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Garra charrúa

De la exterminación al orgullo: ¿qué pasó con los últimos charrúas?

Los últimos charrúas llevados a París viven en la memoria del pueblo uruguayo como símbolo de nuestras raíces.

12.07.2022 10:17

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2022-07-12T10:17:00-03:00
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Por Federica Pérez | @federicaperez00

En algún momento, todos los uruguayos nos identificamos y nos pronunciamos ante la “garra charrúa”. Sucede, por ejemplo, cuando hablamos sobre nuestra Selección Uruguaya de Fútbol o sobre un uruguayo destacándose por alguna razón, en algún lugar del mundo. Aunque a los contemporáneos nos pueda parecer algo muy habitual, no siempre fue así. De hecho, en un momento sucedió todo lo contrario. Hace no tantos años, el concepto de charrúa estaba estrechamente relacionado a lo negativo. Pero, poco a poco, y por más de un motivo, eso cambió bastante.

“Los últimos charrúas” es como se conoce a un grupo de indígenas que fueron trasladados a París, Francia, durante el gobierno de Fructuoso Rivera, el primer presidente de la República Oriental del Uruguay. Fueron algunos de las tantas víctimas de la connotación negativa del concepto, algo que se transformó hasta el punto en que, posteriormente, muchos uruguayos y uruguayas fueran llamados por sus padres como alguno de esos charrúas con la intención de conservar la identidad del país. Y para quienes no conozcan la historia o la hayan olvidado, existe más de una representación de ellos en lugares turísticos de algunos departamentos.

La transformación

En los inicios de la “vida republicana” del Estado Oriental, la presencia de los indígenas era un problema e incluso una amenaza para las autoridades que comenzaban a moldear el territorio hacia cierta civilización. Las quejas que manifestaban los ciudadanos de aquella época a Fructuoso Rivera, quien estuvo al mando del Estado desde 1830 a 1834, eran denuncias de diversos estancieros del país que reclamaban robos de animales y faenas por parte de los “indios infieles”, como llamaban a los indígenas en aquel momento.

Tal y como lo explica el historiador Andrés Aspiroz en De “salvajes” a heroicos: la construcción de la voz y la imagen del “indio Charrúa” desde 1830 a los inicios del siglo XX (2017), en un proceso de construcción estatal y en la inserción internacional de Uruguay como un país productor de materias primas, para aquel gobierno fue necesario controlar el territorio oriental. Y eso, entre otras cosas, implicó buscar “soluciones al problema indígena”. Eso llevó a que los mandatarios de aquel entonces accionaran para exterminar a los charrúas y terminar con la amenaza.

Antes de Rivera, los charrúas fueron parte de la lucha del prócer José Gervasio Artigas. Fue luego que se convirtieron en una amenaza para el país y su evolución hacia la civilización. Uno de los hitos de la exterminación charrúa en el territorio uruguayo fue la denominada Matanza de Salsipuedes. En abril de 1831, Fructuoso Rivera convocó a los principales caciques charrúas acompañados de sus familias a una reunión en el límite entre Tacuarembó y Paysandú. La forma de que asistieran fue transmitirles que el Estado los necesitaba para cuidar la frontera -principalmente de Brasil, territorio con el cual los charrúas tenían amplias diferencias en aquel momento-, pero cuando los charrúas llegaron y se distrajeron fueron atacados por tropas del ejército que los abatieron y acabaron con la vida de decenas de ellos. Según los documentos de la época, murieron 40 indígenas y 300 quedaron prisioneros. Los que sobrevivieron huyeron al norte del país y fueron perseguidos durante mucho tiempo, entre otros, por Bernabé Rivera (sobrino de Fructuoso).

En su recopilación de materiales escritos e iconográficos, en un repaso por la evolución del concepto, Aspiroz presenta cómo el concepto charrúa se fue asociando a la identidad uruguaya, en gran parte, por diversas obras artísticas. Por ejemplo, una de las más recientes de Juan Manuel Blanes, la “Alegoría de América Republicana”: un indio a caballo, montado en pelo, que sostiene en sus mano derecha unas cadenas rotas como imagen de la independencia y el abandono del “yugo” español.

Entre tantos otros ejemplos de artistas que “enaltecieron” a los charrúas y los corrieron de una imagen despectiva, el trabajo de Aspiroz concluye que ese proceso no fue unívoco, ni lineal. De hecho, el autor menciona que, en el 1900, cuando la historiografía incorporó a los charrúas en la identidad nacional, aún se apreciaba como algo positivo que Uruguay fuera el único territorio de América Latina sin indígenas.

Conservar la identidad

Seguramente, aún existan uruguayos y extranjeros que sostengan como algo positivo que en nuestro territorio la palabra “charrúa” se asocie a la historia y sea algo lejano y parte de otros períodos, una especie de plaga que se exterminó. También hay quienes creen y quieren todo lo contrario. Una de esas personas es Hugo Reyes, un oriundo del departamento de Flores que hace 21 años llamó a su primera hija Micaela Guyunusa, igual que una de los charrúas enviados a París en 1833.

“Leyendo y escuchando radios rurales aprendí sobre los últimos charrúas” contó Hugo a Montevideo Portal. Su idea, luego de aprender de “esa raza que está muy olvidada”, fue “no perder la identidad” y por eso nombró así a su hija.

Hugo tiene dos hijos. Cuando le propuso a la madre de su hija ponerle Micaela Guyunusa “estuvo muy de acuerdo”, pero ante la llegada de su segundo hijo, al proponerle llamarlo Senaqué -igual que otro de los charrúas trasladados a París-, no tuvo la misma suerte. En cuanto a cómo se tomó Micaela llamarse así, Hugo comentó que “le encanta” y que, de hecho, ahora la historia es más conocida, pero que hace algunos años “ella explicaba qué significaba su nombre y eso también le gustaba”. “Antes, decías Micaela Guyunusa y nadie tenía idea de lo que hablabas”, acotó.

Por interés personal, Hugo sabe mucho de los últimos charrúas, no sólo de los que se llevaron a París, sino también de otros que posteriormente continuaron en Uruguay. “Los últimos vivieron en Durazno hasta hace muy poco tiempo y eso casi nadie lo sabe”, comentó.

Por último, consideró que “estamos muy olvidados de dónde venimos y hacia dónde vamos” y que, si bien se suele nombrar a los hijos con “nombres de abuelos”, su intención fue recordar a los charrúas “que se fueron y también a los que mataron en el país”.

En Cabo Polonio, entre las rocas de Playa Sur hay una escultura de Guyunusa realizada en fibra de vidrio por el artista plástico Diego Kroger. “La idea surgió hace muchos años porque trabajé el tema indígena, entre otras cosas, hice varias exposiciones sobre el tema” contó Kroger a Montevideo Portal. La historia de los charrúas siempre le interesó y cree que trabajarlo es “una manera de poner a los uruguayos al tanto de lo que fueron”, según contó. Tener su taller de arte en Cabo Polonio, algo que también le dio el impulso para hacer la pieza de la última charrúa. Kroger realizó otra escultura que también está en Cabo Polonio, al ingreso, y está hecha de piezas de los propios charrúas que fueron encontradas en un cerro de la zona de Valizas.

En el Prado, barrio de Montevideo, también hay una escultura. Está hecha en bronce y es del grupo charrúas llevados a París. Fue una iniciativa del Sistema Nacional de Museos y es obra de Enrique Lussich, Edmundo Prati y Gervacio Furest. Hay quienes también la consideran un memorial a una época de violencia y exterminación.

Foto: escultura de Guyunusa “la última mujer charrúa” en Cabo Polonio.

Foto: escultura de Guyunusa “la última mujer charrúa” en Cabo Polonio.

¿Los últimos?

“Llamarlos los últimos charrúas fue una fórmula que utilizó Paul Rivet en el memorial que escribió sobre el tema en 1930”, relató a Montevideo Portal Darío Arce, investigador y agregado cultural de la Embajada de Francia, quien además trabajó y siguió con sigilo -sobre todo el tiempo que se radicó en la ciudad de Lyon- la historia del cacique Vaimaca Perú, Senaqué, Tacuabé y su mujer, Guyunusa, embarazada de pocos meses. Ellos fueron los últimos de un grupo de charrúas cedidos por el gobierno uruguayo a Françoise De Curel -un exmilitar francés- y trasladados a Francia el 25 de febrero de 1833 para ser objetos de estudio y principalmente ser exhibidos como objetos curiosos y extraños.

Según Arce, el memorial del etnólogo Rivet y el extenso trabajo del antropólogo uruguayo José Joaquín Figueira, son las dos obras que más aportaron sobre los cuatro charrúas. Luego, existen diversos artículos periodísticos y escritos que repiten el relato o que lo modifican, porque también hay muchas historias que “tocan de oído” y cambian los hechos. “Cada tanto surgen artículos con materiales de prensa de la época que se digitalizan, pero a veces repiten algunas cuestiones”, agregó.

Arce vivió varios años en Lyon, ciudad a la que llegaron y permanecieron los cuatro charrúas. Además de realizar completos artículos sobre el tema, entre ellos Nuevos datos sobre el destino de Tacuavé y la hija de Guyunusa, Arce produjo y realizó el film Los últimos charrúas o cuando la mirada encarcela en el que detalla gran parte de la estadía de los charrúas en Francia y aporta un dato muy importante: el acta de defunción de la hija de Micaela Guyunusa. “Antes hubo cantidad de versiones, entre ellas, que la niña habría sobrevivido” contó Arce.

En principio, diferentes fuentes testimoniales del film dejan claro que poco queda de la vida espiritual de los charrúas, aunque sí se pudo generar un compendio orgánico en cuanto a la vida nómade que llevaban. “Se pintaba al charrúa como un elemento de disturbio, como un ser sucio y vengativo lleno de rencor por el español y por el criollo”, relató el antropólogo Daniel Vidart en el audiovisual.

Exactamente el 25 de noviembre de 1832, De Curel dirigió una carta al gobierno y pidió la autorización para llevar algunos charrúas a Francia. “Debiendo hacer un viaje a Francia tiene el deseo de llevar con él cuatro indios charrúas con el objeto de presentarlos a su majestad el rey de Francia y a las sociedades científicas y otras personas de distinción e ilustración”, relata la carta, que Arce incorporó al film.

“El de mayor edad era Vaimaca Perú, Senaqué era su compañero fiel y el médico, Tacuabé, el joven guerrero, que domaba caballos. Y finalmente Micaela Guyunusa la compañera de Tacuabé”, relató Figueira.

En mayo los charrúas ya habían llegado a París. Según cuenta Arce en su audiovisual, en aquel entonces De Curel hizo colocar por toda la ciudad carteles invitando al público y a la academia de ciencias para que concurrieran a ver a los charrúas. “Los cuatros salvajes”, los llamaban los diarios franceses de la época.

A los charrúas se les hicieron estudios de sus pieles, sus cráneos, el aspecto de diversas partes de sus cuerpos y se los clasificó, pero sobre todo fueron exhibidos al público francés: “los indios charrúas serán visibles todos los días excepto el sábado de las 15:00 a las 18:00, el precio de la entrada es de cinco francos por persona”, indica una nota de la época. Según Los últimos charrúas o cuando la mirada encarcela, los charrúas rápidamente se convirtieron en un atractivo para los habitantes de allí y se los sometió a diversas experiencias, entre ellas, tocarles instrumentos musicales para observar su reacción.

Luego fueron cedidos por De Curel a un personaje desconocido. En ese marco, apareció en toda Europa el espectáculo de los zoológicos humanos que consistió en exponer a personas que no fueran originarios de países europeos.

El 26 de julio de 1833, a las 19:00, Senaqué fue el primero en fallecer. “Ninguna queja es producida por su parte, tranquilo e indiferente parecía extranjero a todo lo que le rodeaba, ¡oh, París! exclamó” y para todo aquel que lo escuchó “contaba en aquella exclamación toda su historia”, registró un artículo de la época sobre el primer charrúa fallecido. Dos meses después, el 13 de septiembre, Vaimaca Perú fue el segundo en fallecer, en París. Pocas semanas después, Micaela Guyunusa dio a luz a una niña y el episodio fue relatado así: “La pequeña charrúa nació a término, su cabeza es muy chiquita y su cabello de un negro azabache muy espeso, su piel de color tierra de siena oscura como la de sus padres”.

Luego, el explotador de los charrúas huye de París y se pierde el rastro de Tacuabé y Guyunusa. Diez meses después se los encuentra en una pensión de la ciudad de Lyon. Semanas más tarde, Guyunusa falleció el mismo día de su llegada, dos años después, de una tisis pulmonar. Se pierde totalmente la huella de la niña y de Tacuabé. Según una hipótesis de Figueira, recogida en el film, Tacuabé habría sido contratado por un circo, con otro nombre. Arce también cuenta en su film que varias veces los “rumores no confirmados” hablaron de una descendencia de Tacuabé y de la hija de Guyunusa en la región de Lyon.

170 años más tarde el esqueleto de Vaimaca Perú fue repatriado a Uruguay a pedido del gobierno uruguayo y luego de la creación de la Ley 17.256 -de tres artículos- que en su primer artículo expresa el interés general de la ubicación y repatriación de los cuatro charrúas llevados a Francia. Bajo algunas condiciones el gobierno Francés accedió y los restos de Vaimaca Perú finalmente llegaron a Uruguay.

En 2007 se encontró el rastro de la hija de Micaela Guyunusa, llamada Carolina Tacuabé. “La niñita no sobrevivió mucho tiempo, su acta de defunción data del 29 de agosto de 1834”, con domicilio en Lyon, según el acta incorporada por Arce en el film.

El destino de Tacuabé permanece desconocido.

Ese hito de la historia de los charrúas señaló una más de las contradicciones e injusticias del proceso: el panteón del Cementerio Central en el que fueron colocados los restos del charrúa repatriado se encuentra a pocos metros de los restos de Bernabé Rivera, uno de sus principales enemigos.

"¡Indígena salvaje! ¡Indómito habitador de los desiertos! ¡He aquí tu víctima! Erizado tu cabello y cubiertos tus miembros de un sudor frío, ven, y temblando, lances de tu pecho el fúnebre alarido del dolor con más fuerzas que allá al inmolarlo lanzaste el horrible grito de la carnicería", dice la tumba de Bernabé, como una de las mayores muestras de lo que fue, en vida, sentir hacia el pueblo indígena.

Foto: Escultura de los últimos charrúas en el Prado, Montevideo.

Foto: Escultura de los últimos charrúas en el Prado, Montevideo.