Seré curioso

SERÉ CURIOSO

Corchs: “Yo disculpé a los asesinos de mis padres. Ahora depende de su conciencia”

El escritor, hijo de desaparecidos, acaba de lanzar su décimo libro. Vive en contacto con la naturaleza, y dirige el centro Purificación.

30.12.2021 09:54

Lectura: 23'

2021-12-30T09:54:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

Alejandro no tiene recuerdos vívidos de sus padres. Si acaso conserva una filmación casera donde él, un bebé de menos de 2 años, gateaba para regocijo de su madre, Elena, mientras Alberto, su padre, filmaba. Sus padres fueron secuestrados en Buenos Aires en 1977, y él estuvo en manos de su captor, pero milagrosamente salvó su vida gracias al arrojo de unos vecinos y de su abuela.

Su padre fue víctima de uno de los vuelos de la muerte, su madre pereció en la tortura y, presume su hijo, sus cenizas fueron esparcidas en la ruta Panamericana porteña, cuando su construcción, con el Mundial del 78 de fondo. Un día antes de lanzar su primer libro, autobiográfico y sanador, Alejandro se encontró cara a cara con el espíritu de sus padres: estaban con una suerte de túnica blanca con capucha. Le aconsejaron y su madre se despidió diciéndole repetidas veces “te amo”. La recreación textual de ese episodio está en esta entrevista, y realmente conmueve.

Alejandro Corchs (45) dice hoy que como cualquier hijo de desaparecidos, está permanentemente construyendo su identidad, que es como un rompecabezas, y cada tanto aparece una pieza nueva. Y que él ya perdonó a quienes secuestraron, torturaron y mataron a sus padres, sólo por ser de izquierda. Ahora hay que ver si su conciencia les permite dormir tranquilos.

Corchs, quien hace más de dos décadas encaró un profundo camino espiritual, hoy dirige el Centro Purificación (con casas en Rocha y en Montevideo) donde ofrece talleres de desarrollo humano. Allí ofrece terapias gestálticas y distintas disciplinas de espiritualidad nativa, todas aunadas bajo un código ético. Él vive en Rocha, en una reserva autóctona, donde sus hijos están en contacto directo con la naturaleza. Hace algunas semanas repasó su historia de vida con Facundo Ponce de León en Vivir (de Mueca Films, en Teledoce).

La semana pasada llegó a Montevideo para llevar a su hijo adolescente a ver una obra de zarzuela en el Teatro Solís. Aprovechamos la oportunidad para mantener esta charla sobre su décimo libro, la sanación o “cura”, el perdón, cómo es su muerte (dice que la conoció) y el puzzle identitario que todavía sigue armando.

"Debí reconocer que detrás de todo victimario también hay una víctima. Tuve que dejar de señalar y decir: '¡Qué espantoso lo que hicieron!'. Son los pinches tiranos de mi historia, y se siguen haciendo daño. No tiene nada que ver conmigo"

-Secuestraron a tus padres Alberto Corchs y Elena Lerena cuando eras un bebé de apenas 21 meses, en 1978. Incluso llegaste a estar en brazos del raptor, que te quiso llevar a vos también. ¿Tenés algún recuerdo de tus padres, aunque sea uno pequeñito?

-El 21 de diciembre hizo fecha de la desaparición de mis padres. Recuerdos propios no tengo. Tengo una filmación donde estoy con ellos, estoy con mi mamá y lo filma mi viejo. Aprendí a construir la identidad por el relato de mi familia, amigos, y por medio de grabaciones con las voces, o algún video casero. También ser hijo de desaparecidos es construir tu identidad como un puzzle, siempre aparece una pieza nueva. Siempre hay algo extra. Es una identidad en construcción permanente.

-Me imagino que, en el momento de hacer el duelo, debiste haber estado lleno de bronca y odio. ¿En qué momento pudiste perdonar a las personas que secuestraron y mataron a tus padres, en dictadura?

-Mi primer movimiento lo hice a los 17, 18, cuando justamente me di cuenta que si me quedaba en el resentimiento, me envenenaba a mí mismo. Decidí liberarme de eso y decir: “Estoy convencido que no tiene sentido esto, no voy a solucionar nada”. Ahí pensé que tenía que descubrir para qué me pasó lo que me pasó, para qué le pasó a mis padres eso, y desde ese lugar, no es discutiendo con esta gente que yo voy a encontrar mi verdad. Y ahí salí a usar esa fuerza del enojo y de la ira a favor. Voy a encontrar la verdad, me merezco encontrar la verdad y voy a descubrir para qué.

Llegué a eso con ayuda de gente, claro, pero todavía no había explorado lo espiritual, ni la terapia. Después hubo un segundo movimiento cuando llegué a la búsqueda de la visión, reencontrarme con el amor de mis padres, con el “para qué” nos había ocurrido lo que nos había ocurrido. Ahí fue un segundo movimiento de conectar con el amor, con la fuente del amor: estoy vivo, y es para esto, para sentir amor. Después salió el movimiento de reconocer que detrás de todo victimario también hay una víctima. Entonces, dejar de señalar y decir: “¡Qué espantoso lo que hicieron!”. Son los pinches tiranos de mi historia, y se siguen haciendo daño. No tiene nada que ver conmigo.

-Tus padres no eran guerrilleros, no eran violentos... solo eran de izquierda, ese fue su pecado, ¿no?

-Sí, sí, y eran profesores los dos. Entonces, trabajaban con muchos jóvenes, mi padre era parte de la Asociación de Estudiantes de Ingeniería, mi madre era parte de lo que era Humanidades. Y en ningún momento hubo violencia al lado de mis padres.

-En 2006 salieron a la luz unos documentos en la Armada, te llamaron y te enteraste de cómo fue el operativo por el que secuestran y ultimaron a tus padres. ¿Cómo fue? ¿Qué te contaron? 

-Primero me enteré por la visión que tuve en la búsqueda de visión. Y seis meses después me llama la Comisión para la Paz, en el gobierno de (Jorge) Batlle, me cuentan -me llama el Dr. (Carlos) Ramela y Soledad Cibils y un representante de Familiares-, tuve una reunión con ellos, y me dicen: “Tus padres estuvieron en el pozo de Banfield, de Orletti, Quilmes, fueron secuestrados el 21 de diciembre del 77. Tu madre fue cinco meses y medio trasladada en distintos pozos, se los movía en paralelo, aunque ellos no se veían”.

El mismo día fueron secuestrados 28 uruguayos GAU (Grupo de Acción Unificadora). “Tu mamá fallece en medio de la tortura el 2 de mayo del 78”. Coincidía con lo que yo había visto en la visión, lo que no coincidía era que decían que mi padre había fallecido el mismo día, en las partidas que me habían dado. Por eso yo pedí una entrevista individual, porque en la visión que yo había tenido, mi padre había fallecido 15 días después. Había sentido mucha agua yo… Yo no entendía muy bien qué era eso. Sentí un dolor muy grande, por el impacto del cuerpo al agua. Sentía que se me partían todos los huesos, y después hundirme. Es lo que yo había visto en la visión.

Cuando pedí una entrevista con Ramela, me dijo: “Tu padre es uno de los 16 GAU que resisten toda la tortura, y subió a uno de los vuelos de la muerte que partió el 16 de mayo del 78”. Yo quedé impactado porque no sabía que mi viejo había estado de uno de los vuelos de la muerte. Yo había tenido la visión, y no pude comprender en la visión que había muerto en el agua. Cuando él me dice eso, comprendo la visión que había tenido. “La visión que vos tenías es lo mismo que tengo yo como información. Acá hay un error en las partidas”, me dice Ramela. A mí me ayudó mucho a unir mis partes también, mi parte más racional, con la emocional.

"Mis vecinos tenían recuerdos de mi casa, como ese colgante, arriba de mi cuna… Fue el colgante de las cunas de mis hijos después. Eran cuatro pajaritos, y uno estaba partido, entonces un amigo lo reparó e hizo un cóndor, a propósito"

-Alrededor de 2008 tuviste la dicha de conocer a Olga y Quique, la familia de Buenos Aires que te salvó y te hizo llegar a tus abuelos maternos, que estaban en Montevideo...

-Yo fui a presentar mi primer libro a Argentina, salgo en la tapa de un suplemento de un diario de allá, y nosotros nos estábamos casando con mi esposa. Faltando una semana recibí un mail diciéndome que los vecinos que habían estado conmigo… (yo estuve del 21 al 28 de diciembre del 77 en la casa de estos vecinos, ellos encontraron a mis abuelos por la guía telefónica, los llaman y me entregan). Recibí el mail y se presentaban como Olga y Quique, y yo sabía los nombres de ellos, porque en el juzgado estaban sus nombres de pila. Me quieren seguir explicando, y les dije que me llamaran. Yo me casé, me fui de luna de miel, y al regreso me fui a Buenos Aires. Los conocí a ellos, conocí a sus hijos (ellos habían puesto en peligro a un hijo).

-Te reencontraste de grande con un colgante de tu cuna... Debe haber sido muy fuerte ese momento.

-Tenían recuerdos de mi casa, como ese colgante, arriba de mi cuna… Ese fue el colgante de las cunas de mis hijos después. Eran cuatro pajaritos, y uno estaba partido, entonces un amigo lo reparó e hizo un cóndor, a propósito, claro. Después ellos vinieron, se quedaron en casa, hemos ido nosotros. Fueron abuelos postizos de una linda relación, vinieron al nacimiento de Mateo, después al nacimiento de León, y la verdad que fue otro pedacito del puzzle.

-Aníbal Gordon, el matón de una pandilla parapolicial de la dictadura, tuvo mucho que ver en lo de tus padres...

-Era el encargado del operativo clandestino. Aníbal Gordon era un malandra que hacía trabajos sucios para la Policía. En este caso, era el encargado de la misión. Y era el que después “chupaba” a los niños, y los llevaba. Él es el que me pasa para la casa de la vecina, me va a buscar después a la casa de la vecina y luego, sabiendo que no me podían sacar de la Argentina, él llama todos los días a la casa de mi abuela para decirle que me entregaran.

Y mi abuela, después de tres meses, ya no aguanta más esa tortura psicológica -porque les demostraba que los estaba siguiendo y los estaba viendo-, ella, en un acto de desesperación, va al juzgado de menores de San Isidro a entregarme. Al mismo juzgado donde los vecinos Olga y Quique me habían pasado a ella. “No puedo más”, le dice a la secretaria. “Lléveselo”. La secretaria le dice: “Señora, si usted lo pasa de este mostrador para este lado, yo sé qué vida le va a esperar a ese niño. La vida que usted tenga como abuela, sea como sea, será mejor que la vida de este niño en el Instituto del Menor de Argentina”. La secretaria le pregunta: “¿Qué necesita usted para poder criar a este niño?”. “Llevármelo a Uruguay”, le contesta. “Bueno, venga mañana, con su esposo”. Van al otro día y ella los espera con un permiso de menor, para que me puedan sacar del país. Pide para ver al juez a agradecerle, y  juez le dice: “Usted no tiene nada que agradecerme, porque si a usted la agarran en la frontera, yo voy a decir que ese papel es falso. Le deseo suerte, y ojalá que puedan pasar”. 

Fueron por avión y no pudieron pasar, porque yo figuraba en una lista de subversivos. Y en el mismo día prueban por el barco, por el Vapor de la Carrera y ahí pasé, no estaba en la lista.

"La desaparición forzada es algo peor que un asesinato", dijiste recientemente en Vivir, de Mueca Films, emitido en Teledoce. ¿Por qué?

-Porque te dejan como familiar el día que decidís matar a tu desaparecido. Cuando alguien te asesina un ser querido, vos como hijo no tenés que elegir matarlo. Está muerto. Por eso éste es un delito que no prescribe nunca. La desaparición forzada tiene varios lugares macabros: primero, la inhumanidad de reconocer a tu supuesto adversario como un ser humano que pueda llorar a sus muertos. Desaparecer el cuerpo quiere dejarte un duelo patológico. Y además es muy siniestro porque llega un momento en que vos como familiar tenés que decidir: “Bueno, está muerto”. Y no poder tener un cuerpo, no poder llorarlos, vuelve más difícil el duelo.

Cuando yo estudié tanatología me explicaron lo que es el duelo patológico, es un duelo congelado. De 10 características del duelo patológico, yo tenía ocho. Dije: “Pah, me queda un largo camino con el dolor en el pecho”.

-En Vivir dijiste: "Parte de ser hijo de desaparecidos es que mi historia se va reconstruyendo todo el tiempo, nunca es exactamente igual". Hace un rato dijiste algo parecido… ¿Cómo es eso?

-Yo un día por una tapa de Posdata me enteré de algo de mis padres. Estaba trabajando en radio, en El Espectador, y Jorge García Ramón trabajaba en En Perspectiva y en Posdata, y él me hizo el contacto con Manuel Flores Silva. Y hablé de primera mano con quien había conseguido la información. Me enteré de cosas por un titular de una revista. Ahora, después de tantos años, ya casi no aparecen cosas nuevas, pero en mi adolescencia y juventud fue difícil.

-¿Cuántos años de terapia necesitaste para superar el duelo de tus padres?

-(Piensa) Ocho. Pero hay ciertas heridas que no son hechas para ser sanadas, sino que te dan una dirección en la vida. Lo que yo pude es dejar de actuar el duelo de la ausencia y el abandono. Yo no sería quien soy si mis padres no fueran desaparecidos. Hoy estoy muy agradecido con la vida que me rodea, y tengo que agradecer la parte dolorosa y difícil que la vida me dio. Me acuerdo que una vez tuve una entrevista con una psiquiatra y una médica del gobierno (el primero de Vázquez) que querían evaluar las heridas. Yo tengo mucho camino espiritual recorrido. Y en un momento me preguntan si me había “curado”. Yo me reí y le dije: “¿Qué sería curarme? ¿Nacer de vuelta, tener padres presentes y una vida diferente? Yo no me puedo curar de lo que soy. Sí atendí mi problemática del duelo patológico, de la ausencia, conseguí las respuestas que necesitaba, construí mi identidad desde un lugar sano y dejé de ser autodestructivo. Eso sí”. Pero lo otro no va a tener cura nunca.

"Me preguntan si me había “curado”. Yo me reí y le dije: “¿Qué sería curarme? ¿Nacer de vuelta, tener padres presentes y una vida diferente? Yo no me puedo curar de lo que soy. Construí mi identidad desde un lugar sano. Eso sí”

-A los 24 entraste en el Camino Rojo, hoy conocido como Camino de los Hijos de la Tierra, en una búsqueda espiritual profunda. ¿Ahí nace tu contacto con los indios y su ceremonia de la "búsqueda de visión"?

-Sí. La búsqueda de la visión es un retiro de ayuno en medio de la naturaleza, solito debajo de un árbol, para que puedas encontrar por vos mismo las respuestas que necesitás.

-Gerardo Honty dijo que cuando a él le hablan por primera vez del Camino de los Hijos de la Tierra, pensó: "Estos están locos... ¡Es una locura ir a pasar hambre y frío abajo de un árbol durante 10 o 12 días!". ¿Cuál es el sentido de esa experiencia?

-Yo estaba acorralado. En cierto momento mi psicóloga me dice: “Lo que vas necesitás lo vas a buscar en los indios”. Pensé que se le habían volado los patitos a Carmen. Yo llegaba hasta mis 3 años (de vida) y no podía ir más atrás. Ella me dijo: “Los indios tienen una manera de trabajar en la que no podés interrumpir tu conciencia, vos vas a ver lo que te está pasando, pero ellos abordan el ser por el hemisferio derecho del cerebro, y vos no vas a poder cortar”. Yo siempre abordaba todo por el lado racional, el hemisferio izquierdo. Cuando tu inconsciente dice “peligro, siento dolor” corta y no siento más nada.

Me negué durante seis meses, hasta que al final pedí una entrevista con el supervisor de mi terapia, que era quien me garantizaba que los indios eran gente seria. Eran indios de México, de Ecuador y de Estados Unidos (indios lakota, purépecha y shuars, que son los jíbaros de la Amazonia ecuatoriana, pero básicamente el diseño de la búsqueda de la visión lo traen los lakota y un indio purépecha mexicano). Fui desesperado, no tenía otra opción.

-Te preguntaba cuál es el sentido de esa experiencia…

-Para la cultura indígena creer es un peligro. La vida nos hace cosas muy difíciles, y no es necesario creerlas. Uno puede ir a cuestionarle al espíritu para qué hizo tal cosa (para qué mataste a mis padres, o a mis hijos, o para qué me mandaste esta enfermedad, por qué estoy vivo si me voy a morir) y lo mágico es que la respuesta siempre llega. ¿Por qué? Porque nuestros egos resilientes se volvieron impermeables al espíritu. Entonces, llevar a tu cuerpo al extremo de un ayuno -estando bien cuidado, teniendo una tecnología de lo sagrado, por decirlo de alguna manera- hace que esas capas que habitualmente están firmes de resiliencia se bajen y puedas acceder al espíritu, donde están las respuestas. Después de varios años, no es que sólo yo pude, he visto cientos y cientos de personas reparar sus heridas.

-¿Cómo recordás hoy los inicios de tu carrera como escritor? Es decir, ¿qué te motivó a escribir y publicar?

-Fue tan fuerte la segunda visión, esa donde vi la muerte de mis padres, que a mis amigos cercanos se los podía contar, pero a los que estaban lejos, les escribí un relato y se lo mandé por mail. Luego pasó que cuando uno me preguntaba “¿qué es eso que hacés con los indios?”, yo les contestaba: “Lee esto”. Y el mejor amigo de mi viejo, que es un cuentista argentino, Alejandro Briner, judío, que no quería nada con las religiones y no entendía sus ayunos en la sinagoga cuando era niño, un día me preguntó “¿qué es eso de los indios?” y le mandé el relato por mail. Él me responde: “Yo sigo sin entender mis ayunos en la sinagoga, pero si no pensaste en publicar esto, tenés que publicarlo YAAAAAAAAAAAA”. A mí ya me habían dicho, ocho años antes, que yo iba a ser escritor. Y yo lo descartaba: ¿yo escribir? Claro, tenía que vivir antes, porque tenía que escribir sobre mi vida.

A los 18 años cuando le llevé un texto a mi editora, me dijo: “Muy lindo, pero necesito saber la infancia, porque si no entiendo el dolor por el que pasaste, no entiendo la redención”. “Ah, qué viva, me mandás para dónde está el dolor, lo que menos quiero es ir para ahí”, le dije. Pero como historia, es esa.  Me dijo que si me parecía muy fuerte cambiara los nombres, pero le dije que no, que era importante que “desaparecidos” deje de ser una imagen, que pasen a ser Alberto y Elena, con sus costumbres en vida. Y que si aparecía un chamán o guía espiritual, lo mismo, eran tipos de carne y hueso. No había que cambiar los nombres. Ahí me metí en la computadora y escribí algo, que después fue El camino del puma, mi primer libro, el autobiográfico.

"La editora me dijo que si me parecía muy fuerte cambiara los nombres, pero le dije que no, que era importante que 'desaparecidos' deje de ser una imagen, que pasen a ser Alberto y Elena, con sus costumbres en vida"

-Un día antes de presentar tu primer libro, en 2006, te encontraste con el espíritu de tus padres... Contame cómo fue.

-Todavía no habían nacido mis hijos, con mi esposa nos estábamos por casar, y ella había viajado a Buenos Aires con sus hermanas para comprarse cosas para el casamiento. Yo estaba solo en casa, y vi una película, El jardinero fiel con Ralph Fiennes. La película me impactó, y quedé con un estado de angustia. Eran las 14 horas, entra el sol a mi casa, y me saltan el perro y el gato encima. El golden me empezó a lamer, y me apretó el pecho (yo acostado en la cama) y el gato me saltó en la panza, y empezó a presionarme la panza. Yo tenía tremenda angustia, por la película, y pensaba: “¿qué les pasa a estos dos bichos?” Atrás de ellos veo una luz, y atrás otra luz más… Ahí pensé: “Acá está pasando otra cosa”.  El perro y el gato se calman, aparece mi padre primero y mi madre atrás, con una capucha blanca ambos, que se sacan -como si fuera dos monjes blancos- y mi padre dice: “Vinimos a darte un mensaje: mañana vas a empezar una tarea muy importante, y queremos que sepas que esa tarea es con nosotros. El mensaje que te venimos a dar es: No intentes salvar esta sociedad, porque esta sociedad está perdida y condenada ya por sus actos”.

-Vos no lo interrumpías, solo lo escuchabas…

-Sí, escuchaba en pensamientos, no era que escuchaba palabras que decían.  Y los veía con total claridad, como te veo a vos ahora. Y aclaro: no había fumado nada ni tomado nada. Y ahí me dice: “Lo que vos vas a hacer es un levantar un llamado para los que quieran otra manera de vivir, pero no gastes energía en querer cambiar esta manera, porque ya no es posible. Vas a levantar una vieja, pero nueva, manera de vivir. Y vamos a estar contigo, siempre vamos a estar contigo”. El que habla es mi padre. Ahí mi madre se saca la capucha y dice: “Como siempre, tu padre ya lo dijo todo, así que sólo acordate que te amo”. Me siguió diciendo “te amo, te amo, te amo”. Yo lloraba a mares… y se van los dos.

-Uf, qué fuerte… Hoy tenés 10 libros publicados. Contame de qué trata tu última obra: La medicina de los animales de la Cruz del Sur. Un pack de libro y 64 cartas...

-Después de mucho trabajar con la psicología y la espiritualidad nativa, generamos una síntesis que yo llamo de espiritualidad libre, que es dejar de responsabilizar a los demás por el dolor que sentís vos y dejar de competir con los demás para ser competente con lo que tu corazón necesita. Reconoce que para aprender a vivir en paz tengo que dejar mi sobreviviente, no abandonarlo, pero transformar el sobreviviente y a las partes de las creencias negativas del sobreviviente. La cultura nativa se entrega al conocimiento siempre por medio de observar a los animales.

Hace 13 años yo lo invité a Gusti, un ilustrador, para hacer este oráculo, con dos particularidades: una, animales de Sudamérica, porque no existía ningún libro, que plasmara también la cosmovisión de los pueblos sudamericanos; y otra, trayendo la espiritualidad al libro. Cuando hacés un oráculo, tiene una cosmovisión detrás, como el I-Ching o el tarot. La cosmovisión es aprender a vivir en paz, honrando la diversidad, y el camino es brindándote soluciones por medio de ver a los animales. Los animales no pueden elegir si son carnívoros o veganos. Los humanos podemos elegir, pero en la formación de nuestro yo, del 0 a los 3 años, ya generamos una identidad que siempre elige igual. Parte del ser humano es salir de ese automatismo, y ampliar tu bagaje de respuestas. Para poder hacerlo entregamos este libro con las cartas y toda esta cosmovisión.

-¿Todavía charlás con los árboles?

-Sí, con los árboles, y con los animales. Con toda la naturaleza se puede charlar. Y te contestan. No es una conversación como la que estamos teniendo, claro. (“Depende del humor del árbol”, acota su hijo Mateo, de 13 años). Jajaja, voy a dejar esa como respuesta.

-¿Tan mal nos relacionamos los humanos con la naturaleza? ¿O hemos mejorado y la respetamos más?

-Creo que no hay una respuesta que englobe a todos los seres humanos, porque estamos llenos de matices. Ahora, lo que les estamos haciendo a los animales silvestres es un desastre. La población de animales silvestres en los últimos 15 años se redujo un 90%. ¡Un 90%, es mucho! Hicimos este libro con las cartas de los animales para que las personas pudieran conocer y admirarse con sus medicinas, y amarlos, porque no podés cuidar algo que no valorás. Eran tan malas las noticias, que apostamos a la belleza y a la empatía.

Uno puede disfrutar de esto porque es el paraíso de la naturaleza, o entender que tenías el paraíso y hoy tenés el desierto, y madurar por medio del dolor. La humanidad está eligiendo el camino del desierto. Y no lo elegimos ahora, ya fue elegido. Lo bueno es que las futuras generaciones vienen con otra cabeza, y reconociendo que los adultos de estas generaciones y las anteriores envenenamos el agua de ellos, envenenamos el aire de ellos, destruimos la tierra de ellos, matamos a los animales que nosotros conocimos, pero probablemente ellos no conozcan. Yo me quiero bajar del tren de seguir haciendo las cosas mal. (Mijail) Gorbachov dijo: “Vamos a ser recordados como la generación que sabía que hacíamos las cosas mal, y las seguimos haciendo igual”. Yo creo que no solo la generación de Gorbachov estaba en ese lugar, la siguiente también.

"La población de animales silvestres en los últimos 15 años se redujo un 90%. Hicimos este libro con las cartas de los animales para que las personas pudieran conocer y admirarse con sus medicinas, y amarlos, porque no podés cuidar algo que no valorás"

-¿Cómo es eso de que viste tu muerte?

-Y era muy bonita. Mi esposa es alta, rubia y de ojos claros. A mi muerte la vi morocha, de pelo lacio y negro. Embromo con que “la vida me gusta rubia, y la muerte me gusta morocha”. Me dio una enseñanza que me gusta mucho compartir, que es: “La muerte está un metro a la izquierda de todos nosotros”. Está ahí.  Tener esa conciencia de que me puedo morir en cualquier momento me ayuda a cada mañana, en lo cotidiano, evaluarlo y compararlo con ella. ¿Tal cosa es un problema? Miro a mi muerte y digo: “No, no es un problema”. ¿Salgo apurado para un lado y no le doy un beso a mi esposa y a mis hijos? Mmm, no… cuánta gente no les da un beso, y después no llegan a la casa. Mejor, les doy un beso. Yo no vi cómo moría, eh. Yo vi al espíritu de mi muerte. La enseñanza fue: “Cuando tengas un problema, compáralo conmigo. Vas a ver que hay cosas que no son un problema, y otras cosas donde: ojo, mejor hace tal cosa antes, no sea cosa que llegue yo”.

-¿Perdonaste a todos los que te hicieron daño, y te quitaron a tus padres?

-(Piensa) Yo los disculpé, no les tengo ningún reclamo más. Los tiene que disculpar la conciencia que llevan dentro, depende de su conciencia. Eso ya no es cosa mía. Yo me perdoné y me liberé del dolor que recibí de esos actos, pero que ellos se perdonen es un camino de ellos.

-¿Sos feliz?

-Mucho. Disfruto también de la angustia y la tristeza. Hay que dejar de tenerles miedo, son buenas consejeras también.

Por César Bianchi