Por Valentina Temesio
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No existe un motivo único por el que las personas emigran de su país de origen hacia otro. Algunas lo hacen para asegurarse un mejor futuro económico, otras por estudios, por amor, por seguridad, por encontrar un nuevo rumbo. Tampoco hay edad: hay quienes se van jóvenes y quienes cambian su vida de más grandes.
En el caso de Paolo Zagami, un montevideano que creció en Solymar y se radicó desde hace nueve años en Berlín, Alemania, fue a los 34 años. El uruguayo se fue con un motivo claro: salirse del negocio familiar en el que era gerente y poder elegir la paz antes que pelear. En ese momento, según dijo en diálogo con Montevideo Portal, pensó que lo mejor era mantener a su familia en lugar de “seguir trabajando juntos y terminar todos peleados”.
La opción de irse a Europa era la segura: tenía pasaporte italiano, que le permitía trabajar en cualquier país de la Unión Europea. Ya había visitado Alemania. De algún modo, aunque de turista, la conocía.
Entonces, se fue a un país con una idiosincrasia distinta: más frío, más exigente, con más “quejas”. Un lugar en el que “no conocía a nadie” ni “sabía hablar el idioma”.
El día en el que se dio cuenta de que “no quería quedarse en un lugar donde estuviera todo el tiempo mirando qué estaba pasando en otro lado”, sobre todo con el negocio familiar, decidió subirse a un avión que le cambiaría la vida. Y, sin saberlo, la de los latinos que viven en Berlín y desde este 2025 pueden tener más cerca la cocina de su casa.
Un completo desconocido
Los primeros días como migrantes fueron duros, recordó Zagami. Guardó toda su vida en dos valijas, que no llegaron con él. La primera apareció tres semanas después, la otra nunca. El uruguayo sentía “tristeza y dolor”.
“Yo no me fui por motivos económicos, buscando un mejor futuro. Era más bien dejando algo atrás. Entonces había que asimilar todo eso”, reflexionó el emprendedor uruguayo.
Zagami dijo que “digerió” todas las sensaciones al mismo tiempo: dejar su país, lo que quedaba atrás, los nuevos estímulos de una ciudad nueva, el shock cultural, la idiosincrasia alemana.
El uruguayo afirmó que su visión sobre Alemania cambió una vez que se instaló allí. “La idiosincrasia es de mucha queja, la gente está como buscando el problema todo el tiempo y no son tan eficientes como nosotros a veces vemos desde afuera, sino que son medio repetitivos, siguiendo las normas nomás, pero no razonando mucho lo que están haciendo”, señaló.

Zagami y amigos en Berlín. Foto: cedida a Montevideo Portal
Esa naturaleza, sostuvo Zagami, se ve incluso cuando un turista o nuevo residente intenta aprender el alemán, que se convierte en un “desafío”. “Te corrigen muchísimo más de lo que nosotros corregiríamos a alguien que está aprendiendo español, por ejemplo”, expresó.
Entonces, no le quedó otra que comenzar a estudiar el idioma, de 9:00 a 16:00, de lunes a viernes. Turno completo.
Un primer paso
El empresario no se fue a Berlín sin un plan. Se llevó consigo una idea de negocios: un e-commerce de accesorios —collares y caravanas— asiáticos. Para eso, viajó a China e Indonesia para comprar sus productos, a los que nunca le pudo sacar ganancia.
Entusiasmado y con los conocimientos que había adquirido en la Universidad ORT de Montevideo, en la carrera de analista en sistemas, Zagami creó una nueva empresa “totalmente de cero” y en alemán.
“Fue una aventura, trabajar mucho, hice todo solo. Yo tengo conocimientos de sistemas y ahí armé todo un sistema que fuera muy eficiente para los pedidos que entraran, que ya sacaran, que organizaran todo, y nunca funcionó”, reconoce el empresario.
El uruguayo se dio por vencido en ese proyecto para el cual había invertido todos sus ahorros. Desistió y vendió todos los productos a un uruguayo radicado en San José, que sí pudo obtener ganancias.
En ese mismo interín, Zagami recibió la noticia de que sería padre de una niña, hija de su primera pareja alemana, por lo que su situación había cambiado.
Cuando dejó el negocio, “vinieron otros miedos de vuelta”. “Era como que a cada paso que fui dando aparecían siempre muritos ahí, chicos, y había que levantar el pie, pasarlo y seguir”, reconoce. Un día, después de dos consultas previas, su pareja de ese momento recibió una propuesta que les cambiaría los planes por un rato: una empresa alemana buscaba un empleado que supiera español.
Se presentó y quedó en una multinacional que vendía sal premium fabricada en Mallorca: entró como ayudante en la oficina y terminó firmando cinco contratos de trabajo en un período de un año. Todos con ascenso.
Dice Zagami que después de tres años el dueño de “todo el concierto de esas empresas” —eran 14— le preguntó a qué apuntaba y por qué estaba “tan comprometido”. El uruguayo fue claro, le dijo que su plan era ser el gerente general de todo el grupo, ser “el referente” de su marca.
Nunca llegó a ser gerente general de la empresa, pero sí alcanzó el puesto de gerente comercial, con el que ganaba “un sueldo muy bueno”.
“Ni yo lo podía creer, hablaba en alemán y hacía las reuniones peleándome con las de logística, con las de sistema, con las de finanzas”, recuerda. Sin embargo, no dejaba de ser un número más en un gigante corporativo que tenía otros planes: comprimir todas las empresas e instalarse en Düsseldorf, una vida que a él, que criaba a su hija, no le cuadraba. Entonces, quedó en seguro de desempleo, por el que cobraba un 70% de su salario “grande”.

Zagami y su familia. Foto: cedida a Montevideo Portal
La sangre charrúa
De forma racional, Zagami comenzó a evaluar sus opciones como desempleado, porque sabía que si solo cobraba su seguro y “miraba la tele”, “no iba a pasar nada”. Pero también sabía que no quería trabajar como empleado y que su propósito estaba lejos del mundo corporativo “bastante salvaje” que ya había experimentado.
A los 41 años, el uruguayo radicado en Berlín comenzó a estudiar un master of Business Administration (MBA) en inglés, y a los 18 meses obtuvo un nuevo título. Encontrarse como estudiante ya de mayor le dio otras perspectivas, otro intercambio con los profesores.
“Nada de estas cosas era lo que me había programado que pasara. Me encantó el estudio de adulto; me encantó la experiencia de compartir”, dice.
Entonces, tuvo que pensar cómo subsistir sin que el trabajo moldeara su vida.
El sabor de casa
Desde hace unos tres años, Zagami compraba medialunas a una argentina que también estaba radicada en Berlín, Dalma. Un día, después de haber intentado tentar a una uruguaya de que se sumara a su negocio, le dijo a la argentina que tenía que vender sus productos en un lugar.
Ella le dijo que ese era su sueño. Y por ahí quedó, como un comentario al pasar. Tiempo después, el uruguayo volvió a retomar la idea que durante los primeros meses llevó adelante con Dalma, quien dio un paso al costado este mayo de 2025.
Con un máster encima y formación académica, pero cero noción sobre gastronomía, Zagami comenzó a evaluar cómo montar un local que vendiera los productos de su casa que ya no podía conseguir: medialunas, alfajores, chocotorta, dulce de leche.
“No había ninguna receta o algo de que fuera a hacer esto y que fuera a funcionar”, admite. Pero igual se tiró.
Primero compraron las máquinas para producir sus artículos de panadería: las consiguieron por la tercera parte de lo que salen, porque las vendía otro gastrónomo argentino. Esa fue “una primera jugada”.
Después tocó el tiempo de encontrar un espacio, una tarea que “no fue tan fácil” y lo llevó a visitar al menos treinta locales de “distintos tamaños, distintos presupuestos, distintos ajustes”.
En octubre de 2024 consiguieron el local donde funciona Merienda Haus, aunque al principio costó que el dueño alemán cediera. Para eso, el uruguayo organizó una reunión para conocer al arrendador. Llevó a su esposa y le contó del proyecto, de su vida. Le mostró quién era para que confiara, y lo hizo.
A los “30 segundos” de ese encuentro, comenzaba “esta aventura”.
La comunidad latina en un país que parece ser frío
En diciembre, a días de viajar a Uruguay con toda su familia, Zagami firmó el contrato. Si bien el viaje le quedó, de algún modo, trasmano, también fue una oportunidad para hacer una “investigación de mercado” y probar medialunas en Montevideo y Buenos Aires.
Una vez de vuelta al frío del enero alemán, el uruguayo comenzó a renovar el local. “Cambiamos pisos, paredes, instalaciones eléctricas. Yo nunca en mi vida había visto un enchufe trifásico de cinco cables, y había que instalar eso. Fue como tomando forma”, dice. Lo que no sabía entonces es que en ese pequeño local, que casi no tiene espacio para que las personas se sienten, vendería unas 800 medialunas por fin de semana.
El local abrió de a poco. Primero invitaron a amigos para probar el producto, después a clientes de Dalma. El primer día ya duplicaron la cantidad de pedidos que esperaban, para el siguiente fin de semana se expandió.

Producción de medialunas en La Merienda Haus. Foto: cedida a Montevideo Portal
La particularidad del negocio del uruguayo en la capital alemana es que es el único, el primero que lleva un pedazo del Río de la Plata a esa localidad europea.
“Todo el mundo viene y dice: 'Es increíble, cómo se les ocurrió esto'”, dice Zagami. Si bien su foco está en la producción —tiene la intención de vender sus productos a otras cafeterías y hoteles—, la gente encontró en ese espacio el sabor del hogar.
“¿No nos podemos sentar y tomar el café acá?”, preguntaban, y allí comenzaron a instalarse. Cuando comenzó marzo, empezaron a vender todos los productos que fabricaban, que se duplicaban y triplicaban los fines de semana siguientes.
“No podíamos creer lo que estaba pasando. Pero en esos días pasaron dos cosas. Vinieron dos influencers, una argentina y una española, como clientes. Nosotros ni abiertos estábamos, teníamos la cortina, la teníamos a medio abrir, pero entraba igual la gente y pedían y se sentaban a comer. Y ellas comieron y les encantó”, recuerda. Sin nada a cambio, las mujeres subieron contenido del pequeño local a su cuenta de Instagram y la comunidad latina los recibió.
¿Por qué van?
“Nosotros queremos mantener muy claro el espíritu sudamericano, como el perfil latino. La gente viene, se sienta, se ponen a hablar de una mesa a la otra, pasan teléfonos, preguntan los nombres. Es como un gran grupo de amigos, pero son todos desconocidos”, plantea el uruguayo.
Es que, dice Zagami, él ya pasó por eso. Sintió la falta de un lugar que, por un rato, lo llevara a su casa, a sus costumbres. Y en su local le pasaron “cosas locas”.
Una mujer vio la vitrina y se le llenaron los ojos de lágrimas. Dijo que estaba feliz, que no lo podía creer, que se sentía en su hogar. Otro varón miró los productos y pidió un minuto para “procesar” lo que estaba ocurriendo.
Es que la comida “lleva mucho a lugares”, pero Merienda Haus también tiene otro combo: el de la música, el ambiente, la gente que habla el mismo idioma, la comida con el gusto que un migrante ya conoce y, por lo general, tiene que volar para volver a encontrarlo.
Por Valentina Temesio
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