Contenido creado por María Noel Dominguez
Entrevistas

Deudas pendientes

“La salud mental del policía es una deuda pendiente”, dice Patricia Noy desde el sindicato

La presidenta del sindicato policial habla de salud mental, vivienda, vocación, sindicalismo y resistencia.

17.12.2025 06:22

Lectura: 7'

2025-12-17T06:22:00-03:00
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Por María Noel Domínguez

A sus 23 años, y con apenas dos de carrera en la Policía, Patricia Noy no creía en los sindicatos. “Decía que estaban para ‘currar’”, recuerda sin rodeos. Pero lo que comenzó con una propuesta insistente de una compañera de tanda se transformó en un camino inesperado: Noy aceptó sumarse, se convenció por los hechos, y hoy preside el Sindicato Policial Nacional (Sipolna), el gremio policial más numeroso del país.

Su historia, atravesada por la vocación, la pérdida y el compromiso, pone el foco sobre un fenómeno cada vez más visible: las condiciones laborales, la salud mental, el endeudamiento y la falta de respaldo institucional dentro de la fuerza. “Amo la Policía, pero también sé que hay muchas cosas que están mal y hay que decirlas”, afirma.

Desde su rol, reclama unidad entre sindicatos policiales, plantea medidas concretas para mejorar el acceso a la vivienda y exige un abordaje real de la salud mental en la Policía. Sin intención de hacer carrera política, asegura que su compromiso es con sus compañeros y que no tiene aspiraciones partidarias: “Yo no soy política: soy policía”.

¿Cómo llegaste al sindicato siendo escéptica?

Yo no creía en los sindicatos. Siempre pensé que estaban para currar. Y cuando arrancó todo el tema de la sindicalización en la policía, yo decía: “Estos no hacen nada”. Pero me lo planteó una compañera de mi tanda, me habló de Patricia, que era muy humana, y empecé a mirar el trabajo que hacían. Tardé meses. Me llamaban y yo decía que no. Pero vi los logros. Un día dije: “Vamos a probar”. Y lo hice sabiendo que, si no funcionaba, tenía que volver a trabajar, con todo lo que eso implica. La Policía es un lugar difícil, donde si te exponés, pagás costos. Apenas di mi primera nota, que fue crítica a la jefatura, al mes me vinieron siete sanciones de hacía dos años. Sabía que me querían dar la baja.

Cuando un policía se quiebra mentalmente, lo primero que tiene a mano es el arma. No hay tiempo para arrepentirse

¿Cuál fue el mayor impacto de ese primer paso?

Entendí que acá hay que animarse a hablar. Pero también supe que te exponés a represalias. El régimen disciplinario se puede usar contra vos. Siempre digo que amo ser policía, pero también tengo claro que hay que dar pelea. Desde chica quise esto. Mis hermanos entraron por necesidad, yo por vocación. Uno de ellos murió en un procedimiento, y yo igual ingresé. Me costó, a mi madre no le gustaba, pero era lo que yo soñaba. Y ya dentro de la fuerza empecé a ver muchas injusticias. Recuerdo una orden totalmente arbitraria de un jefe: me planté y dije que no era procedente. Fue un revuelo. Pero también ese fue un momento en el que vi que, si te plantás, otros te siguen. Eso quedó en mí.

¿Por qué hay tantos sindicatos policiales? ¿Qué impide la unidad?

Falta madurez. Comparado con otros sindicatos que tienen décadas, nosotros recién estamos empezando. Hay egos, protagonismos, falta de diálogo. Nosotros somos el sindicato más grande, tenemos más de 10.000 afiliados, pero si nos uniéramos todos seríamos 18.000. Seríamos un gremio muy fuerte. Se ha intentado más de una vez, pero siempre aparecen diferencias. Y también hay presión política. A veces me dicen que todo es política. Yo no hago política partidaria. No me interesa. No me postulo a nada. Yo estoy acá por mis compañeros, no por un partido.

La salud mental no puede seguir siendo un tema tabú en la policía. Hay que abordarla desde la empatía

¿Cómo enfrentan el tema de la salud mental en la policía?

Es una prioridad urgente. Uruguay ya tiene una de las tasas de suicidio más altas de la región, pero en la Policía el problema es aún más grave por la exposición constante a situaciones traumáticas y la fácil disponibilidad del arma de reglamento. Un civil en crisis puede tener unos segundos para pensar, para arrepentirse, para buscar ayuda. En cambio, el policía tiene el arma al lado. Cuando aparece ese bajón mental, ese clic, no hay margen. Y no se trata solo del arma: muchas veces es la soledad.

Hemos presentado propuestas para abordar el tema de raíz. Una de ellas es que, en el ingreso a la institución, se realicen informes más exhaustivos. No pedimos violar la privacidad, pero sí que el Ministerio tenga algún mecanismo para saber si esa persona tuvo antecedentes de [problemas de] salud mental o situaciones familiares complejas. No se trata de discriminar, sino de prevenir. No podés dar un arma y poner a una persona en la calle sin saber si está preparada para enfrentar lo que viene. Porque después el costo es altísimo para él, su familia y toda la institución.

También falta contención. Tenemos un psicólogo en la puerta de emergencia, pero muchas veces no está. Los compañeros van a buscar ayuda y se encuentran con una sala vacía. Por eso estamos proponiendo un enfoque más humano, más empático. Muchos de los problemas que enfrentan los policías podrían resolverse si simplemente alguien los escuchara. Nos dicen: “Pedí hablar con mi jefe y nunca me atendió”. Esas cosas, que parecen pequeñas, son decisivas. Y del otro lado muchas veces no hay ni tiempo ni voluntad de atender. Ahí es donde queremos trabajar: en recuperar la empatía, en volver a mirar al otro.

¿Y las condiciones de vida? ¿Cómo impacta la falta de acceso a vivienda?

Muchísimo. Muchos compañeros viven en asentamientos, en zonas muy complicadas. No pueden acceder a los planes de vivienda porque están en el clearing. Pero pagan 20.000 pesos de alquiler. Entonces, si podés pagar eso, deberías poder acceder a una cuota. Propusimos que el Ministerio sea garante con el fondo de vivienda que ya nos descuentan, pero no avanzó. Al final, el policía trabaja todo el año en condiciones durísimas, se endeuda para tomarse una semana con la familia, y cuando quiere acceder a algo digno, no puede. Es una cadena injusta que se debe romper.

Muchos de los problemas que enfrentamos se solucionarían con algo tan simple como ser escuchados

¿Qué caracteriza el trabajo cotidiano del sindicato?

Nosotros somos la cara visible, pero hay 60 delegados en todo el país. Hacemos recorridas, visitas a comisarías, hablamos con todos. Hay abogados disponibles todos los días. Atendemos casos de sanciones, traslados, licencias, todo. Y siempre intentamos resolver primero con el encargado directo. No vamos de una al ministerio, porque eso tensiona más. Primero tratamos con el comisario, como compañeros que somos. Si ahí no hay respuesta, sí, vamos más arriba. Pero queremos mantener un vínculo de respeto, no una guerra. Porque todos, desde el comisario hasta el que está en la calle, somos trabajadores.

¿Y cómo ves el futuro del sindicato y de los nuevos policías?

Veo un desafío enorme. Hoy, hay menos compañerismo. Cada uno está en la suya. A veces ya no se preocupan por el otro. Y eso también afecta. Yo quiero dejar algo para las futuras generaciones. No vine a hacer política. Vine a trabajar por mis compañeros y a defender sus derechos. Si un día me voy, será porque me jubilé o porque vuelvo a la calle. Pero no voy a hacer campaña. Ya me lo ofrecieron y lo rechacé. Estoy acá para dejar una estructura que sirva, que proteja, que escuche. Porque esto tiene que seguir más allá de mí.

Por María Noel Domínguez