Por César Bianchi
@Chechobianchi
Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti
Hace exactamente dos años, en julio de 2020 —plena paranoia por el Sars-Cov-2—, Romina Ottonello aceptó el convite para ser modelo. Entró a una habitación de hotel en la que no le permitían el acceso a más de cuatro personas (todos de estricto tapabocas, menos ella, la modelo), se sacó los abrigos de invierno, se puso la ropa interior de la marca que había diseñado una amiga, y posó semidesnuda por primera vez para un fotógrafo profesional.
Era el día de su cumpleaños 24, por lo que luego de intercambiar experiencias con los escasos presentes, se fue maquillada y todo a celebrar su cumpleaños. Ahí afuera, en el boliche, en la calle, Romina seguramente recibió miradas desaprobatorias o burlas indiscretas a las que hizo caso omiso. Está acostumbrada desde su niñez al bullying y la discriminación, pero eso nunca la amilanó. Al contrario: los agravios fueron su combustible para ir construyendo resiliencia y hoy mostrarse como la mujer empoderada que es.
El término está trillado, pero créanme que ella es, visiblemente, el ejemplo de mujer empoderada.
Por eso, quizás, lejos de sentir pudor alguno cuando quedó en soutién y bombacha, se “cagó de la risa”. Con el tiempo advertiría que lo que comenzó como un hobby para darle una mano a una amiga diseñadora podía transformarse en algo bastante más productivo. Hoy en su cuenta de Instagram (@rominaott_) se define como “activista por la aceptación corporal”, y vaya si lo es.
Esta joven alta, grande y corpulenta, durante toda la entrevista se autodefinirá “gorda”, porque entiende que lo que no se nombra no existe, y ella existe (a pesar que la ignoren las marcas de ropa que le contestan “ay, no tenemos de tu talle”). De la misma forma, habla sin eufemismos de la gordofobia que, asegura, campea en este país. Se ve cuando rechazan a la persona porque no da con el perfil, cuando va al médico por un dolor de muelas y se va con una dieta, o claro, cuando quiere comprarse ropa.
En estos dos años de modelo, Romina tuvo que bancarse comentarios en redes como éste: “Por favor, no fomenten la vulgaridad, las personas se deben vestir de acuerdo a su tipo de cuerpo, sino este mundo se va al carajo. No es solamente decir tengo mi talle y me visto como quiero, hay que razonar”, ¿razonó? una internauta, y avisó que no seguiría más la página. Otra/o opinó con sorna (y mal gusto): “¿No hay talles un poco más grandes para tapar tanta carne?”
En esta entrevista, Romina les contestó a los gordofóbicos: “Si salir vestido a la calle es una obligación, ¿por qué yo no puedo salir vestida como quiero? Hay una industria que está a la merced de cuerpos de otros países. La ley de talles plantea hasta un estudio antropométrico, es una suerte de estudio de marketing gratis para las empresas. Entonces, si ya vendés bien, imaginate si le vendés a todo el mundo”, les hace ver a los CEO miopes.
De flamantes 26 años, Romina Ottonello trabaja, estudia comunicación social en la FIC, da talleres de concientización sobre la gordofobia, sube fotos en su IG como si estuviera amenazada por una cinta métrica, y por estos días habla de la importancia de legislar una ley de talles en Uruguay.
Me voy del café con una duda: qué será de la vida del niño, compañerito de Romina en la escuela, que pasaba en moto por su casa y le gritaba: “¡Gorda!”. Vaya uno a saber si tiene las cosas tan claras como ella.
"Hubo episodios, pero los bloquee… Me dicen 'gorda' y sí, lo asumo, soy gorda. Pero es dicho como un insulto, en la niñez, en la adolescencia y en la adultez. En la adolescencia está presente el tema de la sexualidad, qué pasa con los cuerpos gordos"
-Estudiaste comunicación en la UTU y ahora estás estudiando la carrera en la universidad, en la FIC. ¿Cuál es tu vocación?
-Mi vocación esta relacionada a la comunicación, de eso estoy seguro. En un principio lo pensaba desde lo empresarial, la comunicación organizacional. Pero al haber incursionado en el activismo y el modelaje, encontré otra vocación que se vincula más a lo social. Hablo de generar conciencia, el trabajo en el territorio, todo lo que tiene que ver con la llegada a la gente. Eso también es comunicación, pero menos estructurado, y más enfocado en lo social.
-Tu Instagram te presenta como "activista por la aceptación corporal". ¿Cómo nace este activismo?
-No hubo un hecho puntual, fue algo que se fue dando solo, con un montón de esfuerzo y trabajo atrás. Cuando intento autodenominarme así, fue cuando me di cuenta que lo mío tenía una llegada y del otro lado había un alguien que me daba un feedback. Yo subía una foto hablando de un pantalón que no me entraba, y del otro lado alguien lo recepcionó y me decía: “A mí me pasó lo mismo”. No lo hacía como modelo o como militante. Lo que pasa es que en un momento fue: si a mí me pasa, y a otra le pasa, y a otra le pasa, al final hay algo de lo que no se habla, y no es nada del otro mundo. Vamos a hablarlo, vamos a ponerle nombre, vamos a nombrar a las marcas y vamos a tender redes, sobre todo de contención, porque es una lucha que para muchas personas es muy dolorosa.
Eso empezó hace dos años, cuando empecé a ver que mis posteos tenían receptividad. En el año 2020 empecé a trabajar como modelo -fue sin querer- y a raíz de eso, primero tuve una experiencia ante cámara, y después empecé a construirme para atrás. Incluso en Instagram me costó un montón y me cuesta hasta ahora, porque no es algo a lo que me dedico full time. El trabajo en redes sociales requiere un montón de tiempo, un pienso que yo no se lo dedico, porque tengo mi trabajo. Pero sí me di cuenta que había un espacio que más informalmente se estaba construyendo, y ahí empezó a desarrollarse más este ida y vuelta.
-¿Sufriste de bullying en tu niñez?
-(Piensa) Sí, sí… Lo pienso un poco porque no sé cuánto me afectó. A veces está como sobreentendido que si te pasó algo, tenés que haberla pasado mal. Y yo no recuerdo haber tenido una infancia infeliz. Pero sí hubo episodios. Yo siempre fui alta, siempre fui grande, siempre fui gorda. Para mí era normal, siempre fue así, en mi casa son todos grandes. Siempre tuve una contención en casa que hizo que el bullying no me afectara.
Hubo episodios, claro, pero creo que los bloquee… Me dicen “gorda” y sí, lo asumo, soy gorda. Pero es dicho como un insulto, en la niñez, en la adolescencia y en la adultez. En la adolescencia hay todo un tema cuando empieza a estar más presente el tema de la sexualidad de los jóvenes, qué pasa con los cuerpos gordos, si están más sexualizados o menos sexualizados, al encuentro con otro, con un varón. En mi caso, que soy heterosexual, cómo me planto, cómo son mis amigas, cómo soy yo, con quién me presto ropa y con quién no. Ahí hay pequeñas cositas que van construyendo tu identidad y te hacen sentir, en cierto modo, que sos diferente, ocupás más espacio y eso trae consigo un montón de cosas.
-Vos hablás de “pequeños episodios”. Recordame alguno…
-Mirá, cuando yo era chica -9 o 10 años- había un nene, compañero de clase en la escuela, que por algún motivo, andaba en moto a esa edad. Ese niño había agarrado la onda de pasar por la puerta de mi casa y gritar “¡gorda!”, y era yo, la nena que estaba adentro de la casa. Era una constante. Era siempre “gorda esto”, “gorda lo otro”, y ese niño siempre pasaba y gritaba eso, hasta que un día salió mi madre, le dijo que eso no correspondía. Y eso, después, terminó. Yo lo recuerdo como algo mínimo, pero porque tengo una forma de ser y no me achacan con esas cosas, pero va en la personalidad de cada uno.
-¿Y en el liceo, cuando los varones suelen ser crueles con las chicas?
-Los bailes… el “gorda” es una constante, porque hasta para eso que estaba naturalizado hace 10 años atrás como un halago o un piropo, ponele que era un “gordita, qué linda que sos”. Todos los piropos vienen acompañados de la característica física. Yo creo que el “gordita” viene con la infantilización del cuerpo gordo. Es como (si fuera) adorable, frágil.
"Obvio que he hecho dietas, y quizás en algún momento la vuelva a hacer. La aceptación corporal no es sentarme en mi casa a comer alfajores 24/7. Al contrario. Es entender que somos todos distintos"
-Carlota Ferreira, a fines del siglo XIX, era sexy…
-Los cánones de belleza cambian, como va cambiando la industria de la moda. Sólo que una es industria, tela, empresa, intereses; y lo otro son cuerpos, son personas. Ahí está la diferencia: en querer modificar cuál es el tipo de cuerpo es aceptado o no.
-¿Dirías que fuiste discriminada por no tener un cuerpo acorde a los estereotipos esperados?
-Sí, es constante, ya sea en el ámbito educativo, laboral o sanitario. Yo voy al médico porque tengo llagas, y posiblemente salga con un plan de dieta. ¿Por qué? Porque soy gorda. Es lo primero que hacen, ¿por qué? Porque sobre el gordo podemos opinar todos. El escudo moral es: “es por tu salud, te lo digo por tu bien”, y entonces te dicen algo que no es su especialidad, y sobre la que nadie le preguntó.
-A propósito, ¿has hecho dieta? ¿No te interesa hoy hacer dieta, porque te aceptás así?
-La dieta en la alimentación, porque podemos hablar de las dietas restrictivas, las dietas hipocalóricas, con baja carga calórica. Es decir, las dietas donde lo único que podés comer son manzanas, y si vas a un cumpleaños tu parte social está anulada y te vas a llevar un tupper. Sí, obvio que he hecho dietas, y quizás en algún momento la vuelva a hacer. Sólo que cuando decida hacer dieta me preguntaré desde qué lado la voy a hacer. La aceptación corporal no es sentarme en mi casa a comer alfajores 24/7. Al contrario. Es entender que somos todos distintos. Este es mi cuerpo y cuando yo quiera modificar algo en mi cuerpo, lo voy a hacer desde un lugar consciente, aceptando que mi cuerpo es lo que me permite estar acá sentada hablando contigo.
Está estudiado que hoy hay 130 factores que hacen a la complexión física de una persona. No es sólo lo que uno come (sí, obvio que tiene que ver), pero hasta lo ambiental juega un papel, la clase social a la que pertenecés, lo psiquiátrico. Yo creo que el lugar desde el que te plantes para hacer las modificaciones es lo que hará que ese proceso lo puedas transitar de mejor manera. Trabajar en la aceptación no significa que no quiera cambiar. Yo soy morocha de pelo, y eso no significa que el día de mañana no quiera ser rubia. El tema es que si mañana quiero ser rubia, no voy a comprar agua oxigenada y me hago el cambio de color en casa, si no que para decolorarme el pelo, pero que sea un pelo sano y mantenerlo vivo, voy a ir a una peluquería, me voy a asesora, y ahí me lo voy a hacer. Traducido al cuerpo es lo mismo: consultaré con una nutricionista.
El cuerpo gordo está asociado al cuerpo vago, al cuerpo que no tiene control, que no hace nada para cambiarlo, como si fuera un cuerpo pecador, está asociado a la gula, a esa persona que le ponés una torta adelante y se la come toda. Y no necesariamente es así. Yo estoy bien, hace 10 años que no como carne. Entonces, ¿de qué debilidad mental estamos hablando?
Es como re frecuente, cuando te acercás al activismo social, y te encontrás con otras personas, te encontrás con el feminismo, con otras luchas que van en el mismo sentido: el intento de vivir en paz. Viene por ese lado.
"La gordofobia está por todos lados. En el ámbito laboral, empresas que le dicen a una persona gorda: 'no das con el perfil'. O en el ámbito sanitario: mujeres gordas que deciden ser madres y les dicen: 'Hasta que no bajes tantos kilos no'”
-¿Qué es la gordofobia?
-Es la discriminación constante hacia las personas gordas por el simple hecho de ser gordas. Hay tres patas: está mal ser tú, tú no cabes, reduce tu tamaño. Si alguna de esas tres cosas se da, lo podés identificar como gordofobia.
-¿Y qué tan extendida está en la sociedad uruguaya? ¿Qué tan gordofóbicos somos los uruguayos?
-¡Un montón! La gordofobia está por todos lados. En el ámbito laboral, empresas que le dicen a una persona gorda: “no das con el perfil”, sutilmente, como muchas otras veces. O en el ámbito sanitario: mujeres gordas que deciden ser madres y les dicen: “Hasta que no bajes tantos kilos no” o “hasta que no cambies tu cuerpo no te vamos a hacer tal operación”, o cuestiones de la salud que no se atienden porque se ve primero el peso de la persona. Hay casos de personas a las que les ha avanzado enfermedades, y la respuesta médica era: “Tenés que bajar de peso”, “esto es porque comés mal” o lo que sea y avanzan sus enfermedades. Y en lo cotidiano: el tamaño de las sillas, la ropa, es constante. Está en todos los ámbitos.
-Pero, coincidirás conmigo, en que no nos percibimos como los gordofóbicos…
-Es muy difícil autopercibirse como alguien que es violento o discriminador.
-Cuando hablamos por Whatsapp me dijiste que tenías experiencia como tallerista para hablar de gordofobia. ¿Cómo fue dándose esa formación? ¿Cómo te fuiste dando cuenta que podías ser vocera de muchas otras?
-En esto mismo de la vocación por comunicar, la facilidad de palabra, la escucha activa; cuando todas esas cosas que yo traigo conmigo se encuentran con un movimiento que necesita ponerse en primera persona y necesita encontrarse con otros fue cuando dije: “Capaz que por acá hay una puerta que está bueno abrir”. Hice una formación junto a Magdaleña Piñeyro, una uruguaya que vive en Islas Canarias y es pionera en la lucha por el activismo gordo. Con ella estuve trabajando hace dos meses en formación, y esta semana tuve mi primera experiencia como tallerista en La Casa de La Ciudadana, un espacio de la IM, en donde se dictan distintos talleres, entre ellas, a la coordinación le pareció interesante abordar esta temática.
-El martes 12 comenzaste a trabajar en un taller denominado "Encuentro sobre Diversidad Corporal, miradas sobre el activismo gordo", así se llama. ¿Por dónde pasaron los principales lineamientos de tu ponencia?
-La idea fue generar un intercambio en un espacio seguro y cuidado, en donde pretendí desmitificar todo esto que está detrás del concepto de gordofobia. A veces, cuando las cosas se nombran parecen lejanas, para alguna gente. Es tipo: “’¿Gordofobia? ¿Y eso qué es? Es una moda”. Y no, es bajar a tierra que capaz que estás sentada en una silla, leyendo esta entrevista en la computadora, y tenés miedo de irte para atrás y caerte de cola. Capaz que en verano te fuiste a comprar una reposera y no te entró la cadera, o te quisiste comprar una remera y no hay para vos. Hablé desde un marco teórico, pero también desde el intercambio, y las experiencias de cada uno. Participaron compañeras que aportaron en la Ley de Talles y del colectivo La Mondonga, un colectivo gordo que hay acá. Ellas van a participar en dos de los tres encuentros del taller. Es una primera experiencia, que ojalá con el tiempo se mantenga y podemos ir llegando a más gente, y abordar otras aristas.
-Me contaste que te estás formando, también, en “cuestiones inherentes al género”. Te considerás feminista. He visto muchas mujeres que se distancian de las feministas más radicales. Algunas mujeres en cargos importantes me han dicho que si el machismo es la supremacía del hombre, el feminismo es la búsqueda de la supremacía de la mujer, y entonces, se alejan de esa visión. ¿Cómo es tu concepción del feminismo?
-El feminismo busca la igualdad con el hombre, no la supremacía por sobre él. No logramos ser iguales, ¡imaginate si vamos a pensar en ser superiores! Y la distancia con lo radical, pasa. Yo soy hincha de Nacional, voy a la cancha, pero no me siento representada con los 20 que a la salida apedrean un patrullero, o se pelean contra otra barra. Yo tengo una postura política marcada y capaz que no me siento identificada con los más radicales de ese mismo sector político al que pertenezco. Lo radical está bueno para quien lo entiende así (lo radical tiene un montón de cosas que están buenas), pero capaz que en la práctica hay cosas que rechinan y ensucia, tal vez, un poco la causa. No creo que sea así… Mi crítica va hacia quienes ponen el foco en las 15 mujeres que vandalizan una iglesia y no en las miles que marchamos.
-¿En qué momento te diste cuenta que eras feminista?
-En la adolescencia tardía, temprana adultez. Creo que no son procesos individuales, son colectivos. Es esto mismo que pasa con entender la diversidad corporal: te encontrás con otra a la que le pasó lo mismo: fue a un baile y le tocaron la cola, o pasó por una esquina y le chiflaron o le dijeron algo ordinario, obsceno, que no tiene por qué escuchar, o le pasó que fue a un lugar y no la escucharon porque estaba hablando un pibe. Todo eso pasa. Y eso que te decía que lo que se nombra aleja, para mí es al revés: lo que se nombra, existe. Soy de esa teoría. Si hablamos de gordo-odio y discriminación a las personas gordas es porque existe. ¿Qué hacemos para que esas situaciones no sucedan más? ¿Cómo nos plantamos ante eso?
-¿Cuál es la finalidad de movimientos o colectivos como La Mondonga?
-El origen viene en el respeto. Exigir el respeto, querer vivir en paz. Después sí, hay cuestiones puntuales que en el correr del tiempo se puedan demandar, pero primero hay una base que hace al encuentro de unos con otros, y parte de empatizar con otro. ¿A vos también te pasa? Bueno, ¿por qué sigue pasando y a nadie le rechina? ¿Por qué permitimos que esto pase? Son esas cosas de la generación de repensar todo.
"Yo veo una gurisa que se compra una pollera con brillantina, y yo quiero ir a comprarme la misma pollera con brillantina, y me dicen: 'No, mirá, tenemos hasta el M'. ¿Y yo porque soy gorda no me puedo poner una pollera con brillantina?"
-Ahora está a estudio del Parlamento la Ley de Talles, que retoma viejos proyectos de ley de los nacionalistas Carlos Enciso y María Pía Biestro, ahora con la iniciativa de la frentista Bettiana Díaz. ¿Por qué es necesaria una ley de talles en Uruguay?
-La vestimenta es una forma de expresarse, una forma de sentirse representado, pero también es una obligación. Si salir vestido a la calle es una obligación, ¿por qué yo no puedo salir vestida como quiero? Hay una industria que está a la merced de cuerpos de otros países, de donde vienen las importaciones. La ley de talles plantea hasta un estudio antropométrico, es una suerte de estudio de marketing gratis para las empresas. Entonces, si ya vendés bien, imaginate si le vendés a todo el mundo.
Y es necesaria porque nosotros vamos a comprar ropa para nosotros y no hay, o cuando hay, sale más cara. La vestimenta debe ser entendida como forma de derecho, de expresión y de representatividad. Yo veo una gurisa que se compra una pollera con brillantina, y yo quiero ir a comprarme la misma pollera con brillantina, porque me gusta, y me dicen: “No, mirá, tenemos hasta el M”. ¿Y yo porque soy gorda no me puedo poner una pollera con brillantina? ¿Quién me va a decir qué me tengo que poner?
-¿Te ha pasado con frecuencia de ir a comprar ropa y que nunca tengan tu talle?
-Sí, sí, sí… desde que tengo uso de razón me pasa. Lo mismo con el calzado, yo calzo 42 desde que tengo memoria. En la época de los cumples de 15 era un infierno: un par de plataformas de las que usan tus amigas no conseguís. Ahora hay talabarteros que trabajan el cuero, hay opciones veganas, pero es lo mismo: si tenés el pie grande nunca vas a poder comprarte una oferta. Nunca vas a poder comprarte sandalias por 900 pesos, tenés que gastar 4.000 o 5.000 pesos. Con la ropa pasa lo mismo.
-¿Cómo surge la experiencia de ser modelo, hace un par de años?
-Fue totalmente casual e imprevisto. Una de mis amigas, que se llama Romina como yo, estudia diseño de moda, está metida en asesoría de imagen, y siempre me decía: “Che Romi, mirá esta modelo” y me mostraba referencias de otros países, y yo nunca le daba bola. Yo estudio y laburo hace pila, ni me despertaba la curiosidad. Cuando al principio de la pandemia se cortaron las importaciones de ropa, entonces hablé con una chica por Instagram, me encontré con ella y me dijo: “Ahora con el tema de que cortaron las importaciones, me voy a tener que poner a producir acá, porque si no, me quedo sin negocio, fijate que yo importo pijamas, ropa interior, todo”. Entonces le dije: “Si en algún momento precisás encargar un molde XL o dos XL, llamame, que yo te hago de modelo”. Se lo dije medio en broma… pero a los cinco días me llamó.
Ella había creado una tabla de talles en base a encuestas que hizo acá, creó una tabla de talles basada en su clientela, y me dijo: “¿Vos te animás a hacerme de modelo?” Eso era julio de 2020, hace exactamente dos años. Era plena pandemia, fuimos a un hotel, no podíamos ser más de cuatro en la pieza, estábamos todos de tapabocas. Primera producción: lencería, transparencias, escote, todo… y salió.
-¿Y? ¿Te dio pudor? ¿Te costó quedar en ropa interior para las fotos o para nada?
-¡Me cagué de risa! Yo me fui de mi casa diciendo: “voy a hacer unas fotos, me surgió tal cosa”, un día les mostré por arriba, pero no pregunté opinión ni di lugar a comentarios de mis padres o mi hermano. Es algo que a mí me gusta. El error está en sexualizar a la ropa que se está vendiendo. Las bombachas hay que venderlas como se venden las poleras. Algunos ponen el cuerpo para vender poleras o camperas, y otras para bombachas. No estoy provocando nada… Fue algo que se dio naturalmente, y no tuve ningún dilema. Fui y lo hice, estuvo de más. Justo cayó el día de mi cumpleaños, de ahí salí de largo, y al tiempo me di cuenta que había intercambiado experiencias y conocido gente.
-Lo viste como una oportunidad de hacer activismo…
-Obvio. La representatividad es clave. Si vos prendés la tele y no encontrás nadie parecido a vos, mirás un catálogo y no encontrás nadie parecido a vos, vas a una tienda y no encontrás nadie parecido a vos, decís: “¿Soy un marciano? ¿No existo? ¿No hay lugar para mí?” Cuando salís a la calle hay mucha gente parecida a uno…
"Hace un tiempo estábamos mirando la TV con mi abuela que tiene 92 años y dijo: 'Ay, ese gordo, ¡cómo se va a poner esos championes celestes!' Uno, ponete lo que quieras; dos, ¿qué tienen que ver los championes con la panza? Como es gordo, todos opinan"
-¿Qué tan progresista es la sociedad uruguaya? Acá se legalizó la marihuana, se votó el matrimonio igualitario, antes la unión concubinaria. ¿Hemos avanzado a caballos de esa agenda de derechos? ¿Somos más tolerante con todo lo diverso, lo que rompe los esquemas y sale de los estereotipos?
-Estamos lejos. Estoy convencida de eso. Los avances de esas leyes que me mencionás son acorde a lo que está pasando, no estamos por arriba de nada ni estamos adelantados. Fue a demanda de lo que estaba pasando, como hoy se demanda una ley de talles. Si la ley de talles sale, no es que avanzamos mil escalones: es que respondimos a una necesidad.
Hay todo un proceso y por supuesto hay diferencias entre generaciones. Hace un tiempo estábamos mirando la TV con mi abuela que tiene 92 años y dijo: “Ay, ese gordo, ¡cómo se va a poner esos championes celestes!” Uno, ponete lo que quieras; dos, ¿qué tienen que ver los championes con la panza? Como es gordo, todos opinan. ¿Yo qué puedo pretender de mi abuela? Hay que aprender a elegir qué batallas dar, y con quién. Si yo creo que no me estás escuchando, o que pensás que lo digo de gorda resentida, no te voy a discutir. Mi abuela sigue pensando igual…
Vos como persona gorda tenés que vivir en un mundo donde está mal ser como vos. Prendés la tele y hay tratamientos costosos para no ser como vos. Escuchás a tus compañeros de laburo y no quieren ser como vos. No podés estar todo el tiempo a los gritos. Y cuando empezás a hilar, decís: “O me peleo con todo el mundo, o intento explicarles, o que se den la cabeza contra la pared”. Ya suficientemente es la lucha individual como para estar peleándose con cualquiera que no lo ve así.
-¿Cómo te ha mejorado como persona el activismo por la diversidad corporal?
-Sí, sí. Me ha abierto pila la empatía y me ha hecho entender que tengo como una capacidad de expresar y de recepcionar. Yo tengo una cara súper seria, tengo un tono de voz grave, como que mi presencia intimida, incomoda. Yo mido 1,82, tengo una espalda enorme, es “llegó Romina” y se corren, soy llamativa por lo bien y por lo mal. Y con esto (del activismo) me han escrito personas que me cuentan sus experiencias, me dicen cosas, y es algo que nunca esperé… Se ha ampliado mi empatía, y me ha hecho entender un montón de cosas.
-¿Sos feliz?
-Sí. Esto es un proceso que se dio sin querer, está siendo acompañado de buena manera y está gestándose hacia un lugar que es el que quiero.
Por César Bianchi
@Chechobianchi
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