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Adolfo Garcé: “La mejor democracia de América Latina no es la mejor democracia posible”

Año de nacimiento: 1965. Lugar: Montevideo Profesión: politólogo, profesor de Ciencia Política. Curiosidad: A dos cuadras de la casa que su familia alquilaba en Solymar, estaba la casa de su tío. A dos cuadras de esta, la de sus abuelos.

 

13.07.2021 11:54

Lectura: 26'

2021-07-13T11:54:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Fotos: Javier Noceti

Nació el mismo día que sus padres compraron su primera televisión. Era para la casa donde vivió hasta los veintiún años en Libertad y Bvar. España. Ahí vivieron sus padres, su hermana mayor, su hermano menor y él. Y María Delia, la mujer que los cuidaba cuando su madre estaba trabajando.

Siempre los acompañaron algún gato, algún perro, en un momento una tortuga y, en otro, un canario llamado Demetrio. Todo eso sucedió en setenta metros cuadrados.

Adolfo Garcé hizo primaria en el Liceo Francés, después pasó a la escuela Joaquín Suárez y los últimos tres años de liceo de vuelta en el Francés. Con un padre profesor de filosofía y una madre profesora de francés, estudiar siempre fue un asunto serio. Llevarle notas bajas a sus padres era motivo de conflicto y, cuando la nota era "sobresaliente", la trataban como un "muy bueno". Cuando era "muy bueno", la trataban como "bueno", y así.

Pero el Adolfo niño también vivió con una pelota bajo el brazo. Veraneaba en Solymar, para lo cual sus padres ahorraban todo el año porque, uno de los beneficios de la docencia, el verano era largo. Uno de los mejores recuerdos que tiene es el de estar acostado en la playa, abrir los ojos y ver el cielo azul, muy azul.

En Montevideo salían poco, él y sus hermanos. A veces, su mamá los llevaba al Parque Rodó y les decía que ahí iban a gastar energía, no plata, así que que corrieran por el parque. La vida de barrio no era tanta, en parte, porque hubo mucha dedicación al estudio.

Si al niño le gustaba jugar al fútbol, al adolescente le interesó la biología. Más tarde, al Adolfo de veinte años le interesaría la política.

Ir al Liceo Suárez fue un cambio. Conoció otra gente, al barrio y, de a poco, a la política. Adolfo tenía quince años en 1980, era adolescente en plena dictadura militar. Ese año fue importante para él y para su familia, donde ya se hablaba de política, pero empezó a hablarse mucho más.

Debido a la dictadura también había información limitada y había miedo. Adolfo recuerda a su padre poniendo los discos de Alfredo Zitarrosa a bajo volúmen y quemando sus libros de Marx, que tenía por ser un hombre culto, en el fondo de la casa que alquilaban en Solymar.

En 1982, terminó sexto año de liceo, habiendo hecho orientación Medicina. Ese mismo año, le dijo a sus padres que iba a hacer sexto de vuelta, pero con orientación en Economía. Eran épocas donde la Sociología y la Ciencia Política no existían como carreras y la economía era lo más parecido a aquello de los asuntos públicos que lo había apasionado. En 1984 entró a Ciencias Económicas y duró allí seis meses. Por esos años, Adolfo ya había empezado la militancia política.

Lo raro era que venía de una familia muy liberal. De hecho, si había algo que le generaba fastidio a su padre era el Partido Comunista. Pero para su generación no, todo aquello prohibido por la dictadura era especialmente atractivo así que empezó a militar en la Juventud Comunista con su hermana. Leían e, incluso, discutían qué tenía más sentido, si ser comunista o si ser socialista. Había dejado de estudiar y empezado a trabajar porque su madre decía que no quería vagos en su casa.

Hasta que el militante se apagó. El 16 de abril de 1989 obtuvo el resultado contra la ley de impunidad, el llamado voto amarillo, para lo cual había estado juntando firmas. Fue un balde de agua fría para alguien que luchaba por la justicia a la violación de derechos humanos por parte de los militares. Dos o tres meses después, dejó de militar. De hecho, se alejó antes del Partido Comunista por la ley que por la caída del Muro de Berlín. Aunque el segundo fue en noviembre, mucho después, es cierto, el comunismo ya había empezado a ser disonante.  

Por setiembre de ese mismo año, apareció su padre con un recorte del diario La República que tenía el plan de estudios de Ciencia Política. La carrera había empezado dos años antes y, en 1990, empezó la licenciatura. Así como dejó de militar, Adolfo dejó de creer, de sentir amor por una camiseta e intercambiarlo por la pasión por lo público y lo democrático.

¿Qué diferencias hay de un lado y del otro del mostrador? ¿Qué empezaste a ver que quizá antes no veías?

De todo. De las cosas tristes del mundo de los "ismos" es que hay libros que lees y libros que no lees. Los que lees son siempre los mismos, entonces lo único que hacés es cocinarte en tu propia salsa. Yo entré a la facultad con una decisión tomada que era que a partir de ese día revisaba todas mis creencias, de la primera a la última por más doloroso que fuera. Se me cayó el leninisimo en tres días, el marxismo en un año y descubrí otra manera de mirar el Uruguay, otra manera de mirar los partidos tradicionales.

Yo empecé a entender la profunda sabiduría del sistema político uruguayo y de los partidos que lo construyeron, sobre todo blancos y colorados, en la facultad. En esa misma facultad que se critica tanto, aunque a veces hace mérito, en esa facultad de Ciencias Sociales y en esa carrera de Ciencia Política que algunos llaman el mundo de los zurdos. En ese mundo yo aprendí a respetar, a sacarme el sombrero y a ponerme de pie cuando hablo de instituciones políticas uruguayas y de partidos tradicionales.

Así fue, leer más libros y no tenerle miedo a la duda. En el mundo de la política vos tenés que creer, en el mundo de la ciencia vos tenés que dudar y yo me casé con la duda para siempre. El mundo de la ciencia no es el mundo de las certezas. Quien piense eso no entendió nada. Es el mundo de la duda, lo que es cierto hoy mañana será cuestionado. Todo lo que hacemos es precario, es un esfuerzo enorme por construir algún conocimiento, pero lo que es cierto hoy será discutido mañana. En el mundo de la duda, para creer se necesita mucho coraje y, por eso, respeto mucho a las creencias y militancia política, pero créanme que para dudar también se precisa mucho coraje.

Descartes decía que para examinar la realidad es preciso dudar una vez en la vida, tanto como sea posible. Rodó decía que cada generación tiene que dudar en la anterior. Yo digo que en el mundo de la ciencia no alcanza con dudar una vez, con dudar de las verdades acuñadas por la generación anterior, tenés que dudar de todo lo que hacés todo el tiempo.

En 1996 te recibiste como Licenciado en Ciencia Política, pero ¿de qué trabaja un recién egresado y más en esa época?

En 1984 yo tenía que empezar a trabajar y empecé como cadete gracias a un amigo que conocí en la militancia. Al tiempo hicieron una reducción de personal y yo volé. Después entré a trabajar en un estudio contable del que tengo muy buenos recuerdos. Estaba trabajando ahí y siempre buscando un trabajo mejor. Preparé mal un par de concursos para el Banco República sin aprender cosas bien, en esos años la gente entraba a trabajar muy frecuentemente en los bancos. Me iba bien en la prueba de redacción, en la de ortografía, en la de matemática, contabilidad más o menos y en otras perdía.

Un buen día, me enteré que había un concurso para el Banco Hipotecario y una tía me dijo que me pagaba la preparación bancaria. Entonces, fui a la academia e hice una preparación como la gente. Me acuerdo que éramos ocho mil inscriptos para treinta puestos y yo entré en el lugar veintinueve. En 1987 entré a trabajar en el Banco Hipotecario de cajero. Yo sabía, por mi tiempo de cadete, que los cajeros ganaban unos pesos más que los demás, pero que pasaban más nervios.

Trabajé diez años como cajero mientras hacía la carrera y ahí conocí a Carmen que también era cajera en el Banco Hipotecario, con quien me casé y es la madre de mis hijos. En 1995 ya había empezado a ganar algún cargo siendo estudiante, había empezado a trabajar como Grado 2 en la Facultad de Ciencias Económicas en la cátedra de Ciencia Política con Luis Eduardo González.

Empecé ahí, pero no soñaba con trabajar. Todos los que empezamos a estudiar Ciencia Política en la década del 90 no soñábamos con trabajar, estudiábamos porque estábamos frustrados por la política o, como dicen los jóvenes, limados por la política. Nos interesaba muchísimo.

En el caso mío, me pesaba mucho no haber estudiado de chico. Siempre decía que tarde o temprano iba a hacer una carrera universitaria y lo sentía como una cuenta pendiente. Me puse a estudiar para sacarme el gusto de dudar y de aprender. Poco a poco, casi sin querer, empezaron las oportunidades laborales y la carrera empezó a generar su propio espacio. A la gente le empezó a interesar y, un buen día, gané un cargo en el Instituto de Ciencia Política. Otro buen día, terminé la maestría, en 2002. En el 2007 ingresé al régimen de dedicación total. Me llevó diez años de trabajar duro y hacer de todo, desde dar clase hasta hacer encuestas en una época. Construí el camino hacia ser un profesor full time.

¿Dedicación total quiere decir eso? ¿Ser profesor full time?

Quiere decir que tu casa es la Universidad de la República, la Facultad de Ciencias Sociales, el Instituto de Ciencia Política. Las incursiones que yo hago en los medios, lo digo con toda franqueza, están en el límite del reglamento porque el régimen de dedicación total te permite hacer alguna tarea adicional, siempre y cuando, tenga que ver con tu trabajo universitario.

No puedo evitar participar del debate público. Considero que es un mandato de cualquier universitario participar en el debate público y aportar algo a la mejora de la polis, de sus prácticas y sus instituciones. Eso quiere decir, por lo tanto, dedicarle muchísimas horas a la investigación, a la docencia, a la gestión de la universidad que descansa en los hombros de los profesores. Hay que dedicarle mucho tiempo a hacer funcionar esa máquina complejísima porque es una máquina co-gobernada y, por lo tanto, muy plural. Con muchos actores con voces distintas e intereses distintos. Hay que dedicarle tiempo y también tener mucha paciencia.

Complementaste con títulos de magíster (2002) y doctor (2012), ¿en qué te especializaste?

He estudiado muchas cosas, pero si tengo que definirme digo que me he especializado en algo que no es muy popular en la Ciencia Política que es el estudio del poder político de las ideas. Digo que no es muy popular porque, en realiad, es muy frecuente pensar la política en términos de estrategia, de cálculos, de intereses. Será porque soy hijo de un profesor de filosofía o será por mi experiencia militante o porque vengo de una familiar que considera que las ideas son importantes, me de dedicado a tratar de demostrar que las ideas son importantes.

Por supuesto, para explicar la acción política tenés que tomar en cuenta los cálculos, los intereses, las estrategias, todo lo demás, pero también las ideas mueven el mundo. Max Weber decía que al mundo lo mueve el interés, pero lo mueve sobre los rieles puesto por las ideas.

Mi interés es un interés muy teórico. Tiene que ver con eso y, más específicamente dentro de ese paquete, me ha interesado muchísimo todo el vínculo entre el mundo de los expertos y de la política porque los expertos producen ideas, trabajan con ideas, diagnósticos, recomendaciones de políticas públicas. Los expertos frecuentemente colocan rieles, producen cierto tiempo de ideas que terminan para mi gusto teniendo un impacto extraordinario. Me interesó mucho la literatura sobre esto, el puente entre investigación social y políticas públicas.

¿Y cuál es el rol del politólogo a nivel social? ¿Para qué sirven los politólogos?

Tenemos la ilusión de ser útiles. Creo que podemos ayudar, o solemos ayudar, a que la ciudadanía se tome con más calma algunas frustraciones que derivan de la política, como cuando los politólogos decimos que alguien ganó la eleccion, pero no puede hacer todo lo que quisiera porque sabemos los politólogos que cualquier gobernante enfrenta restricciones de todo tipo.

Creo que cumplimos con un papel social, saludable, cuando contribuimos a calmar la frustración. Cumplimos, quizá hasta menos de lo deseable, el papel de ayudar a descubrir lo que falta por hacer, es decir, los defectos de las prácticas políticas de las instituciones políticas uruguayas. Creo que ahí los politólogos estamos llamados a jugar un papel. Te diría que, en los últimos años, es lo que más me importa, explicar durante un tiempo. Le llamamos la atención al público porque los que hacían opinión pública le mostró a los político y a la sociedad que había un conocimiento que podía ser útil, el conocimiento de la opinión pública. Los politólogos después ayudamos a que la gente entendiera las estrategias de los partidos.

El mito del politólogo gurú es el de primera generación, Luis Eduardo González. Después, viene el que hace análisis estratégico que, en cierto modo, es mi generación. Los medios nos llamaban porque les llamaba la atención todo ese juego, que también le resulta útil a la opinión pública. Todo eso cada vez me divierte menos porque, además, nos equivocamos mucho. Jugar al gurú, a veces, te sale bien y, a veces, te sale mal.

Todo el mundo de las estrategias a mí me tiene muy cansado. Además, cuando pasó tanto tiempo no sé si le hacemos bien al público hablando todo el tiempo de estrategias. Estás transmitiendo la idea de que los políticos son solo estrategas, máquinas de calcular movidos por intereses y prestigio y la búsqueda de cargos. Todo eso me aburrió y me parece cada vez más importante el otro rol que es por donde venía esta pregunta, ¿para qué podemos servir?

Creo que deberíamos servir para ayudar a mejorar, a aprender, para demostrar con paciencia, con cariño los defectos de nuestras prácticas políticas y de nuestras instituciones. Un gran aprendizaje de la generación de mis padres es que la democracia es frágil. Entonces, es extraordinariamente importante estar velando, todo el tiempo, por la salud democrática. Deberíamos insistir cada vez más, sobre todo mi generación que padeció la dictadura y que escuchamos decir a nuestros padres que nunca se imaginaron que iba a haber un golpe de Estado en Uruguay.

Tenemos la obligación de estar diciendo, y no desde un pedestal, que hay que discutir tal cosa, que pensemos si nuestras prácticas realmente no podrían ser un poco mejores. Yo les propongo pensar si tiene sentido que haya tanto enfrentamiento entre los dos bloques, que haya tan poco diálogo y, a veces, hasta odio. Yo les propongo pensar si es que nuestras instituciones son tan buenas como solemos creer cuando nos comparamos con algunas desgracias de los vecinos. Me gustaría que, nosotros los politólogos, habláramos mucho más de todo esto, de las cuentas pendientes en el buen sentido, de nuestras prácticas y de nuestras instituciones. La mejor democracia de América Latina no es la mejor democracia posible, es una democracia que todavía tiene mucho para mejorar y ojalá fuéramos útiles para eso. Creo que lo tratamos de hacer, ojalá le dedicáramos más tiempo y más energía.

Y cuando se acercan las elecciones los politólogos aparecen muchísimo en la prensa, ¿qué rol pasan a cumplir, entonces?

Hay distintos tipos de politólogos, pero el politólogo clásico, sobre todo el encuestador, juega un papel muy importante y muy positivo que es aportarle información a la gente respecto a las tendencias electorales. Cuanta más información tenemos los ciudadanos, con más libertad y con más inteligencia decidimos.

Desde luego, las tendencias que van midiendo los politólogos pueden tener consecuencias políticas. No es tanto sobre la opinión pública, sino sobre decisiones de dirigentes intermedios. Eso pasa y le duele a muchos políticos cuando aparece una encuesta diciendo que Fulanito no tiene oportunidad. Los que están cerca de Fulanito rajan y van a buscar a Menganito, pero yo lo veo como un servicio público. Informar a la gente e informarla bien es hacerle un bien. Es hacerle un bien a los políticos, también, porque si sos dirigente y el candidato al que estás siguiendo no tiene oportunidad, más vale que te enteres ahora y no después.

Con respecto a lo de divulgar información, en ese sentido la Ciencia Política comulga con el periodismo.

Claro que sí, hay una alianza. La profesión nuestra no sería lo que es sin una alianza estrecha con los periodistas. Por eso, siempre estoy muy agradecido de los medios y siento como una obligación de no decirle que no a nadie. A veces pasa que uno se arriesga demasiado y aburre a la gente, corre riesgo de que lo traten de narcisista porque aparece en los medios, pero también hay que ser agradecido. La profesión tiene el lugar que tiene y la carrera de Ciencia Política tiene cientos de egresados, en buena medida, porque los medios de comunicación nos abrieron las puertas. Entonces, yo trato de no ser mal educado y de colaborar. No podemos perder de vista eso, forma parte de los códigos éticos de nuestra profesión no poder olvidar.

Siendo también profesor en la Facultad de Ciencias Sociales, ¿cómo cambió la ciencia política? Empezó siendo parte de la carrera de Derecho y ahora es una licenciatura dentro de la Facultad de Ciencias Sociales.

Es una historia lindísima. La primera cátedra de Ciencia Política es la cátedra de Facultad de Derecho en 1958. La segunda fue en la de Ciencias Económicas con la reforma del plan de estudios de 1986. Con la dictadura se liquidó todo eso y, con la restauración de la democracia, politólogos formados en el exterior regresaron del exilio y se propusieron crear un instituto de docencia e investigacion e impulsar la carrera de Ciencia Política en Uruguay de una buena vez.

El padre fundador es Jorge Lanzaro, no en vano le hemos dado los reconocimientos que le hemos dado. Lanzaro volvió del exilio, de haber estudiado Ciencia Política en Francia y de haber trabajado en México. Tuvo una actuación importante en la Facultad de Derecho en los años ´60 y se propuso recrear el Instituto de Ciencias Políticas y, luego, en el contexto de la formación de Facultad de Ciencias Sociales propuso llevar el Instituto de Ciencia Política creado en la Facultad de Derecho a la Facultad de Ciencias sociales. El año ´90 es muy importante en el desarrollo de la Universidad de la República porque se abre Humanidades y se crea Ciencias Sociales de pedacitos de otras facultades.

En esa forja plural es que se construye la facultad, la Ciencia Política nació en ese contexto y pegó rápido porque generación tras generación hay más gente estudiando, se crea la revista de Ciencia Política, después la maestría y el doctorado en Ciencia Política, después maestría en Políticas Públicas. Van viniendo los más jóvenes, muchos de ellos primero van a estudiar en Uruguay y, después, en otros lados. Algunos regresan y otros no, pero vienen más jóvenes y la mayoría bastante mejor formados que nosotros, por suerte.

Hace unos años te postulaste para ser decano de Facultad de Ciencias Sociales y no ganaste, ¿qué análisis hacés hoy del porqué?

Perdí la elección por muchas razones. Carmen Midaglia era una excelente candidata. Había muy buenas razones de todo tipo para apoyarla. Y seguramente también había buenas razones para no votarme a mí. Además de todo esto, pesó, y yo creo que mucho, la falta de confianza política.

¿Por qué me hace ruido que en una institución académica la confianza esté basada en lo político?

En una parte de mí también hace ruido. Yo preferiría que se valoraran méritos académicos. Pero es un ambiente de mucha pasión, de compromiso social. Yo me siento orgulloso de eso.

Todos tenemos algún nosotros porque precisamos sentirnos incluidos en algo y yo me incluyo en eso, es mi familia. En la familia siempre tenés hermanos y primos con los que, de repente, te llevás mal. Yo me llevo bien con mis hermanos, pero en las familias hay de todo. Mi familiar en la UDELAR es una familia de gente apasionada por lo social. Están en el polo opuesto de la frivolidad, el auto interés, dedicarse a uno mismo. Les duelen los problemas sociales, los problemas políticos, los pobres. Nos duelen. De ahí a tener una camiseta hay un paso.

Si no me hubiera quemado con leche en mi militancia en los ´80, capaz que estaba militando. Los más jóvenes que capaz que no se quemaron con leche tienen todo el derecho del mundo de creer y menos mal que la gente cree. Que sería de este país si la gente no creyera en los partidos, si las identidades partidarias no fueran tan fuertes como son. La democracia no la construimos los politólogos, puede prescindir perfectamente de todos nosotros. De lo que no puede prescindir es de los militantes. Entonces, bienvenida la pasión por la política. Una lástima que, a veces, por mi consagración a la duda, la gran diosa a la que le rindo culto, la mayoría de los compañeros piensen que yo no puedo gestionar bien, pero los entiendo. ¿Cómo un politólogo no va a entender lo importante que es la pasión política? Los entiendo.

Me gustaría tocar el tema del pluralismo en las Ciencias Sociales sabiendo que es un tema del que se ha hablado a nivel público, ¿cuál es tu opinión? ¿Hay una tendencia hacia la falta de pluralismo en la Facultad?

Yo te diría que, en términos generales, se respira un clima sano. Puedo hablar más por Ciencia Política que por las demás carreras, las conozco poco. La Facultad de Ciencias Sociales nació plural: Lanzaro, Williman, Terra, Trajtenbergy. Dentro de la Ciencia Política más plural todavía.

Una de las cosas maravillosas que hizo Jorge Lanzaro, el inventor de nuestra casa, fue que fue a buscar gente de todos lados. La Ciencia Política se armó plural desde siempre, desde el principio. Es una institución fabricada pluralmente y esa tradición se continúa. A veces, sufre un poco porque la gente se pasa un poco de rosca, pero yo no diría que el pluralismo no existe en la Facultad de Ciencias Sociales.

Existe, sí, que la proporción de estudiantes frenteamplistas es bastante más alta que la proporción de estudiantes que no son frenteamplistas. Seguramente se escuchan más críticas a los partidos tradicionales que elogios, pero entre los estudiantes, no tanto entre los profesores.

Hay mucho estudiante blanco, hay estudiantes colorados, desde luego. La mayoría, sin embargo, es de izquierda. El clima es de izquierda en términos generales. Somos muchos en el Instituto de Ciencia Política los que luchamos por preservar el pluralismo. Vivimos momentos desagradables y hay que estar hablando de esto todo el tiempo. Yo lo vivo diciendo, y hace muchos años, que hubo dos pilares sobre los que se construyó la ciencia política uruguaya. Un pilar fue la neutralidad respecto a los partidos, la equidistancia. Otro pilar fue el pluralismo teórico y metodológico. Hay que tener cuidado con afectar esos pilares.

Entonces, todo lo que suene a partidización de los politólogos, a mí me parece que nos hace mal. Todo lo que suene a atentar contra el pluralismo teórico metodológico, nos hace mal. Entonces, hay que mantener una conversación permanente sobre esto para evitar partidización y para evitar atentados contra la libertad de pensamiento, que puede existir por una imposición de modas. Una cosa es que yo no pueda ser decano, otra es que el pluralismo esté en vías de extinción.

¿Hasta este momento tenés escritos cinco libros?

Míos, quizá, sí. Pero coordinados, que he hecho en coautoría, son diez o más.

¿Y qué objeto de estudio te interesa actualmente?

En este momento estoy preparandos dos libros. El Instituto de Ciencia Política va a publicar una colección de libros sobre los partidos políticos y, con un colega, nos tocó dirigir el libro sobre el Partido Nacional. Esto es una colección preciosa que dirigen dos admirados colegas. He pasado el año trabajando muy fuerte porque este es un libro colectivo donde escribió mucha gente.

Ahora, estoy trabajando también con un amigo y colega de Facultad de Ciencias Sociales preparando un libro sobre economistas y la política. Uno está haciendo muchas cosas a la vez. Entonces, estoy preparando estos libros, un artículo con un colega canadiense y uno norteamericano sobre el tema del poder político de las ideas en las ciencias políticas contemporáneas. Estoy preparando algún proyecto de investigación sobre el Covid-19 y las distintas respuestas nacionales en el mundo a esto.

Como tema de investigación, te diría que siempre rondé en el mundo de las ideas y de los expertos. Eso es lo que me sigue interesando y, como tema de preocupación, la calidad de la democracia en Uruguay. Te diría que mis esfuerzos en el ámbito público están concentrados en eso, en contribuir a una discusión que debe ser serena, paciente, colectiva y larga sobre qué podríamos hacer mejor y cómo podríamos perfeccionar nuestras instituciones. Ya hace rato he hablado de esto públicamente y voy a aburrir a la gente hablando de este tema, de las prácticas de las instituciones y de cómo mejorarlas.

Pasando a la circunstancia política actual, ¿cómo sería una radiografía de Uruguay o qué le dirías a alguien que no conoce el país?

Lo primero que le muestro son algunos gráficos, alguna información sobre la democracia uruguaya en términos comparados. Lo primero que hay que decirle a un extraterrestre que le toca aterrizar en Uruguay es que tuvo suerte, que aterrizó justo en la mejor democracia de América Latina. Es una de las pocas democracias como la gente en el mundo. En distintos rankings internacionales, en calidad de democracia, estamos en el lugar número 15, por ahí. Sobre 167 países no está mal.

Lo segundo que le diría es que esta es una democracia construida por los partidos. Le tocó aterrizar en un país muy especial, donde los partidos precedieron al Estado. Precedieron, creo yo, hasta la conformación de una identidad nacional propiamente dicha. Rivera, Oribe y Lavalleja serán fundadores de los partidos, pero ya eran quienes eran antes de 1830. Ya eran grandes caudillos, grandes jefes y ya tenían sus seguidores antes de 1830.

Esto no es habitual. Los partidos son la columna vertebral de este país, ¿cómo no van a serlo de las cuestiones sociales? Los partido están por todos lados aunque eso no quiere decir que todo el mundo en este país se identifique con los partidos. Si hacés una encuesta hoy, capaz que la mitad de la gente te dice que es de tal cosa y la otra mitad no tiene ni idea. Los partidos son muy importantes históricamente, lo cual no quiere decir que todo mundo tenga una camiseta. Y si la mitad de los uruguayos no tienen una camiseta, ¿por qué todos los cientistas sociales tienen que tenerla?

Y con respecto a la política nacional, ¿qué análisis harías?

Como nos decían las maestras en las escuelas: puede y debe rendir más. Es una sociedad que, a su manera, padece problemas universales. El problema del descreimiento de la democracia es universal, en todos lados cae el apoyo a la democracia. En Uruguay, también. Padecemos de un problema a la uruguaya, más lentamente o más atenaduamente.

El segundo problema universal que padecemos es la polarización, la radicalización o la tribalización, para decirlo fuerte. En Argentina le llaman "la grieta", pero ¿en Estados Unidos? Mete miedo. ¿Europa? ¿Francia y Alemania? Hay problemas, barreras que se van construyendo y solidificando.

Chantal Mouffe dice que la política es el arte de construir fronteras. No se puede hacer política sin construir un "nosotros" distinto a un "ellos". Por eso es que la política es el arte de construir fronteras, pero una cosa es construir fronteras y otra es construir trincheras. En el mundo, en algunas democracias, estamos en tránsito hacia las trincheras. En Uruguay hay gente atrincherada y lo hacen en las redes sociales. Algún día aprenderemos a usar mejor, como sociedad, las redes sociales. Las usaremos para pensar con otros y no para pelearnos con otros, es cuestión de tiempo.

Mientras fuiste creciendo profesionalmente, ¿qué pasaba en casa?

Fui criando a mis hijos. Mi hija nació en 1995 y yo me recibí en 1996. Mi hijo nació en 1997, en agosto, al mismo tiempo que yo empezaba mi maestría. Entonces, el desarrollo profesional es, al mismo tiempo, desarrollo personal. Es aprender el dificilísimo oficio de ser padre que, como en la Ciencia Política, es ensayo y error.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Es difícil encontrar un momento tan feliz como el del nacimiento de los hijos. Creo que es un momento de enorme felicidad y de enorme preocupación. También, de muchos nervios, pero la sensación de tener un hijo es incomparable.

¿Y el más triste?

Tiene fecha y hora. Lunes 16 de noviembre de 2020, cerca de las once de la mañana cuando sonó el teléfono y era mi hermano diciéndome que había pasado lo peor, que habían encontrado a papá muerto en la playa.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Primero de marzo de 1985. Qué fiesta, una sensación de felicidad extraordinaria. Fue un día de celebración, de festejos, de recitales en la calle. Más que los detalles te puedo describir una sensación que es intransferible. Ojalá los jóvenes pudieran sentir esa sensación de libertad extrema. Yo me acuerdo de estar abrazado a una bandera en la explanada municipal y tener la sensación de que por fin habíamos recuperado la libertad.

 Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

Cultivo la duda, así que no te puedo responder esa pregunta solo por esa razón. Pero también hay una segunda razón que es que, aunque cultivo la duda, no soy creyente. Cuando digo eso, quiere decir que de eso no dudo. Estoy fielmente convencido de que Dios no existe. Por supuesto que no lo puedo probar.

Si entiendo el sentido de la pregunta, que va más allá de la cuestión de las creencias religiosas, yo te diría que soy muy consciente de mis errores. Tengo buenas intenciones, aunque dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. Creo que tengo la ilusión de que los demás lo reconozcan, que tengo buenas intenciones a pesar de mis errores.

 

Por Federica Bordaberry