Seré curioso

La poeta de las ideas

Ida Vitale en Seré Curioso: "No quiero parar, escribo porque tengo cosas inconclusas"

A los 95 ganó el premio Cervantes, el más prestigioso en su lengua. Se ve reflejada en los jóvenes y sólo quiere ser un eslabón de una cadena de lectores.

22.11.2018 06:18

Lectura: 20'

2018-11-22T06:18:00-03:00
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Por César Bianchi

 @Chechobianchi

 Fotos: Juan Manuel López

 

            "La poesía busca sacar de su abismo ciertas palabras que puedan constituir el tejido de cicatrización tras el que todos andamos sin saberlo", dice la edición Poesía reunida de su obra, de editorial Tusquets. Pero Ida Vitale no comenzó a escribir poesía a mediados de los años '30 del siglo pasado por ningún tejido de cicatrización, sino porque le parecía más sencillo que la prosa. Y porque así podía ser más concisa, decir más con menos palabras, pero las justas, las perfectas.

            Hace exactamente una semana la llamaron a las 9.30 horas, mientras ella regaba las plantas en su apartamento de Malvín, para decirle desde España que había resultado la ganadora del premio Cervantes, el más importante de la lengua castellana. Esa vez lo creyó. Antes le habían otorgado el Reina Sofía y ahí fue escéptica: "¿una llamada a las 6 de la mañana? Debe ser una broma", pensó. Dijo el ministro de Cultura de España, José Guirao, que se había ganado el galardón "por su lenguaje, uno de los más destacados y reconocidos de la poesía hodierana en español, que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y honda, convertida desde hace tiempo en un referente fundamental para poetas de todas las generaciones en todos los rincones del español. Este premio reconoce una trayectoria poética e intelectual, crítica y traductora de primer orden".

            Antes de viajar a Guadalajara para participar de la Feria del Libro de esa ciudad de México -país que la recibió durante algo más de 10 años durante el exilio-, Ida Vitale, de 95 años, hizo gala de su vitalidad -valga el juego de palabras- en una charla donde derrochó lucidez mental, salud física y una pizca de ironía bienvenida.

            Dijo no haber estado preparada para radicarse en Montevideo en 1985 porque "cuando los militares pasan por un lugar, luego todo cambia". Pero volvió hace un par de años, luego de quedar viuda. Por ahora no tiene previsto parar de escribir, dice, porque tiene muchas más cosas por decir.       

 -¿Cuándo escribió su primera poesía y sobre qué versaba? ¿Recuerda en qué circunstancias la escribió?

"Una profesora de español en el liceo nos enfrentó a cuatro estilos de prosa, y de ahí me vino un gran respeto por la prosa. Me pareció que la prosa era difícil. En ese momento no sentí que ninguno de los cuatro me inspirara a escribir igual"

 -En el liceo, supongo que  la escribí inspirada por alguna que había estado leyendo antes. Primero leí algo que me gustó y pensé que era fácil hacer eso, pensé que podía. En casa había libros italianos y franceses, que eran de una tía que había muerto. Estaba Delmira Agustini, Emilio Oribe, no tan conocido, a veces esto de la fama es injusto. Oribe estaba más cerca de (Paul) Valéry que de cualquier otro, era lo que circulaba. No había leído a Borges todavía. Se ve algo me tentó y ahí escribí. Uno imita lo que ha leído. No me acuerdo cómo se llamaba, pero sé que había trineos, carámbanos y nieve, así que puede ser que más bien viniera de (Edgar Allan) Poe, ese sí lo leí mucho. Los carámbanos son trozos de hielo largos y puntiagudos. 

 -¿Por qué escribir poesía y no prosa?

 -No sé, quizás me resultaba más difícil la prosa. Todavía la prosa me inspira mucho respeto. De pronto elegí la concisión en la poesía, me parecía que la prosa no requería concisión, más bien los ejemplos que yo tenía eran bastante extensos. No es que me atrajera desde el principio. Rodó me aburría profundamente, Quiroga me gustaba un poco más. Después llegó el tiempo que tuve una excelente profesora de español en el liceo, que tuvo la buena idea de buscar para todo el año a cuatro autores de manera que se nos fuera metiendo en la cabeza cuatro estilos distintos de escribir. Uno era (Gabriel) Miró, un español que manejaba un lenguaje muy sabio, muy lleno de términos relativo a los trabajos de campo, que maneja el lenguaje de los oficios y todo eso. Yo tuve que leerlo con un diccionario al lado. U Ortega y Gasset, otro maestro del español. Pero en distintos estilos. También eligió un paraguayo, español, pero que se radicó en Paraguay donde desarrolló toda su producción literaria... ¿cómo era que se llamaba? ¡(Rafael) Barrett! Que tiene un texto famoso que es un cotejo entre la Venus de Milo y la Victoria alada de Samotracia. ¿A qué voy con todo esto? A que esta profesora nos enfrentó a cuatro estilos de prosa, y trabajamos todo el año con eso -sería primero o segundo de liceo- y ahí me vino un gran respeto por la prosa. Me pareció que la prosa era difícil. En ese momento no sentí que ninguno de los cuatro me inspirara a escribir igual.

 -¿Y sí hubo alguien que le inspirara a escribir poesía?

 -Supongo que leer a Delmira Agustini o María Eugenia Vaz Ferreira, que es lo que estaba en casa, o (Ruben) Darío. La escuela, en ese caso, no ayudó mucho; los maestros creen que son poemas "para niños". Aunque a mí me ayudaron en el sentido contrario: hubo una practicante que vino con un poemita de Gabriela Mistral y había que aprenderlo de memoria, como loro, sin entender nada. Era un poema muy simple, de seis o siete líneas, pero había cosas en la escritura que eran raras. Decía: "La hora de la tarde, la que pone/su sangre en las montañas/Alguien en esta hora está sufriendo/una pierde, angustiada..." Había una serie de imprecisiones: yo me preguntaba ¿quién? ¿Una o alguien? Pero como me lo había aprendido de memoria, eso quedó como una confusión mía, y años después, lo entendí.

"Yo tengo que escribir algo que me conforme a mí. No me puedo proponer: 'Ah, me gusta esta palabra, pero capaz que no la entienden, entonces voy a buscar un sucedáneo'. Eso lo puedo hacer en la cocina, cuando no tengo el condimento que preciso"

 -El imaginario colectivo cree que hay que tener una sensibilidad especial para ser poeta. ¿Es así?

 -No sé si definirlo como sensibilidad, pero por lo menos, un conocimiento de la lengua. Es tan difícil un (buen) poema como algunos de estos escritores que le mencioné, que eran en prosa, Miró, por ejemplo, que me obligaba ir al diccionario para entender las palabras. Quizás, el que empieza a leer está más acostumbrado a que le expliquen todo. Y el desarrollo, la frase larga, ayuda a que todo se aclare. Primero hay que entender la forma, para después llegar al contenido. Ahí había un problema: en algunos de estos prosistas había un problema con la forma. Había que consultar las palabras en el diccionario. En el caso de Gabriela (Mistral, chilena) no. Yo no tenía que consultar ninguna palabra, pero sin embargo, no la entendía, por su construcción. Así que los problemas pueden ser distintos. Puede ser que alguien escriba un poema respondiendo a una inquietud que tenga en ese momento, y eso no llegue al lector. 

 Y respecto a una sensibilidad para lo que se está narrando, por lo menos tiene que haber un interés. El gran problema -y eso me preocupa- en la escuela actual, es que tengo la sensación de que ha bajado enormemente la exigencia respecto a lo que fue mi escuela. Quizás sean los enfoques distintos. A veces la gente trata de buscar un sistema nuevo, y hay una tendencia a pensar que el niño es un menor de edad, que es también un menor mental. Hay una tendencia a subestimarlo, a exigirle menos. Yo me acuerdo cuando yo tenía los libros de la escuela, yo miraba los libros que estaban en mi casa, y eran libros que no tenían la preocupación de aliviarle el trabajo al niño, sino lo contrario.

 -Neruda dijo que no hay que escribir para que sólo cuatro personas puedan entender lo que el escritor quiso decir ni tan simple que lo pueda entender hasta una vaca. ¿Usted también ha buscado ese equilibrio en sus poesías?

 -Siempre tan fino Neruda... Yo no busqué eso. Yo digo lo que me nace, lo que quiero decir en ese momento. Yo creo que la primera interesada en lo que escribo soy yo, tengo que escribir algo que me conforme a mí. No me puedo proponer: "Ah, me gusta esta palabra, pero capaz que no la entienden, entonces voy a buscar un sucedáneo". Eso lo puedo hacer en la cocina, cuando no tengo el condimento que preciso y busco otro que lo sustituya. 

 -¿Cómo evoca a la Generación del '45? Al colega Jaime Clara para revista Noticias Uruguay le dijo que la tenía "un poco aburrida" hablar de una "generación"...

 -Bueno, lo que pasa es que es un poco primario y escolar hablar de "la generación del '45", siempre se ha usado para estudiar hablar de la poesía española, el comienzo, luego la generación del '27, luego la del '45, pero... ese es el índice de un libro, pero no es un capítulo. De ahí no sacamos mucho en limpio, fuera de saber ubicar a Fulano, Mengano y Zutano. Porque si bien creo que en el caso de la generación del 27 hubo sí más unidad entre ellos, aunque había gente muy distinta entre sí. En la del 45 éramos muy distintos, cada uno agarró por su lado. El hecho de escribir en un mismo tiempo y en una país determinado ayudó a una cierta homogeneidad, pero luego no... ¿Usted ve mucha similitud entre Onetti (al que lo meten en la generación, siendo mucho mayor) y Benedetti?

 -¿En común? Sólo que ambos tienen apellidos italianos que terminan en "etti".

 -Jaja, a mí no se me había ocurrido, pero tiene razón, tienen eso en común. Ni siquiera se puede decir que tuvieron influencias del país de donde provinieron sus antepasados, Italia. No sé, es un poco simplificador, escolar, hablar de "la generación del 45", como si fuera un todo.

 -En 1949 publicó su primer libro La luz de esta memoria, cuando usted tenía 26 años, en una editorial casera que tenían los escritores José Pedro Díaz y Amanda Berenguer. ¿Qué recuerda de la salida de su primer libro? Tengo entendido que siguió el camino de Gutenberg: tuvo que colocar manualmente cada letra en bloques de metal para que se pueda imprimir... 

" Hay un poema donde algo digo... pero creo que ni se dieron cuenta. Me imagino que las cosas que escribí en ese momento traducían algo de eso, pero nunca busqué el panfleto. El que entiende, entiende "

 -¡Era muy divertido imprimir esos libros! En un momento hubo un grupo de escritores franceses y algún español que hicieron mucho estas cosas, incluso (Jules) Supervielle, hay un cuento de él, publicado también por ellos. Era un aparato y luego el problema mayor era la composición era que había una barra y había que sacar las letras... y así imprimir letra por letra, se ponían con una pinza, la barra tenía un lugar, dos canales, y luego hay que mirar un espejo para ver si uno no se equivocó entre una d y un b, o lo que sea, o si no puso la letra al revés. Todo eso se empaqueta, se coloca, se ata, se hace un volumen muy sólido, y después viene todo el problema que es la superficie, donde se va a poner la hoja y se va a imprimir, no tenga baches. Eso de rellenar lleva más o menos una hora. José Pedro Díaz y Amanda Berenguer eran dos amigos, entonces era una diversión de los fines de semana hacer los libros, casi como manualidad. Yo hoy, si tuviera una máquina, me siento capaz de imprimir un libro.

 -Hay escritores que tienen un método para escribir, o que se imponen un horario para ello, para ser consecuentes y avanzar. Otros sólo se sientan a escribir cuando están inspirados. ¿Usted en qué circunstancias ha escrito? ¿Qué la ha motivado?

 -Y hay otros que son mujeres, que atienden una cosa, que cocina y crían hijos. Entonces no hay horario. Yo no tuve nunca un método, era cuando podía, cuando tenía tiempo. Y la inspiración tiene esos bemoles, qué se yo qué es estar inspirada... Uno ha leído y se le ocurre algo, o no ha leído pero tiene ganas de decir algo y lo dice. Yo tengo poemas con temas muy distintos, con temáticas muy diferentes. He tratado de ser discreta. Hay poetas que son fundamentalmente autorreferenciales. Se convierten en un argumento, en una novela, yo no.

 -¿Escribe a mano, en computadora, o se lo dicta a alguien?

 -¡Dictarle a alguien no! No podría. Me gusta más la computadora para pasar en limpio. Si estoy en casa, escribo en mi computadora, si no estoy, escribo a mano y después lo transcribo. No tengo problemas con la computadora, aunque la uso más para la prosa, para comentar un libro, escribir una nota o una traducción, ahí ni que hablar. Si tengo a mano papel y lápiz, capaz que una poesía la escribo a mano.

 -Usted ha vivido de su escritura, es lo que le ha dado de comer: la escritura y las traducciones también. ¿Escribir es un trabajo para usted? 

 -Yo he vivido toda mi vida de dar clases, en realidad. Me gané el salario como profesora en el liceo o preparatoria. También las traducciones me permitieron vivir. Escribir poesía no es un trabajo, otra cosa es que me dé trabajo. Como trabajo pago no lo veo.

 -¿Es más una pasión, una vocación?

 -Bueno... yo diría una obligación interior, una irreverencia, por lo menos.

 -Los libreros dicen que no se venden los libros de poesía, que no tienen salida comercial. ¿Usted cree que este es un fenómeno de acá y en otros países sí se venden los libros de poesía?

 -El mal es internacional. Hay lugares en que se vende bien la poesía. Colombia ha tenido un historial de poetas, y la gente los conocía. Pero también, a juzgar por cómo han desaparecido las librerías acá, acá desapareció Monteverde, Barreiro, Mosca se ha convertido en una papelería, hay alguna librería nueva quizás... que la gente sigue leyendo creo que sí, quizás menos. Yo diría que la gente sigue leyendo poesía, no sé... por lo menos, en Maldonado (en la Feria del Libro reciente) me acompañó mucha gente que me dijeron eran lectores. Mire, cuando vino Juan Ramón Jiménez acá, que era la primera vez que salía a un país de su lengua, porque desde España se había ido a Estados Unidos, era obvio que sufrió el no estar rodeado de su lengua propia, porque ahí la relación de uno con el mundo cambia. Cuando Juan Ramón vino a América era un ser feliz, y tenía la paciencia que tenía de ir a las escuelas y que los niños se le acercaran... Y cuando él vino ahí se llenó el Teatro Solís, de arriba a abajo repleto para verlo y escucharlo. En ese momento era el escritor vivo más importante que llegaba a acá. Acá no vino nunca (Antonio) Machado, (Federico García) Lorca había venido antes...

 -Usted se va al exilio, con su marido Enrique Fierro, en 1974. Su poesía no tenía una connotación política explícita, no fue nunca panfletaria, pero tampoco fue impermeable a la coyuntura vigente. ¿Había algo de denuncia no tan obvio, no tan explícito, en sus letras?

 -Hay un poema donde algo digo... pero creo que ni se dieron cuenta, jaja. No me acuerdo cómo se llamaba, no sé si lo publiqué. Era un poema muy breve, que hablaba de una paloma. Hablaba del horror general, el cambio, e incluso había una alusión, pero como que todo participaba de un desastre. Pero es cierto, no hay nada explícito en mis poesías. Me imagino que las cosas que escribí en ese momento traducían algo de eso, pero nunca busqué el panfleto. El que entiende, entiende.

 -Los diez años de exilio en México fueron fermentales: no paró de escribir y conoció a Octavio Paz, Juan Rulfo, Álvaro Mutis, fue escritora fantasma de García Márquez (a quien conoció cuando hizo ñoquis para él y Álvaro Mutis), trabó amistad con Julio Cortázar...

"Nunca soñé con ganar ningún premio. Por el Reina Sofía me avisaron a las 6 de la mañana, y creí que era una broma. Atendí el teléfono porque podía ser algo importante. A esta altura ya no me sorprendo de nada, qué se yo"

 -Quizás el que realmente fue muy amigo fue Álvaro Mutis, él y su mujer, colombiano él, quizás porque él también estaba exiliado, vivía como yo muy cómodamente en México, y volvió a Colombia como yo volví a acá. Tengo un gran agradecimiento por España, pero la apertura de México fue enorme, fue un país muy generoso. Con Octavio Paz tuve mucha afinidad. Con Cortázar no coincidimos mucho, él vivía en París. En México una vez me lo presentaron y él tenía algo infantil en su físico (era grande, de manos grandes, pero no tenía barba en ese momento) y tenía algún síntoma físico que lo preocupaba. Lo llevaron a un curandero, o uno que leía las manos, algo esotérico, y yo no lo quise acompañar y se molestó. Se ve que hice una broma inoportuna y él vino muy conmocionado por su experiencia. Después de eso le mandé un libro mío, yo lo veneraba. 

 -En 1984, ya con el inminente regreso de la democracia, usted y su marido volvieron al país, pero según su amigo Aurelio Major, no encajaron en la nueva Montevideo, y volvieron a emigrar, esta vez a Estados Unidos, donde Fierro iría a dar clases en la Universidad de Austin, Texas. Usted ya tenía 66 años. ¿Por qué cree que ahí no se adaptaron a Uruguay?

 -Yo tengo la teoría de que cuando los militares pasan por un lugar, luego todo cambia. A Enrique lo pusieron de director de la Biblioteca Nacional en un momento en que aquello era un caos. Había alguien que tenía un cargo que se había ido afuera, y volvía ahora que no estaban los militares, pero en ese cargo había alguien puesto por los militares. Fíjese que Enrique tampoco lo iba a sacar, porque haya sido designado por los militares. Él no se sintió cómodo, y ahí se juntaron dos cosas: por un lado, esa situación interna, y por otro lado recordemos que Sanguinetti le pagó el regreso a todo el que quiso volver al país, hubo algunos que volvieron, saludaron a la familia, vendieron la casa y se volvieron a ir. Esos tres años del 85 al 88 fueron años todavía complicados en el Uruguay. Cuando le ofrecieron ir a dar clases a Estados Unidos, y mucho mejor pago, bueno, fue un alivio y allá fuimos.

 -Ya había recibido múltiples galardones: el premio Octavio Paz, el Alfonso Reyes, el Max Jacob, el premio Reina Sofía y el premio internacional Federico García Lorca, todo desde 2015 para acá. ¿Este era el que le faltaba?

 -Nunca esperé el Cervantes, porque en general se le ha dado a muchos escritores de prosa, y a pocas mujeres también.

 -¿Nunca soñó con ganar el premio más importante de las letras en lengua castellana?

 -No, nunca soñé con ganar ningún premio. Por el Reina Sofía me avisaron a las 6 de la mañana, y creí que me estaban haciendo una broma. No se me ocurrió que me pudieran llamar en serio a esa hora -no tuve conciencia de qué hora era en Europa-, y atendí el teléfono porque podía ser algo importante.

 -Jueves 15 de noviembre, 9.30 de la mañana en Montevideo. ¿Qué estaba haciendo en su casa y qué le dijeron del otro lado del teléfono al anunciarle la noticia?

 -Era una señora que me dijo que me iba a comunicar con el ministro de Cultura de España. Yo estaba regando las plantas, pero todavía media dormida... Caí cuando me dijo que me llamaba para anunciarme el premio y felicitarme. A esta altura ya no me sorprendo de nada, qué se yo.

 -A las colegas de Así nos va de radio Carve les dijo que "el precio es un accidente feliz que llega y le cambia un poco la vida. En algún sentido te complica un poco la vida, en otros no". ¿Qué quiso decir? ¿En qué le puede complicar la vida semejante distinción?

-Esto de las notas con los periodistas, jaja. Estoy desde hace cuánto escribiendo un libro que me encanta y no puedo avanzar. Y ahora, con la atención de los medios, mucho menos, no tengo tiempo ni de escuchar música.

-En esa nota dijo que su principal aporte al mundo de las letras es el de ser una gran lectora. Pero, a ver, desde su escritura, ¿cuál cree que ha sido?

-Usted quiere que yo diga que renové el mundo de las letras y que ahora todo cambió porque escribí algunos libros. No, no le voy a decir eso. Quizás, si he conseguido que alguna gente  me lea, eso amplía el mundo de la lectura. Y cuando se acerca un chico o chica joven, me acuerdo cuando yo era joven y me gustaba leer y escribir. Es un eslabón en una continuidad que espero sea infinita.

-Su marido, el también poeta Enrique Fierro, falleció hace tres años. Con la viudez usted decidió volver a Uruguay. ¿Le costó esa decisión o fue sencilla?

" Acá encuentro que la gente se ha muerto antes de tiempo... A veces me da terror preguntar por alguien. Cuando alguien desaparece y no me llama, digo 'bueno...'. Creo que los hombres se cuidan poco acá..."

-Siempre cuesta instalarse en otro lado y levantar todo, y sobre todo cuesta dejar amigos. Acá lo que pasa es que mis amigos, en gran parte, eran gente ya mayor. Acá yo encuentro que la gente se ha muerto antes de tiempo, muchos... A veces me da terror preguntar por alguien. Cuando alguien desaparece y no me llama, digo "bueno...". Creo  que los hombres se cuidan poco acá, porque hay muchos más muerto hombres que mujeres. Aunque se me han muerto algunas amigas como María Elena Walsh, que éramos tan amigas, y murió hace unos años.

-A la brevedad publicará otro libro, sobre sus casi 11 años de exilio en México. ¿No puede parar de escribir?

-Tampoco quiero. Más bien puedo, porque todo este trabajo de la mudanza me complica. Pero todavía escribo porque tengo cosas inconclusas, y no quiero dejar problemas.

-¿Cómo quiere que la recuerden?

-Como una buena amiga, eso espero.

-¿Y los lectores que no la conocen?

-Yo no conocí a Machado, y lo siento un amigo. Y como persona, espero que no me recuerden como un mal bicho, espero que me recuerden como una buena persona. Espero no haberle hecho mal a nadie.

-¿Es feliz?

-Ay, qué se yo, la felicidad es responsabilidad de cada uno. Es no pedir demasiado. Tengo muchos problemas de conciencia, pero supongo que los tiene todo el mundo... la gente con la que no he podido continuar tanto la amistad, de cuando uno no da abasto con la correspondencia. Tengo la esperanza de no haber dejado una imagen un poco monstruosa en ningún lado.