar. El crecimiento también incluyó el cambio de nombre a El Bocón, un poco forzado por el inesperado éxito de lo que en principio era una sección.
Al poco tiempo de empezar, Bonica recibió un llamado desde el departamento de Rivera. Un riverense le aseguró que el departamento "necesitaban un Bocón" y a Bonica -según sus propias palabras- se le "prendió la lamparita". "Me fui a Rivera y puse otro semanario allá. Hacía dos semanarios, uno de Minas y otro de Rivera, con la intención de, al mes, juntarlos", recuerda, y agrega que luego de la unificación el semanario "empezó a explotar como una bomba en todos lados". Así, en pocos meses El Bocón ya tenía suscriptores en "cinco o seis departamentos".

Bonica ya estaba dedicado exclusivamente a la redacción, edición y, con la ayuda de Mirtha, a la distribución. La rutina era brutal: "Los jueves viajaba a Montevideo a buscar el semanario porque era un tiraje de miles que no se podía imprimir en el interior. Desde Montevideo me iba en ómnibus a Minas, donde repartíamos 800 semanarios uno a uno, dividiéndonos las zonas y repartiendo en dos motos. A las ocho de la noche nos tomábamos otro ómnibus hacia Tres Cruces y de ahí otro a las doce de la noche hacia Rivera. Al llegar teníamos otras dos motos esperándonos y repartíamos otros 800 semanarios. A la medianoche salíamos de nuevo para Montevideo para llegar a las siete y a Minas a las once".

El tiempo hizo que El Bocón se consolidara en Lavalleja y Rivera y se hiciera conocido en otros departamentos. De pronto las extenuantes rutinas en ómnibus dejaron paso a otra forma de distribución: Bonica ya tenía una camioneta Renault Traffic con la que viajaba, con Mirtha y cuatro vendedores, hacia la localidad tacuaremboense de Curtina, donde comenzaban la venta. De ahí, la "tropa" -según la define- partía hacia Tranqueras, en Rivera, para pasar luego por las localidades del mismo departamento Minas de Corrales y Vichadero.

El interior, especialmente la zona noreste del país, parecía territorio ya conquistado por El Bocón, pero Bonica tenía otra obsesión: Montevideo. "Ahí está el poder", decía.

En cancha grande

Que El Bocón pudiera encontrarse en los kioscos de la capital demandó un proceso que comenzó en el año 2000 pero recién se concretó en 2004 y que, como no podía ser de otra manera, estuvo acompañado de irregularidades descubiertas por el propio Bonica.
"Por junio o julio del año 2000, con Jorge Batlle como presidente, me resuelvo a conocer cómo era Montevideo comercialmente hablando. Ahí me entero que la distribución es un monopolio", cuenta Bonica sobre el episodio que lo llevó a conocer el nicho de poder de Eddie Espert: la venta de diarios y revistas en los kioscos de la capital.

El nombre de Espert llegó por primera vez a los oídos de Bonica cuando intentó dejar algunos semanarios a consignación en un puesto de venta. Decidido a conocerlo, le llevó cinco o seis ediciones. "Esto se vende como pan caliente", le aseguró el mismísimo Espert y no mintió. Días más tarde le confirmó que se habían vendido todas las ediciones, aunque con una respuesta inesperada: "No me lo traigas más, no te lo puedo vender".

Para Bonica no hacían falta demasiadas explicaciones. "Otra vez el poder, otra vez el centralismo", se dijo y reconoció que el título "Batlle bagayero" con el que había iniciado su aventura montevideana podría haberle jugado en contra. De hecho, aquel número dedicaba siete páginas a contar cómo el entonces presidente contrabandeaba ganado y maquinaria agrícola en Rivera con la complicidad de un diputado local.
Cuatro años después, con el primer gobierno frenteamplista, Espert tuvo un gesto que posibilitaría el surgimiento de una amistad con Bonica. Previendo que las reglas de juego cambiarían, el magnate canillita llamó al director de El Bocón para preguntarle si todavía editaba su "pasquín". "Ahora sí te lo distribuyo", le dijo y la publicación comenzó a ocupar un lugar en los kioscos. "Espert es un hombre con códigos que se hizo en la calle y tiene palabra. Además nunca se metió conmigo ni me dijo ‘con fulano no te metas´. Lo más que hizo fue aconsejarme que me tomara un café con alguien para que lo conozca", asegura Bonica.

El estilo Bocón

Competir de igual a igual con los grandes diarios montevideanos, los semanarios de investigación y las revistas de chimentos obligaba a cambiar la estrategia. Había que vender, había que llamar la atención y eso Bonica lo tenía claro.

"Posiblemente quien vea las tapas de El Bocón y no me conozca piense que soy un anormal, un loco, porque esas tapas revientan todo, molestan, son agresivas y sensacionalistas. ¿Pero sabés qué pasa? Si no hago la tapa así no vendo un diario en Montevideo". Bonica no puede ser más claro en sus conceptos a la hora de justificar la línea estética y editorial que su publicación fue adoptando un poco a la fuerza, un poco por convicción. "Si hago la tapa igual a la de El Observador voy a ser uno más y yo lo que quiero es que la gente lo mire", reconoce, pero además no tiene reparos en asegurar que "si alguien lo hojea se hace adicto".

Los cambios en las tapas, a su vez, acompañaban un proceso interior: el camino hacia consolidarse como un semanario estrictamente de denuncia. "Yo no quería que fuera así. Quería un periodístico real, sin color político, pero se transformó porque la gente que ya no encontraba en La República el diario donde denunciar empezó a venir a El Bocón", comenta. "Yo nunca le fallé a nadie. Ha venido gente a denunciarme a mí y le he dado el espacio. Le contesto, eso sí, pero le doy el espacio".

El futuro

"Mirá, la verdad es que el día que Bonica no tenga más fuerza, no tenga más ganas o se muera El Bocón no sigue". Así de claro lo tiene aunque aclara que su deseo es otro. Es que la dependencia del semanario con su figura y la incidencia del paso del tiempo lo hizo comenzar a pensar alternativas para que la criatura continúe con vida más allá de su Frankenstein.

Profesionalizarse fue una de las posibilidades, casi en contra de la propia naturaleza bocona. "Crezco como empresa, alquilo una redacción, pago tres periodistas, un fotógrafo y crezco. Todo bárbaro, soy una empresa cada vez más grande. Después pongo una recepcionista y mi oficina en el fondo con alguien antes que sirva de filtro para que no me molesten", comienza a imaginar Bonica, pero detiene el plan para remarcar en voz alta: "No, lo odio". Y es que una de las reglas de oro para él es "no terminar de nuevo en el sistema".

La búsqueda llevó entonces a Bonica a soñar con un sistema inusual para una publicación uruguaya. Tras seis meses de recibir asesoramiento, se encendió la lamparita y comenzaron a tomar forma las franquicias de El Bocón. Sí, al mejor estilo McDonald´s. "Mi idea es crear una red nacional, de forma de que en cada departamento, pagando un precio simbólico porque no hay intención de hacer plata, esos muchachos jóvenes que son periodistas o tienen la vocación puedan tener la marca y desde su propia casa ser El Bocón de su pueblo".

La intención de Bonica es que cada semanario tenga autonomía, aunque deberá entender "la filosofía" del semanario para evitar "que se transforme en otra cosa".

La preocupación por el futuro se reforzó cuando, hace poco más de un año, un infarto cerebral amenazó a alejar a Bonica de la actividad periodística. "Es un milagro que yo esté acá, hablando", dice. Y, sinceramente, su pronunciación no hace presumir que haya perdido totalmente el habla hace no mucho tiempo.

"Tuve la mitad del cuerpo paralizado", recuerda, y cuenta cómo estuvo una semana internado y aún así El Bocón no dejó de salir. "La parálisis se me fue al sexto día de forma milagrosa, porque la mayoría de la gente queda torcida, babeando y haciendo fisioterapia, cosa que yo no necesité. Durmiendo me vino y durmiendo se me fue".

Más allá del carácter milagroso de su recuperación, el episodio estuvo cerca de dejar secuelas imborrables. De hecho, pasó dos meses y medio sin poder hablar, algo chocante para el director de un semanario llamado El Bocón. "Un neurólogo vino y me dijo que no iba a volver a hablar nunca más y cuando me dieron el alta dije ‘mala suerte, no hablaré nunca más'", cuenta, para luego agradecer a la foniatra que -prácticamente obligada por Bonica a asistir a su casa todos los días- le enseñó a hablar casi desde cero.

Durante la entrevista, realizada en el interior de una confitería de Carrasco, las empleadas del local llaman a Bonica por su nombre en más de una ocasión -una de ellas para advertirnos que no le tomáramos fotos dentro del local-, dejando en claro que no es desconocido en la zona. También lo conocen en el Centro Comunal de la zona, oficina que frecuenta para -como no puede ser de otra manera- denunciar irregularidades en el barrio. De hecho, los vecinos aún recuerdan cuando una tarde colocó una torta debajo de un foco de la calle que, precisamente hacía un año, se encontraba roto. "Le festejé el cumpleaños", cuenta con naturalidad, aunque disfrutando sus excentricidades.

Hoy, a punto de cumplir 60 años y sin saber qué será de su semanario sin él, Bonica no oculta su orgullo de que El Bocón subsista gracias a la venta de sus ediciones. Vive en Carrasco, junto a Mirtha, y maneja una camioneta que costó 31.000 dólares. Asegura que la tiene porque se la ganó, trabajando y ahorrando desde los 17 años. Según él, eso lo diferencia de los personajes que llenan sus páginas.

Bonica es así. Un tipo extraño y un periodista más raro todavía, pero con una envidiable convicción sobre cómo debe ser el periodismo. Sus lentes, su bigote o su boca y la forma en que narra cada una de sus peripecias hacen difícil no prestarle atención.

Escribir como se habla

Entre las particularidades de El Bocón está el estilo coloquial de sus notas que no ocultan rasgos de la oralidad, producto del "innovador" método utilizado por el periodista para completar las 16 páginas cada semana.

"Ahora aplico un nuevo método que me apasiona porque no escribo más y sin embargo lleno todo el semanario", explica Bonica,y presenta a su hijo de 18 años al que califica como "un genio". "Yo ando con el grabador y voy llenando las páginas. Grabo y empiezo: ‘Nombre del archivo, número de la edición' y comienzo la nota. La dicto a una velocidad tal que mi hijo no tiene necesidad de retroceder jamás la grabación y demora en transcribir el mismo tiempo que yo en hablar".

El secreto de Bonica le permite llenar una página en 14 minutos y, al regresar a su casa, tener todos los archivos ya desgrabados en su computadora. Le queda nada más titular la nota, elegir una foto y ya está lista para ser publicada.

Sin perder el juicio

Entre todas las cosas que El Bocón le dio a Bonica se encuentra el dudoso honor de convertirse en un visitante habitual de juzgados. Por sus artículos en el semanario debió afrontar 65 juicios civiles, con sus consiguientes 314 audiencias. "Es casi un año entero preso, porque siempre estás como diez o doce horas en los juzgados".

Por Sergio Pintado