Contenido creado por María Noel Dominguez

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POR THE NEW YORK TIMES

¿Eres feliz? Tu jefe quiere saber

“Encontrar placer en el empleo aporta perfección al trabajo”, dijo Ridge al principio citando al filósofo griego.

18.05.2022 06:59

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2022-05-18T06:59:00-03:00
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Garry Ridge, quien dirige la compañía química WD-40, tiene un estilo de liderazgo guiado por dos principios: Aristóteles y Larry Fink, el director ejecutivo de BlackRock.

“Encontrar placer en el empleo aporta perfección al trabajo”, dijo Ridge al principio citando al filósofo griego.

Después, tomó un memorando reciente de BlackRock. “Las compañías que forjaron vínculos sólidos con sus empleados han visto niveles más bajos de rotación de personal y mayores rendimientos durante la pandemia”, leyó Ridge en voz alta.

Puntualizó lo anterior con su propio comentario: “Bueno, ¡pues, obvio!”.

WD-40, que viene en una lata de colores azul intenso y amarillo, y es habitual en muchos hogares con puertas que rechinan, es un producto de limpieza con una fórmula secreta que puede aflojar un tornillo oxidado, quitar marcas de crayones de la pared, retirar insectos muertos del parabrisas del auto y eliminar el óxido de la cadena de una bicicleta. A Ridge le gusta recordarles a los casi 600 empleados de sus 17 oficinas lo útil que es su trabajo.

No obstante, también cree que algunos se mantienen motivados por la cultura poco ortodoxa de la empresa. WD-40 no tiene gerentes, solo mentores. Los trabajadores pueden hacerse acreedores a los Premios “Madre Teresa” por dar su “tiempo, talentos y tesoros” a la comunidad. Es posible que les recuerden a sus colegas durante las reuniones que pueden crear “recuerdos positivos duraderos” juntos.

Mucho antes de la pandemia, una gran cantidad de gente era escéptica de las compañías que se autopromovían como lugares dedicados a mantener felices a los trabajadores. Algunas compañías tecnológicas contaban con oficinas parecidas a campus universitarios que tenían albercas de pelotas y resbaladillas. Otras oficinas ofrecían bufés de almuerzo y vino rosado helado. Además, algunas asignaban cada vez más empleados a evaluar la felicidad del personal mediante encuestas y a menudo contrataban consultores para incrementar la diversión en el lugar de trabajo.

Para algunas personas, la búsqueda de la felicidad en el lugar de trabajo (y su precio asociado, como un programa para gerentes de 18.000 dólares sobre cómo liderar equipos felices) puede parecer una alquimia corporativa que intenta convertir emociones en productividad. Puede sentirse como un empujoncito para sonreír y hacer a un lado exigencias que son menos convenientes para los jefes, como el trabajo remoto y una mayor remuneración.

Esas críticas se han vuelto más apremiantes conforme los trabajadores y los patrones tienen discusiones sobre los planes de regreso a la oficina, en lo que los economistas siguen describiendo como un mercado laboral ajustado (cuando el empleo es casi pleno y la contratación se dificulta). Algunos trabajadores afirman que prefieren flexibilidad o aumentos ajustados a la inflación, no incentivos corporativos como un concierto de la cantante Lizzo para los empleados de Google y las degustaciones de cerveza en Microsoft.

“Es como si dijeran: ‘No voy a ayudar a que definas tu horario con antelación de una manera que te ayude, pero toma un código de descuento’”, comentó Jessica Martinez, de 46 años, una ejecutiva de programas en una fundación global que desde hace tiempo ha realizado “miércoles de vino” y ahora distribuye regalos relacionados al regreso a la oficina, tales como botellas de agua.

“Las personas intentan que todo vuelva a la ‘normalidad’, pero la verdad es que lo normal era terrible para algunos individuos. ¿Por qué no solo darle a la gente lo que realmente quiere?”, mencionó.

En algunos lugares de trabajo, la “felicidad” puede que signifique permitir que los empleados elijan a sus propios supervisores. Puede significar eliminar las evaluaciones de desempeño. Lo tradicional es que también implique medir los niveles de felicidad (aunque no todos están de acuerdo siquiera en lo que significa la felicidad). Revisen las opiniones del dalái lama, Dale Carnegie y Barbara Ehrenreich para empezar.

En los últimos años, los economistas y psicólogos conductuales han demostrado a los empleadores que su fijación en la positividad tiene una justificación en el ámbito empresarial. Un estudio publicado en Journal of Labor Economics descubrió que las personas que comieron chocolates y vieron programas de comedia (generadores comunes de felicidad) fueron un 12 por ciento más productivas que un grupo que no recibió el estímulo. Otro estudio en Journal of Financial Economics encontró que las compañías que aparecen en la lista de los 100 mejores lugares de trabajo tienen una rentabilidad para los accionistas más alta que sus pares.

“Hay evidencia de que entendemos mal la flecha causal de la felicidad”, opinó Laurie Santos, una científica cognitiva que imparte la popular clase sobre felicidad en la Universidad de Yale. “Piensas: ‘Me siento productivo en el trabajo y las cosas van bien en el ámbito laboral y por ello me siento feliz’. Sin embargo, la evidencia parece indicar que la otra flecha también existe, que la felicidad de verdad puede afectar tu desempeño laboral”.

La noción de que las empresas deberían preocuparse por la felicidad surgió con el aumento de los trabajos no manuales, expresó Alex Edmans, un profesor de Finanzas en la Escuela de Negocios de Londres. A medida que la producción laboral se volvió más difícil de medir (cuando cambió a la calidad y cantidad de ideas, en vez del número de tachuelas fabricadas o de tapas colocadas a los tubos de pasta de dientes), los gerentes determinaron que debían asegurarse de que sus empleados se sintieran motivados. La compensación importaba, pero también cómo se sentían las personas en el trabajo.

No obstante, muchas personas consideran que los trabajadores corren un riesgo al creer que sus empleadores están cultivando una relación emocional con ellos, cuando en realidad la relación se trata de dinero.

“Tu jefe no está ahí para proporcionarte felicidad”, puntualizó Sarah Jaffe, autora del libro “Work Won’t Love You Back”. “No importa cuánto digan que se están enfocando en la felicidad, se están enfocando en las ganancias”.

“Le están pagando a alguien para incorporar esta cultura nueva y emocionante de felicidad en el lugar de trabajo”, agregó Jaffe. “Me gustaría saber cuánto está gastando mi jefe”.

La flexibilidad de trabajar desde casa ha hecho que algunos trabajadores se sientan más cómodos de decirles a sus empleadores lo que realmente los hace felices (la libertad de pasar tiempo en familia, y no cenas gratis en la oficina).

“Tener cereal en el comedor de empleados no compensa el hecho de que no puedas recoger a tus hijos de la escuela”, señaló Anna King, de 60 años, una madre de familia que trabaja en una compañía de servicios públicos energéticos en Portland, Oregón. “La verdadera preocupación es: ¿tus empleados se sienten parte del equipo? ¿No porque estén jugando ping pong juntos, sino porque están logrando metas reales y trabajando en horarios decentes?”.

Ahora que millones de trabajadores hacen exigencias audaces a sus empleadores, en especial, sobre flexibilidad permanente, algunos afirman que enfocarse en la felicidad es una distracción. Después de todo, los Premios “Madre Teresa” no mejoran las condiciones laborales y, de hecho, pueden alentar a los trabajadores a invertir más horas en su comunidad corporativa a costa de su vida personal.

“No creo que estas cosas, como la meditación o lo que sea que los empleadores estén haciendo para incrementar el bienestar, sean malas iniciativas. Sin embargo, no son sustitutos para los salarios decentes, las prestaciones decentes y un horario saludable”, precisó Heidi Shierholz, presidenta del Instituto de Política Económica, un grupo progresista de expertos.

Para algunas personas, la búsqueda de la felicidad en el lugar de trabajo (y su precio asociado, como una “maestría en felicidad” para gerentes de 18.000 dólares) puede parecer un intento corporativo para convertir emociones en productividad. (Igor Bastidas/The New York Times)