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Ariel Sebastián Díaz: “El buen editor pasa desapercibido, como un árbitro de fútbol”

Nacimiento: 1975. Lugar: Buenos Aires. Profesión: editor de libros. Curiosidad: fue al mismo colegio en el que cursó Moria Casán.

24.11.2021 12:20

Lectura: 24'

2021-11-24T12:20:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

“Si bien nací en Almagro, mi familia vivía en Parque Chacabuco, ese fue mi barrio, la patria desde mi infancia, la patria chica”. Así comienza su vida, su relato. Aquel fue su barrio de crianza, donde tenía a sus amigos, donde jugaba al fútbol en la calle, donde iba a un parque, donde conocía a los vecinos.

El día que él nació, River Plate salió campeón después de 18 años de no hacerlo. Su padrino, en el hospital, lo envolvió con una bandera del cuadro, pero no tuvo suerte, él se hizo de Independiente, como su madre.

Uno de sus primeros recuerdos, y quizá el primero, es haber visto a Rafaela Carrá en 1978 en Buenos Aires. Después vienen las calcomanías que se pegaban en las puertas, un censo que según su recuerdo fue en el año ´80, fútbol, la Guerra de las Malvinas, el mundial de 1982 y todos los accidentes que se suele tener mientras se crece.

Sus padres, cuenta él, venían de una familia trabajadora-clase media. Su padre, comerciante y vendedor de distintas empresas, en algún momento se dedicó al rubro automotor. Vendía y distribuía filtros de aceite, lubricantes y otros productos del estilo. “Tampoco salí tuerca yo, nada que ver con los autos, tuve un auto y lo vendí, no soy de ir a ver carreras ni de Fórmula Uno”, dice. Su madre era ama de casa. Antes que él vino una hija, nacida en 1968, quien sería su hermana más grande.

Cuando fue niño, tuvo mal carácter, un poco rebelde, causante de una expulsión de jardín de infantes por romperle el dibujo a un compañero. La maestra se segundo de primaria llegó a decirle “pitufo gruñón”, aunque con el tiempo eso se atenuó. Tuvo facilidad más por las letras que por los números y era a quien llamaban para leer textos en voz alta en la clase.

Hasta quinto grado fue a un colegio privado de monjas. Ese año fue que lo ficharon en las inferiores de San Lorenzo para jugar al fútbol y no le coincidían los horarios de entrenamiento con ese colegio. Entonces, se pasó a uno estatal, en la mañana y laico. En definitiva, a donde siempre quiso estar.

En su casa había algunas novelas. Algunas eran clásicos de la literatura universal y muchísimas eran del Boom Latinoamericano: Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar, “lo típico”. Todo aquello leía.

También leía cualquier otra cosa que pasara por su casa: historietas, Patoruzú, Isidoro, El Gráfico, horóscopos, enciclopedias, los libros de “elige tu propia aventura”. Tenía, sobre todo, avidez por la lectura.

En algún momento también empezaron a competir los casettes. Durante la preadolescencia compraba uno o el otro con los vueltos de la plata de los mandados. Con su hermana se turnaban: uno compraba Dirty Work de los Rolling Stones y el otro Undercover, así podían escuchar ambos discos.

“Yo creo que de niño y adolescente estuve bastante out de todos los quilombos de los adultos”, dice Ariel Sebastián Díaz. Su hermana siempre fue de ir a ver recitales y, en unos años ´80 donde no era tan común ver mujeres en shows de rock y metal, ella vio a Riff, a V8, a Sumo, a Soda Stereo. Así fue como le abrió paso a su hermano para empezar a curtir él ese mundo.

En sus años de secundaria estudió en Caballito y, del mismo colegio que él, salió Moria Casán años antes. En ese entonces también tuvo una banda de rock, donde él cantaba. Conoció a Manuel Puig, a Roberto Arlt, Borges, César Aira, Onetti. Y a los norteamericanos.

En los años ´90, dice Ariel, no se podía hacer mucha proyección. Fueron los años punk de un adolescente que vivía en Buenos Aires. Pero estudió un año de cine cuando terminó la secundaria, en lo que en aquel momento se llamaba CERC (ahora es ENERC). Después de ello, supo que lo suyo era trabajar con la literatura, pero desde la edición. Así que estudio la licenciatura en la Universidad de Buenos Aires, trabajó en una editorial grande como Norma y, luego, abrió la suya propia, CrackUp.

Montevideo Portal | Javier Noceti

Montevideo Portal | Javier Noceti

¿Cuál es el rol de editor en una obra literaria?

La gente percibe más fácilmente el trabajo de un diseñador o de un diagramador que el de un editor, que es un trabajo más invisible. Un buen editor es el que pasa desapercibido, como un árbitro de fútbol. Cuando el libro se lee fácil, no tiene baches, es porque hubo un buen trabajo de edición. O sea, cuando es como un oleaje que se lleva y lo va llevando al lector en el trance que es la lectura, cuando ese texto fluye, es porque, generalmente, hay un buen trabajo de edición.

Los autores necesitan a un editor para poder ver su obra no solo como un manuscrito. La palabra “producto” a veces es medio odiosa, pero es como una obra que merezca ser publicada, que tenga una visión de mercado, de a qué público lector apunta. Entonces, hacer un trabajo sentido también de destinatario.

El editor es un actor social, cultural, que facilita de alguna manera los contenidos, más allá del formato. Pueden ser formatos digitales como e-books, audiolibros, hoy es algo que está creciendo mucho.

¿Qué peso debería tener el editor sobre la obra? Hay ejemplos como el de Raymond Carver que prácticamente lo armó como escritor.

Hay casos emblemáticos, como el Gran Gatsby sin edición. Hay muchos libros de editor directamente. Son libros por encargo o libros en que el editor reescribe mucho la obra. Yo trabajé ocho años en el grupo editorial Norma y hay libros que recuerdo que eran directamente de editor.

¿Entonces hasta qué grado es justo poner solo el nombre del autor en esos casos en que el editor tiene hasta más peso?

Figura en la página de legales el nombre del editor y no en todos los casos. Y aunque figure en esa página, es suficiente. ¿Cuál es la obra del editor? El catálogo. La huella de un editor es el catálogo, habla por sí mismo. Así como un escritor habla a través de sus libros, el músico a través de su disco, un catálogo habla del editor. Se manifiesta de esa forma, armando un catálogo coherente y de calidad, esa es la mejor obra de un editor, más allá de los textos puntuales y cuánto incidió.

Creo que el resultado final debería ser un catálogo que sea atractivo, diverso y que sea lo más coherente y mejor logrado posible.

Con respecto a tus estudios universitarios, ¿qué golpe te dio el mundo laboral cuando saliste de la cátedra?

Cuando yo estudié la carrera, encima en un contexto de Filosofía y Letras, no había demasiada conexión con el mercado que tiene que ver con las librerías, con la venta directa, con administrar una editorial. Si bien cursé toda la carrera y hay materias de administración editorial, de marketing editorial, encontrarse directamente trabajando en una editorial donde el sostenimiento depende de los ingresos y los egresos, de la rentabilidad del negocio, ese fue el mayor golpe.

Creo que el baño de realidad fue encontrarse con que había que vender equis cantidad de libros de determinados autores, algunos más fáciles y otros no tantos, trabajar en la exhibición de libros, que se vean en las vidrieras, que estén en las mesas y que de eso dependa las ganancias de la editorial, y las de uno. Esa cuestión de darse cuenta que esto es por plata también. Está muy bien el capital simbólico y el amor al arte, pero hay que comer y en la universidad no ves eso.

Eso en la universidad te pasa un poco por alto, eso de que esto es un negocio en definitiva. Y que no es un negocio que mueva mucha plata, la verdad que no mueve grandes volúmenes de dinero, pero no deja de ser un negocio y tiene que ser sustentable. Yo lo aprendí trabajando en editorial Norma, en esta multinacional de orígen colombiano.

¿Cómo llegaste a Norma?

Trabajé, antes en la Fundación El Libro, un organismo que organiza la Feria del Libro de Buenos Aires, trabajé en alguna feria como personal temporario y recién entré a Norma en el 2003 y ahí me quedé ocho años trabajando.

Tenía una amiga colombiana, una amiga de mi mamá, que me refirió con otra amiga colombiana que trabajaba ahí. Me entrevistaron y quedé. Me acuerdo que me entrevistó un gerente colombiano, después de uno argentino, y me pregunta si conozco la editorial donde voy a trabajar. Le digo que sí, que por supuesto, que desde los dos años y le llevé los libros infantiles de Disney que tenía desde el año ´77. Son libros infantiles troquelados de los Tres Cerditos, uno del Pato Donald que tenía un guante, como un títere de dedo donde metías la mano y salía hacia arriba. También le llevé Contravida de Augusto Roa Bastos que era una edición de Norma.

Entonces, si estuviste ocho años en Norma, ¿se te superpuso con CrackUp?

Sí, porque a CrackUp lo fundamos en 2006 y también tuvimos una librería con bar durante diez años en Palermo, que fue muy divertido.

¿Y cómo surge CrackUp?

Yo trabajaba para Norma, estaba recorriendo mucho librerías y de esa manera conocí un grupo de libreros con inclinaciones a la escritura, a la poesía en este caso. Nos juntamos en 2005, empezamos con cadáveres exquisitos, cada uno trajo sus poemas, sus relatos breves y así se fue conformando el primer libro que se llama Cer Dos. Es un colectivo anónimo de poemas y relatos breves.

Ahí yo vi la posibilidad de armar una editorial. Lo más loco es que armé una editorial con un grupo de libreros y no con un compañero de la facultad, que era lo lógico. Esto fue la anti lógica. Lo armé con un grupo de gente que no había pasado por la facultad, por mi carrera y así empezó ese libro que es medio mítico.

Le pedimos a Fogwill la contratapa y nos la cedió, a Carlos Gamerro el prólogo del libro. Es una rareza, tiene dos prólogos, no tiene autores, es un colectivo que se llama Cer Dos. Va separado porque ser uno es ser otro, aparece Rimbaud y toda una teoría literaria de la muerte del autor. Era “ser dos” porque éramos un grupo y “cer dos” por el realismo sucio y esta cosa de los cerdos y los marranos. Yo leía mucho Pedro Juan Gutiérrez en esa época, el cubano, entonces todo encajaba.

Así nos divertimos mucho con ese libro, pasaron cosas. Lo adoptaron en una cátedra de literatura latinoamericana en Colombia, tradujeron un poema y lo interpretaron en una obra en un teatro en Roma, una cosa rarísima. Fue una aventura literaria que empezó como una travesura, lo hicimos medio inconscientemente.

¿Este primer libro salió bajo el nombre del sello CrackUp en su momento?

Sí, Cer Dos es el título del libro y el sello es CrackUp. La gente agarraba el libro y no sabía dónde estaba el autor. Buscaban y no entendían si era un gesto de vanguardia o un error de imprenta que no figurara el autor. El chiste era ese, que no hubiera autor y así empezó. Después seguí con libros con autores, más tradicionales.

¿De dónde sale el nombre?

Por un libro de Fitzgerald, The Crack Up, que es un relato autoconfesional, un relato íntimo. Lo que cuenta en ese libro es una serie de ensayos que, en realidad, es un libro que compila el editor Edmund Wilson del cual era amigo personal. Él había publicado en la revista Esquire algunos ensayitos y lo que cuenta es su crisis espiritual, personal, después de haberlo obtenido todo. Él obtuvo un éxito muy temprano, fue muy famoso, escribió guiones para Hollywood, ganó mucho dinero.

Los años ´20 fueron los años locos de viajes a Europa, la era del jazz, Hemingway, lo que retrata Woody Allen en Medianoche en París, toda esa época, el jolgorio, el período entre guerras. Después de haber obtenido todo sufre esta crisis, una crisis de sentido. A parte del alcoholismo, Zelda, que fue su pareja, se vuelve loca, y toma esto del crack por la crisis económica de los años 29 y 30. El crack o crash económico como forma de hablar de sí mismo, e inventa una patología.

¿De dónde sale la mirada under y casi que la defensa a ello de la editorial? Teniendo en cuenta que trabajabas en Norma.

Es una decisión estética, tiene que ver con esto de buscar las lecturas alternativas o contenidos alternativos para ofrecer. No reniego de lo mainstream, pero a mí como editor me interesa publicar otra cosa, otro tipo de autor. Igual, lo de Norma era curioso porque, si bien era una editorial multinacional, convivían libros de management, de superación personal, best sellers, con algunos autores argentinos ignotos o que recién empezaban. Había espacio, era un rara avis Norma. Pero a la hora de crear una editorial propia fue natural decidirme por algo alternativo, algo independiente.

¿Esto de ser director de una editorial independiente es rentable o tiene mucho de amor al arte?

Tiene mucho de amor al arte y, en segundo lugar, puede ser rentable. Es mucho tiempo y energía la que uno le dedica a este proyecto. Quizá hay una distorsión, un desfasaje, entre el tiempo, la energía y el conocimiento que uno le dedica a esta profesión con los resultados económicos, los réditos.

La recuperación del dinero es muy lenta, no es un negocio rentable. O sea, la rentabilidad que tengo me sirve para seguir en carrera, vas reinvirtiendo. Por lo general, sé de colegas que trabajan con su editorial, pero tienen otros trabajos. CrackUp genera plata y le está yendo bien, pero tiene potencial para más. Pasa que yo hoy no tengo una estructura porque crecer te demanda inversión. En este momento, entonces, estoy con lo que ingresa, reinvierto y me mantengo, voy creciendo de a poquito, gradualmente.

En quince años por ahí no publiqué tantos títulos, pero porque prioricé la calidad por sobre la cantidad. No me interesa publicar demasiado, ya lo vi en Norma con los grandes grupos. Tienen otra lógica, tienen que mantener una estructura, costos fijos, empleados, en mi caso no, publico lo que realmente me interesa. Eso, en todos los casos, es rentable, no se pierde dinero, pero tampoco te da una tranquilidad económica, para nada. Te sirve para mantenerte en carrera porque algunos libros se venden mejor que otros.

Lo que sí, estamos asociados a un colectivo de editores que se llama La Coop, que son editores independientes. Reúne cierta cantidad de sellos para generar acciones conjuntas, participaciones en ferias, distribuciones de libros, campañas de marketing, son alianzas que son útiles y sirven para darnos visibilidad y trabajar agrupados porque hay mucho sello independiente, de todo tipo y color.

De esta forma, creo que nos fortalecemos al trabajar con sellos que son de buena calidad, de buen nivel, y poder realizar acciones conjuntas para que la gente también te identifique. Uno va buscando alternativas para crecer. No es cuestión de asociarse por asociarse, sino de hacerlo con aquellos que realmente te puedan brindar algún valor.

¿Cómo seleccionás los autores del sello?

No hay un esquema cerrado, es bastante flexible. Puede aparecer un texto que de la nada me llega a mi correo. Me mandan muchos materiales todo el tiempo y algún que otro no puedo leer, no tengo el tiempo para leer tanto y algunos textos que me parecen, más o menos, interesantes los derivo. Esos son los menos, en general, porque uno está tapado de trabajo y contestás que, de acá a un tiempo, volvemos a recibir originales.

Por lo general, uno tiene un plan editorial armado de acá a un año. Hay gente que tiene planes más extensos, yo trabajo de acá a un año en los planes. Entonces, van llegando de forma aleatoria o me mandan directamente a mi correo. Puede llegar por algún referido o directamente lo busco yo. Los caminos son diversos para llegar a la edición. Podés buscar algún título que esté faltando para reeditar, también.

Después, la búsqueda tiene que ver con escritores internacionales y con apoyos internacionales. Los títulos van surgiendo a medida que haya potencialidad o que haya posibilidades de financiamiento. Te tiene que cerrar el escritor, la obra seleccionada y que pueda haber algún tipo de apoyo aunque sea para traducción porque la edición la cubrís. En estos proyectos los apoyos son muy importantes, algunos incluso incluyen la edición. Al publicar autores internacionales se te abren puertas, internacionalizás el catálogo, se generan viajes, presentaciónes o participaciones en ferias. Eso es muy interesante para un editor independiente, conectarse con gente de distintos lugares.

¿Cómo funciona aquella dinámica de que algunos autores comienzan publicando en editoriales independientes y después saltan a las grandes?

También le pasaba a Norma, que era una editorial grande. Después de ahí se iban a Planeta. Somos como Argentinos Juniors, un club que allá es chico, pero que saca jugadores de fútbol que después van a los clubes grandes. Si le pasaba eso a Norma, imaginate a los pequeños, qué te vas a enojar. Es medio inevitable.

Igual, no es un camino unidireccional. No necesariamente se publican editoriales chicas y después editoriales grandes. Hoy, eso está más mezclado, no es lineal. De hecho, los autores muchas veces eligen publicar en editoriales independientes porque la editorial le puede dar un seguimiento, tiene una política de autor personalizada, incluso desde un vínculo personalizado. Hay un trabajo más dedicado, se les brinda más tiempo, más atención.

Muchas veces, en un sello grande son un número más y si el libro no funciona en equis cantidad de tiempo lo mandan a saldo o lo mandan a picar. Es muy descartable, es tenaz, pero pasa. Por eso no es tan lineal, ha cambiado porque han visto que los pequeños pueden trabajar muy bien y hasta pueden generarles mayores beneficios que los grandes grupos donde pueden cobrar un anticipo y, después del libro, chau.

Hoy, ya es más relativo. Antes se podía distinguir más ese proceso de la pequeña a la grande. Igual, no me parece mal. Puede ir y volver y eso se retroalimenta también. Si vos publicaste los primeros libros de equis autor y después le va bien en una grande, también se van a vender sus primeros libros y eso es promoción para los tuyos. El objetivo acá es que todo crezca.

CrackUp está cumpliendo quince años y lo festejaron en Montevideo con Pocitos Libros, que también los cumple, ¿cuál es el vínculo con esa librería?

A Leo lo conocí entrando a la librería en 2012, estaba de visita por Montevideo, pero no estaba trabajando. Entré y me presenté, porque me llamó la atención la librería, le dije que era editor, que tenía un sello y una librería (que cerró en 2015) y estaba Daniel Vidart, con quien fue un placer hablar.

A raíz de esa visita se generó un puente cultural y una amistad con Leo. Él viajaba a Buenos Aires y venía a CrackUp y yo venía para acá. Así, hemos presentado diferentes libros en estos años, siempre con él hay cierta fidelidad.

¿Cuál es tu vínculo personal con Uruguay?

Por parte de mi madre tenía unas tías en Fray Bentos. Mi abuelo era entrerriano de Gualeguaychú y, del otro lado del río teníamos familia de mi mamá. Después, viajé mucho en los ´90 porque estaba en pareja con una uruguaya que vivía en Buenos Aires. Vine muchas veces entre el ´99 y el 2001. También empecé a venir por mi cuenta, pero el vínculo es natural.

Yo no siento que estoy cruzando una frontera, siento que es la cultura rioplatense la que me identifica. Tenemos mucho más en común con ustedes que con los jujeños o los catamarqueños, de repente. Yo tengo otro trabajo con comunidades indígenas, hace once años, y viajo mucho al interior, al norte, y puedo ver eso, es otro mundo. Acá, en cambio, no. Hay diferencias, pero son matices. Existe una hermandad, yo creo, en los gustos, las estéticas, los intereses, las pasiones.

Con todo este tiempo en la industria editorial, ¿cómo han cambiado las tendencias culturales en cuanto a los libros?

Hoy se lee diferente. Las lecturas son más fragmentadas. La lectura, en general, es más dispersa. Tenemos muchos más estímulos que antes y el libro hoy tiene que convivir con muchas otras ofertas culturales y de entretenimiento. Es mucho más complejo hacerse un lugar y hay que buscar otras formas de promoción, de difusión. Ahora pensás en hacer un libro y empezás por la imagen, es loco porque estás trabajando con texto. Tenés que enfocarte en cómo vender ese texto a través de la imagen, tenés audiolibros, por ejemplo.

Tenés que buscar otros canales, otros soportes, pero sí que es más complicado, incluso, convocar gente para una presentación. Competís mucho con las plataformas de streaming. En definitiva, es más complejo hacerse un lugar o darle visibilidad a este objeto llamado libro, pero también hay nuevas herramientas que hay que utilizar.

Después, los lectores han cambiado su forma de leer. Una novela decimonónica asusta a la gente. Por supuesto que tiene sus lectores, pero son pocos. Hay que trabajar mucho con el arte de tapa, agregar una playlist si el libro tiene música, son recursos. Hay que aggiornarse para la venta. Antes, el librero se quedaba esperando y ahora tiene que estar vendiendo online, se vende mucho más online que presencial.

Los propios autores tienen un rol más activo. Directamente se comunican ellos a su público y si se publica un libro el autor tiene que ser el primer vendedor. Se acabó eso de la torre de cristal. Para un editor lo mejor que te puede pasar es que haya un autor dispuesto y activo, que maneje redes. Parece una tontería, pero si no hacés ese trabajo no llegás, no se entera nadie.

¿Cómo es la tendencia entre narrativa y poesía, por lo menos en Argentina?

Hay un fenómeno de poesía que tiene que ver con los festivales que se organizan permanentemente. Hay una camada de jóvenes poetas que se convocan, se leen y se compran libros de poesía. De hecho, en La Coop, uno de los sellos miembros es Santos Locos, que es de poesía y es la que más vende de todo el colectivo. Se vende, pero nunca fue fácil, al igual que con el teatro. Pero sí hay un fenómeno de poesía a destacar, cierto boom que se está dando.

A veces, hay más poetas que lectores de poesía y está la cuestión de los “vanity books” de gente que quiere publicar nada más para masajear su ego. Hay mucho de eso, pero lo que hay que formar son lectores y, para eso, son importantes las políticas de promoción de lectura, políticas públicas que acompañen el trabajo que hacemos nosotros los editores. Ahora hay muchos clubes de lectura, también, que es un fenómeno interesante.

¿Cuál es el rol de las editoriales independientes en la cultura?

Es un rol clave para la bibliodiversidad. Son un fenómeno cultural de lo más interesante que se está dando.  La feria de editores independientes es un fenómeno de contracultura porque es una feria autogestionada por los propios editores y va creciendo año tras año en público, en cantidad de sellos expositores y se empezó a dar una especie de fenómeno ricotero, los lugares van quedando chicos.

Al lado de la Feria del Libro de Buenos Aires, la va haciendo quedar como una feria vacía, betusta, sin atractivo. En cambio, ahí hay energía, los editores hablan con la gente, con los escritores, se trabaja de una forma horizontal. Hay un microclima de compañerismo, de comunión, muy interesante. Ese fenómeno contracultural es hoy lo más interesante que está pasando a nuvel cultural, por lo menos en Buenos Aires.

Tiene que ver con las editoriales independientes, pero también con estos festivales de poesía que hoy gozan de buena salud. Obviamente, tenemos problemas todos, en mayor o menor medida, porque todos somos independientes, pero dependemos del factor económico. Se entiende por independiente, de todas formas, que uno tiene la soberanía de elegir qué publicar. Creo que es un rol muy importante hoy, clave y de lo más vital que está pasando en la cultura.

¿Cuál es el rol de los diseñadores gráficos en los libros, hoy?

Vivimos en el imperio de la imagen, donde tenés que pensar el libro como objeto que, además en un contexto de muchos libros, entrás a una librería y no levantás todos los libros, levantás lo primero que te llame la atención. A primer golpe de vista ves una portada que te llame la atención y eso es clave. Es un rol cada vez más importante el del diseñador, ilustrador, tapista. Fue tomando cada vez más relevancia y las redes sociales han potenciado eso.

No es solo la imagen del libro, sino la estética en los flyers, en los posts, tenés que pensarlo como algo mucho más integral, hasta los emojis de determinado libro que vas a utilizar. Es todo un lenguaje nuevo y el lenguaje visual es mucho más amplio que la portada de un libro. Hay muchas piezas gráficas que hay que trabajar y tener en cuenta.

Hoy, como editor, incluso, tenés que ser un poco community manager porque podés contratar a alguien, pero un editor también tiene que comunicar. Entonces, el rol del editor es mucho más completo y se ha profesionalizado la actividad en ese sentido.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Pasé por una enfermedad difícil. Tuve cáncer de recto inferior y eso fue extremo porque tuve seis ciclos de quimioterapia, unas veintipico de sesiones de radioterapia. Esto fue en 2012. En setiembre me diagnosticaron el cáncer, comienzo el tratamiento en noviembre hasta julio de 2013, se estimaba que me iban a operar, y el tumor remitió. Desapareció. Con todo eso y un montón de cosas alternativas que hice, de todo tipo, un montón de cuestiones de medicina natural. Incluso preguntaba cómo hacían en comunidades indígenas, hice todo.

La felicidad es sentirme vivo, con salud, haber pasado por esa experiencia y haber llegado a la otra orilla. Creo que fue un momento de felicidad cuando supe que no me iban a operar y que ya estaba todo bien. Lo percibís en el organismo, pero cuando volví a estar sano y me empezaron a dar bien los valores eso fue la felicidad, sentirme vivo y estar sano.

Lo principal es la salud. Sin eso, lo demás no existe. Entonces, haber recuperado la salud fue un momento de gran felicidad.

¿Cuál fue el día más triste de tu vida?

Cuando falleció mi mamá que, a parte, falleció de un cáncer un año antes que me tocara a mí.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Me da libertad viajar, conocer gente, vincularme todo el tiempo con nuevas personas. Me hace sentir libre generar proyectos y equipos de trabajo, nuevos desafíos permanentemente, no quedarme en lo hecho, sino todo el tiempo planificar nuevas metas. La conjunción de viajes con trabajo, viajar por mi profesión es lo que más libre me hace sentir. También tener esa potestad de decidir hasta dónde quiero crecer o hasta dónde quiero desarrollar una actividad porque, si quiero publicar menos títulos, publico menos y, si quiero parar, paro. No tengo que obedecer un plan editorial.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

A no ser tan dramático. Yo era muy melodramático, mi papá me decía que me ahogaba en un vaso de agua o magnificaba problemitas. Para mi era el fin del mundo. Eran cuestiones de obsesivo. Así que a no hacerme tanto problema por nimiedades y a hacerme menos mala sangre cuando las cosas no resultan como uno las esperaba.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Al infierno. Soy independiente, soy un diablo rojo.

Por Federica Bordaberry