Seré curioso

Seré Curioso

Angelina Vunge, la primera diputada africana del Parlamento: una historia de resiliencia

Escapó de la guerra en Angola, sufrió abusos, fue moza de la ONU y llegó a Uruguay hace 20 años. Asumió como diputada en el sector de Sartori.

06.05.2021 11:42

Lectura: 31'

2021-05-06T11:42:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti


Cuando en 2012 el dirigente nacionalista Alem García le dijo que su historia de vida estaba para un libro, Angelina Vunge hizo un mohín de incredulidad. Ella hubiese preferido una recreación en modo culebrón brasileño, de esas novelas de Globo que se ven en todo el mundo. Una semana después la llamaron de una editorial y la invitaron a una reunión. Allí, Vunge contó su vida en Angola, mientras la editora general pedía pañuelos para secarse las lágrimas.

La historia de Angelina (42) incluye pobreza extrema en una aldea angoleña, maltratos físicos, trabajo a destajo en plantaciones (lavras), cortando y cargando leña, cocinando y limpiando la choza. Y si algún día, por jugar -era una niña- no hacía alguna tarea, se ligaba una tremenda tunda. Una vez, su padre tomó un hacha para aleccionarla. Le pegó con el revés en la nuca. Tenía 8 años y pensó que iba a morir. Angelina vio cómo su padre, un machista muy violento, le pegaba continuamente a su esposa, muchas veces por omisiones de los hijos. Una vez la dejó sangrando en el piso, estuvo horas sin poder levantarse.

La historia de Angelina Vunge también incluye abusos sexuales varios que se iniciaron cuando tenía apenas 4 años. El violador era el hombre elegido por las familias para que, en un futuro, fuera el marido de Angelina. La niña, según la tradición, debía llegar virgen al matrimonio. Él se ocupó de que eso no fuera así. Los vejámenes se continuaron por años. Volvió a ser violada cuando era adolescente, por tener la mala idea de confiar en unos muchachos que le prometieron conseguirle un pasaporte. Desde los 9 ella se había trazado un objetivo: escaparse de Angola.

Tenía 18 cuando, trabajando como moza para contingentes de militares de Naciones Unidas, conoció a una militar uruguaya que integraba los cascos azules. Cristina Benítez, su "hada madrina", le habló de Uruguay cuando la jovencita le dijo que quería emigrar. "¿Tiene guerra?" fue lo primero que le preguntó. Le dijeron que no, que era un país pequeño con gente tranquila. Terminó su contrato con la ONU, ahorró dinero y cuatro años después, llegó a Montevideo, justo el mismo día que se celebraba el balotaje de 1999 en Uruguay. Ese día conoció a un taxista -sobrino de Tabaré Vázquez- que luego sería su marido y padre de sus hijos.

Vunge trabajó en limpiezas y luego como moza de un restorán. Allí conoció a un comensal, Alem García, el hombre que le propuso que escribiera un libro y la envalentonó para que se iniciara en política. Acaba de asumir como la primera diputada africana del Parlamento uruguayo. Y ésta es su historia.

-De niña, ¿qué soñabas que serías cuando fueras grande?

-De los libros que yo veía en la escuela, quería llegar a conocer ese mundo que veía en las páginas, en las ilustraciones. Quería llegar a vivir ese mundo que veía en los libros de la escuela. Una niña bien peinada, calzada, vestida, con una mochila. Pero de grande no soñaba nada, porque no había un más allá. Lo común era trabajar en el campo, así que en todo caso el sueño era tener mi propia plantación, mi lavra.

-¿Cómo fue tu infancia en Angola?

-Estuve en distintas aldeas, em Kinguenda, en Kitumba, en Kasela, entre otras, a las que nos íbamos mudando, por motivos de guerras. Eran tiempos cortos. Kasela era la que estaba más cerca de la ruta nacional, la principal que comunicaba Luanda (la capital) con la provincia de Malanje. Mi infancia fue junto a mi familia y amigos, de ir emigrando de un lado al otro. Trabajando, estudiando, haciendo los deberes y la lavra, los quehaceres domésticos. Emigrábamos porque éramos atacados constantemente por la UNITA (NdeR: Unión Nacional para la Independencia Total de Angola, aliada con Sudáfrica, Estados Unidos y otras potencias occidentales) en nuestras aldeas. Salíamos de aldeas pequeñas a buscar otros poblados, pensando que si había más gente, se les iba a complicar atacar ese pueblo. Era un error que cometíamos, porque cuanta más gente, más masacre. Buscábamos un lugar donde pasar la noche, chozas... Conciliar el sueño, dormir toda la noche después de todo un día de trabajo en el campo, era difícil. No podíamos dormir toda la noche, por miedo a que nos atacaran y tener que salir a escondernos en la selva.

-Eras una niña. ¿Qué recuerdos tenés de la Guerra Civil en tu país?

-Dentro de los propios angolanos había dos grupos: los guerrilleros de la UNITA y el gobierno de la MPLA (NdeR: Movimiento Popular de Liberación de Angola, apoyado por la URSS y ayudado por tropas de Cuba). La UNITA era un grupo guerrillero que luchaba contra el Estado. Era una lucha de poder por el petróleo y las minas de diamante. Nosotros en las aldeas vivíamos esa situación con miedo, pero vivíamos con alegría. De la Guerra Civil recuerdo estar moliendo la mandioca para hacer el proceso de la fuba, para la cena, y ser atacados: escuchábamos tiros, y teníamos que salir corriendo para escondernos en la selva. Pasaba seguido que estábamos durmiendo, escuchábamos el tiroteo y salíamos corriendo, la familia entera, a escondernos cerca de las lavras, de las plantaciones, en las montañas. Y a veces en la madrugada ver las llamaradas que indicaban que habían prendido fuego las chozas.

En Angola había muchas minas antipersonales en aquellos tiempos (en los 90), y veías pasar los camiones militares, veías pasar los tanques de guerra. La curiosidad nos llevaba a querer ver de cerca los tanques repletos de militares yendo a atender una aldea, o al frente de combate. Y después de eso era muy triste ver que llegaba gente lastimada, sin una pierna o sin un brazo, que huía de otra aldea y venía a la nuestra, como nosotros emigrábamos a otra aldea. Los veías llegar con la cabeza o piernas vendadas. Uno sabe que de ahí a encontrar un hospital era casi imposible. Por eso mucha gente falleció por los tiroteos, o las minas antipersonales.


"En Angola había muchas minas antipersonales en los 90, y veías pasar los tanques de guerra. La curiosidad nos llevaba a querer ver de cerca los tanques yendo al frente de combate. Era muy triste ver que llegaba gente sin una pierna que huía de otra aldea"

Se nos quitó ese derecho de crecer sanos, porque para acceder a un hospital tenías que hacer varios kilómetros. Los hospitales estaban en las capitales de las provincias.

-¿Cómo era la choza donde vivías con tus padres y cuatro hermanos?

-Por dentro era piso de barro, o más bien tierra batida. Las llamamos casas de pau a pique, son hechas con barro, lo que vienen a ser pilares de la construcción de acá, allá eran palos, y se construía con junco. Le ponían pasto para fortalecer el barro. El techo era de paja, con palos también, de punta. Como una pirámide.

Angelina hace una pausa. Está visiblemente emocionada. Dice que tiene un nudo en la garganta. Que evocar su infancia y su precaria choza de barro y paja, 30 años después, y en un país tan distinto a Angola, tan lejano a su patria, en una cultura tan diametralmente opuesta, la conmueve. Es como "hacer zoom" a aquella realidad que le tocó vivir en su niñez, dice. "Cuanto más lo hablás, más recuerdos vienen, y te hace acordar tanta cosa...". Angelina Vunge dice que aquella gente que pobló su infancia, hoy no está, que muchos "se perdieron" y otros murieron, en la guerra, o en la pobreza. Le pide a su hijo Ellery (20) si le puede traer un vaso de agua, y de paso lo rezonga por tener un gorro con visera puesto delante de las visitas.

-¿Ibas descalza a la escuela?

-Iba descalza a la escuela, ¡iba descalza a todos lados! Los caminos eran largos, y el sol no es nada comparado al sol de acá. Teníamos que correr al lado del camino, para poder pisar el pasto, porque llegaba un momento que la planta del pie no aguantaba el calor del suelo. Corríamos, pisábamos el pasto o el agua, para poder refrescarnos. Y eso no era lo peor. Al vivir en esas condiciones, y convivir con animales domésticos, atraíamos liendres de los cerdos que se nos metían entre los dedos de los pies. Las liendres nos comían la carne y hacían gusanitos por dentro, había que dejar madurar para sacarlos después. Era una cosa horrible.

-Tu padre era polígamo, tenía tres esposas. La poligamia valía para los hombres, no para las mujeres. Él te obligaba a tí, como niña, a hacer los deberes de la escuela y a realizar determinadas tareas diarias, que eran obligación. ¿Cuáles eran esas tareas? ¿Qué pasaba si no las hacías?

-Las tareas eran hacer el proceso de la fuba, la mandioca hace un proceso, sacada de la tierra va al agua ocho días, se ablanda, y con un mortero se muele y queda con granitos, se extiende sobre una piedra, se seca, ahí recién va a los morteros. Se va moliendo, se va haciendo el proceso largo en un colador, para lograr una harina parecida a la harina de trigo. Teníamos que hacer ese proceso largo, también tenía que ir a la lavra a buscar la kizaca, que viene a ser la hoja de la corteza de la mandioca, para la cena. Se sacaba, se molía, que hecho en la cacerola era algo parecido a la espinaca, pero seco era algo parecido a la yerba de acá. Y la mengueleca viene a ser la hoja de la abóbora, que viene a ser el zapallo de calabaza de acá, que también se muele y se acompaña con pescado o carne. Y el quiabo es una verdura que usamos nosotros, que tiene una forma de pimiento catalán verde con semillas blancas adentro, es medio baboso (pero riquísimo).

Y mirá: si no estudiaba, si no iba a la escuela, si no iba al río a buscar agua, llenando las moringas de adentro, si no hacía todo ese proceso que te conté, si no barría la casa, si no lavaba los platos en el río, y si no iba a buscar leña... Primero tenía que dar explicaciones: ¿por qué no lo hice? ¿Qué hice en todo el día para no hacer todo eso? Si la justificación no le servía, primero golpizas, hacia mí, y golpizas hacia mi madre, porque él creía -no sé si era la creencia de todos o solo de mi padre, que era muy estricto- que mi madre no tenía la capacidad de criar a los hijos, para que fueran obedientes y cumplieran todas las tareas. Por lo tanto, golpizas a mí y a mi madre también. Nos pegaba con palmatorias, una cuchara de madera. Una cuchara redonda, con un importante grosor, tenías que poner la mano para que él te pegue. También te pegaban palmatorias en la escuela, cuando tenías errores ortográficos, o si no sabías las tablas. O te ponían hincado sobre dos piedras corrugadas, con los brazos abiertos y la maestra te pegaba en los brazos.


"Fue tanta la golpiza que mi padre le dio a mi madre que ella ya estaba sangrando, tenía toda la cara hinchada por los golpes. En una, mi padre salió a buscar un palo para seguirle pegando, y con mis hermanos mellizos nos pusimos en la puerta para no permitirle entrar"

Una vez rompí, sin querer, una piedra de afilar cuando fui a buscar un machete para ir a cortar leña. Fui a sacarle filo al machete, lo golpeé contra una piedra para sacarle barro, y rompí la piedra de afilar. Y alguien vio. Cuando llegó mi padre, un vecino le contó. Le dije que fue sin querer, y me pegó, y le pegó a mi madre. Atiné a poner a mi hermano chico a mi espalda, pensando que así no me iba a pegar más. En ese momento pensás: "¿Qué tengo que hacer para que no me pegue? Soy una niña".

-¿Cuántos años tenías cuando sucedió eso?

-Tenía 7 u 8 años. Pero tenía varios hermanos atrás, los míos de papá y mamá y los de mi madrastra (NdeR: los que el padre tenía con sus otras esposas, y vivían en la misma aldea), entonces atiné a poner a mi hermano chico en la espalda y dije: "Con eso evito que me pegue". Pero agarró una katana (acá sería un machete), y me pegó en la nuca. Cuando lo vi alzar eso, pensé: "Marché". Me lo dio como forma de palmatoria en la nuca. Con la katana fue la única vez, nunca más lo hizo. Con la palmatoria o chicote, sí.

En su libro autobiográfico, Angelina lo cuenta así: "Yo, que solo tenía 8 años, pensé que teniendo a mi hermanito menor a upa me libraría de la paliza. Entonces me até al bebé -mi hermano Alberto, que tendría un año y medio- a la espalda. Escuché los gritos. Finamente dije: ‘Fui yo'. Entonces él se me acercó con el hacha. Yo quedé inmóvil, sintiendo una gran impotencia. Creí que me iba a cortar la cabeza. Y con el hacha me dio un violento golpe en la cabeza, no con el filo, sino con la parta lisa. Como una palmatoria en la nuca. Si bien la parte filosa del hacha no nos lastimó ni a mí ni al bebé, podría haberme matado".

-Tú y tus hermanos fueron víctimas de violencia doméstica, pero también tu madre lo fue. Era cotidiano. Narraste en el libro que le dio una golpiza a tu madre que casi la mata...

-Es así. Estábamos en Kasela, nuestra casa estaba mirando hacia el oeste. No recuerdo bien el motivo. Sé que fue de tarde. Llegó mi padre de la lavra, mi madre estaba preparando la cena. No recuerdo cuál fue la discusión. Él empezó a pegarle... era natural que le pegara, algo que sucedía cada tanto. Nosotros éramos chicos, por más que le decíamos que no le pegara, nos sacaba y le seguía pegando. Fue tanta la golpiza, tanta la golpiza, que ella ya estaba sangrando, tenía los ojos hinchados, tenía toda la cara hinchada por los golpes. En una, mi padre salió a afuera a buscar un palo para seguirle pegando, y nosotros -con mis dos hermanos mellizos- nos pusimos en la puerta para no permitirle entrar a la casa.

Allá hay una creencia, llamale superstición, que dice que los gemelos y el hijo que viene a continuación, tenían cierto poder. Se pusieron los dos gemelos en la puerta y yo me sumé y no lo dejamos entrar a la casa. Mi padre se fue a la casa de mi madrastra. Yo me fui corriendo con otro hermano a otra aldea, a buscar a los tíos de mi madre, para que vieran la situación, porque mi madre había quedado tirada en el piso y no se podía levantar. Vinieron unos vecinos y la ayudaron a levantarse, y después, lo de siempre: tratamiento tradicional para bajar la inflamación (capim de Deus se usa mucho para bajar las inflamaciones). Mi madre pensó en separarse en ese momento, pero los padres de ella dijeron que no, que eso era cosa de marido y mujer, que lo tenía que perdonar, que era el padre de los hijos, y ella tenía que seguir con él. Mi padre dijo que no lo iba a hacer más, pero eso obviamente no sería así.

-Te escapaste de tu aldea a los 9 años, y antes se había ido tu madre hacia Luanda, la capital. Poco tiempo después, tu padre te negó todo tipo de ayuda y tuviste que valerte por tí sola, siendo niña. ¿Qué hiciste?

-Yo llegué primero a Luanda, y después llegó mi madre. Llegué hablando en quimbundo, dije que era hija de Fulana de Tal, para llegar hasta mis parientes en Luanda. Mi madre se enteró que yo ya no estaba en casa, pensó que la UNITA me había secuestrado, y mi tío Antonio le mandó el mensaje de que yo estaba allá. Entonces cuando mi madre me encontró, me dio tremenda paliza. Yo la había dejado preocupada. Mi madre no era de pegarme, pero me pegó dos cocazos en las sienes, y me dejó viendo las estrellas... Yo sé que estuve mal, porque además era la única hija mujer, luego de haber fallecido mi hermana más chica. La puse en un estado de tensión y preocupación, me pegó. Pasé a vivir con mi mamá, trabajaba haciendo mandados. Había carencia de agua, y en esos apartamentos horizontales donde en cada puerta hay una pieza, había un baño para todos. Y era un baño muy precario, el retrete y hasta ahí. Había que caminar cinco cuadras para ir a conseguir agua.

-Fuiste víctima de abusos sexuales, y esto pasó más de una vez. Una de esas veces, con la promesa de darte un pasaporte para poder salir del país...

-Sí, yo se lo conté a la escritora Andrea Blanqué. Lo quise contar. El primero fue un prometido de las familias, que habían negociado, para que la única hija mujer fuera entregada a tal familia, para que cuando crezca se case con esa persona. Cuando ese muchacho empezó a abusar de mí, yo tenía 3 o 4 años, por ahí. Él me llevaba en sus hombros, tendría 15 años. Lo de casarte o entregarte a un hombre mayor era algo normal. Nosotros le llamamos soba al referente de una aldea. Ese acontecimiento con Núñez, el muchacho que abusó de mí cuando yo era pequeña, se repitió durante años. Y lo peor es que a cada aldea a la que nos mudábamos, por la situación de la guerra, él tarde o temprano también iba con su familia, y me lo terminaba encontrando.

En Kitumba, donde estuvimos primero, hicieron el pedido (NdeR: el arreglo de un futuro matrimonio entre la niña y el adolescente), y ahí él llevó telas, caporroto, que es la bebida tradicional de allí, animales que dio como ofrenda. A ese pedido nosotros lo llamamos alambamento, es cuando la familia del futuro marido va a la casa de la familia de la mujer y se presenta con esas ofrendas. Eso sucedió en Kitumba, cuando llegamos a Kasela, yo ya tenía 6 o 7 años, él siguió violándome...

Núñez, el hombre que violó, el pariente de mi padre que abusó de mi durante tanto tiempo, desde mis 4 años, violentó una serie de tradiciones que estaban arraigadas en las aldeas: que debía protegerse a la mujer, que ésta debía llegar virgen al matrimonio. Una mujer que es violada permanece siempre en la boca del pueblo, pero jamás se castiga al violador. (...) ¿Dónde estaba su familia cuando él me acostaba en la estera y se restregaba contra mí? Yo lloraba y él me decía que no lo hiciera. (...) Él se abría el cierre del short o se lo bajaba a media pierna. El ruido del cierre, el contacto contra mi piel del cierre frío y filoso, eso me ha quedado grabado para siempre" (Angelina. Las huellas que dejó Angola, editorial Planeta).

-¿Tú nunca lo denunciaste?

-¿A quién? No había a quien denunciar. Si yo se lo comentaba a mi madre, mi madre se lo diría a mi padre, y ahí la decisión de mi padre hubiese sido entregarme a él, a mi violador, para que me crie y me mantenga él. ¡Iba a pasar a vivir con el violador! Era mucho peor. Y le hubiera pegado a mi madre. Yo preferí cuidar a mi madre.

Después, cuando tenía 14 años, yo quise sacar mi pasaporte en la capital, para poder irme alguna vez de ahí. Desde los 9 años ya quería irme, y ahí me propuse estudiar, trabajar, sacar el pasaporte y ahorrar para irme de Angola. Yo tracé mi camino así. No tenía acceso a internet, para saber cómo llegar al lugar donde se saca el pasaporte, entonces empecé a preguntar. Debí haber preguntado en la casa donde estaba viviendo, con mi familia adoptiva, que tenía gente culta, pero no quería que supieran que me quería ir. Empecé a preguntar y llegué a unos muchachos que me dijeron que ellos tenían conocidos en la DEFA -la oficina donde se saca el pasaporte-, que ellos me lo hacían y yo llevara una foto carné. Me hicieron ir hasta un departamento en un tercer piso, al que se llegaba por escalera. Había un corredor angosto y me dijeron que fuera hasta el fondo. Me dijo uno: "Entrá". "Pero dame el pasaporte". "Tenés que entrar", insistió. Cuando entré a ese apartamento había dos muchachos, y uno me dijo: "Y cállate la boca, porque si gritás, llamamos a más hombres". Quedé en shock.


"Había un corredor angosto y me dijeron que fuera al fondo. Me dijo uno: 'Entrá'. 'Pero dame el pasaporte'. 'Tenés que entrar', insistió. Cuando entré había dos muchachos, y uno me dijo: 'Y cállate la boca, porque si gritás, llamamos a más hombres'. Quedé en shock"

Eran grandotes, yo no iba a poder con ellos. Me tiraron a un colchón, y yo ya sabía lo que iba a suceder. No iba a tener escapatoria. Uno cuidaba la puerta y el otro estaba encima de mí. Perdí el conocimiento, no sé qué me hicieron... perdí el conocimiento. Cuando desperté había otro arriba mío. No sé qué pasó en el medio. Me fui de ahí, obviamente sin el pasaporte, caminé cinco cuadras hasta mi casa. Estaba aturdida, me bañé, al día siguiente fui al mercado, compré capim de Deus, me hice un té con eso y lo tomé para bajar la inflamación por dentro. Y usé otro poco para ponerlo en paños tibios para ponérmelo alrededor del vientre. Pasó una semana y empecé a sentirme mal. Tenía dolores abdominales, el vientre hinchado y mi prima pensó que me había hecho un aborto. Lo que me hicieron me provocó una infección bastante grande, que me llevó a ser internada en un hospital. Me atendió un doctor soviético, Dr. Anatole, era altísimo y tenía ojos azules. Quedé internada, entonces me empezó a revisar todos los días, y a tocarme de más. Y se masturbaba después de "revisarme".

-Ya en tu juventud conociste a Cristina Benítez, una militar uruguaya que integraba el cuerpo de cascos azules uruguayos, en Misión de Paz en Angola. ¿Cómo se dio ese ese vínculo que se transformó en amistad?

-La conocí en Vila Espa, la base central que recibía a todos los casos azules, sede ubicada en Luanda, la capital. Yo estaba trabajando con las Naciones Unidas como moza en Vila Espa, y estudiaba primer año de Facultad de Arquitectura. Fue por el 96 o 97. Empecé a integrarme con los uruguayos, y conversando con ella, le dije que yo hacía muchos años me había planteado irme de Angola. A esa altura yo tenía miedo de conseguir el pasaporte, por lo que me había pasado. El hecho es que lo conseguí. Cuando le dije que me quería ir de Angola, ella me preguntó: "¿Y a dónde te querés ir?" "No sé, no sé, puede ser Portugal o Brasil", le dije, pensando en el idioma.

-Benítez te animó a venir a Uruguay.... ¿Qué te dijo ella de nuestro país, que te convenció a iniciar la aventura?

-Ella me dice: "¿Y por qué no te venís a Uruguay?". "¿Uruguay? ¿Hay guerra?", le pregunté. "No, no hay guerra", me dijo. "Es un país chico. Imaginate Luanda, pero más chico", me dijo. "¿Cómo un país más chico que la capital de Angola?", le pregunté. Me dijo que eran tres millones de personas. "Y tenemos cuatro estaciones", me dijo. "Tenemos invierno". En Angola hay clima tropical todo el año. "En invierno hace mucho frío", me dijo, y me dejó pensando. También me dijo que era gente tranquila, que andaban siempre con el mate y el termo, "así como nos ves a nosotros acá". Y yo le pregunté: "¿Y allá también caminan despacio como caminan ustedes acá?". "Sí, esa es nuestra naturaleza", me dijo. "¿No tienen apuro para nada?". Los angolanos somos dinámicos, desde que nos levantamos vamos para acá y para allá. Y yo veía que los uruguayos no tenían ningún apuro, andaban para todos lados con el mate. Yo pensaba: "Esa gente se droga todo el día", pensaba cuando los conocí.

-Ese diálogo con ella lo tuviste cuando tenías 18 años. ¿Por qué te viniste cuatro años después, a los 22?

-Porque yo tenía contrato vigente con la ONU. Y quería salir de Naciones Unidas con una recomendación, para ponerlo en mi curriculum. Además, quería seguir juntando plata para viajar sin depender de nadie. Entonces durante unos años ahorré plata para dejarle a mi madre, para el pasaje, para mis gastos.

-Llegaste a Uruguay el 28 de noviembre de 1999, el día del balotaje entre Jorge Batlle y Tabaré Vázquez. Incluso viste un día de fiesta cívica, con los festejos. Visto con el diario del lunes parece toda una señal, ¿no?

-Creo que sí, fue como una señal. Yo en Angola nunca había votado porque era menor de edad, y desde los 18 ya pensaba en irme del país. Al llegar acá vi un ambiente distinto. La única que vi fue cuando ganó José Eduardo Dos Santos, y éste dejó de ser presidente porque él mismo dijo que no se iba a postular más.

-Te casaste con un sobrino de Tabaré Vázquez. ¿Cómo lo conociste? ¿Él te inculcó el gusto por la política?

-No, él no me inculcó el gusto por la política. A Nelson lo conocí el día que llegué, cuando fui a acompañar a Cristina y a su madre a votar. Pidieron un taxi, y él manejaba el taxi. Él iba conversando con Cristina, me miraba por el retrovisor y le preguntó si yo era brasileña. Cristina, muy orgullosa, le dijo: "Es mi hija adoptiva, me la traje de Angola, es mi hija africana". Le comentó que yo tenía que sacar la documentación y la residencia, y él le dijo que era sobrino de Tabaré. Yo no tenía idea quién era Tabaré. Ella le dijo: "Ah, qué bueno, capaz que por ahí nos podrías ayudar con el papeleo". Ya se venía diciembre y después enero, que ya sabemos que acá no existe ni para trámites ni nada. Él empezó a ayudarme con los papeles, incluso las primeras fiestas de diciembre las pasé con Nelson en La Teja, con mis suegros de entonces. Él era el hijo del hermano mayor de Tabaré Vázquez.

-Tú trabajabas de moza en un restorán, cuando conociste al dirigente nacionalista, Alem García. Él escuchó tu historia de vida. ¿García te alentó a escribir un libro y a incursionar en la política en el Partido Nacional?

-Es así. Mis primeros trabajos fueron de limpieza en casas de familia. Después hice un curso en el instituto Walter Chango y hablando con una compañera, le dije que quería cambiar de rubro. Ella me dijo que podía hablar con el dueño del restorán donde trabajaba, el Alto Palermo. Él me entrevistó, me probó y quedé. Tiempo después conocí a Alem, como cliente. Entró un día que casi estábamos cerrando, con Carlos Julio Pereyra, Gastón Cossia y algún otro. Cuando lo vi, le dije a mi supervisor: "¿Viste quién está ahí? ¡Es Gerardo Sofovich!". Él lo miró y me dijo: "No, no, es Alem García, un abogado, del Partido Nacional". Y él me empezó a preguntar de dónde era, que estaba haciendo en Uruguay, cómo había llegado. Yo le contesté todo, le fui contando mi vida. Le dije que había conocido a una militar uruguaya de las Naciones Unidas cuando yo estaba en Angola. Él siguió yendo, y cada vez que llegaba, me preguntaba un poco más sobre mi historia. Hasta que un día me dijo: "Qué historia increíble. Está como para un libro".

-Supongo que así nace Angelina, las huellas que dejó Angola (Planeta, 2013)...

-Así es. A la semana me llamaron por teléfono desde editorial Planeta. Me pidieron una reunión, y escucharon mi historia. La editora, Claudia Garín, se ponía colorada, lagrimeaba y tomaba agua... "Es cierto: está para un libro, pero tenemos que encontrar a alguien que lo escriba", me dijo. Y así dio con (la escritora) Andrea Blanqué. El libro cuenta mi biografía, mi vida, desde lo que me tocó vivir en el pasado, hasta el 2013, cuando salió publicado.


"'¿Uruguay? ¿Hay guerra?', le pregunté. 'No, no hay guerra', me dijo. 'Es un país chico. Imaginate Luanda, pero más chico', me dijo. '¿Y allá también caminan despacio como ustedes acá?' Yo veía que los uruguayos no tenían ningún apuro, andaban siempre con el mate"

Y sí, Alem García fue el que me reclutó para el Partido Nacional y empecé a involucrarme en política por él. Empezó como militante del Movimiento Nacional de Rocha (MNR), ahí yo ya estaba trabajando en la Asociación Española como administrativa, después pasé a emergencias a domicilio y mandé a los médicos a cualquier lado, porque no conocía la ciudad.

-En 2019 trabajaste para Juan Sartori en la campaña de cara a las internas, y luego las nacionales. Hubo varias señales y denuncias de campaña sucia de Sartori para atraer militantes. ¿Cómo la viste tú?

-Yo no vi una campaña sucia de Sartori. La campaña electoral, en general, es sucia. En 2014 también la viví, pero fue distinto. Con Alem teníamos una idea de sacar una tercera vía. El MNR se integró a la lista 40, y no pudo ser la tercera vía. La idea en el 2019 era sacar una tercera vía, para captar los votos que se habían ido. Yo vi que había muchísima gente interesada en trabajar con nosotros, con Juan Sartori. Pero la gente se traiciona, se traiciona y mucho. Yo vi eso entre dirigentes. Hay que estar dentro para entenderlo. Para mí fue un desafío. Yo estaba encargada de las relaciones sociales y no pensé en sacar lista, y Alem me dijo: "¿Por qué no sacás una lista?" Le dije que no, pero teníamos varios números reservados, entonces al final saqué una lista, para captar más votos para nuestro sector. Campaña sucia de Sartori no vi. Sí creo que la propia campaña electoral es sucia: se dicen de todo, caen bajo con las acusaciones de un lado y del otro.

-Estuviste casada con el sobrino de Tabaré Vázquez, pero elegiste el Partido Nacional para hacer política. ¿Por qué? ¿Qué te identifica con los blancos?

-He leído pasajes de la historia y los valores del Partido Nacional. Me identifico con esa fuerza política, por sus ideas de libertad. Al profundizar en su historia conocí el personaje de Manuel Oribe, que me cautivó. Le dije a Alem que si algún día la política no es más para mí, dejaré. No quiero que la política sea mi sustento económico.

-El miércoles 14 de abril asumiste una banca en Diputados, que te cedió el diputado Pablo Viana del sector de Sartori. ¿Qué significó para tí?

-Para mí, significó muchísimo. Me sorprendió porque años atrás yo le había dicho a mis hijos que "algún día" yo trabajaría en el Parlamento, ya sea como limpiadora, como portera o sirviendo café, pero me había trazado el objetivo de algún día trabajar en el Palacio Legislativo. Eso fue por 2011, cuando yo hacía limpiezas en casas de familia. Es una responsabilidad y un orgullo enorme... Cuando me dijeron que iba a asumir la banca me encontré con tantas emociones juntas, temblaba, pensé qué iba a decir, porque no me gusta tener papeles adelante. Para mí fue un honor estar ahí, ser la primera legisladora africana en el Parlamento uruguayo.

-Donaste el dinero ganado como diputada al Fondo Coronavirus. ¿Por qué?

-Todos tenemos que aportar nuestro granito de arena. Así como vino el dinero por ese día que asumí como diputada, le mandé una nota a la secretaría de Diputados y dije que lo que haya ganado ese día, que vaya al Fondo Covid.

-Pero no vivís de la política. ¿De qué vivís?

-Con lo que fui generando durante un tiempo de trabajo y las ganancias del libro lo primero que hice fue comprar un terreno que está a la vuelta de mi casa (en Belvedere). Era un terreno que fue de las esponjas Jaspe, y era un nido de ladrones, que robaban e iban a esconderse ahí. El terreno fue a remate, me presenté y lo compré. Tenía un proyecto de hacer viviendas sociales, pero la IM no lo habilitó, porque para las viviendas sociales no se podía tener garage o estufa, y yo quería el estilo de las casas de Mevir, con estufas, porque el fuego es algo acogedor. Eso no funcionó. Entonces la Corporación Nacional para el Desarrollo estaba interesada en un terreno para construir un Caif. Hacer un Caif me pareció interesante, entonces les vendí el terreno en 2016. Yo trabajaba en la Española, entonces ahorré esa plata.

Un vecino, que me ayudó a criar a mis hijos cuando yo me separé, se quedó sin trabajo y tenía varios problemas personales. Estaba amargado, triste, entonces le dije que yo lo iba a ayudar. Compré un auto y él lo maneja como Uber. Además, ahora, acabo de hacerme socia capitalista de una tienda de ropa.

-¿Cómo te definís como dirigente política? ¿Qué proyectos tenés en mente si mañana asumieras la banca como diputada titular?

-A mí me gusta mucho lo social. Fundé una fundación (NdeR: la fundación Angelina Vunge se fundó el 29 de junio de 2020), para ayudar a los más desvalidos. Lo que me dejó de enseñanza la campaña de Juan fue estar en más barrios. Él me había asignado un presupuesto para ayudar a los más desvalidos. Eso me marcó, porque yo había vivido pobreza en mi país. Y ver que acá, que no hay guerra, que haya gente viviendo en esas condiciones, no me pareció humano. Ante esa iniciativa de Juan de destinar un capital para merenderos, para que los niños vayan a tomar la leche, me hizo pensar en armar algo social, sin fines de lucro, pero que pueda aportar a la sociedad, con alimentos, donaciones, y trabajar con mujeres y niños víctimas de violencia doméstica, y de abuso sexual. Eso para motivarlos a seguir en la vida.


"Significó muchísimo asumir como diputada. Hace 10 años le había dicho a mis hijos que 'algún día' trabajaría en el Palacio Legislativo, ya sea como limpiadora, portera o sirviendo café. Eso fue cuando yo hacía limpiezas en casas de familia. Hoy es un orgullo enorme estar ahí"

Mi preocupación, si fuera diputada titular, sería no sacar leyes para que sigan guardadas en un cajón. Priorizaría las leyes que protejan a la mujer, al adulto mayor y los niños. Y saldría al terreno, no sería una diputada que se queda en su escritorio.

-¿Estás de acuerdo con el manejo de la pandemia por parte del gobierno, y con el concepto de la libertad responsable?

-La consigna de la libertad responsable implica que todos tengamos que aportar de alguna forma. Hay que tratar de no juntarse, de que no haya tantos contagios, pero ahora ya es imposible, porque parece que (el virus) está en el aire. El Frente Amplio pide más restricciones, pero cuando hay que votar, no vota. Quieren que haya más restricciones, ¿y cómo quieren que el país salga adelante? La economía tiene que seguir, el país no puede pararse al 100%.

-En 2017 viste por última vez a tu madre en Angola. ¿Qué le contaste de tu vida actual en Uruguay?

-Le dije que estaba bien, que estaba trabajando. El hecho de saber que acá no hay guerra ya es suficiente para ella, saber que acá estoy criando a sus nietos también es suficiente, que tengo trabajo, tengo mi casa, soy independiente. Mi mamá es analfabeta. En 2017 le caí por sorpresa allá, lloró, nos abrazamos. Me dijo que quería venir, pero cuando le dije que había 9 horas en avión hasta Brasil y de ahí tres horas más hasta Montevideo, me dijo: "¿todo por aire? ¿No hay otra forma?". "En el aire no".

-¿Qué significa Angola para tí?

-Angola es mi patria, es el lugar que me vio nacer, que de alguna forma me dio fortalezas para hoy ser lo que soy, aguantar situaciones... Tampoco ha sido muy fácil mi vida acá. Puedo tener mis momentos de debilidad, pero soy de empujar, salir a rebuscármela. Angola me preparó para encarar la vida.

-¿Cuáles son las principales enseñanzas que les has dejado a sus hijos Ian de 15 años y Ellery de 20?

-Les digo que tienen que estudiar. La formación académica será únicamente de ellos y nadie se la va a quitar. Les inculco que cuando se suban a un ómnibus le digan "buenos días" al chofer al subir, y "gracias" al bajarse. Y que sean personas de bien.

-¿Sos feliz?

-Soy muy feliz.

Por César Bianchi