El psicoanalista Jorge Bafico ejerce su profesión desde 1993 y ha publicado cantidad de libros. En particular, El origen de la monstruosidad cumple una década desde su primera edición, obra en la que aborda a varios asesinos, reales y de ficción.

Desde Hannibal Lecter hasta Ted Bundy, pasando por el colombiano Luis Alfredo Garavito y la argentina Nahir Galarza.

Bafico tiene un interés por este tipo de personajes desde hace tiempo, no en vano fue su tesis de doctorado. En ese trabajo, cuestiona si se puede hablar de una patología que se denomine “asesinos en serie”, y su vínculo con trastornos reales como la psicosis o la perversión.

Años y décadas después, el tema está más vigente que nunca, tanto en las noticias de homicidios, femicidios y casos abominables como el del uruguayo Pablo Laurta, como en las mil y una series que tratan el tema con éxitos arrolladores.

Los monstruos siguen estando entre nosotros y sus características cambian según la época, al igual que la manera en qué son estudiados. En entrevista con Montevideo Portal, el psicoanalista vuelve a pisar un terreno que para él es conocido, pero que no deja de llamar la atención.

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Más allá de lo que son las categorías que tiene la psicología en general para todas las distintas patologías: la psicosis, la psicopatía, etcétera. ¿Qué entendés por un monstruo?

El monstruo no deja de ser una construcción social. Por ejemplo, en el 1900 uno agarraba un manual de psiquiatría y decía que la homosexualidad era una enfermedad, una perversión. O sea que la monstruosidad también tiene que ver con la época. Lo que hoy vemos, en este tiempo, es que es una monstruosidad donde se camufla el monstruo. Antes el monstruo aparecía en los mitos como Frankenstein, como el Hombre Lobo, y hoy son los asesinos en serie, como los verdaderos monstruos actuales. Entonces es un monstruo que pasa más desapercibido. Por eso también genera mayor interés, porque está conviviendo todo el tiempo con nosotros. Lo vemos todo el tiempo, las noticias, las muertes.

El monstruo se ve después del hecho.

Claro. Ahí es cuando uno dice “pero si era vecino mío…”. Albert Fish, por ejemplo, que fue un asesino en serie de niños, y además practicaba el canibalismo. Era un tipo terrible y en su barrio era el abuelo bueno de la comunidad. Nadie podía entender lo que había hecho. Lo mismo que Jeffrey Dahmer. Hay varios asesinos en serie que nadie daba dos pesos por ellos y eran terribles.

El caso que tenemos últimamente es el caso de Pablo Laurta, que secuestró a su hijo de cinco años, mató a su expareja, a su exsuegra y después a un remisero al que después le desmembró. Es un caso muy extremo, en el que además hubo premeditación. Pero más allá del caso concreto, en tu carrera, ¿tenés ejemplos de cómo se puede generar, de cómo se puede originar este tipo de monstruosidad? No hay un patrón claro, ¿no?

No. Sobre el caso que decís, yo no tengo elementos como para opinar, porque todavía no sabemos las declaraciones, pero sí hay cosas que llaman la atención. Lo primero es que esto es premeditado. Esto no es un acto disruptivo de un sujeto que enloquece y en un acto de violencia extrema mata. Este hombre planificó cómo ir hasta Argentina. Después hay datos que a mí me llaman la atención. Toda esa cuestión familiar, terrible, puede estar sustentado en una teoría personal, compartible o no. Ni siquiera sé bien cuál era. Lo del remisero llama la atención. ¿Por qué lo mató? ¿Por qué lo desmembró? ¿Por qué el cuerpo apareció en partes? Eso me llama mucho la atención. Lo único que este hombre dice, que por lo menos yo escucho en la prensa, es que libera al hijo de una especie de red. Entonces, ahí simplemente hay dos opciones. O es una estrategia que él hace para ver si lo declaran inimputable, lo cual no necesariamente es mejor que ir preso, porque si se declaran inimputable vas a pasar toda tu vida en un hospital psiquiátrico. O realmente hay algo ahí del orden de lo delirante. Yo no lo sé, pero no creo que escape de estas dos cuestiones. ¿Qué pasó en él? No lo sé. ¿Qué pasa en un monstruo, aquel sujeto que comete algo que uno no puede entender el por qué? No hay un patrón único o unicausal, hay que ver en cada sujeto qué le pasó. Muchos de ellos que cometen este tipo de pasaje al acto, son sujetos que en determinado momento se rompen. Son por lo general psicosis, no digo que todos lo sean, y elaboran una cuestión delirante que los lleva a cometer estas cuestiones. Por ejemplo, muchos asesinos en serie, más allá que podían planificar su crimen, por ejemplo, el hijo de Sam, un perro le hablaba. Le decía “tenés que matar”, o una voz. O el caso Magnetizado, que es un caso argentino muy famoso de un asesino serial de taxistas. Él estaba parado y de repente el cuerpo le daba una señal de que tenía que hacerlo a determinado taxi, no a otro. Él no tomaba cualquier taxi, esperaba a uno en particular. Justo el que pasaba pobre por ahí y era designado, después era asesinado.

No son simples celos.

No son simples celos. Lo cual demuestra que el ser humano es muy complejo. Somos demasiado complejos.

Demasiado complejos para nuestro propio entendimiento...

Eso, primero. Si vos te analizás conmigo y me decís que te separaste de alguien, que no querés estar, pero que no soportas que salga... Lo mejor que te puede pasar es que sale y estás tranquilo. “No lo soporto”. ¿Por qué? “No sé por qué, pero no lo soporto”. Eso se escucha mucho. O estoy con alguien que sé que me va a pasar mal, pero sigo estando con él o sigo estando con ella. ¿Por qué? Es un misterio. El ser humano es un misterio, y después de 30 años de profesión, cada vez me parece más misterioso y más enigmático.

Uno pensaría que lo entenderías más.

No, no. Uno se sigue sorprendiendo de la clínica, de lo que somos, de lo complejo que somos. Cuando uno escuchaba o leía a [Sigmund] Freud y hablaba de la “pulsión de muerte”, y Freud decía que lo más fuerte en el sujeto, en el ser humano, es la pulsión de muerte. Que es terrible. No la pulsión de vida, la pulsión de muerte. Uno lo ve, y cuando tiende tanto tiempo, lo ve en los niños, lo ve en los adultos, lo ve en los adolescentes, esa cosa tan terrible que tenemos... Uno dice “qué complejos somos”. Porque la pulsión de muerte es lo que impera. Es destruir al otro. Nosotros, la especie nuestra, es una verdadera plaga. Mata todo lo que tiene alrededor. Todo matamos, todo lo que se mueve lo estamos liquidando. Sabiendo que lo estamos liquidando, lo liquidamos igual. Hemos desaparecido cuantas especies ya. ¿Por qué? ¿Por qué somos tan destructivos? ¿Por qué odiamos tanto? ¿Por qué queremos destruir a alguien que amamos en su momento tanto? ¿Por qué nosotros mismos nos destruimos? ¿Por qué alguien hace una aberración de matar a su ex, a la suegra, para salvar teóricamente a su hijo, pero en realidad no solamente que no salva al hijo, sino que lo deja sin madre, sin abuela y sin padre?

Una pregunta que me quedó con respecto a eso. Más allá de que esas razones sean ciertas o no, que no viene al caso, ¿es común que los asesinos o gente que hace ese tipo de cosas salgan con ese tipo de explicaciones o justificaciones por el estilo?

Si el sujeto está convencido y tiene la certeza de que salva al hijo porque había una red que lo iba a secuestrar, y tiene ese convencimiento, -en el caso de que sea una certeza [subjetiva], lo cual hablaría de una estructura psicótica- no hay chance de negociar con ese sujeto. El sujeto está convencido y cualquier elemento va a ir hacia ese lugar. El teléfono que suena quiere decir que lo están llamando para decirle que le van a secuestrar al hijo. El grito de la esquina que escucha es alguien que lo está persiguiendo. Contra eso no se puede.