Contenido creado por Valentina Temesio
Seré curioso

Las mil formas de una madre

Historias de trillizas inesperadas, adopciones y fertilización in vitro de mellizos

La mamá de quien inspiró la Ley Federica, los primeros mellizos por embriones congelados y una madre que no quiso parir hijos, pero adoptó.

17.05.2025 09:00

Lectura: 24'

2025-05-17T09:00:00-03:00
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Por César Bianchi

“Madre hay una sola”, dice el manido dicho, tan falaz como el que reza que “sobre gustos no hay nada escrito”. Pues, no, señor o señora lectora, eso no es cierto: todos los libros están escritos sobre gustos —del autor, del editor, y también del lector que lo compra— y hay tantos tipos de madres como de personas que así se sientan.

Hay mujeres que paren a bebés sanos y se transforman en madres felices (y cansadas). Pero hay mujeres que apelaron a vientres de alquiler, hay madres que congelaron sus óvulos y no necesitan un hombre al lado, otras que optaron por adoptar a bebés o niños ya crecidos, hay madres que aborrecieron la noticia porque nunca lo desearon, como las hay que buscaron la maternidad con ahínco durante toda su vida. Hay personas trans que son madres, hay embarazos psicológicos, hay madres que descuidan a sus hijos y están aquellas que son madres y padres a la vez por la falta de figura paterna en el hogar. ¡Hasta hay madres de sus “perrihijos”!

En esta nota, a propósito del Día de la Madre en Uruguay —una fecha comercial, que no deja de ser una hermosa excusa para honrar a quien nos dio la vida— les vamos a contar tres historias de esas formas no convencionales de maternidad.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

“¿Cómo que tres?”

Dayana y Matías estaban destinados a conocerse. Fue hace 20 años cuando coincidieron una noche en el boliche Coyote. Ella era de bailar, pero él no, no tenía la costumbre. Esa noche de sábado ambos fueron a la discoteca, y al día de hoy, dicen que ninguno sacó a bailar al otro, simplemente quedaron frente a frente en la pista y se pusieron a bailar y charlar. Ninguno tenía celular hace dos décadas, por lo que hablaron por teléfono fijo (el de discar) y acordaron volver a verse una semana después, en el mismo lugar. Ahí sí decidieron ponerse de novios.

Después hicieron todo lo que indica el manual: se mudaron juntos, él se recibió de escribano, se casaron como Dios manda, hicieron una fiesta íntima para celebrar la boda. “Fue todo muy planificado”, cuenta ella en el living de su casa en Buceo, con ironía involuntaria. Ya vendría todo lo impensable.

Se casaron a fines de 2017, por lo que en 2018 se pusieron a pensar en agrandar la familia. Fue fácil ponerse de acuerdo: ambos querían un solo hijo, nada de darle hermanitos. También fue sencillo quedar embarazada para Dayana: dejó las pastillas anticonceptivas, fue al ginecólogo y, poco tiempo después, supo que estaba encinta.

Estaban ambos frente al ginecólogo en el Hospital Evangélico, cuando el doctor les preguntó: “Ya saben, ¿no?” “¿Si sabemos qué?”, preguntó Matías. “Que son dos”. Dayana tomó el mando: “No, no puede ser. Nos dijeron que era uno solo”. Pero el médico seguía escrutando el monitor y buscando confirmar algo más. “¿Están preparados?”, les advirtió. Y a bocajarro les informó: “No son dos: son tres”.

“¿Cómo que tres?”, preguntaron los dos al unísono. Ella se preocupó, quería saber cómo estaban los tres bebés. “Me parecía fantástico, pero riesgoso”, reflexiona ella. Matías, en cambio, entró en etapa de negación, repetía que no podía ser, y casi se desmayó. Hubo que sentarlo entre dos y acercarle un vaso con agua.

Dayana pasó “muy mal” el embarazo de las tres bebés. Esto es: vivía sintiendo náuseas, vomitando, casi no podía tragar bocado, vivía con sueño y no soportaba ir a una estación de servicio porque no toleraba el olor a nafta, como tampoco el humo de tabaco. “¡Qué montón que vomitás, Day! A mí no me pasó tan así”, le decían madres amigas. Lo dicho: cada embarazo es un mundo, imagínense uno por tres.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Tenían fecha para el 28 de setiembre de 2019, pero las criaturas nacieron el 23 de junio. Tenían apenas 26 semanas, menos de seis meses. Cuando a Dayana la internaron, le dijeron que ya quedaría en el Evangélico hasta que diera a luz. Pensó que sería dentro de dos meses, dado que no llegarían a término. Parió la semana después de haber sido internada. Le dieron la inyección para la cesárea, y pensó que, con eso, no sentiría nada. Pero no: sintió todo.

En la sala de parto eran 30 profesionales para atender el singular alumbramiento. Había ginecólogos, neonatólogos, pediatras y enfermeros para cada una de las tres. Y nacieron las trillizas prematuras Emilia, Catalina y Federica. Emilia pesó 800 gramos y Catalina 840, pero Federica pesó apenas 580 gramos. La última en salir fue Fede, tan diminuta y frágil que su delicada piel se lastimó.

Emilia y Cata estuvieron tres meses internadas en el CTI; Federica necesitó dos meses más de cuidados. La más pequeña volvió a su casa intubada.

“Ellas tienen un retraso global en el desarrollo, producto de la prematurez”, dice la mamá con entereza. Ese diagnóstico médico debe ser renovado este año, cuando cumplan 6 años, pero la madre ya tiene algunas pistas de qué le dirán. “Seguramente tengan un diagnóstico secundario como TEA (trastorno del espectro autista). Yo lo veo, porque hay cosas que no se ajustan a la edad que tienen. Lo que me dicen todos es que, si es TEA, es uno leve, pero a mí no me importa el diagnóstico, sino poder tratarlas. Mientras estén abordadas por terapeutas, y que ellas puedan seguir avanzando… porque ellas avanzan, eh. Siempre avanzan, nunca han tenido un retroceso”, comenta la orgullosa mamá.

Federica, en tanto, estuvo 96 días ventilada, pero fueron 150 en CTI. “Eso tiene sus secuelas. Desde el día uno nos avisaron que así sería”. El diagnóstico de Fede es parálisis cerebral. Ella no habla y está en silla de ruedas, pero vaya si se comunica: con sus ojos y su sonrisa se expresa con elocuencia. “Lo de Fede siempre fue de a poquito, íbamos viendo cómo avanzaba. Salió del CTI a los cinco meses pesando dos kilos. Por suerte, para los pronósticos que había, el resultado es maravilloso”.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Y cuando Dayana Rímoli habla (37) de malos augurios se refiere, en particular, al neonatólogo que un día les dijo que “quizás no pasara de esa noche”, y otro día les dijo que vivir solo valdría la pena si era “una vida digna”, poniendo en tela de juicio que así fuera. Dayana ansía volver a cruzarse con ese doctor, para mostrarle lo digna y feliz que es su hija más pequeñita.

Dayana fue administrativa, pero hace tres años que decidió no tener un empleo formal —“cuidarlas es un gran trabajo; no es remunerado, pero es trabajo”—. Debía ausentarse demasiadas veces de su empleo para llevar a sus hijas a la escuela o ir a buscarlas, para llevarlas a terapia, para hacer un trámite ante BPS o el Mides, para lo que se necesitara. Y, en su laburo, no se la hicieron fácil. Al contrario.

Matías, escribano de profesión, tiene tres empleos: trabaja en el Instituto Nacional de Carnes, da clases en facultad y tiene su trabajo independiente. Pero está cuando tiene que estar: para ir a buscar a Fede al colegio o llevarla cuando haga falta. Los números no les cierran, pero se esfuerzan, y saben que no dejarán de pelear por darle una mejor vida a las trillizas especiales.

Salir del gris por el in vitro

Lorena y Luis, un joven abogado recién recibido, se conocieron en un asado que organizó una prima de él, cuando corría el año 98. Empezaron a charlar como dos que se conocen de casualidad en una fiesta, y pegaron química. Quedaron en verse un día, después otro, y después ella fue su acompañante en un casamiento. Se pusieron de novios y se casaron en el año 2000, luego de que él se lo propusiera una noche de boliche en Punta del Este.

Cuando se conocieron, Lorena —Loli para sus amigas y la prensa rosa— tenía 21 años y estudiaba jardinería en la UDE, hacía el curso de Técnica Forestal. Tenía 23 y él 26 cuando se casaron, no tenían apuro para agrandar la familia. Pero un año después, y tras el pedido de Luis, Loli aceptó dejar de cuidarse para intentar quedar embarazada. Pasó un año entero y nada. Entonces, se empezó a preocupar. Le empezaron a hacer análisis, que dieron como resultado que ella no ovulaba; tenía “ovarios poliquísticos” le dijo el doctor.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

“Era como que se generaba una cantidad de folículos alrededor de los ovarios, pero ninguno explotaba. Por tanto, no ovulaba. De ahí en más, me empezaron a dar estimulación para que esos folículos explotaran y que el óvulo empezara a circular por las trompas [de Falopio]. Y ahí tampoco quedé embarazada”, cuenta Loli Ponce de León (48), en el deck del emprendimiento Lawa, donde trabaja como paisajista.

Siguiente paso: le hicieron inseminaciones artificiales. Y tampoco así quedó embarazada. Entonces, su ginecólogo Ricardo Pou, tío de su pareja, Luis Lacalle Pou, le dijo: “Mirá, Loli, tenemos el camino rápido o el lento”. El lento o más largo era continuar practicándose inseminaciones artificiales hasta que dieran resultado, pero el desgaste emocional podía ser devastador, y, sobre todo, frustrante. Ella lo define como una espiral: “Una espiral donde vas cada vez a lo más oscuro, no de las que salís y ves claridad. Te empezás a meter en una cosa medio turbia, fea, de tristeza”.

Metida en ese loop, empezó a ser consciente de que tenía un problema, dice. “Y para mí los problemas no existen, son temas a solucionar. Pero ahí advertí que yo tenía un problema, y empecé a estar medio gris”, reflexiona. Esa sensación grisácea se traduce en que se entró a preguntar “cómo no podía con algo tan básico en una mujer como tener hijos, como reproducirse”. Su pareja, en tanto, lo tomó bastante mejor y fue compañero de sus sentimientos.

Entonces, apelaron al otro camino, el de la fertilización in vitro. Pero, hasta que no tomaron la decisión, dice Lorena, era “como sospechar de vos mismo, donde te decías: ¿Podré con esto? Es un momento oscuro”. Para salir, ella y su marido aceptaron la propuesta del ginecólogo. “Esto es así: se saca el óvulo de los folículos, y hay una estimulación para que se generen muchos, muchos más que en una inseminación artificial. La inseminación se genera para tener la explosión de un folículo o dos, a lo sumo. En el in vitro se estimulan los ovarios y podés llegar a tener hasta 11 folículos al mismo tiempo”, les explicó el doctor Pou.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

¿Cómo se estimula? En base a inyecciones de hormonas. “Empiezan a inyectarte hormonas y se genera una cantidad de folículos hasta que llegan a una madurez que tienen un tamaño tal que los médicos entienden que ya se pueden intervenir, entrar en esos folículos y sacar los óvulos. Los ponen en el laboratorio y hacen lo que se llama ICSI (inyección intracitoplasmática de espermatozoides)”, cuenta. En criollo, el método ICSI es “agarrar el espermatozoide, pinchar el óvulo y obligar al primero a que se meta en el óvulo. De esa manera se genera (o no) la división celular”, explica la exdirectora de Sembrando.

De todo ese trabajo científico resultaron 11 folículos estimulados, y fecundaron ocho: seis se congelaron y dos se los colocaron en la primera inseminación. “Quedan ahí dentro del útero, y tenés que hacer reposo absoluto. Simplemente esperar”, explica. Lo más doloroso es la inyección de hormonas, a veces intramusculares y otras por la piel. “Te sentís una rata de laboratorio”, confiesa.

El proceso llevó un año entero de padecimientos: todo el 2003. Tras varias inseminaciones, llegaba la menstruación y, con ello, la sensación de impotencia. En una oportunidad, al venirle el período, se derrumbó y cayó en depresión. “Tuve un momento bien feo: lloré, algo rarísimo en mí. Fui a psiquiatra porque estaba triste. Muy triste. Creo que se podría decir deprimida, sí. No tenía ganas de salir de mi casa. Tenía un trabajo de paisajista en el Hipódromo de Maroñas; iba, hacía lo mío en piloto automático y volvía. Era todo en blanco y negro. Era una zombi”, recuerda.

Un día, después de un año de tratamiento, descongelaron los embriones que estaban en el freezer. Había pasado un mes desde la última vez que a ella le había venido la menstruación. Le dijeron que hiciera un esfuerzo y se olvidara de todo eso, que saliera, hiciera cosas que le gustaran y la mantuvieran entusiasmada. Al mes, debía pasar por otra etapa de estimulación. Y, de vuelta, volvió a sentirse conejillo de Indias.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

De los ocho embriones que estaban congelados, le colocaron cuatro. Ahí le habló la encargada del proceso, la doctora Marisa Dellepiane. Le dijo: “La verdad es que, máximo, pueden llegar a prender dos”, porque en la división celular se pudo ver, con microscopio, que un par estaban “gorditos, perfectos”. Pasaron 15 días, y Loli tuvo una pérdida. Pensó: “Ta, me vino de vuelta”. Pero no.

Estaban en Punta del Este, y Ponce de León llamó a Dellepiane: “Creo que me vino de vuelta”, le dijo. “Acostate en la cama, hacé vida de camisón, que mañana te mando hacer análisis de sangre”. Al otro día, se hizo los análisis que, le habían dicho, arrojaría resultados una o dos horas después de realizados. Pero pasaron tres y cuatro horas, y no había novedades.

Llamó a la doctora: “Marisa, ¿qué pasó?”. “Tranquila, todavía no tengo los resultados de los exámenes”, le dijo. Pero Loli no se lo creyó. Ansiosa, llamó directo al laboratorio, se presentó y dio su número de socia. “Ah, sí, te dio 365”, le informó, como quien anuncia algo buenísimo. “¿Qué significa eso?”. “Que estás embarazadísima. Y capaz que de dos, porque es altísimo el número de la hormona”, le dijo. Lorena cortó y llamó a Dellepiane.

—Che, Marisa, estoy embarazada.

—¿Quién te dijo?

—Llamé al laboratorio. ¿Por qué no me lo quisiste decir?

—Porque, como tuviste una pérdida, quizás lo perdiste. No te quisimos decir que estabas embarazada por miedo a que lo hayas perdido.

Lejos de lamentarse, Loli se alegró y le dijo que, así los hubiera perdido, el resultado significaba que sí podía tener hijos. “Te digo para futuros casos: a mí lo que más me importaba saber era si yo podía quedar embarazada. Ahora sé que puedo; de hecho, mi cuerpo habló. Después, si eso se sostiene y esto sigue, buenísimo”, le dijo.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Los resultados finales arrojaron que no los había perdido. Sí, en plural, serían mellizos. ¡Justo lo que ella había soñado toda la vida! Quería tener dos siendo joven, para poder crecer con ellos y acompañarlos en su crecimiento con más vitalidad. Su madre había sido madre joven y siempre deseó copiar su camino.

La bióloga se le presentó años después. Le contó que, cuando su caso, acababa de volver de hacer un curso de embriones congelados en España, que con ella aplicaron una técnica novedosa —“de nuevo ratón de laboratorio”— y sus hijos fueron el primer caso de mellizos de embriones congelados del país. 

Luis y Violeta, por fin, estaban encamino.

Tener hijos adoptados

Si Dayana esperaba un solo hijo y de repente eran tres niñas, y Loli anheló infructuosamente ser madre hasta el tratamiento de fertilización in vitro, Florencia Cremonese (32), en cambio, tenía claro que de ninguna manera sería madre gestante. Sin embargo, sí estuvo dispuesta a recorrer el engorroso camino burocrático de la adopción. Y sin saber si podía o no tener hijos por gestación.

Florencia era periodista free lance, trabajaba en una empresa turística y aportaba horas a la ONG Hijos del Sistema, donde atienden chicos egresados del Inau con carencias familiares y de oportunidades.

Conoció a quien hoy es su pareja, Bruno, en 2012, por amigos en común. Se agregaron a Facebook y comenzaron a chatear. Él, que trabaja en contabilidad, era más conservador y formal, y prefirió tomarse su tiempo antes de conocerla personalmente. Fue ella quien avanzó y le propuso conocerse. En aquel entonces, ella tenía 19 y él 24.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Cuando llegó el momento de hablar de hijos, increíblemente, ambos coincidieron: querían ser padres, sí, pero no de hijos nacidos de la unión. Preferían adoptar. Florencia explica por qué: “A mí nunca me interesó ser madre biológica. Nunca fue mi objetivo. Yo creía —y sigo creyendo— que la maternidad y la paternidad deben tener un sentido, más allá de mí misma. Si no adoptaba, nunca me iba a decidir a ser madre, porque me parecía que nunca es el momento ideal”, dice en una plaza, mientras sus dos hijos corren y retozan alrededor suyo.

Además, dice Florencia, ella quería que jugara “el azar”. Le pregunto qué quiere decir con eso, y explica que hay técnicos del Inau que son los indicados en matchear a los padres adoptantes con los hijos en condición de adoptabilidad. Ella dice “juntarnos”. “Teníamos que juntarnos ellos y yo”, dice, y confirma que cree en el destino.

Y si Dayana y Matías tenían claro que querían un solo bebé (y debieron cambiar pañales a tres a la vez), Florencia y Bruno, en cambio, querían adoptar a dos hermanos. Ocho meses demoraron en ser aceptados en el RUA, el registro único de adoptantes. Tuvieron suerte: otros han esperado hasta un año y medio en adoptar.

De nuevo, eso del azar, por algún motivo, le atraía a ella: “Estás en el RUA y cualquier día te podés convertir en madre o padre. Y eso me parecía interesante. Para mí, la maternidad tiene que ser algo más que sentirme yo realizada como mujer, en lograr una meta personal. Si podía ser que eso combinara con que alguien más se viera beneficiado, ahí sí tendría sentido”, justifica.

“Además, yo ya había trabajado con chiquilines en condiciones de alta vulnerabilidad, porque había estado en otras ONG, y estábamos con ellos hasta que muchas veces los derivaban al Inau”, agregó.

—A ver si te entiendo bien… Tu razonamiento, y el de tu marido, es: “¿Para qué voy a traer a alguien más al mundo, si ya hay niños que necesitan una madre y un padre y no los tienen porque el verdadero padre o madre los abandonó o no los pudo criar?”.

—Sí, totalmente, es eso. De hecho, siempre que hablo de adopción le digo a la gente: “Dense la oportunidad de ser padres así”.

Y ejemplifica: un hombre o mujer sola, sin pareja, que quizás no está para criar a un bebé desde que le cortan el cordón umbilical, pero quiere ser padre o madre. Bueno, quizás puede ser padre o madre adoptivo de un niño que necesita una figura paterna o materna. “Hay diferentes formas de integrar una familia, que no necesariamente tienen que pasar por los nueve meses de embarazo. Por ahí podés ser una buena madre de un niño más grande. A mí me parecía que yo podía ser una buena madre de dos niños a la vez, de dos hermanos. Mucha gente no se animaría”, dice.

Si bien Florencia ingresó al RUA cuando tenía 28 años, el proceso de adopción comenzó tres años antes, cuando con 25 tuvo la edad para poder comenzar el procedimiento administrativo. ¿Qué tan pesado es este? “Depende”, dice Florencia. Y señala que la mayoría de las parejas arrastra años de frustración por no poder tener hijos propios, y el proceso de adopción alarga esa tortuosa espera. En cambio, ella y Bruno comenzaron de cero, sin sumar años de desesperanza previos.

Todo comienza con conseguir documentos como el certificado de buena conducta o partidas de nacimiento. Luego, el acta del matrimonio o certificado de convivencia (en el caso de ellos, que no se casaron). Después viene lo difícil, dice. Cuando psicólogos y asistentes sociales comienzan a frecuentar el hogar y a hacer preguntas “incómodas” como: “¿Y qué aceptarías? ¿Aceptarías que la madre biológica esté presente en su vida? ¿Aceptarías un niño con tal enfermedad? ¿Aceptarías no sé qué otra cosa?”. En esos momentos de interrogatorio —o parecido—, ella se preguntó: ¿Y si no acepto tal cosa qué? ¿No me van a dejar adoptar? Esto, además de cuestionar el poder adquisitivo de la pareja, sus posibilidades económicas.

En abril de 2022, Florencia y Bruno conocieron a quienes serían sus hijos, según el Inau y “el azar”. Amaia y Benjamín (él con un año y cuatro meses, ella de apenas tres meses) estaban en condiciones de adoptabilidad por negligencia de los padres biológicos, explica la mamá adoptante.

—¿Había temas de drogas, alcohol o delincuencia en los padres?

—Digamos que estaban todas las cosas que se puedan combinar; todas estaban.

El Inau les quitó la patria potestad y los niños fueron a parar al instituto.

“Yo tuve la oportunidad de conocer a la madre biológica. Digo ‘la oportunidad’, cuando algunos me han dicho ‘la desgracia’. Para mí, fue una oportunidad, porque si bien fue un momento difícil en mi vida, hoy creo que tengo datos, información y sentires de ella que me van a servir para criarlos a ellos”, sostuvo Florencia.

A ella le da tranquilidad saber que la mamá que los parió los quiere. Pero esto también puede ser un problema. Hoy la madre biológica quiere recuperar a sus hijos, y pidieron la restitución de los niños. El Estado, por intermedio del Inau, creyó inconveniente el vínculo entre ambas madres, y lo impidió. Florencia —madre legal— y la madre de origen de Amaia y Bruno ya no están en contacto por disposición judicial.

Más allá de lo complicado del proceso de adopción, Florencia señala lo oneroso que es. Se puede llegar a tener que desembolsar entre 100.000 y 250.000 pesos en contratar abogados y trámites. Una vez que Inau le da la carpeta a los padres que adoptarán, estos deben ir a un juzgado de familia donde comienza otro periplo. Ahí entran a trabajar tres equipos de abogados: uno para los padres biológicos, otro para los futuros padres legales y otros que representarán los intereses de los niños. Hay dos juicios que atañen a los niños en cuestión: uno para la separación definitiva de la familia biológica y otro para la adopción plena de la nueva familia.

La LUC permite que ambos juicios se aúnen en uno solo, lo que puede llegar a abaratar los costos —según Florencia, el ahorro no es significativo—, pero la misma LUC de Lacalle Pou permite que hoy se pueda adoptar prescindiendo del Inau. Esto ya no le cae en gracia a Florencia, integrante también de la ONG Apau (Asociación de Padres Adoptantes del Uruguay).

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Vocación maternal

Dayana y Matías debieron pasar zozobras económicas y superar discriminación para poder criar a las trillizas, en especial a Federica, la de la ley que redactó la diputada colorada María Eugenia Rosselló para aumentar la licencia maternal y paternal en caso de la llegada de nacimientos múltiples o con prematurez extrema.

Por suerte, el trabajo (uno de ellos) del papá se hizo cargo del costo de pañales durante su primer año. No fue poca cosa: un paquete de 96 pañales cuesta 2.000 pesos, y ellas necesitan uno por semana. Pero había otros gastos: las niñas debían tomar complemento. Como Fede tuvo internación domiciliaria, algunas latas les llegaron de forma gratuita. “Pero tuvimos dificultades para todo lo demás, básicamente para llegar a fin de mes”, contó Dayana en su casa.

El BPS le cubre dos terapias por niña, y los padres deben pagar el resto. El matrimonio paga 30.000 pesos de terapia por mes. Las terapias son fundamentales para niñas con problemas de desarrollo. Federica es la que necesita más (va lunes, miércoles y viernes); Catalina y Emilia van lunes y miércoles. A Dayana le gustaría que pudieran asistir a más terapias, pero no las puede costear.

También debieron sacarlas del colegio privado al que iban, por sentir que discriminaban a la niña con parálisis cerebral. Por suerte, consiguieron que el Estado se hiciera cargo del 100% del salario de un asistente social que lleva a las niñas al nuevo centro educativo, pero el trámite para lograrlo demoró tres años.

Dayana debió renunciar en 2022 a su trabajo como administrativa, luego de tener que ausentarse demasiadas veces y de certificarse constantemente para justificar esas salidas del trabajo. Ya no quiso tolerar las faltas de empatía de sus exjefes, y prefirió dedicarse tiempo completo a su trabajo no remunerado de madre.

A Dayana la tienen harta las connotaciones negativas de la discapacidad. “Para mí, ellas son distintas, como vos y yo somos distintos. Usemos las palabras correctas: alguien no es discapacitado, no es enfermito, no es angelito, nada de eso. Son personas con discapacidad: es Federica, es Emilia, es Catalina”.

El de este domingo 18 será el sexto Día de la Madre de Dayana, quien todavía no las ha escuchado decir “feliz día, mamá”. Recién ahora, que Emilia se expresa un poco más, y con una pequeña ayuda del papá, quizás pueda escuchar esa expresión que sabe la conmoverá hasta las lágrimas. Las mismas que le brotan cuando habla del “torbellino”, la “introvertida” y callada Catalina, o el “motor” de la familia, la vulnerable Federica, a la que le dicen que tiene una ley con su nombre y devuelve una sonrisa.    

Luis Lacalle Ponce de León y Violeta tienen 20 años. Ella es sociable y desenvuelta. Dice su abuelo, el expresidente Lacalle Herrera, que tiene pasta para ser dirigente política. Hoy trabaja en un estudio jurídico y analiza la idea de hacer una maestría más adelante. El joven Luis Alberto jugó al fútbol en las inferiores de Torque y Boston River —donde llegó a debutar en Primera, y se bancó que al oído le hablaran de su padre—, pero ya “colgó los botines”, según su madre, y hoy estudia licenciatura en Sistemas. Es un muchacho maduro y aplomado, según la opinión subjetiva de su madre.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal.

Las experiencias de otros padres que transitaron el mismo camino que ellos hizo que Lacalle Pou, en su segunda diputación, legislara para que la infertilidad sea considerada una enfermedad —hay unas 50.000 parejas infértiles en Uruguay— y, en consecuencia, el Estado se haga cargo del 50% del costoso tratamiento de fertilización in vitro. La ley de reproducción asistida se terminó aprobando en 2013.

Tras el nacimiento de los tan esperados mellis, y cuando nadie lo esperaba, Lorena Ponce de León quedó embarazada de Manuel. Bastó que se olvidara de los tratamientos y dejara las preocupaciones para quedar encinta sin proponérselo. “Sin duda hay factores psicológicos en todo esto”, sostuvo.

Florencia Cremonese vivirá este domingo su tercer Día de la Madre con sus hijos. Para ese día solo espera que, para variar un poco, se porten bien y no rompan ningún vidrio. Y, si es posible, que Benja le haga un dibujo con su nombre, el que recién aprendió a escribir. Los niños están estrenando apellidos: desde hace pocos días son Amaia y Benjamín Cremonese Apolinario (así, en ese orden, primero el apellido materno).

Él es fanático de los autos, la Fórmula 1 y admirador del corredor Max Verstappen; ella tiene una personalidad que la define: no le importa el qué dirán ni se deja llevar por opiniones ajenas. Si a ella le gusta algo, eso ya le basta. “Benja es muy parecido a mí, y Amaia es todo lo guerrera que yo desearía que fuera”, dice la mamá.

Lorena, Florencia y Dayana coinciden en la respuesta-de-madre-por-antonomasia, ante una misma pregunta.

—¿Qué querés para ellos? ¿Qué esperás de ellos en el futuro?

—Que sean felices.

Por César Bianchi