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Internacionales

Por The New York Times

El largo camino por recorrer de las reparaciones coloniales

¿Qué le deben las antiguas potencias coloniales a los descendientes de aquellos a quienes colonizaron?

29.08.2022 15:40

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2022-08-29T15:40:00-03:00
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Por The New York Times | Max Fisher

¿Qué le deben las antiguas potencias coloniales a los descendientes de aquellos a quienes colonizaron?

¿Es suficiente con disculparse y devolver objetos culturales? Si la restitución ha de ser financiera, ¿cómo se calcula una deuda de generaciones de explotación, saqueo y esclavitud?

Estas se han convertido en preguntas constantes mientras los activistas y gobiernos de países previamente colonizados presionan por restituciones, tanto en tribunales como en conversaciones diplomáticas, por los abusos del pasado y sus consecuencias actuales.

Bajo una presión cada vez mayor, Francia, por ejemplo, repatrió el año pasado 26 obras de arte robadas a Benín y Alemania se comprometió a dar 1350 millones de dólares en ayuda a Namibia además de reconocer de manera formal el genocidio de la era colonial de Alemania allí.

Sin embargo, estas son excepciones en el movimiento a favor de las reparaciones, centrado principalmente en África y el Caribe, el cual enfrenta un largo y difícil camino con gobiernos europeos cautelosos.

De hecho, incluso estos éxitos resaltan cuánto le falta a la causa para obtener resultados justos.

Una auditoría del gobierno francés estimó que los museos del país albergan 90.000 objetos saqueados solo de África, lo que hace que la devolución de un par de docenas de ellos se sienta, para los activistas, como un insulto.

Además, la disculpa de Alemania fue cuidadosamente cubierta, al parecer para evitar crear un precedente que pudiera aplicarse a otros abusos coloniales y mucho menos al acto de colonización en sí.

Para los activistas y líderes políticos, esto deja en evidencia una pregunta más urgente que calcular lo que se debe: descubrir cómo obligar a los antiguos colonizadores a hacer reparaciones.

“El tiempo está del lado de los defensores de las reparaciones”, aseguró en una conferencia reciente Hilary Beckles, historiador de Barbados y presidente de la comisión de reparaciones de la Comunidad del Caribe (CARICOM, por su sigla en inglés).

El objetivo, afirmó Beckles, es presionar para obtener algo más que disculpas: el pago de la mano de obra y los recursos robados que impulsaron el ascenso de Europa a expensas del mundo colonizado.

El grupo de reparaciones de las naciones del Caribe les ha pedido a los gobiernos europeos que paguen 50.000 millones de dólares y ha presentado este monto como un mero punto de partida. Beckles ha estimado la deuda europea con la región, solo por “200 años de trabajo gratuito”, en unos 7 billones de libras esterlinas (unos 8,2 billones de dólares).

La causa está cobrando impulso mientras obtiene victorias más tangibles. Pero también enfrenta preguntas difíciles relacionadas con política, legalidad y, sobre todo, influencia para la presión.

Una búsqueda multigeneracional

El impulso actual para obtener reparaciones coloniales suele remontarse a una conferencia organizada por las Naciones Unidas contra el racismo, celebrada en 2001 en Sudáfrica. Fue la primera vez que los gobiernos —en lugar de los activistas— se organizaron a una escala tan grande para confrontar el legado del colonialismo, lo que le aportó peso diplomático a la causa. Al principio, los gobiernos de las antiguas colonias dudaron en impulsar el tema. Muchos seguían teniendo vínculos políticos y cierto grado de dependencia económica con sus antiguos colonizadores.

Algunos lo intentaron. Por ejemplo, el presidente de Haití le exigió reparaciones a Francia a principios de la década de 2000, pero no tuvo mucha influencia con la cual presionar.

Los activistas dentro de las antiguas colonias han sacado a la luz el tema en los últimos años, a menudo trabajando a través de la opinión pública y los tribunales europeos.

Los sobrevivientes de una infame represión británica en la década de 1950 en Kenia presionaron durante años por el derecho a demandar en los tribunales británicos y al final lo lograron. En 2013, el gobierno británico llegó a un acuerdo de 30 millones de dólares para resolver la demanda y emitió una rara, aunque concisa, disculpa pública.

Los activistas que representan a un grupo étnico de Namibia que fue blanco del genocidio de la era colonial de Alemania adoptaron una estrategia similar.

La presión pública dentro de Alemania condujo en 2015 a una moción del Bundestag, el Parlamento de Alemania, para iniciar conversaciones formales con el gobierno de Namibia sobre las reparaciones.

En Francia, una ola activista, a menudo liderada por grupos franceses de justicia racial, coincidió con un impulso por parte de organizaciones y gobiernos ubicados en África para la restitución por los abusos coloniales.

Emmanuel Macron se convirtió en presidente de Francia en 2017, tras haber hecho una campaña en la que prometió devolver miles de artículos culturales y abordar los agravios históricos en las antiguas colonias.

Sin embargo, en ocasiones, Macron ha enmarcado esto como una cuestión de competencia de poder blando en África, en la que la influencia china y rusa está creciendo. Estos motivos políticos más realistas podrían ayudar a explicar por qué Francia solo ha devuelto una pequeña fracción de los artefactos prometidos.

Estos éxitos, junto con el activismo dentro de las antiguas colonias, han envalentonado a esos gobiernos a presionar sobre el tema.

Las naciones del Caribe emitieron un programa de reparaciones de 10 puntos en 2014. La organización en la ONU ha llevado a declaraciones simbólicas en los que se han resaltado estos reclamos.

Algunos expertos jurídicos creen que el derecho internacional podría tener un uso limitado, por la sencilla razón de que el colonialismo no era ilegal en ese momento. Como resultado, en la práctica, los acuerdos se alcanzan de manera directa entre los gobiernos o se plantean dentro de los sistemas políticos europeos.

El problema del precedente

Las conversaciones sobre reparaciones están chocando cada vez más con una pregunta determinante: si los acuerdos o disculpas individuales podrían convertirse en precedentes para otros casos similares.

Matthias Goldmann, un jurista alemán, afirmó que los líderes alemanes se resistieron al principio a resolver el reclamo de Namibia debido a una “grave preocupación de que esto pudiera establecer una regla”.

Los funcionarios, afirmó Goldmann, temían que ofrecer reparaciones por un abuso de la era colonial pudiera establecer una responsabilidad legal para todos los demás abusos.

Al final, Berlín le ofreció a Namibia pagos de ayuda, a los cuales no llama reparaciones, y una disculpa que fue tan circunspecta que muchos activistas y políticos namibios instaron a su gobierno a rechazarla.

“Es una declaración vacía”, escribió Emsie Erastus, investigadora namibia, en un ensayo de la BBC y agregó que el acuerdo había sido diseñado para “aparentemente evitar cualquier culpabilidad legal”.

El Reino Unido y Francia, cada uno con docenas de antiguas colonias, se han vuelto en especial cautelosas ante cualquier paso que pueda crear un precedente en el derecho internacional o nacional. Sin embargo, los activistas alegan que el precedente es exactamente lo que necesitan para obligar a los gobiernos europeos a responder a las demandas. qq Uno a la vez

Dada la improbabilidad de un estándar global para la deuda colonial, las antiguas colonias están realizando demandas de forma individual.

Jamaica está exigiendo 10.600 millones de dólares, el equivalente a las tarifas que el Reino Unido le pagó a los dueños de esclavos para poblar la isla, afirmó un legislador. El argumento es que el Reino Unido les debe a los descendientes de esos esclavos, como mínimo, el precio de compra de sus antepasados.

Burundi le ha exigido 43.000 millones de dólares a Alemania y Bélgica, una cifra que, asegura la nación, está calculada a partir del costo económico de décadas de trabajo forzoso y violencia colonial.

Pero debido a que las demandas se resuelven de forma directa, a menudo se deciden tanto por ventajas en la negociación como por mérito. Sin presión política dentro de la antigua potencia colonial o sin un incentivo diplomático como la amenaza de que una antigua colonia se alinee con China, los reclamos suelen estancarse.

En Kenia, otro grupo de demandantes está presionando por su caso: son descendientes de familias expulsadas a la fuerza para darle espacio a las compañías de té británicas, las cuales todavía poseen gran parte de las que solían ser sus tierras. Las familias, tras tener problemas para que su caso cobrara impulso dentro del Reino Unido, apelaron a la ONU.

Una investigación de la ONU concluyó el año pasado que el Reino Unido tenía la responsabilidad de resolver el reclamo, aunque los investigadores tienen pocos mecanismos para forzar esto.

Un grupo de funcionarios congoleños ha exigido que Bélgica pague restituciones por su mandato, el cual estuvo marcado por asesinatos en masa y trabajos forzados tan brutales que algunos historiadores estiman que millones de personas murieron por ellos. Nueve de las 23 familias más ricas de Bélgica todavía remontan sus fortunas al Congo Belga, según un estudio.

En 2020, las protestas por la justicia racial en Bélgica llevaron a su Parlamento a establecer una comisión de reparaciones.

Pero la presión pública se ha desvanecido y los funcionarios congoleños no tienen mucha influencia para presionar.

Cuando el rey de Bélgica viajó al Congo el mes pasado, llevó personalmente uno de los 84.000 objetos culturales que fueron devueltos. Sin embargo, ni él ni su gobierno ofrecieron reparaciones y, a pesar de las demandas de los activistas locales, tampoco emitieron una disculpa. La Ciudadela Laferrière, uno de los 30 fuertes creados por órdenes de Jean-Jacques Dessalines, el primer gobernante de Haití, en preparación para lo que denominó “un posible regreso ofensivo de los franceses”, cerca de Milot, Haití, el 17 de septiembre de 2021. (Federico Rios/The New York Times) Algunas de las 26 piezas devueltas recientemente por el Musée du Quai Branly en París se exhiben en un museo en Cotonú, Benín, el 15 de julio de 2022. (Carmen Abd Ali/The New York Times)