A lo largo de las últimas ocho décadas, la vida cotidiana en Uruguay cambió profundamente. Sin embargo, ciertos valores —como el cuidado, el bienestar familiar o la búsqueda de confianza— se mantienen, aunque con nuevas formas. Así lo demuestra la investigación “80 años de hábitos, historias y futuro”, impulsada por Unilever, que explora cómo evolucionaron los hábitos de belleza y cuidado personal, lavado de ropa y alimentación entre generaciones de uruguayos.
El estudio, basado en entrevistas en profundidad, grupos focales y una encuesta nacional representativa, propone una lectura cultural del consumo. Lejos de centrarse solo en la tecnología o en la eficiencia, el informe muestra cómo el consumo es también una forma de narrar el tiempo, cuidar a los otros y construir identidad.
De la obligación al disfrute
Uno de los principales hallazgos es el paso de una cultura basada en el esfuerzo y la obligación, a una que valora el confort, la practicidad y el bienestar emocional, sin renunciar a los sentidos simbólicos del pasado. Lo cotidiano ya no se define solo por lo que “hay que hacer”, sino por lo que se elige sostener.
En el ámbito del cuidado personal, el cambio es evidente: antes vinculado casi exclusivamente a la higiene, hoy el autocuidado se relaciona con la salud mental, la autoestima y la desconexión. Marcas como Dove son vistas como referentes de autenticidad y cuidado emocional, y se valoran tanto por su eficacia como por los valores que encarnan: suavidad, respeto, inclusión.
Lavar bien: menos esfuerzo, mismo sentido
En el área del cuidado de la ropa, el estudio revela que si bien las tareas se automatizaron y tecnificaron, no perdieron su dimensión afectiva. Lavar sigue siendo una forma de cuidar, de transmitir valores, de presentarse al mundo. Las marcas históricas como Skip y Nevex mantienen su relevancia por conjugar modernidad y memoria. La percepción de “ropa limpia” como señal de respeto y decencia se sostiene en todas las generaciones.
Lo que cambia es la forma: más automatización, menos tiempo invertido, pero igual atención a los detalles sensoriales —textura, aroma, eficacia— que transforman una rutina en una experiencia de confianza.
Comer bien: entre el recuerdo y la practicidad
En el plano de la alimentación, el informe destaca una transformación en tres dimensiones: tiempo, conocimiento y sentido. Cocinar ya no es un mandato, sino una elección. Las recetas familiares siguen presentes, pero se adaptan a nuevos ritmos, dispositivos y saberes compartidos en redes sociales. Las marcas que logran mantener el sabor de siempre y a la vez facilitar la preparación son las que generan mayor lealtad.
Knorr, Hellmann’s y Savora son percibidas como aliadas en esta transición: conservan el sabor que remite al hogar, mientras acompañan la aceleración de la vida urbana y la preocupación por la salud. El ideal ya no es solo “comida casera”, sino comida accesible, sabrosa y sin culpa.
Mirada hacia el futuro
El estudio también indaga en las expectativas para el futuro. Tres conceptos dominan el imaginario: automatización, sustentabilidad y emoción. Se espera que las tareas del hogar se simplifiquen aún más, pero que los productos mantengan su dimensión afectiva, ética y sensorial.
Las nuevas generaciones imaginan productos que no solo funcionen, sino que respeten el entorno, no sean testeados en animales y ofrezcan soluciones inclusivas. El cambio no se vive como ruptura, sino como una evolución que permite ganar autonomía sin perder el vínculo con lo que importa.
El consumo como gesto cultural
Uno de los aportes más valiosos de esta investigación es que coloca al consumo no como un acto individual y aislado, sino como un gesto cultural. Lavarse, cocinar, cuidar la ropa o el cuerpo no son simplemente tareas: son maneras de habitar el tiempo, sostener la memoria y proyectar futuros posibles.
Y en ese camino, las marcas que logran perdurar son aquellas que, como señala el estudio, no solo entregan resultados, sino que acompañan procesos vitales con coherencia, empatía y sentido.