Contenido creado por Nicolás Delgado
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Flor de verde

¿Where’s the faso? Turistas pagan hasta 25 dólares por un porro en Uruguay

Actores de la industria cannábica advierten sobre la demanda generada por los visitantes y los recovecos de la oferta en el modelo vigente.

06.01.2023 18:50

Lectura: 7'

2023-01-06T18:50:00-03:00
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Escribe Álvaro Carballo / Twitter: @alcarballo

“Los mejores clientes son las parejas gay de más de 50 años”, dice Juan, un intermediario de la industria cannábica, a Montevideo Portal. “De preferencia, brasileños”, agrega. Son personas que “pasan de todo”, como dicen los gallegos. Acá respiran libertad, sienten que pueden andar de la mano y si pueden experimentar algo nuevo, lo hacen. Es gente que tiene alto poder adquisitivo, que quiere la mejor ropa, la mejor comida y el mejor cannabis, explica.

Pero los turistas, sean brasileños, argentinos, bosnios o ruandeses, no pueden acceder legalmente a un porro en Uruguay.

“Se van del local frustrados”, cuenta Tamara Falcón de Rumbo al 3000, la primera farmacia en vender cannabis en la ciudad de Maldonado, y agrega: “En temporada, todos los días viene alguno a preguntar. Una vez, un muchacho que tenía media hora para estar en Punta del Este se subió a un Uber en el puerto y vino derecho al local. Son muchos los que se bajan del crucero y vienen pretendiendo comprar”.

Para ella no hay un perfil definido entre los ilusionados con el cannabis uruguayo. Ha recibido a jóvenes y viejos, solos, en pareja o familia. La experiencia, para todos, es la misma: “Llegan pensando que es de venta libre, y se van desilusionados”.

La farmacéutica piensa que el turista debería poder comprar, para evitar que vaya al mercado negro: “El que fuma va a buscar y siempre encontrará la forma de conseguir”.

Darío es músico y vive todo el año en Punta del Este. Conoce la movida nocturna y asegura que varios cuidacoches se ganan una moneda extra vendiendo cannabis a turistas: “Más que moneda extra, los matan. Los porteños que vienen en plan ‘jetón’ o los pibes de provincias más conservadoras que quieren fumar están dispuestos a pagar cualquier cosa. Les han cobrado hasta mil mangos por un porro que pega menos que un zaguero con amarilla cuando va ganando 5 a 0”. Mil mangos equivale a unos 25 dólares.

Aguante Trudeau

El diputado frenteamplista Eduardo Antonini presentó un proyecto el año pasado buscando resolver el acceso de los turistas al cannabis. La iniciativa fue bien recibida por la Junta Nacional de Drogas. Daniel Radío, su presidente, declaró al programa Punto de encuentro de radio Universal que “no está bueno empujar a los extranjeros no residentes a que sea un cuidacoche quien les diga dónde se puede conseguir”.

“Con Radío tenemos varias coincidencias”, sostiene Juan, que enumera “la de facilitar el acceso a los extranjeros y la de evitar, casi con asco, la expresión ‘turismo cannábico’”, y justifica: “Nadie habla de ‘turismo alcohólico’ para referirse a quienes van a recorrer bodegas, ni de ‘turismo asesino’ por los que van a cazar jabalíes. El término correcto es ‘acceso universal al cannabis’, y estamos en conversaciones con parlamentarios y ministros explicando el modelo canadiense, que para nosotros es el camino a seguir”.

En Canadá, cualquier persona mayor de edad, sea ciudadano natural, residente o turista, puede andar por la vida con 30 gramos de marihuana en el bolsillo sin que nadie le haga preguntas. “Nuestras estimaciones son que el 60% de los turistas preguntan por marihuana y que el 10% accede a ella, o a algo que creen que lo es”, agrega Juan. 

Por su parte, el senador y presidente de Cabildo Abierto, Guillermo Domenech, ha expresado su discrepancia con la propuesta que habilita a los turistas a acceder a marihuana en el mercado legal de Uruguay.

De zafra

En Rumbo al 3000 las ventas aumentan en verano gracias al turismo interno. “Hay departamentos como Florida que no tienen ninguna farmacia que venda, entonces los que vienen a pasar sus vacaciones en la playa y son usuarios registrados, nos compran”, cuenta Falcón. A muchos les falta información, se creen que pueden llevarse como para todo el año, pero solo podemos vender 10 gramos por persona y por semana. Varios que alquilan siete días, se quedan uno más para volverse con un paquetito extra.

La farmacéutica explica que además hay cultivadores que en esta época del año tienen que comprar, porque están consumiendo las últimas flores de su cosecha anterior y tienen que esperar hasta abril o mayo para la siguiente. “También hay un público que había dejado de venir porque las variedades Alfa y Beta les parecían suaves. Ahora, con la Gamma [nueva variedad de cannabis estatal, con un 15% de THC, o sea de mayor efecto psicoactivo] han vuelto”, asegura.

Un paquete de cinco gramos de flores (o cogollos) de cannabis envasadas, en estado natural, desecadas, sin moler ni prensar, cuestan $390 en el caso de las variantes Alfa y Beta, mientras que los subtipos Gamma 2 y 3 se venden a $450. 

Un club cannábico, por ejemplo, cobra $ 6.000 la cuota mensual, por 40 gramos por cada usuario registrado. Lo que da un cálculo de $150 por gramo. En el caso de las farmacias, el precio es de $78 y $90 por gramo, respectivamente. Un gramo equivale a un porro, aproximadamente. 

Pelusa de plátano

“Yo lo vi, no me lo contó nadie”, dice Daniel, expropietario de un grow shop en la Ciudad Vieja. Se bajaban del crucero, subían por Pérez Castellano y empezaban a preguntar. A más de uno les vendieron hojas de árbol del ornato público. Llegaban al grow y me mostraban para que les dijera qué variedad era. “Yo que usted no fumaría eso”, les decía. Era gente que pagaba hasta US$ 25 por un porro, sin chistar.

Para él, además de permitir a los turistas acceder al cannabis, habría que formar a quienes los van a atender. “Hay una zona gris con la ley, que son los alimentos con marihuana. En Cabo Polonio o en Valizas tenés a varios trillando la playa ofreciendo brownies locos. El examen para detectar si eso que venden tiene faso cuesta mucha guita, así que nadie fiscaliza. Entonces hay gente que cocina y vende, pero no está en condiciones de instruir al consumidor, explicarle que comido demora más en hacer efecto, que tenga a mano chocolate o cualquier cosa con glucosa por si le baja la presión, y después un café si quiere algo más”, cuenta Daniel, quien en su local vendía brownies, pero asegura que daba instrucciones a los compradores, y cita su speech de memoria: “Comé un cuarto, esperá media hora; otro cuarto, otra media hora. No lo mezcles con alcohol. Repito porque es importante: no lo mezcles con alcohol. Menos si es la primera vez que vas a consumirlo como alimento, y menos con alcoholes fuertes”.

Aun así, había clientes que no seguían sus instrucciones. “Una vez llegaron dos tipos, 60 y algo de años. Uno más parco, el otro más entrador. Ese fue el que pidió el brownie, pero los dos escucharon todas mis instrucciones. Al día siguiente volvieron. El conversador estaba con la cola entre las patas y el otro con cara de culo. Pensé que terminábamos todos en cana”, recuerda. Le contaron que el cliente más simpático no había respetado el plan de vuelo, se había comido toda su parte del brownie con el estómago vacío, antes de ir a cenar. Además, se tomó media botella de vino. “Le pegó un bajón de presión que se meó y el otro se tuvo que bancar el papelón”, comenta. Sin embargo, regresaron al local sin reproches. “Compraron dos brownies más, remeras, tazas, hojillas, de todo. Dejaron como US$ 500”, remata Daniel con una sonrisa.


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