Por María Noel Domínguez
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Lo primero que aclara Juan Pablo Cibils cuando habla de adolescencia es que no desconoce su carga conflictiva: “Es muy complicado, es muy conflictivo, es recontra desafiante”. Pero, a la vez, insiste en que, cuando los adultos se quedan solo con ese costado “nos perdemos de ver ese otro lado, que sí es fascinante”. Esa paradoja —entre el dolor que genera y las posibilidades que ofrece— atraviesa toda su mirada profesional, según profundizó en entrevista con Montevideo Portal.
Un giro profesional: ver lo fascinante sin negar lo difícil
Cibils cuenta que ya hace más de quince años que acompaña a adolescentes desde diferentes roles vinculados a centros educativos. “Fui tomando conciencia”, dice, de que muchos de los gestos de esa etapa no son rebeldía vacía, sino consecuencia de un cerebro en pleno movimiento.
Se preguntó: ¿Y si el desafío no está solo en contener sino en mirar? Y decidió poner el foco también en lo que le pasa “entre lo biológico, lo emocional y lo relacional”. “Tomé conciencia de que no solo quería señalar lo problemático, sino iluminar lo posible”, agrega.
El cerebro adolescente: explicación para no personalizar
Uno de los ejes más contundentes de su discurso es la explicación neurobiológica: entre los 12 y los 24 años el cerebro humano aún no ha finalizado su desarrollo y eso hace que las emociones “manden” más de lo que los adolescentes quisieran.
“Mucho de lo que hace un adolescente, no lo hace para molestar”, dice, “sino porque hay un cerebro que le pide hacer”. Esa diferencia es clave: no es “capricho”, es construcción. Y en esa construcción, dice Cibils, la zona de la corteza prefrontal —responsable de reflexionar, evaluar riesgos y modular impulsos— aún está en obra.
Límites, choques y presencia emocional
Uno de los problemas mayores que enfrentamos los adultos que queremos educar adolescentes es el tema de los límites, ya que ponerlos nos deja nuevamente en una situación de confrontación.
“El límite sigue siendo necesario para educar. Él adolescente necesita ese límite para confrontar, para saber hasta dónde ir. Tiene que haber un límite presente”.
Pero dar ese límite no es sencillo, porque implica asumir el choque emocional que lo acompañará. “Sabés que eso que vas a hacer va a generar un choque y tenés que estar con lo que eso implica emocionalmente”, advierte. Para él, muchos padres no marcan límites no por falta de ganas, sino por falta de recursos —tiempo, disponibilidad emocional—.
Pospandemia: el reencuentro como catarsis
El tema del reencuentro pospandemia trae una carga sensible: los adolescentes —añade Cibils— extrañaron no solo salir, sino el contacto presencial.
“Para el adolescente esa noción del tiempo es bien distinta. La necesidad de socializar... cuando conoció una realidad en la pandemia, ahí se entiende por qué no haber tenido el campamento, no haber festejado la fiesta de 15, no haber hecho el viaje...”
No todos experimentaron la vuelta igual: para algunos, el aislamiento era alivio frente a la presión social; para otros, una brutal desconexión.
Pantallas, atención y elección
En la era de los smartphones, Cibils subraya un dilema: los sistemas escolares tradicionales y las clases prolongadas se desajustan frente a cerebros acostumbrados a estímulos fragmentados.
“A un docente que está frente a esos cerebros adolescentes, le resulta muy desafiante captar su atención en 80 minutos de clase”.
En ese contexto, propone no demonizar la tecnología, sino fomentar una mirada crítica: “Que el adolescente elija a qué conectarse, no que esté todo el tiempo conectado”.
Bullying y crueldad entre iguales
Cuando habla de la crueldad que a veces existe entre adolescentes —agudizada por las redes—, Cibils advierte que no toda agresión es bullying, pero que cuando hay reiteración, poder desigual y ofensiva sistemática, debe ser atendido.
“Muchos adolescentes naturalizan la burla. Es clave enseñarles a decir ‘esto no me gusta’, a no reenviar un sticker ofensivo, a no reforzar prácticas agresivas”.
También subraya que los centros educativos deben observar espacios como patios, baños, transporte: allí donde la vigilancia adulta es menor, el riesgo de agresión se agrava.
Alcohol: el acceso precoz agrava la fragilidad
Uno de los datos más duros que aporta es la edad de inicio del consumo alcohólico en Uruguay: 12,9 años. En su diagnóstico, eso es doblemente peligroso cuando el cerebro adolescente aún está en desarrollo.
“Nuestros adolescentes consumen más de lo que consumimos nosotros, cuando fuimos adolescentes”, dice, y apunta a que el alcohol es “la droga más presente que ven en nosotros, los adultos”.
Cerrar con esperanza
Hacia el final, la entrevista transmite algo esencial: la fe de Cibils en que los adultos pueden cambiar su mirada, y que los adolescentes pueden expresarse sin ser juzgados.
“Cuando subestimamos su dolor, cuando decimos ‘pero sos adolescente, no es para tanto’, ese tipo de formas no ayuda. Tenemos que acercarnos con el dolor que sienten, comprender, estar presentes”.
Por María Noel Domínguez
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