Por Joaquín Symonds
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Campero, frontal, blanco y un tuitero que no sabe de medias tintas cuando se trata de cruzar a cualquier actor de la oposición. Senador, pero mucho antes, y permanentemente, militante. Así se define Sebastián Da Silva, que este lunes abandonó su banca en la Cámara alta tras la salida de Javier García como ministro de Defensa.
Da Silva llegó este período al Senado y comenzó a tener notoriedad por la vehemencia, que muchas veces son insultos, con los que ataca al Frente Amplio. Esto le valió varios motes en X (antes Twitter): “Simio”, “heredero”, “oligarca”, “agroboy” o “agrosimio”, y la lista podría seguir.
El senador saliente aclara que ese papel no fue impuesto, que no hubo ni hay ninguna orden desde Torre Ejecutiva ni desde el partido sobre qué rol tiene que cumplir cada uno de los oficialistas.
De hecho, confiesa que el presidente Luis Lacalle Pou le ha dado “más tirones de orejas” que elogios por algunas diferencias claras que tiene con el gobierno. Quizá la principal es el atraso cambiario, que afecta directamente al sector productivo uruguayo.
En entrevista con Montevideo Portal, Da Silva repasa su paso por el Senado, los escándalos del gobierno y el caso de explotación sexual que protagonizó el exsenador blanco Gustavo Penadés. También habló sobre la inseguridad y consideró, sin matices, que con algunos delincuentes hay que llegar hasta las últimas consecuencias.
El legislador apuntó contra el presidente del Partido Nacional, Pablo Iturralde, y consideró que le ha dejado cancha libre a su par del Frente Amplio, Fernando Pereira. “Si Fernando Pereira es tan visible es porque el presidente del directorio no le hace una marca como tendría que hacerle”, dijo.
¿Qué evaluación hace de este período como senador?
Fui edil, diputado, senador, y cuando fui diputado me comí la crisis [de 2002] y ahora me comí estas cinco plagas. Entonces, yo tenía claro que tenía que ser el senador del campo, creo que eso lo logré. Y después las circunstancias me pusieron en un lugar de mucho más protagonismo, producto de mi estilo de combatir el relato y de que me dejaron la cancha solo para mí. Acá nos militaban los niños deformes y cualquier cosa, hasta la falta de vacunas.
Algunos dicen que su perfil combativo es una orden que viene desde Presidencia o desde la dirigencia del partido.
No, no. De Luis [Lacalle Pou] recibí más tirones de orejas que halagos.
¿Por qué?
Porque muchas veces también lo critiqué a él, o por los énfasis en temas que para mí deberíamos ser un poco más drásticos. Pero no existe el pizarrón en el que cada uno juega un rol. Capaz que en campaña electoral es cierto que hay algo de eso, porque más o menos sabemos qué rol vamos a jugar. Pero en el gobierno, con todo lo que vivimos, fueron roles que se fueron asumiendo de forma natural, y yo estoy muy orgulloso de haberlo asumido porque no me guardé nada.
¿Sintió que otros compañeros de partido no defendieron al gobierno?
Sí, claro. Permanentemente.
¿Por ejemplo?
Pablo Iturralde. Su principal falla es no marcar a Fernando Pereira. Si Fernando Pereira es tan visible, es porque el presidente del directorio no le hace una marca como tendría que hacerle. Ya lo hemos hablado.
¿Por qué cree que se da así?
Por estilo, pero lo tenés que corregir porque si no estamos hoy en un Fernando Pereira dedicado a corroer e irritar a la opinión pública con mentiras, y del otro lado el silencio muchas veces avala esas mentiras. Entonces tenemos que salir otros a pegarle, a marcarlo o hacerle ver las mentiras. Eso es una falla objetiva.
¿Prefiere que gane Carolina Cosse la interna del Frente Amplio?
Si llega a ganar, hay una épica de su historia que a ella la va a envalentonar. Lo que es claro es que ningún frentista va a dejar de votar a Carolina Cosse, pero también es claro que a Cosse, fuera de ese 40% de voto estructural, le va a costar más. Porque tiene mucho archivo, es una mujer que está acostumbrada a llevarse el mundo por delante y es la Cristina Kirchner del Uruguay, en esa doble vida que tiene. Vive de una manera y pregona de forma opuesta, no respeta a las instituciones, usa la plata pública como si fuera propia. Pero es mucho más metódica que Yamandú Orsi, entonces si ella logra conquistar ese ADN, le gana la interna. Y como viene barajada la mano, veo bajándose a Bergara y a Lima, y Lima tiene votos, solo en Salto, pero tiene. Y los de Bergara hay que ver dónde están, si están en Bariloche o dónde, porque no aparecen por ningún lado.
¿Está de acuerdo con la propuesta de que los partidos políticos se junten y establezcan propuestas en seguridad que luego sean políticas de Estado?
No, si bien hay que juntarse, para nosotros avanzar, el Frente tiene que dejar de romantizar la delincuencia. En el año 2013, [Julio] Guarteche hizo un informe que decía que había 70.000 delincuentes. Entonces, si uno se pone a pensar, hoy serán alrededor de 80.000, pero lo que es seguro es que el número no bajó. Hasta desde el punto de vista electoral, ese conjunto de 70 u 80 mil personas, que son una banca en el Senado, uno se pone a pensar si no explica esa romantización absurda del Frente Amplio hacia la delincuencia. Estamos hablando que no se ponen de acuerdo para votar el allanamiento nocturno, para que el policía pida la cédula en la calle, o que tampoco votaron el aumento de penas cuando un asesino deja el cuerpo vandalizado de su víctima.
¿Usted dice que apuestan a algo así como el “voto delincuente”?
No, bueno… El diagnóstico es que hay 80.000 delincuentes. En este país hay más delincuentes que productores rurales. Hay 80.000 delincuentes y 50.000 productores, es un dato de la realidad. Hasta que no venga alguien que diga “a los delincuentes los vamos a tratar como lo que son y no los vamos a romantizar”, no va a pasar nada.
Igual, la seguridad no viene siendo el fuerte de este gobierno.
Lo que pasa es que, te vuelvo a repetir, se mejoró. Pero volver al Frente Amplio no es la solución, es adelgazar comiendo pan con manteca. Podría haber un [Gustavo] Zubía en el Frente Amplio, pero no existe. Nadie cambió esa forma ideológica o dogmática con la que ven a la delincuencia.
Laura Raffo tampoco ha mostrado grandes propuestas en seguridad. En el caso de Álvaro Delgado es diferente porque ya viene del Ejecutivo, y Jorge Gandini propuso sacar las Fuerzas Armadas a la calle.
Lo de los militares es una vaca sagrada, que yo estoy en una posición intermedia. Yo creo que en el tema de la delincuencia tenemos que apostar a la Republicana y a la Tropa de Élite. Hay que colgar una comadreja para que las otras se vayan del gallinero, y eso lo tenemos que hacer. Raffo no tiene experiencia en cargos públicos, pero tiene atrás a Heber y debería de tener propuestas. Pero lo que no hay dudas es que con el blindaje que le dimos a la Policía, deberíamos dar un paso más adelante. Nadie da la orden, pero todos sabemos dónde están.
A ver, ¿en qué sentido?
Yo me resisto a ver cómo Durazno está tomado por cinco ñeris y todos saben.
¿Y ahí qué falta?
Hacer coincidir el blindaje con la orden para que los agarren. Como esto es una república en la que se consagran todos los derechos, en algún momento, si no avanzamos, ellos van a avanzar sobre la gente.
Bueno, ya viene pasando con niños asesinados o un guardia de seguridad para robarle.
No hay que tener contemplación, y para eso sí se necesita un acuerdo. Pero yo soy escéptico, porque la no contemplación implica Río de Janeiro, las favelas.
¿Es matar delincuentes?
Te repito: una comadreja colgada en un gallinero, ahuyenta al resto.
Es difícil que eso pase de común acuerdo igual.
Sí, claro. Pero si me preguntás a mí, pienso eso.
¿Por qué apoya a Delgado?
Es mucho más una obligación partidaria que personal. Con Álvaro arrancamos juntos, éramos dos secretarios de bancada y somos amigos. Pero si hubiese sido cualquier otro, lo hubiera apoyado igual, porque creo que es necesaria una continuidad en cuanto a la conducción y Álvaro fue el primer ministro de este gobierno.
¿Volverá a ser senador?
Tengo que ser candidato al Senado porque hay un mundo de gente, sobre todo los paisanos, que lo quieren. Los he cansado hablando de campo y tuvimos cuatro sequías, entonces el país más agropecuario del planeta, por primera vez en muchos años tuvo un senador campero tipo de Wyoming o de Montana. Yo igual creo que el aporte que uno puede hacer no necesariamente pasa por el cargo público.
¿Pero es una decisión personal o más bien impuesta por los votos?
[Piensa] Yo voy a hacer la campaña primero, cambié la camioneta para recorrer 150.000 kilómetros. A mí esta posición de militante titular y senador suplente me encanta. Yo no quiero ser un profesional de la política, porque no le aporto. El todólogo ya fue, cada día más la gente no quiere todólogos de la cosa pública.
Uno de los puntos que más preocupa al sector productivo es el atraso cambiario, ¿cómo ve esto a sabiendas de que usted defiende al campo y trabaja en él?
En el Banco Central hay una zona de confort de los economistas que hablan de bajar la inflación por sobre todas las cosas. Eso es un mal uruguayo que, a mi entender, viene hasta de la formación universitaria. Los economistas en Australia o Nueva Zelanda tienen el concepto de que los países exportadores tienen que tener un tipo de cambio competitivo. Acá está claro que hay una visión distinta.
Este gobierno volcó la balanza hacia bajar la inflación y afectar al tipo de cambio.
Sí, pero es una situación antropológica y demográfica del Uruguay, en la que en Montevideo hay mucha gente y en el interior muy poca. Los gobiernos pasan y el atraso cambiario sigue. Al igual que con la seguridad, que tenemos que dar un paso adelante y quitarnos los buenos modales con los chorros, en el tema económico en algún momento el Uruguay va a tener esa discusión a lo Brasil o lo Argentina.
A usted le han adjudicado el mote de estanciero o terrateniente…
[Se ríe] Tengo cero hectárea, mis padres viven y mi madre es jubilada de enfermera fundida en la crisis del 82. Mi padre tiene 250 hectáreas y yo soy arrendatario. Lo que más me gusta es cuando me dicen “agrosimio”, que no trabajo y que soy un oligarca. A mí esas cosas me dan energías, porque no están acostumbrados a alguien que les diga las verdades en la cara. Me encanta cuando dicen que heredé algo, me encanta, te juro. Como me pago el celular y no tengo faltas al Parlamento, por algún lado me tienen que pegar.
Pero ¿no le duelen los insultos?
No, llegó un momento que me tuve que poner un traje de amianto.
¿Tiene algún límite?
Pocas veces me he enojado. Que se metan conmigo, no hay drama. Pero si se meten con la familia, sobre todo con mis hijos, es bravo. Con el Boca [Óscar] Andrade hemos coincidido porque han habido haters que atacaban a la hija. Esas cosas hay que dejarlas afuera.
También está esa doble imagen de un senador muy confrontativo en redes, pero que en los pasillos del Parlamento tiene buena relación con todos, ¿o no?
Sí, es como todos con los compañeros de trabajo. No somos amigos, pero nos llevamos bien. Salvo con Charles Carrera, que no tengo diálogo, porque tengo una opinión negativa sobre él y creo que es mala persona, por eso no tengo por qué saludarlo. El Senado es un pequeño Gran Hermano, porque estamos en seis o siete comisiones y nos vemos seguido.
¿Cree que el caso de Gustavo Penadés se va a pagar con menos votos en estas elecciones?
Entre el caso Marset, Astesiano y Penadés, lo más delicado es lo de Penadés desde el punto de vista electoral. Hay 280.000 nuevos votantes que lo de Astesiano o lo de Marset no lo terminan de entender, y lo de Penadés sí. Pero creo que los otros partidos se van a cuidar porque siempre salta uno, entonces por ese tema no nos han pegado tanto. Salió lo de Gustavo Olmos, que no tiene nada que ver, pero es parecido. Si vos me decís Charles Carrera o Penadés, me quedo con Carrera porque Penadés es de lo peor. Nos mintió a todos y era convincente. Yo lo que hizo no lo puedo entender, la verdad, no sé si será generacional o qué, pero no puedo.
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