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Faye O’Connor: “Uruguay es un lugar que tiene mucha historia con el Reino Unido”

Año de nacimiento: 1974. Lugar: Tilbury, Inglaterra. Profesión: embajadora de Reino Unido en Uruguay. Curiosidad: hizo una licenciatura en literatura y una maestría en teatro antes de dedicarse a la diplomacia.

10.02.2021 11:15

Lectura: 23'

2021-02-10T11:15:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Cuando nació, era tan chiquitita que su madre la nombró Faye que, en inglés, es una forma de nombrar a las hadas. Era la segunda hija de una madre que se casaría de vuelta y tendría dos hijos más. Por lo tanto, sería la segunda de cuatro.

Enseguida se mudaron a Essex, a una casa de tres habitaciones y, frente a ellos, el campo. Por eso, salía mucho con los vecinos a jugar. Ella con su bicicleta y sus hermanos con sus patines andaban por ahí porque había poco tráfico y había una bajada ideal para hacer carreras. Aunque llovía casi todo el tiempo, porque así es el clima allá, se manejaban para estar afuera de sus casas.

Como su madre trabajaba en una tienda de antigüedades y de joyas, y era raro que una madre de familia trabajara, Faye O´Connor y sus hermanos se quedaban en lo de sus vecinos que tenían, más o menos, la misma edad. Esas eran las personas a las que más veía, a sus vecinos y a sus hermanos.

El resto del tiempo, era bastante seria. No era que no le gustara jugar afuera, pero era más cautelosa y callada que sus hermanos. En parte, quizá, porque disfrutaba más de juegos como dibujar, leer y escribir. Y ahí empezó su pasión con la literatura, leyendo casi todo lo que había en la vuelta y escribiendo sus primeros cuentos.

En la escuela, cuando sus compañeros de clase estaban aprendiendo a decir el color amarillo, ella ya estaba adelantada y decía azul. Le gustaba jugar al netball, un deporte muy tradicional en el Reino Unido y le gustaba el country dancing, bailes irlandeses y escoceses. Y aun así, siendo una niña, creía que algún día iba a ser poeta, autora o dramaturga. Quizá lo hubiera logrado.

En la secundaria, leer y escribir siguió siendo su pasión, pero encontró otro interés, uno que la perseguiría toda su vida: el aprender sobre diferentes culturas y su historia. Siguió estudiando, como debía, a diferencia de algunos de sus hermanos que no eran tan académicos. La rebeldía le llegaría tarde.

En el Reino Unido, Essex era famoso por todo aquello que tuviera que ver con las mujeres manteniéndose perfectas en su imagen: uñas, pelo, tacos. Faye era exactamente lo opuesto, usaba sus botas de Dr. Martens y compraba ropa de segunda mano. Y trabajaba en el teatro, ayudando detrás de escena, y como ingeniera de luces en shows en vivo en bares. Su faceta creativa empezaba así, entre el teatro y la música.

Se acuerda, todavía, de los diálogos de My Fair Lady, el musical para el que trabajó durante dos meses. Y se acuerda, también, con mucha emoción cada vez que tenían que correr la escenografía del escenario en absoluta oscuridad. Era un momento de pánico, que se transformaba en algo muy divertido cuando lograban sacar todo de escena correctamente.

Y cuando tuvo la posibilidad de salir de Essex, lo hizo y se fue a estudiar una licenciatura en literatura a Manchester a la Universidad de Salford. Eran los noventa y Manchester era el centro del renacimiento de la música británica. Era el hogar de Oasis y era el escenario de la música independiente y underground. Faye quería experimentar todo aquello.

Después de unos años, se dio cuenta de que su amor por la literatura provenía, en primer lugar, de la posibilidad de viajar a otros mundos sin moverse. En segundo lugar, provenía de aquella curiosidad por las culturas ajenas, por las personas, por ver cómo viven, cómo piensan, cómo entienden el mundo.

Y leyó Bleak House, de Charles Dickens. Ahí fue cuando empezó a interesarse por la política, por la justicia social, por el funcionamiento del capitalismo y los problemas de la democracia. También se enamoró de un género teatral llamado Kitchen Sink Drama, que cuenta dramas de las personas comunes y no necesariamente sobre personajes de la clase alta, como había hecho el teatro británico hasta los ´50.

Incluso, para finalizar su maestría en teatro en Londres, escribió una obra de ese mismo género. Hoy, después de tantas mudanzas, ya no sabe dónde quedó. Faye O´Connor pasó de ser estudiante de literatura y de teatro a embajadora del Reino Unido en Uruguay, muchos años después.

¿Cómo pasás del mundo artístico a la diplomacia?

No puedo decir que por accidente, pero más o menos fue por accidente. Entré en mi licenciatura y trabajé un año para pagar mi maestría, trabajaba en marketing. Entonces, cuando terminé quería regresar al marketing porque era algo que conocía, interesante. Tiene mucho que ver con la gente, sus deseos y sus intereses. Empecé en eso, mientras tanto, en mi tiempo libre, estaba trabajado en el teatro. Pero también soy práctica y la mayoría de mis colegas en maestría no seguían en teatro porque es muy difícil hacer una carrera allá y tener una vida normal porque todos los horarios están en la noche y los fines de semana.

Había tenido unos dos años en marketing, y estaba viajando por vacaciones, y me acordaba que mi interés por la gente podría ser más útil. Era bastante exitosa en marketing, pero me pesaba que el éxito en marketing tiene mucho que ver con vender más cantidades de un producto. Aunque mi empresa era chiquita y habíamos recibido algunos clientes enormes y algunos reconocimientos, el éxito implicaba más ventas y yo quería hacer algo que tuviera como objetivo dar más a la sociedad, que significara más.

En ese momento, yo empecé a pensar en trabajar en servicio civil, pero especialmente en nuestro cuerpo diplomático porque cumplía con este interés de viajar y de ver otras culturas y aprender. Eso ha sido una motivación enorme de toda mi vida, el aprendizaje constante. Me gusta estar en situaciones donde no estoy cómoda y aprender algo, es mi preferencia frente una situación muy conocida y muy familiar, donde hay poco nuevo para aprender sobre otras personas o sobre ti mismo.

Había una ruta hacia nuestro servicio civil que se llamaba el fast stream, ruta rápida, para graduados. Solicité un lugar y, en ese momento, podías elegir qué ministerio querías. Yo puse Ministerio de Relaciones Exteriores como primer lugar. Había miles de personas que solicitaban lugares. El año que yo lo hice creo que eran 17.000 graduados que solicitaban lugares y el ministerio más popular era el de relaciones exteriores. Los que fracasaban en llegar al ministerio que querían, les ofrecían otro ministerio. Nadie estaba más sorprendida que yo de haber conseguido el Ministerio de Relaciones Exteriores. De 17.000 solicitantes, ellos seleccionaban algo así como 350 personas en todo el servicio civil y, en el Ministerio de Relaciones Exteriores quedamos 27. Estaba muy feliz. Así fue como empezó mi carrera diplomática y fui a nuestra sede, por primera vez, en Londres que es un edificio histórico y sentís que sos parte de algo más grande que tú.

¿Cuál fue tu primera tarea como diplomática?

Empecé en nuestro departamento de las Naciones Unidas. Nosotros no escogíamos, nos mandaban y mi tarea era trabajando sobre la prevención y resolución de conflicto y el tratamiento de refugiados en Londres. Estuve un año y, después de eso, los nuevos tuvimos que escoger al mismo tiempo lugares para ir. Publicaron una lista y tenías que poner mínimo diez países, en orden de preferencias, con un poco de explicación.

Recuerdo que puse primero Brasil, principalmente porque lo de Brasil implicaba un año en una escuela diplomática brasilera con todo el cuerpo diplomático de Brasil. Yo pensaba qué interesante sería estudiar con sus diplomáticos. Y después puse Moscú porque al haber estudiado mucha literatura sobre la Guerra Fría, me interesaba muchísimo ese país y cómo fracasó la Unión Soviética. El sistema organiza dónde va cada uno y no conseguí Brasil porque había alguien que tenía una mujer brasilera. Pero sí conseguí lo de Moscú. Entonces, mi segundo año en el Ministerio de Relaciones Exteriores era simplemente aprender cómo hablar ruso. Fueron once meses de capacitación en un idioma que nunca había intentado hablar, un idioma difícil, pero me encantó y eso también implicaba casi dos o tres meses en San Petersburgo para aprender el idioma más familiar. Después de eso empezó mi trabajo en Moscú y estuve allá casi cuatro años trabajando en relaciones entre Rusia y todos los otros países de la Unión Soviética, contra el terrorismo, contra narcóticos y el conflicto interno de Chechenia, era fascinante.

¿Qué recuerdos te llevaste de Moscú?

Frio, nieve, cultura. El ballet en Rusia es el mejor del mundo, en mi opinión. Color, porque hay muchas iglesias que son de colores brillantes, increíbles. Orgullo porque las personas rusas son muy orgullosas de ser rusas. Realmente son gente muy cálida, es difícil saberlo cuando los encontrás por primera vez porque tienen una barrera de hábito de la Unión Soviética y, a veces, suena muy fuerte su cultura por su idioma. Se hace un poco temeroso, pero atrás de eso, cuando te podés hacer amigo con un ruso, son muy amistosos y muy cálidos.

También recuerdo que empezó a nevar en Moscú en setiembre y duró hasta abril, es muchísimo tiempo. Cambiás tu modo de ser, de caminar, el tiempo para vestirte cuando salís de la casa, pero tengo muy buenos recuerdos.

Otra cosa que recuerdo bien de este momento era el sentido de comunidad que había entre algunos de los diplomáticos. Yo tenía mucho contacto con miembros de una ONG que estaba tratando de trabajar en cosas que los ponía en peligro, en Chechenia, y había este sentido de contribución a la democracia y a la comunidad entre personas. En Rusia, en ese momento, no era tan obvio en qué dirección iban a ir. Como democracia era bastante joven y era durante el primer mandato del presidente Putin. Una de las preguntas claves durante mi tiempo allá era si Putin iba a querer seguir así, o si iba a tener un puesto como era previsto en la constitución.

Y después de Rusia pasaste a México, ¿por qué ese cambio tan drástico?

Yo no soy una persona tan de planificación y, cuando empecé a ser diplomática, el plan era viajar lo más posible, aprender lo más posible, pero no tanto con el objetivo de ser embajadora. Yo siempre he sido muy interesada en el viaje, más que el destino. Yo estaba trabajando en mi sistema y tenía una amiga que estaba trabajando en cambio climático. Ella tenía que irse de licencia de maternidad y me dijo necesitaba a alguien que cubriera su puesto y en quien pudiera confiar. Era una amiga con quien estuve en Moscú.

Es bastante nuevo el tema, eso era en 2007, y apenas habíamos empezado como Ministerio de Relaciones Exteriores a pensar en el cambio climático, como parte importante de lo que hacemos. Obviamente, ahora es absolutamente clave en lo que hacemos, pero había un pensamiento diferente en ese tiempo. Lo hice, y durante ese tiempo construimos un nuevo Ministerio de Energía y Cambio Climático.

Tomamos parte de medio ambiente desde el Ministerio de Agricultura y tomamos parte de nuestro Ministerio de Industria, la parte de energía, y los pusimos juntos para pensar en una manera más colaborativa sobre energía y cambio climático.

Con la construcción de este nuevo ministerio, estuvimos en la etapa de acercarnos a una cumbre en Copenhague que fue considerada, durante muchos años, como el momento cuando la comunidad global iba a construir un nuevo régimen internacional para bajar las emisiones de carbono que tenía que hacer después del protocolo de Kyoto, que ya estaba en sus últimos años. En ese momento, el ministro de Relaciones Exteriores era David Miliband y era el hermano del ministro de este nuevo Ministerio de Energía y Cambio Climático, Ed Miliband. Hablaron entre ellos sobre la importancia de que el nuevo Ministerio pudiera hacer una contribución fuerte en esta cumbre y David acordó con su hermano prestarle algunos diplomáticos para ayudarles. Entonces, se acercaron a mí y me dijeron que, ya que estaba trabajando en cambio climático y ya que era diplomática, a ver si podía ayudarles con las preparaciones de esa cumbre.

Fui allá durante un año y Copenhague fracasó totalmente. Fue un fracaso enorme y de repente nos dimos cuenta que la manera normal de negociar, con el cambio climático, no iba a funcionar. El país que iba a ser anfitrión después de Dinamarca era México y los mexicanos estaban pensando que iban a tener una cumbre bastante fácil, porque Dinamarca iba a resolver absolutamente todas las cosas políticas, sensibles, problemáticas y que ellos iban a tener una cumbre técnica, resolviendo algunos detalles. No tenían pánico, pero después del fracaso de Copenhague y después de algunas discusiones bastante fuertes de "qué hacemos", miembros de mi gobierno se me acercaron. Me preguntaron a ver si podían prestarme a México para ayudarlos porque realmente tenían que, no solamente arreglas las negociaciones relacionadas con el cambio climático, sino recuperar la reputación de las Naciones Unidas de tener la habilidad de resolver desafíos enormes. En esta línea, me fui a México, sin saber cómo hablar el idioma, con tres maletas, una totalmente llena de zapatos. Cuando llegué, que nunca había estado en esa parte del mundo, era una aventura nueva.

¿Cuánto tiempo estuviste ahí?

Seis años, fui originalmente para tres meses.

Y fue en México donde conociste a tu marido.

Yo fui como préstamo de mi gobierno al gobierno mexicano. Llegué un día antes para deshacer mis valijas y el segundo día tenía que ir al Ministerio de Relaciones Exteriores de México. Entré y había una amiga abajo, esperándome para subirme a su dirección de temas globales, que era donde ellos trabajaban en temas de cambio climático, y entramos al ascensor. Salimos y ella me presento a Ángel, que fue a mi oficina para mostrarme donde estaba y organizarme. Ese es mi esposo ahora. Él fue la segunda persona que conocí en mi primer día en Relaciones Exteriores. No empezamos juntos inmediatamente, por estar trabajando juntos y no hablábamos el mismo idioma. Solamente empezamos como pareja cuando yo salí del ministerio, cuando empecé a trabajar en la embajada, con un poco más de distancia.

¿En qué idioma hablas con él?

Nosotros hablamos en español porque cuando empezamos, aunque mi español no era bastante bueno, estaba aprendiendo rápidamente y mi español era mejor que su inglés. Ya es más igual, después de casi 4 años en Nueva York, él habla bastante bien inglés, pero entre nosotros hablamos bastante en español. A veces, un poco más en ingles por los niños. Yo les hablo en inglés y él les habla en español, pero entienden mucho mejor en inglés.

Recibiste la medalla OBE, Order of the British Empire, por tu trabajo en cambio climático en México, ¿qué recuerdos tenés de ese logro?

Era cuando yo estaba en México y tenía que ver con mi préstamo al gobierno mexicano. Cuando fui, fue la primera vez que nosotros como gobierno del Reino Unido enviábamos a uno de nuestros diplomáticos a un país que no es un aliado tradicional. En el pasado, habíamos enviado alguien a los Estados Unidos, a Australia. Recibíamos, de vez en cuando, de algún país europeo, pero era bastante raro para nosotros, con el tema del cambio climático, y que México pertenece a un bloque de países en vías de desarrollo y nosotros somos desarrollados. Fuimos miembros del Protocolo de Kyoto y ellos no. Entonces, era enviar a alguien que no es aliado, es la otra parte de la cosa.

Cuando fui, algunos de mi colegas se me acercaron y me dijeron que no me preocupara si era un fracaso, si me ponían en una esquina y tenía que hacer traducciones. Que les avisaba y que podía regresar, no tenían tantas esperanzas, pero nadie sabía cómo iba a funcionar.

Los mexicanos me hicieron la bienvenida como miembro del equipo, como alguien serio, como un empleado del ministerio, que era la idea. Ellos traían a la mesa todas las opiniones, los prejuicios y las necesidades de los países en vías de desarrollo y me usaron muy bien para informarles de todo esto por parte de países desarrollados y para ayudarles un poco con los análisis técnicos. Así, el Acuerdo de Cancún está reconocido como el acuerdo que revivió las negociaciones de las Naciones Unidas. Hubo mucha discusión, pero lo retomamos con fe y confianza, y mostramos que pudimos hacer un acuerdo en México y, por eso, era un honor enorme.

Y del día que recibiste la medalla, ¿qué recuerdos llevás?

Como persona que va a recibir la medalla, podés elegir si hacerlo en el Palacio de Buckingham o en el Castillo de Windsor. Yo había hablado con un amigo que había recibido una medalla antes, para saber cómo era. Él me dijo que había elegido Buckingham que es en la mitad de Londres, que es increíble, con todos los parques alrededor y con mucha ceremonia.

Pero me dijo que si pudiera hacerlo de nuevo lo hubiera hecho en el Castillo de Windsor y le pregunté por qué. Me dijo que la reina siempre dijo que consideraba el Castillo de Windsor como su hogar y que el Palacio de Buckingham como su oficina. Tengo entendido que eso refleja la diferencia de las ceremonias.

Buckingham es enorme, hay mucha gente y es muy bonito, pero no tiene sentido de intimidad. En el Castillo de Windsor no entra tana gente, el lugar es chiquito y solo podés llevar a tres miembros de tu familia. Llevé a mi mamá, a mi papá y a mi ahijada. La reina ya está más avanzada en edad, pero yo estaba adivinando que si le gusta mucho estar en su Castillo de Windsor, había más probabilidad de tenerla en la ceremonia, porque esa es una de las responsabilidades que ella delega. Fue un día muy bonito.

Mi vestido era del mismo color que el de la reina, y era muy divertido porque todos estaban de gris o de negro, con mucho estilo. Tenés un poco de conversación con ella, tenés que tener protocolo. No podés darle la espalda, tenés una clase antes de cómo comportarte. Después de eso hicimos el tour del castillo y, después, mi papá organizó un té en el Ritz de Londres, que es el hotel más famoso. Yo invité a algunos amigos, a algunos colegas y miembros de mi familia para tomar el té y festejar ese día en el Ritz.

¿Y después de México fuiste a Estados Unidos?

Fuimos a Nueva York. Nos fuimos a las Naciones Unidas, yo era la jefa de nuestro Departamento de Desarrollo Internacional que tiene que ver con financiamiento para el desarrollo, salud, educación, pobreza y también cambio climático.

Y pediste para venir a Uruguay, ¿por qué?

Yo quería venir a Uruguay después de México. Cuando estaba en México, pensaba que me gustaría quedarme en la región, me gustaba la idea de tener un toque de la cultura de la región y solicité Uruguay al mismo tiempo que solicite ir a Nueva York. Me dieron Nueva York y le dieron Uruguay a Ian Duddy. Él vino aquí y nada que él me dijo me dio la impresión de que fuera una mala decisión. Entonces, cuando estaba terminando el fin de mi tiempo en Nueva York, pensé por qué no pedirlo de nuevo.

Lo pedí otra vez y quería Uruguay específicamente porque quería quedarme en la región, pero obviamente la región tiene sus problemitas, entonces yo también estaba buscando un lugar donde me sintiera que podía ir con mis niños. Hay algunos lugares en América Central que a los que no es tan apropiado ir con niños. Era un lugar donde quizá podía trabajar mi esposo si quisiera trabajar, un lugar que tenía muchos enlaces e historia con el Reino Unido. Tenía mucho sentido de cultura o historia compartida, de alguna manera. Por eso, yo pensaba que Uruguay era el lugar perfecto para nosotros. Y eso era antes de enterarme sobre todas las playas y el clima, solo me di cuenta de eso más tarde.

¿Dónde nacieron tus hijos?

Los dos nacieron en México, en el D.F.

¿Qué cosas de la cultura británica permanecen en ti y cuáles has adherido de otras culturas?

Sé que soy más seria en inglés que en español. Es interesante cómo un idioma cambia a una persona. Soy más flamante en español que en inglés, seguro. Tenemos una mezcla de tradiciones en la familia, especialmente relacionado con México por ser el lugar de nacimiento de los niños y de mi esposo.

Por ejemplo, nos gusta festejar el Día de los Muertos y tener una ofrenda. Eso es absolutamente alienígena para la cultura británica, poner una ofrenda y pensar en un lugar de los restos donde se puede hacer una fiesta y que sea un lugar de alegría. Me gustó mucho más esto para que los niños piensen que hay maneras bonitas de recordar, pero algunas tradiciones de otros países también tenemos.

De Estados Unidos, todavía hacemos Día de Acción de Gracias, a los niños les encanta. Y les encanta Halloween. Tienen una idea de Halloween que es muy estadounidense. En el Reino Unido somos más básicos sobre Halloween y todos los disfraces tienen que ser algo temeroso: espíritus, brujas y, como máximo, calabaza. En Estados Unidos hay hadas, trajes de Disney y mis niños tienen eso muy específico de Estados Unidos. Tenemos una mezcla de cosas muy diferentes, yo creo.

Con respecto a mí, siempre me ha gustado el teatro sencillo, pero después de haber vivido en Rusia, me encanta el ballet. No tanto la ópera, pero el ballet es algo que nunca pensaba que me iba a gustar y ahora es algo que me gusta muchísimo. Otra tradición en la familia es ir a ver el Cascanueces en Navidad, si podemos, también para darle a los niños algo muy navideño, pero muy cultural.

¿Cuál fue el día más triste de tu vida?

Uno reciente, en el que estaba bastante triste, fue cuando mi papá murió, el año pasado, en diciembre. Nunca conocí a mi papá biológico. Mi hermana mayor y yo somos de él, y mi hermana menor y mi hermano son de otro papá. Misma mamá, dos matrimonios.

Nos enteramos porque mi hermana mayor era amiga en Facebook con un miembro de su familia actual. Nos dijeron y, de casualidad, mi hermana mayor estaba aquí. Vinieron para Navidad, ella estaba en cuarentena en el Reina Unido porque tiene algunas vulnerabilidades, eso quería decir que no salía desde marzo. La trajimos como caso especial a convivir en mi residencia y estuvimos juntas cuando escuchamos sobre mi papa biológico. Pudimos unirnos a la misa por Zoom. Era un momento bastante triste saber que ya no vas a tener la oportunidad de conocer a alguien, pero al mismo tiempo, estaba contenta de tener a mi hermana conmigo, totalmente de casualidad, en un momento totalmente inesperado.

¿Y el más alegre?

Voy a decir mi boda. Podría decir el nacimiento de mis niños, pero también dolió un poquito, así que voy a decir mi boda. Nos casamos en México, en un pueblo chiquito llamado Tepotzlán y había una hacienda que tenía como seis habitaciones y alquilamos todo el lugar. Era arriba de una colina en Tepotzlán y el día era bonito. Muchos de mi familia vinieron, mi hija tenía un año. Lo hicimos por su primer cumpleaños, entonces ella caminaba con mis hermanas por la terraza. Fue un día de mucha alegría, en un estilo de británicos y mexicanos, hicimos lo mejor de las dos culturas.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

Que siempre hay otra cosa que aprender, que nunca terminás de encontrar cosas nuevas, cosas que te sorprenden. Es una debilidad pensar que sabés todo de todo, porque siempre hay algo nuevo que no sabías. Esa es la lección más importante.

¿Cuál es el momento de mayor libertad en tu vida?

Generalmente, me siento más libre cuando estoy en mi bici. Es medio travieso hacerlo, pero me gusta ir en mi bici escuchando comedia de radio británica, hay mucha comedia relacionada con las noticias que me hacen reír mucho. Así me siento bastante libre: en mi bici al aire libre, voy volando, escuchando algo que me hace reír o música.

¿Qué rol cumplen en tu vida las redes sociales?

Hasta antes de este papel, no tanto. Usaba las redes sociales en Nueva York para publicar lo que estábamos haciendo, pero más para ver lo que estaban haciendo los otros. De hecho, mi perfil en Nueva York lo agregué a un perfil profesional como Consejera de Desarrollo Internacional, no mi nombre personal, y lo di a la persona que vino después de mí. Antes de eso, usaba muchísimo Facebook en las negociaciones de cambio climático. Muchos de los negociadores trabajan por décadas solamente en esas negociaciones, entonces saben mucho más, es como una burbuja sobre cosas técnicas, pero también sobre la historia que cuenta mucho en las negociaciones. Esa era la primera vez que yo veía una red social, que es para mis amigos, como una manera de trabajar.

A nivel personal, cuando yo fui a Rusia apenas teníamos correo electrónico. Yo le enviaba un correo a mi familia de vez en cuando, una vez cada mes. Era muy complicado adjuntar fotos y, de hecho, era mejor comunicarse por teléfono.

Obviamente, siento que podemos estar más cerca de nuestros familiares en México y en el Reino Unido, estemos donde estemos, tras las redes sociales, y eso es algo increíble. Es una manera de mantenerse en contacto mucho mejor con la familia que antes, es un beneficio enorme de internet, de las redes sociales y de las tecnologías nuevas.

¿Y qué rol adquirieron ahora, como embajadora?

Para mí es algo de primera importancia. Las cosas han cambiado, entonces no creo que sea la imagen tradicional de una embajadora usar mucho las redes para comunicarse con la gente. Pero esa imagen de un embajador que viene con todas las respuestas creo que es algo que no es muy moderno. Soy muy abierta a que estoy acá para aprender y que eso es una parte muy importante, aprender de la mayor manera cómo funciona este país y eso implica las tareas tradicionales, pero también implica hacer la comunicación por las redes sociales, compartir cosas que interesan más al pueblo. Yo no conozco a una persona en el mundo que no le interese una parte de la cultura británica, sean los Beatles, Queen, la Reina, o alguna película de Hugh Grant. Quiero acercarle a la gente nuestra cultura porque así construís entendimiento mutuo y eso es diplomacia.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Me gustaría decir el cielo, porque he intentado lo mejor que podía hacer, para mi familia y para la comunidad. Siento que aunque mis contribuciones son muy chiquitas, he contribuido cosas. En cada trabajo que he tenido, podía ver logros, podría ver que había algo que era mejor que cuando había empezado.

Por Federica Bordaberry