Seré curioso

Seré Curioso

“Puedo ayudar a que la gente se distraiga, pero no a concientizar, esa cosa de solemnidad”

Gastón Carbajal, más conocido por su personaje Waldemar, está debutando con luz en La Nueva Milonga. Quiere ganar y ser recordado.

04.02.2025 10:35

Lectura: 31'

2025-02-04T10:35:00-03:00
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Por César Bianchi

Fotos: Javier Noceti / @javier.noceti

Gastón, de niño, jugaba al fútbol con sus vecinitos de la cooperativa de viviendas de Punta de Rieles, o se metía campo adentro de un barrio semirrural a juntar frutas. En esa niñez se hizo hincha de Danubio, porque el dirigente Arturo del Campo los cortejaba con camisetas y entradas gratis a la cancha. Y en la escuela advirtió que tenía dos dones: el de ser un observador atento y el de hacer reír, casi sin proponérselo.

Se enamoró de la radio —increíblemente, de la AM— y se metió en ella del mismo modo que tantos comunicadores: escribiendo al medio como un escucha. El oyente atento terminó teniendo una chance en el micrófono. Así nació, en LaCatorce10, su personaje Waldemar. Con el tiempo y las oportunidades, Waldemar —una mezcla de los oyentes del Usted, ¿qué opina? de Sergio Gorzy en la Sport 890 con el padre de su amigo Carly— fue creciendo en popularidad, al punto tal que copó Del Sol FM, llegó a la tele con Diego González (La aldea, TV Ciudad), y hoy también se lo puede ver en el concurso oficial de carnaval.

A Gastón Carbajal (38) lo conocen mucho más por Waldemar, y no le molesta. Tan es así que cuando lo convocaron de la murga La Nueva Milonga puso una condición: subir personificando a “Walde”, a quien le debe, por ejemplo, que el dueño de una panadería de Valizas que antes lo miraba raro ahora lo considere un amigo. Por estos días, Carbajal se luce en tablados y en el concurso. Pero él, como su alter ego, no deja de andar en bici o caminar la ciudad, para no perder agudeza y precisión en su mirada de cronista de la cotidianidad montevideana.

Lo de “hacer chistes”, hacerte el gracioso, ya en la escuela de monjas, ¿era una forma de vencer la timidez o te salía naturalmente?

No soy el tipo más suelto en el mano a mano. Soy muy vergonzoso. Y el chiste es como un recurso fácil para decir las cosas. En la escuela no me daba cuenta de que era gracioso, pero sí, era como el simpático y hacía cosas graciosas. En el liceo también escribía obras y era un personaje gracioso. Nunca era el protagonista, pero hacía los chistes.

Estudiaste Comunicación en la UTU, ¿para dedicarte a qué?

Estudié en la UTU de acá a la vuelta, en la calle Guaná. Era una tecnicatura de dos años y medio. Yo quería hacer radio. Era lo único que quería hacer. Soy oyente de radio, enfermo de la radio. Me crie con la Monte Carlo, y escuchando AM todo el día. Después, de adolescente, encontré la FM, cuando estaban los programas de Océano y alguno más. Pero soy oyente de AM. Desde LaCatorce10, en su momento, cuando estaba Mundo Cañón, Sabuesos... Escuchaba LaCatorce10 y la 810. Era oyente de AM, todo el día. Yo le cuento a la gente que en LaCatorce10 tenía un micrófono solo y una mesa oval para todos los que estuvieran en el programa. Ahí arranqué yo en una radio grande, digamos. Pero en la primera radio que hice algo fue en una radio comunitaria, del barrio.

Un día mi abuela, la vieja Mabel, a quien nombro muchas veces —es como bastante referente en cosas de mi vida—... un día llegué de madrugada a su casa y estaba escuchando en la radio grande, la típica que tiene la hora y el despertador, y ahí estaba escuchando la Sport 890, y me dice: “Escuchá estos tarados”. Y era Locos por el fútbol. Y yo le empecé a mandar mensajes. Y un día terminé yendo y empecé a hacer radio así, por haberle mandado mensajes a Locos por el fútbol.

¿Y ahí nace el personaje de Waldemar?

Sí, Waldemar es porque en LaCatorce10 a Adrián [Mozzone] le gustaba sacar llamadas al aire. Y de 0 a 3 en AM, de sábado a domingo, y domingo para lunes, no te escucha mucha gente. Y si te llaman, te llaman siempre los mismos. Entonces yo empecé a armar llamadas, la primera y la última, entre medio metía a Waldemar. Era como que siempre llamaba el mismo, y los chistes eran siempre los mismos. Viste que vos abrís el teléfono y capaz que te escucha muchísima gente, pero te llaman siempre los mismos.

Bueno, a Pablo [Fabregat] le conté un día que, para mí, Aldo era un oyente de verdad, que un día fue y se quedó, y después empecé a entenderlo. Yo lo agarré con 12 o 13 años al Tío Aldo. La radio está de más. Es divertida y siempre me gustó. Desde chico, por ejemplo, iba a Argentina a la casa de mi tía abuela y escuchaba a Pergolini, a Mariano Grondona…

Me enteré que fuiste mozo y trabajaste en restoranes, durante seis años. ¿Eras mozo o también cocinaste en algún momento?

Yo terminé el liceo y quería trabajar. No sabía haciendo qué, pero quería trabajar. Del barrio de donde vengo, como que no estaba muy…  Entre mis amigos, yo era el bocho porque había terminado el liceo y tenía intenciones de hacer la facultad. Entonces, es como costumbre: “Terminaste el liceo, ponete a laburar”. Y mi familia es bastante gastronómica: mi abuela era cocinera, mi tío se jubiló hace poco de la cocina. Es algo muy cercano. Mi primer trabajo fue en la cocina. Estudié cocina también. En mi familia son todos cocineros, todos saben cocinar y cocinan. Cuando le dije a mi abuela que quería hacer radio, ella me hizo estudiar cocina y me hizo Socio Espectacular. Y me dijo: “Así tenés un oficio y cultura”.

Y con eso salí a laburar. Cociné un tiempito hasta que me ofrecieron de mozo.

“Trabajé en el bar de la terminal de Río Branco, de 22 horas a 6. Atendíamos pescadores, gente que salía a laburar de noche, prostitutas y bandidos. Cuando entré me enseñaron dónde estaba el hielo, la medida de whisky y un fierro para dar un garrotazo”

Metí unos meses en un lugar que es precioso, tremenda escuela, pero no mandaría a mi hijo a laburar ahí, que es en el bar de la Terminal de Río Branco. Trabajaba de 22 horas a 6 de la mañana. Enfrente estaba un baile que se llamaba Aruba, en la esquina estaba Galápagos. Y claro, atendíamos pescadores, gente que salía a laburar de noche, mucha prostitución y bandidos de la calle, que iban a tomar unas copas y el lío estaba a la orden del día... Cuando entré me enseñaron dónde estaba el hielo, la medida de whisky y un fierro para dar un garrotazo. Por suerte nunca lo usé. Y después, el maitre del Mercado del Puerto me veía trabajar y un día me llevó a trabajar a El Palenque y fue otra cosa. Pasé de lo otro a aprender idiomas, viajar, laburar en Punta del Este. Aprendí de vinos, un montón de cosas.

Ahí hiciste un curso de sommelier, ¿no?

Sí, sí. Ahí hice cursos de todo. A El Palenque entré de ayudante de mozo, y empecé a laburar en todo. El dueño, que era bastante generoso, Luis Emilio Portela, un gallego, tenía la costumbre de que capacitaba a sus propios empleados. A unos les pagaba inglés, a otros mozos les pagaba cursos de barman, o de sommelier. Era una manera de tenerlos incentivados. Y yo ligué, el mundo del vino ahí estaba presente porque tenía tremenda cava y yo soy bastante curioso, eso me interesaba y agarré para aprender de vinos.

Qué bien que el dueño les pagara cursos de inglés, eso no es común…

Pasa que, para trabajar en el Mercado del Puerto, lo básico es hablar bien español y portugués. El portugués lo aprendés rápido, pero si lo hablás bien, hacés más plata. Y si hablás bien español, portugués y encima hablás inglés, hacés más plata todavía. Y si sabés un poquito de italiano, más plata todavía.

¿Y qué te dio ese laburo que después llevaste a la comunicación? ¿El roce con la gente? ¿Apelar al humor? O tener que poner cara de simpático y ser profesional porque estás laburando, pero de repente tuviste un día de mierda y no tenés ganas de estar simpático con la gente.

Ahí en el Mercado del Puerto, te da rapidez. La gente va a comer y no le importa cómo estás vos. Ellos están turisteando, vos tenés que responderle bien, ser atento y hacerles pasar una buena experiencia. Y creo que, en la radio, o la comunicación en general, es lo mismo. Si vos estás teniendo un día de porquería como decís vos, la gente no tiene por qué saber eso... Por suerte, no me toca comunicar nada malo, lo mío es otra cosa. No sé cómo hacen a veces en el informativo que viene una noticia que está buena o de turismo a una policial. Yo no puedo. Me pone nervioso la solemnidad esa, ¿viste?

Me enteré de que entraste a La mesa de los galanes como productor. Pero ¿cómo llegás a la posibilidad de entrar a La mesa como productor? ¿Llevaste un currículum? ¿Cómo se da la oportunidad?

No, no conocía a ninguno. La mesa de los galanes empezó en el 2017. En 2016 Adrián Mozzone de Locos por el fútbol, me llamó porque quería hacer un programa de verano en LaCatorce10 al mediodía. Yo ya estaba trabajando en otra cosa, había vuelto al Mercado del Puerto, trabajaba en un rodaje y hacía comunicación en redes y cosas. Hacía de todo. Y dije: “Tengo tiempo, voy a hacerlo”. Y empecé a producir el programa de verano, que se convirtió en programa de todo el año, donde conducía Adrián Mozzone, Paul Fernández y Tololo Serra y finalmente quedamos Adrián y yo nomás. Entonces, yo producía y coconducía con Adrián. Y un día llamo a Diego González a la entrevista y en la mitad de la entrevista yo salía, agarraba el teléfono y hacía de Waldemar.

Y un día me mandó un mensaje por Twitter Diego González y me preguntó si podía pasarle mi teléfono al Piñe [Jorge Piñeyrúa], que estaba armando Del Sol, y dije que sí. Y ta, me llamó el Piñe y me propuso laburar en La mesa de los galanes y en un programa posterior que venía después de La mesa, que se llamaba Cambio y fuera, que en principio éramos Diego González, Rafa Villanueva y yo. Rafa Villanueva se fue, porque nunca empezó en Del Sol y empezó siendo Diego González, Iñaki [Abadie] y yo, y terminamos siendo Camilo [Fernández] y yo, porque Diego empezó a laburar en Masterchef. Y por La mesa fue eso de productor y para escribir y para hacer cositas, e ir apareciendo a poco. No era: “Vení y hablá”. Me llamaron para ser productor y salir en otro programa.

Y Waldemar fue algo que casual, tiene que ver con que hablabas con la gente por teléfono, y para no aburrirte, le hacías la voz del personaje…

Los atendía como Waldemar. La gente llamaba y preguntaba: “¿Quién es ese? ¿Quién me habló?”. No entendían nada, ¿viste? Yo les decía cualquier incoherencia, les hablaba, porque el oyente de La mesa es como que convive tanto que te dice: “Pasame con estos tarados”, te decían. Entonces yo decía: “Este no puede salir al aire así, vamos a calmarlo un poquito, vamos a aflojarlo”. Entonces les hablaba: “¿Qué hacés, loquito? ¿Qué andás de tu vida?”. Y no entendían nada, me contestaban y salían al aire como desconcertados, venían de hacerse el capanga y bajaban un poquito.

“Preguntaban: ‘¿Quién me atendió?’. Y yo por el interno decía: ‘Decile que Waldemar’. Un día el Piñe me dijo: ‘Hacelo al aire’, y le dije: ‘No, ni en pedo’, estaban Desbocatti, el Tío Aldo y Campiglia, me daba vergüenza sacar un personaje en esa radio”

Entonces preguntaban: “¿Quién me atendió?”. Y yo por el interno les decía: “Decile que Waldemar”. Y un día el Piñe me pregunta: “¿Qué es eso que hacés?”. “Nada”, le digo, “un personaje”. Me dijo: “Sacalo al aire”, y le dije: “No, ni en pedo”, me daba vergüenza, porque estaba Darwin [Desbocatti], estaba el Tío Aldo, estaba Campiglia, me daba vergüenza sacar un personaje en esa radio. Y me dijo: “Bueno, de a poquito, andá sacándolo”, y empecé así, un chistecito, una cosita, el Piñe me daba al pie o Diego me decía: “¿Cómo anda, Waldemar?”, yo metía una y ta. Y ahí empezó a aparecer y ahora habla todo el día…

¿Y cómo construiste el personaje? ¿En quién te inspiraste? ¿Robaste un poquito acá y otro poquito de otro lado?

Una referencia son los oyentes de Usted, ¿qué opina? de [Sergio] Gorzy, que tiene ese programa que va en la Sport 890 de 10 a 12 todos los días, donde básicamente es gente llamando para opinar de un tema que propone Sergio. Y, ta, esto de la radio que te decía: siempre llaman los mismos. Ellos arrancan la conversación como: “¿Qué hacés, Checho? ¿Todo bien?”, como el verdulero que te ve todos los días. Y me dio gracia que fuera así como tan… no sé, tan entre casa y, a veces, como que se pelean entre ellos. Entonces eso me dio mucha gracia. Agarré esa premisa del oyente de Gorzy y dije: “Ta, ¿cómo sería un oyente de Gorzy en mi barrio, Punta de Rieles?”. Empecé a construirlo con los vecinos de mi barrio de Punta de Rieles, de las anécdotas, de cuando era bastante pintoresco. Ya te digo, era semirrural, entonces era como muy pueblo chico, infierno grande, ¿viste? Conocías todo de todos. Entonces pensé: “Agarro la personalidad de este, los cuentos del otro”, y lo trasladé un poquito a Villa García, porque Waldemar es de Barros Blancos, pero es hincha de Los Zorzales, que es un cuadro de la Liga del Este.

Lo conozco… Jugué en Atlántida Juniors contra Los Zorzales, cuadro complicado y barriada aún más.

Un cuadrazo el Juniors, ahí pagan sueldo y todo… Bueno, te decía: armé el personaje pensando en los oyentes de Gorzy, pero cómo sería un oyente de Gorzy de mi barrio.

Pero un día le tuviste que poner cara y cuerpo…

Para eso pensé en el padre de un amigo, el Carly. El papá del Carly era un tipo que andaba en bici para todos lados, una bici muy manya, seguramente la viste porque tenía flecos de Peñarol, bandera de Peñarol, todo de Peñarol, él un tipo flaquito, bigotito, gorrito siempre, la ropa le queda grande, ¿viste? Y el loco andaba en la feria de arriba para abajo, nunca sabías bien de qué trabajaba, siempre estaba en los partidos de fútbol. Y dije: “Ta, Waldemar es el papá de Carly”. Y es un tipo que a todo el mundo le caía bien, pero era como que no sabías qué hacía y ta, dije: “Tiene que ser parecido al papá de Carly”. Tiene que andar en bici (yo ando en bici, bastante), pero lo lookeé pensando en el padre de Carly.

Diego González ha dicho que tu personaje es como “la personificación de Uruguay”. ¿Coincidís?

Creo que el Uruguay de periferia, sí, abundante, porque está lleno. Me pasa todo el tiempo de cruzarme con gente y me dicen: “Hay uno en mi barrio que es igual a vos”. Sí, está lleno. En todos los barrios tenés uno que no es loco, pero es como que está siempre ahí y que mete y habla y va y viene, como el papá de Carly. Que conoce a todo el mundo y que sabe cómo llegar a todos lados. De hecho, el primer chiste que la gente me empezó a repetir igual era el de saberse todas las calles y los ómnibus…

Pero tenés que tener cierto dominio. Vos todo eso lo sabés, no tirás fruta…

Sí, yo soy medio enfermo de eso. Tenés que tomar ciertas líneas y te bajás en tal lado y así... Seguro te pasaba en Atlántida que estabas parado con tus amigos en la esquina y de repente paraba un auto y te preguntaba cómo llegar a tal lado, y le hacías todo un camino absurdo que la gente no se acordaba… “Bo, ¿qué me dijo?”, “Seguís tres cuadras, está el almacén, ahí seguí dos cuadras más”, y entonces agarré como chiste eso, y la gente me decía: “¿Cómo vas a llegar de tal lugar a tal lugar?”. Yo le hacía todo el cuento porque me sabía las calles, por mirar los mapas o por estar atento a las calles. Y sí, está lleno de Waldemares en todos los barrios, siempre hay uno que dice las calles, que está metido en todo, pero para mí es como de uruguayo, pero de la periferia o del interior.

¿Es cierto que te fue mal en tu primer show como artista contratado?

Fue horrible, fue un espanto. Se apuró ahí mi compañero, yo laburo con Diego Rodríguez, el Grillo, que es el que me vende, el que hace toda la parte engorrosa de hacer shows que es cobrar y negociar, eso a mí me da mucha vergüenza y paso mal. Entonces me vendió un bar que el dueño quería llevarme sí o sí, pero casi no lo promocionó. Era sobre noviembre y había una mesa que estaba haciendo una despedida y fue una mesa sola a verme. Y después había otra gente comiendo, y no le importaba que yo estuviera ahí. Yo empecé a hacer la rutina que armé, y me contestaban mal y fue horrible. El bar fue en Luis Alberto Herrera y 26 de Marzo. Y me vine hasta el bar Luz, me pedí un fainá y un agua, y me dijo: “Te llevo” y le dije: “No, no, me voy caminando”, y me fui caminando con la peluca en la mano, todo triste. Dije: “Nunca más hago esto”.

¿Llegaste a replantearte seguir haciéndolo en shows?

El día ese dije: “Nunca más lo hago, nunca más”, pero al otro día ya teníamos un show en San Francisco, en el local de [la cerveza] Patagonia y estaba todo vendido, iban 100 personas y no podía decir que no. Yo, con una amargura que no podía más, fui… y fue un éxito. Entonces dije: “Bueno, es así: un día sos un cra y otro día no”.

Ahora, tu personaje salía en la radio, se conocía tu voz, hasta que llegó TV Ciudad. ¿Qué te ha aportado salir en televisión, en La aldea, como comunicador?

Me puso cara, porque antes no tenía cara. Era lo divertido antes, yo disfruto mucho del anonimato. Me pasa en el carnaval que yo presento como Waldemar y después quedo como Gastón y la gente dice: “Sin la peluca y el gorro no te conocía”. Mirá, yo voy a Valizas hace mil años y el dueño de una panadería de Valizas que se llama Agua na Boca siempre fue bastante parco, bastante serio, desde el 2005 nunca me dijo nada. Primera vez en La aldea y me empezó a mirar fijo y un día me dijo: “¿Vos sos el que está con Diego González en TV Ciudad?”. Pasó de nunca hablarme y mirarme de costado, a ser mi amigo.

“Me pasa todo el tiempo de cruzarme con gente y me dicen: ‘Hay uno en mi barrio que es igual a vos’. Está lleno de Waldemares. En todos los barrios tenés uno que no es loco, pero es como que está siempre ahí y que mete y habla y va y viene”

Y, después, como profesional, me enseñó a trabajar de otra manera. Yo en la radio trato de estar en todo. Y en la tele hay mucha gente para diferentes roles, ¿viste? En Buscadores vos capaz que podés un día podés sugerir un plano, pero hay otros para eso. Entonces fue como: “Quedate quieto y hacé lo tuyo”. Y me abrió puertas. Ahora en carnaval me llamaron por La aldea, no por la radio, porque me vieron haciendo cosas con la gente.

Yo recién te pregunté cuánto te sumó como “comunicador”. ¿Te sentís un artista o un comediante?

Me siento más comunicador que comediante. Los españoles usan “cómico”, que acá no se usa. No me gusta, es incómodo usarlo acá.

Jerry Seinfeld en Seinfeld se define comedian, es decir, comediante…

Sí, claro. Yo miro mucho a [el humorista y conductor español Andreu] Buenafuente y él dice: “Soy un cómico”. Yo me considero más comunicador que comediante. Artista no… Artista para mí es [Jorge] Esmoris, que construye un personaje, y de repente vos lo ves y está peludo y pensás: “estará haciendo un personaje”. Si a mí me ven peludo es porque estoy desprolijo. De hecho, ahora estoy barbudo y con el pelo largo porque me dijeron en el carnaval que no me afeite ni me corte el pelo.

Todo comenzó en talleres de impro, tengo entendido. ¿Querías ser actor y que te tomaran en serio, o te atraía más el humor y el stand up?

Sí, en Sal y Pimienta, taller de impro que hice con [la periodista] Fer Kosak y [el comediante] Seba González, había pila de compañeros que después hicieron cosas. Un día fui al teatro, a ver una obra de improvisación de actores de la Comedia Nacional, y dije: “Yo quiero hacer eso”.

Justamente, te quería preguntar si no se te pasó por la cabeza estudiar teatro “en serio”, estudiar en la EMAD y llegar a la Comedia Nacional...

No, me gustaba jugar a ser otro. Actuar me divertía. De chico yo quería ser ninja o camionero, todo el día algo diferente. Me gustaba más pensar en ser actor que pensar en una carrera formal. Y cuando vi las opciones, la EMAD era muy seria, y me pone nervioso la solemnidad, porque pienso que nunca es tan importante lo que tenés para decir… que puedo prender la tele y hay cosas importantes, de verdad. ¿Por qué va a ser importante lo que yo tengo para decir desde el arte? Yo pensaba: “Puedo ayudar a que la gente que escucha se distraiga, pero no a concientizar, o a ponerle un toque solemnidad”. Entonces dije: “Por ahí no es”. Me encanta ir al teatro, pero no me veo haciendo eso.

¿De qué te nutrís? He advertido que sos muy observador, sos un buen cronista de Montevideo y lo popular. Mirás, pero ¿qué mirás?

La cotidianeidad. Me gusta mirar la televisión abierta, no tengo cable (nunca tuve) y me gusta poner a ver qué hay en canal 5 al mediodía, o el 10 a las 2 de la mañana, y qué es lo que mira la gente todos los días. Me embola que estén todo el tiempo hablando de cosas argentinas, de cultura pop gringa, cero, no tengo información, no sé nada, pero me preguntás qué hay en el 10 el domingo al mediodía y eso lo sé. Trato de observar la cotidianeidad, lo mismo en la calle. Ahora hace tiempo que no ando en auto porque tengo terror de aislarme, porque el auto es una burbuja: vas ahí escuchando un podcast, una radio y estás en esa. Entonces, si vas en bici o caminando, tenés un poquito más de información de qué pasa. Me nutro de la radio (de acá), de la tele abierta, de la calle y de escuchar, de ir a la feria —me encanta ir a la feria— y después, de mi barrio. Cuando veo que estoy muy alejado de las cosas, trato de ir a mi barrio. Voy seguido a ver a mi abuela, pero trato de ir mucho para volver al chusmerío del barrio, la cotidianidad, las necesidades de la gente normal… porque después te metés en una burbuja que, después contás cosas y los comunicadores más viejos, que tienen otro estatus, ya no empatizan o no cuentan bien la cotidianidad, porque tienen otra vida. Tienen otra vida y no está mal, se la han ganado laburando, pero no podés hablar de la cotidianidad de la gente si no la vivís.

Gastón comparte con Waldemar el gusto por las mandarinas. ¿Qué otras cosas tienen en común?

El ser espectador del fútbol. Waldemar nunca contó que jugaba al fútbol. Yo juego, me divierto, pero me encanta ir a ver. Pero ver fútbol de la liga de Montevideo, de la Liga del Este o de baby fútbol. Vos me decís: “Mañana juega Uruguay Montevideo contra Cerrito, ¿vamos?”, y te digo “obvio, me encanta”. Creo que uno de los gustos que tenemos en común es ir a ver fútbol, pero el chacarero, el de la vuelta. Es lindo no sé por qué, no invitaría a nadie porque creo que no la pasaría tan bien, porque es difícil de invitar a alguien a ver un partido de mierda. ¡Y ahí está lleno de Waldemares, está lleno!

¿Y sos blanco como Waldemar?

Mi madre es blanca. Me crie en un ambiente blanco. Me sé toda la historia del Partido Nacional, y me encanta la historia. Si leés la historia de Uruguay, tenés que ser blanco. Mi vieja siempre fue blanca y en mi casa tenía un club político de los blancos, alguna vez fue Jaime Trobo, era como un dirigente pesado en Punta de Rieles, un barrio recontra frenteamplista donde estaban todas las paredes pintadas de la 1001 y la 90. En la cuadra estaban un vecino que era la 15, mi madre de la 71 y el resto todo frenteamplista. Yo la escuchaba cantar la Marcha de los Tres Árboles, todo, después crecí y traté de pensar para otro lado. Pero si leés la historia de Uruguay, para mí tenés que ser blanco.

Este febrero estás saliendo por primera vez en carnaval, en la murga La Nueva Milonga. ¿Sos carnavalero? ¿Eras fiel seguidor del carnaval uruguayo? ¿Hincha de alguna murga o conjunto de parodistas?

Soy carnavalero de ver, me encanta. Desde 2013 voy al Teatro Verano todos los años, porque me gusta. Miro las etapas y voy a ver a tales parodistas o tal murga. El trabajo y la vida me he hecho amigo de gente vinculada al carnaval, entonces empecé a ir a un festival y cosas de esas. Por ese lado sí, carnavalero de consumir. Nunca de participar porque me sentía cómodo dónde estaba. Alguna vez pensé: “Pah, qué lindo sería estar cantando una bajada con el Teatro de Verano lleno”.

¿Y te viste venir la invitación cuando Waldemar empezó a andar bien, o te sorprendió la convocatoria?

Yo la primera vez que hice teatro como Waldemar lo hice con Camilo Fernández, que salía en Cayó la Cabra. Terminamos la primera función y me dice: “Bo, sos un cupletero. Lo que hiciste es de cupletero de carnaval”. Y al toque ese año me invitaron de su murga. Y le dije que no. Lo que le dije fue que, al tener hijos y familia, el carnaval no puede pagarme toda la vida que me consume ese verano dedicado a la murga. Te consume mucha vida, y ta, yo priorizo otras cosas. Y tampoco le iba a tirar una cifra astronómica como si fuera una estrella, porque no, yo recién estaba arrancando.

Entonces, después de muchas propuestas, acepté. En realidad, primero me invitaron a conducir un tablado, y pensé: “Puede ser divertida la experiencia de conducir un tablado”. Y un día me llamaron para esta murga (La Nueva Milonga) y dije que sí. Cuando quise ver, arrancamos en octubre y terminamos en marzo.

¿Qué expectativas tenés para este concurso? ¿Qué pueden esperar de vos y tu personaje los que todavía no te hayan visto?

Soy Waldemar en la murga. Me parecía deshonesto para la gente salir de Gastón si la gente conoce a Waldemar. Entonces, soy Waldemar en la murga. En las puntas, soy Gastón, porque estoy vestido de murguista, pero en el medio, soy Waldemar con su cuerpo y su postura, todo encorvado, con las manos atrás. ¿Y qué te puedo decir? Escriben Jimena Márquez y Martín Mazzella, que es de los tipos más inteligentes y graciosos que conozco a la hora de escribir. Y Jimena tiene tremenda trayectoria, ganó el año pasado interpretando y escribiendo. Entonces, dije: “Seguro voy a tener un buen texto, si después sale mal, es porque yo soy de madera”.

El espectáculo es muy rápido. Para contra mía, no hablo tanto, yo me defiendo hablando. Me das un texto largo y a la larga te entretengo, te hago reír, no sé… Es todo muy rápido, entonces lo que tengo que hacer, tiene que ser rápido y efectivo. Y es tremendo desafío. Se llama “Nuevas tendencias” el espectáculo, y habla de, por ejemplo, ahora estamos en un lugar que es un café de especialidad o de autor, cuando antes ibas al bar y te vendían café quemado. Entonces, está “en contra” de las nuevas tendencias, que ahora entrás a un bar y te dicen “chicos”. Y yo quiero ir al bar Las Flores que te atiende Julio con cara de culo. Después, tiene un cuplé de la autopercepción, que está buenísimo, porque es gracioso, te habla de lo cotidiano, pero tiene un palo también a cosas de la actualidad, de la política. Y, por último, un cuplé sobre el escáner del puerto, que algún contenedor se le escapó…

“Me pone nervioso la solemnidad, porque pienso que nunca es tan importante lo que tenés para decir… que puedo prender la tele y hay cosas importantes, de verdad. ¿Por qué va a ser importante lo que yo tengo para decir desde el arte?”

Y tenemos a la vestida de Claudio Rojo, que todo el mundo dice que es el último gran cupletero. Y sí, me di cuenta que tiene algo que nadie más puede —capaz Marcel Keoroglian—, y es que hace reír a la gente, cantando. Te mata cantando y gestualiza de una manera que la gente se ríe mucho. No habla largo, no construye en largo; él canta, remata y te hace reír. Somos los dos cupleteros, pero él es la estrella, entonces hay muchos chistes donde yo le doy el pie y remata él. Y está de más.

Según escuché y los vi el pasado sábado en el Teatro de Verano, por la transmisión de VTV son candidatos a pelear la categoría. ¿Cuánto te importa ganar?

Si vos jugás un campeonato, querés ganar. Esa es la parte fea, porque eso no quiere decir que el segundo o el quinto no estuvieron buenos. A mí me encanta Queso Magro, y me acuerdo de Queso Magro en 2007, y hacían un cuplé de los cupidos y quedó octava o novena, o un año en que la Catalina quedó séptima, ganó Asaltantes con Patente ese año. Y, en realidad, ¿qué preferís? ¿Ganar y que nadie se acuerde dentro de dos años? ¿O quedar quinto y que todo el mundo se acuerde de ese espectáculo? Yo hoy quiero ganar. Pero el año que viene te diré: “Quiero que se acuerden de lo que hice”. Entonces, me interesa, pero me interesa más que se acuerden de lo que hice y que esté bueno.

Me embola un poco eso de que al Teatro de Verano te van a juzgar, y no van a disfrutar el espectáculo. Estoy acostumbrado a que si la gente va al teatro va a disfrutar. Y ahí mucha gente va a medirte, a ver qué onda. Pará… Hace cinco meses estoy trabajando para esto. Realmente es algo digno, porque es un buen espectáculo con profesionales. Tengo un compañero, Rodrigo Cabeda, que es un tipo que canta en el Sodre. Y como él hay otros que son profesionales, de verdad, artistas zarpados. [El director de la murga] Diego Berardi desde octubre no faltó nunca, tuvo todos los ensayos preparados. Iba con el pentagrama, anotaba y cuidaba todo. Entonces, que se sienten ahí a juzgar... es como... “Dale, vení a disfrutar del carnaval. Estás pagando 800 pesos, no sé, ¿y venís a juzgar? Disfrutá, que pagaste 800 pesos, viste cuatro espectáculos muy trabajados. Y estás así con cara de ‘a ver si me hacen reír’”. Eso es lo que me embola del Teatro.

Explicame esa fascinación por el grito: “¡Esto es Peñarol!”, en boca de un danubiano...

Haber dicho eso me generó algunos gritos de varios hinchas, de Peñarol y de Nacional. Creo que el “¡esto es Peñarol!” tiene como una fuerza… es un grito de guerra, para arrancar. “¡Esto es Peñarol!” es un grito de guerra. Yo hice un video en Instagram explicando que la palabra “Peñarol” es 100% uruguaya y me lo discuten algunos. Antes de hacer el video llamé a una lingüista. Llamé a Facultad, averigüé, me dijeron que era confirmado que Peñarol es una palabra uruguaya. Y el barrio se llama por la pulpería de este hombre [N. de R.: se refiere a Juan Bautista Crossa, oriundo de Pinerolo, Italia]. A la pulpería le dicen: “Lo de Pinerolo”, pero como a los baqueanos no les salía en italiano, decían “lo de Peñarol”, y él se terminó apellidando Peñarol.

Era el dueño de la pulpería, era el primer comercio de la zona. Hay un acta donde el loco pide permiso a la ciudad de Montevideo para poner el negocio. Y después empiezan a formar negocios en torno a lo de Crossa, lo de Pinerolo. El concepto de que “¡esto es Peñarol!” mueve montañas me lo enseñó un amigo hincha de Nacional. La feria de la Vía Blanca, la del 8 de Octubre, el 5 de enero, ¿la tenés? Esa feria tiene tramos donde se tranca y podés tardar 25 o 30 minutos en pasar una cuadra. Un día estábamos ahí, estaba muy trancada y mi amigo Matías, hincha de Nacional, me dice: “Mirá esto”. Entonces íbamos empujando, y dice: “Vamos a movernos, ¡porque esto es Peñarol, ¿eh?!” Y se escucha del otro lado, en el camino contrario, que gritan: “¡Vamos Peñarol, vamos!”. Y empezaron a empujar, a empujar, y se destrabó todo, al grito de “¡esto es Peñarol!”. Y el que me lo hizo ver es un amigo que es hincha de Nacional. Me dijo: “No tiene explicación, pero vos decís ‘vamos Peñarol’ en cualquier parte del mundo, y pasan cosas”.

“¿Qué preferís? ¿Ganar y que nadie se acuerde dentro de dos años? ¿O quedar quinto y que todo el mundo se acuerde de ese espectáculo? Yo hoy quiero ganar. Pero el año que viene te diré: ‘Quiero que se acuerden de lo que hice’”

Hay un video de un uruguayo caminando por Brooklyn, el tipo va hablando de Peñarol y pasa un camión y grita: “¡Vamos Peñarol, vamos!”. [Gonzalo] Cammarota juega con el “momento Peñarol” abundante. Y quiero recalcar que a mí no me gusta Peñarol. Me pasa que jugamos contra Peñarol y paso mal. No puedo ir con la camiseta de Danubio porque me la pueden dar, entonces paso mal. Me cae mal Peñarol, eso que genera… pero a su vez, tiene lo otro que es maravilloso. Y empecé a buscar en la cultura uruguaya algo parecido al “esto es Peñarol” y creo que no hay nada tan fuerte, como que te polentea. Porque el “¡Uruguay nomá!” no es un grito de guerra, es un festejo. El “¡Nacional, Nacional!” es lindo, pero es de aliento, no es para empujar. El “¡Cerro, Cerro!” también. El “¡esto es Peñarol!” te polentea, es “vamo’ a salir porque ¡esto es Peñarol!”. Yo no he encontrado un grito en la cultura uruguaya que sea tan fuerte como ese.

Sos padre de cuatro hijos (Franco, Emiliano y las gemelas Clara y Lúa, de 10 años). ¿Cuál es la principal enseñanza que les has dejado a tus hijos?

Son buena gente. Vos ves que son buena gente. Los llevo al fútbol, al básquetbol y vos ves que los amigos los reciben bien. Y son gente bastante sencilla. Tienen posibilidades de ser otra clase de personas, y son sencillos. Es como que me quedo tranquilo de que, si me muero, son buena gente. Son pibes bien. Y, además, independientes, se manejan. Los cuatro se saben hacer un arroz, por ejemplo. Eso es de mi familia, que todos nos sabemos cocinar. Las de 10 y el de 16 saben cocinarse, de hambre no se van a morir.

¿Sos feliz?

Por el momento, sí. Cuando estoy con los gurises o con mis amigos, soy muy feliz.

Por César Bianchi