Por The New York Times | Patricia Cohen
Steel and Iron
International Trade and World Market
Customs (Tariff)
Prices (Fares, Fees and Rates)
Tata Steel
Trump, Donald J
Amsterdam (Netherlands)
Great Britain
En la planta de Tata Steel en IJmuiden, a las afueras de Ámsterdam, calderos de una como lava de acero fundido se vierten en largas y delgadas bandejas que se endurecen para formar planchas de acero idénticas de 12 por 1,2 metros.
Los productos finales, sin embargo, son estrictamente de alta costura. Cada artículo se fabrica por encargo: carcasas de baterías a prueba de fugas, piezas de automóviles con zonas de deformación que absorben la fuerza de un choque, latas que conservan con seguridad los alimentos durante años.
Muy pocas empresas en el mundo pueden producir este tipo de acero avanzado de alta calidad. Aun así, Tata se ve afectada por las mismas fuerzas que azotan a todos los productores siderúrgicos: los fabricantes producen más acero del que el mundo es capaz de utilizar.
Se calcula que el exceso de producción de acero alcanzará los 654 millones de toneladas en 2027, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Una solución sería simplemente fabricar menos acero. El problema es que ningún país quiere ser el que deje de producir un material que se considera esencial para su seguridad económica y nacional.
La producción de acero siempre ha ocupado un lugar destacado como símbolo de poder económico y prestigio. Constituye el tejido de la vida moderna, utilizado no solo para edificios, carreteras, coches, refrigeradoras, aparatos electrónicos, tenedores y tornillos, sino también para armamento, tanques y aviones de combate.
En Europa, el reconocimiento de que ya no se puede confiar en Estados Unidos como principal garante de su seguridad ha destacado aún más el papel crucial del acero en la defensa.
“El acero es fundamental para la fortaleza industrial del Reino Unido, para nuestra seguridad y para nuestra identidad como principal potencia mundial”, dijo al Parlamento el secretario británico de Negocios y Comercio, Jonathan Reynolds en abril, cuando el gobierno aprobó la legislación de emergencia para tomar el control de los dos últimos altos hornos operativos del país.
Ningún país puede fabricar todo por sí mismo, dijo Elisabeth Braw, miembro del Consejo Atlántico, un grupo de reflexión. Pero cuando se hace una lista de los productos a los que se quiere tener acceso garantizado en cualquier momento, “el acero es uno de ellos”, añadió.
En la última década, una avalancha de acero barato procedente de China ha transformado el mercado mundial. El gigantesco conjunto de fábricas del país —construidas en parte con apoyo gubernamental y a menudo carentes de los controles medioambientales exigidos en Europa— fabrican más acero, así como aluminio, que el resto del mundo junto. A medida que la economía china se ha ralentizado, se han exportado más de estos metales a precios muy bajos.
El resultado es una caída de precios, ganancias en picada y trabajadores desempleados. Medido en kilogramos, el acero cuesta menos que el agua embotellada. Unos ingresos menores también significan menos dinero para invertir en nuevas tecnologías con bajas emisiones de carbono, esenciales para cumplir los objetivos climáticos de la Unión Europea, advirtió en mayo la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Esto ha puesto a los gobiernos en una situación difícil. Quieren proteger el empleo y una industria considerada clave para la seguridad nacional, pero también mantener los costos bajos y evitar tener que pagar subsidios. Quieren acelerar la transición a una energía más limpia, pero también mantener la competitividad de la siderurgia.
“Este es uno de los remanentes realmente problemáticos de los días de auge de la globalización”, dijo Braw, del Consejo Atlántico. La gente no esperaba que el mercado “pudiera distorsionarse de este modo, y sobre todo de un modo que choca con los intereses de la seguridad nacional, pero ahí es donde estamos”.
Esta primavera, Tata, un conglomerado indio, anunció 1600 despidos en la planta de IJmuiden. El año pasado, los fabricantes de acero de los 27 países de la Unión Europea anunciaron un total de 18.000 recortes laborales y el cierre de ocho millones de toneladas de capacidad de producción.
Y en los seis primeros meses de este año, Alemania, el mayor productor de acero del bloque, vio disminuir la producción de acero un 11,6 por ciento —más de 15 millones de toneladas— respecto al mismo periodo de 2024.
La Unión Europea impone sanciones comerciales para impedir que China haga dumping con acero barato en sus mercados. Pero el acero chino sigue llegando, lo cual provoca que países que tradicionalmente no eran exportadores de acero, como Corea del Sur y Japón, se unan a la caza de compradores en otros lugares.
“Es un efecto dominó”, dijo Lucia Sali, responsable de comunicación de la Asociación Europea del Acero.
Y ahora, además de los elevados costos de la energía y la mano de obra, el envejecimiento de la tecnología y la feroz competencia de China, los fabricantes europeos de acero deben enfrentarse también a los estrictos aranceles estadounidenses. El presidente Donald Trump impuso el mes pasado aranceles del 50 por ciento a casi todas las importaciones de acero y aluminio, el doble de la cantidad que anunció en marzo, en un intento de proteger y estimular a los productores estadounidenses.
Los aranceles de Trump no solo amenazan con reducir significativamente la cantidad de acero que Europa puede vender en Estados Unidos. También significan que otros productores de acero de todo el mundo intentarán redirigir cada vez más sus exportaciones a Europa, y aumentarán aún más la competencia con las empresas de su propio país.
El Reino Unido está en mejor posición que la mayoría. Trump eximió al acero británico del arancel adicional del 25 por ciento sobre el acero y el aluminio y ha acordado eliminar el arancel del 25 por ciento restante en el futuro.
Aun así, las añosas plantas británicas tienen problemas para sobrevivir.
Esta primavera, el gobierno se hizo cargo del complejo de British Steel en Scunthorpe, una ciudad industrial del norte de Inglaterra. Jingye, la empresa china propietaria de la planta, había amenazado con cerrarla, alegando pérdidas de 700.000 libras al día, unos 940.000 dólares. Sus dos altos hornos son los últimos del país que producen acero desde cero, al utilizar mineral de hierro y carbón, en lugar de chatarra.
El año pasado, el gobierno también ayudó a rescatar a Tata Steel, que dirige una gran fábrica en Port Talbot, en Gales, con una subvención de 500 millones de libras para la transición a un horno de arco eléctrico más ecológico que funde acero reciclado.
En los Países Bajos, la planta de Tata Steel en IJmuiden está en mejor condición. El emplazamiento, que tiene el tamaño de 1100 campos de fútbol y está situado junto a una playa pública, es uno de los mayores empleadores industriales del país. La planta es la segunda más grande de Europa.
El paisaje incluye altísimas chimeneas y cadenas montañosas en miniatura hechas de montones de mineral de hierro y carbón. Tata Steel planea convertir la planta de carbón a hidrógeno renovable y gas natural para 2030, y está negociando subvenciones con el gobierno neerlandés.
La empresa sigue invirtiendo en la próxima generación de trabajadores, y cada año admite entre 150 y 200 personas en su academia de formación.
Pero la planta de IJmuiden aún tiene problemas. Los organismos reguladores neerlandeses se han enfrentado a Tata Steel en los tribunales por multas y el posible cierre de un horno de coque debido a sus emisiones tóxicas. La transición prevista a una tecnología con menos emisiones costará miles de millones y llevará tiempo.
De momento, el acero fabricado con hidrógeno verde en hornos de arco eléctrico y otros métodos de producción más ecológicos arroja muchas menos emisiones, pero cuesta entre un 30 y un 60 por ciento más que la producción convencional, según diversas estimaciones.
Y luego están los aranceles. Tata dijo en un comunicado que el 12 por ciento de sus ventas estaban “relacionadas con Estados Unidos” y que trasladaba la mayor parte del arancel del 25 por ciento que entró en vigor en marzo a sus clientes estadounidenses, entre los que se encuentran Ford Motor, Chrysler, Caterpillar y Duracell.
Pero, añadió la empresa, le preocupa que con aranceles del 50 por ciento “nuestro acero pueda volverse demasiado caro”.
escribe sobre economía global y reside en Londres.