Por The New York Times | Jack Healy and Edgar Sandoval

UVALDE, Texas — Xavier Lopez, de 10 años, logró formar parte del cuadro de honor el día que lo asesinaron.

Estaba emocionado por compartir la buena nueva con sus tres hermanos, pero los abuelos de Xavier mencionaron que decidió quedarse en la Escuela Primaria Robb tras la ceremonia de fin de cursos para ver una película y comer palomitas de maíz con la otra familia que adoraba: sus compañeros de clase del cuarto grado.

El salón de clases de Xavier, en el que una pesadilla ocurrió cuando un hombre armado irrumpió y mató a diecinueve niños y dos maestras, refleja la unidad característica de Uvalde, una ciudad agrícola mexicoestadounidense en el sur de Texas en el que las vidas están entrelazadas por generaciones de amistades y matrimonios.

Entre las víctimas están Xavier y su novia de la primaria, quien también murió en el tiroteo. También están las primas Jackie Cazares, quien hizo su primera comunión hace dos semanas, y Annabelle Rodriguez, una estudiante del cuadro de honor; así como Amerie Jo Garza, una niña sonriente de 10 años cuyo padre comentó que ella “hablaba con todos” en el recreo y el almuerzo.

El miércoles, sus muertes unieron a Uvalde a través del dolor a medida que los familiares comenzaron a enfrentar el saldo de la masacre escolar más mortal desde el tiroteo de la primaria Sandy Hook, en Newtown, Connecticut, hace diez años.

“¿Por qué? ¿Por qué él? ¿Por qué los niños?”, se preguntó Leonard Sandoval, de 54 años, el abuelo de Xavier, mientras estaba parado afuera del hogar familiar, con uno de los hermanos menores de Xavier a su lado conforme parientes y amistades desfilaban para dejar agua embotellada y pollo frito.

Recordaban a Xavier como un destacado beisbolista y futbolista, quien siempre se emocionaba por ayudar a su padre a hacer trabajo de paisajismo y bailaba en tiktoks con sus hermanos y primos.

Todos en Uvalde, una ciudad de 15.200 habitantes a casi 100 kilómetros de la frontera sur de Estados Unidos, parecían conocer a por lo menos uno de los niños que murieron, asistieron al bachillerato con uno de los padres o abuelos de las víctimas o perdieron a varios familiares.

“Perdí a dos. Mi nieto y una sobrina. Perdí a dos”, comentó George Rodriguez, de 72 años, entre sollozos mientras se bajaba de su camión de reparto de pizza de Domino's para saludar a un amigo la tarde del miércoles.

“Lo sé, lo sé”, respondió el amigo de Rodriguez, Joe Costilla. “También perdimos a nuestra prima”.

La escena se volvió a ver una y otra vez en la larga fila de vecindarios con mucha vegetación y de hogares modestos que rodean la primaria, donde alrededor del 90 por ciento de los 500 alumnos son latinos. Rodriguez relató que asistió a terapia psicológica en el centro cívico el miércoles, pero que le ofreció poco consuelo para su dolor, entonces le pidió a su supervisor en Domino's si podía trabajar un turno.

“No podía quedarme en casa y pensar todo el día en lo que había pasado”, indicó Rodriguez. “Tenía que trabajar e intentar distraer la mente”.

Sacó una fotografía de su cartera en la que aparece Jose Flores (“Mi pequeño Josecito”), de 10 años, a quien Rodriguez narró que crio como un nieto. El niño vestía una camiseta rosa que dice: “Los chicos rudos visten de rosa”. Rodriguez rompió en llanto.

Costilla precisó que era primo político de Eva Mireles, una querida maestra en la primaria Robb que se hacía amiga de niños y adultos con la misma facilidad. A Mireles le encantaba correr maratones y enseñar a sus alumnos de cuarto grado; llevaba diecisiete años como educadora, indicó Costilla. Tenía una hija de veintitantos años y tres perros.

“De verdad era muy cercana a nosotros”, puntualizó Costilla. Pasaron muchos fines de semana juntos cocinando a la parrilla en su patio trasero y lo habrían hecho de nuevo este próximo fin de semana del Día de los Caídos.

“Pero ella ya no está”, expresó Costilla.

Hasta antes de esta semana, la ciudad de Uvalde era tal vez conocida como el lugar de nacimiento del actor Matthew McConaughey y de John Nance Garner, quien fue vicepresidente durante el gobierno de Franklin D. Roosevelt. En 1970, se convirtió en centro de protestas contra la discriminación después de que estudiantes latinos de bachillerato protagonizaron semanas de movilizaciones en las que se salieron de los planteles.

San Juanita Hernandez, de 25 años, una residente de quinta generación, afirmó que sus maestros a menudo invocaban la historia de Uvalde y los nombres célebres cuando exhortaban a ella y a otros estudiantes a hacer cosas grandes.

“Todos los orientadores o entrenadores de futbol americano decían: ‘¿Quién de ustedes nos traerá fama y nos pondrá en el mapa?’”, recordó Hernandez.

A pesar de la proximidad con la frontera y la presencia de una estación en Uvalde de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, los residentes y funcionarios del ayuntamiento señalaron que la mayoría de las personas nacieron en el área y tenían lazos profundos con la historia de los ranchos de la región. En el vecindario donde se ubica la primaria Robb, más del 40 por ciento de los residentes han vivido en la misma casa durante al menos treinta años, según datos del censo.

Las pérdidas compartidas que reverberan por toda Uvalde atrajo a las personas a una misa a las diez de la mañana del miércoles en la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. A medida que ingresaban al edificio, Rebecca y Luis Manuel Acosta comentaron que el tiroteo había tenido un efecto devastador en una comunidad que parecía que no había más de unos cuantos grados de separación entre familias.

“Tengo tanto miedo”, narró Acosta, de 71 años. “Lamento tanto las pérdidas de las madres”.

Los vínculos cercanos se extienden al tirador de 18 años, quien, según las autoridades, llevó a cabo la masacre antes de recibir un disparo mortal de un agente de la Patrulla Fronteriza. Ronnie Garza, un comisionado del condado, señaló que conocía a la abuela del sospechoso, quien sufrió una herida antes del tiroteo en la escuela. Puntualizó que uno de sus nietos también conocían al sospechoso, quien asistía al bachillerato Uvalde.

“Somos una comunidad de fe, de clase obrera, trabajadores agrícolas”, mencionó Garza.

Como en gran parte de Texas, en Uvalde, la propiedad de armas está arraigada de manera profunda en la cultura y el gobierno. El condado de Uvalde, que incluye la ciudad, ha elegido a demócratas conservadores, pero también votó en dos ocasiones por el expresidente Donald Trump. El concejo de la ciudad aprobó una medida en octubre que permite a los trabajadores de la ciudad llevar al trabajo un arma debidamente registrada y el Departamento de Policía de Uvalde ha distribuido candados para armas gratuitos con el objeto de prevenir tiroteos accidentales, según Uvalde Leader-News.

Algunos residentes aseguran que fue inapropiado debatir las políticas de armas del país cuando las familias todavía estaban esperando para enterrar a sus niños. Otros aseveraron que estaban furiosos por la masacre de diecinueve niños pequeños tras otros tiroteos masivos recientes en Texas, incluyendo uno en una iglesia en Sutherland Springs en 2017 y un bachillerato en Santa Fe en 2018.

“Lo que todos quieren decir es oraremos por ti y lamentamos tu pérdida, pero eso ya no es suficiente”, opinó Rogelio M. Muñoz, quien trabajó en el concejo de la ciudad durante catorce años. “Algo tiene que cambiar. Pero lo que me enfurece es que sé que nada va a pasar. Nadie va a hacer una maldita cosa al respecto”. Un letrero que indica los límites de la ciudad en Uvalde, Texas, el miércoles, el día posterior a un tiroteo masivo que dejó un saldo de muertes de diecinueve estudiantes de primaria y dos maestras, el 25 de mayo de 2022. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times) Residentes rezan junto a un policía estatal de Texas en la entrada de la primaria Robb en Uvalde, Texas, el miércoles 25 de mayo de 2022. (Ivan Pierre Aguirre/The New York Times)