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En primera persona

La vida en barrios privados: “Hay algo muy liberador en no estar siempre alerta”

Tres familias cuentan por qué eligieron esta opción y cómo les cambió la rutina diaria, los vínculos y la crianza de sus hijos.
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No todos lo tenían planeado. Algunos ni siquiera sabían que esa opción existía. Pero una vez que entraron —por curiosidad o por descarte—, supieron que habían encontrado su lugar.

“Fue automático. Apenas llegamos al barrio, supe que quería vivir acá. La tranquilidad se sentía en el aire”, dice a Montevideo Portal una mujer uruguaya, de 37 años, madre de dos hijos pequeños, que trabaja en el ámbito de la educación y desde hace dos años vive en un barrio semiprivado dentro de Montevideo.

Los motivos se repiten: seguridad, calidad de vida, espacio, infancia sin miedo. Pero cada historia tiene sus matices. Algunas comenzaron buscando un apartamento con jardín en Carrasco y terminaron mudándose a un barrio cerrado sin haberlo considerado antes. Otras partieron de un deseo más profundo: el de recuperar algo que parecía perdido.

“Yo crecí en una casa, en Buenos Aires. No en un barrio privado, pero sí con espacio, con aire. Cuando llegamos a Uruguay en 2018, con dos hijos chicos, tenía claro que quería darles eso: libertad, pero con seguridad”, cuenta un empresario argentino, padre de dos hijos, que hoy vive en un barrio privado en Canelones.

Él viene de años de experiencia internacional —vivió en Madrid antes de mudarse al país— y encontró en Uruguay una escala intermedia entre ciudad y naturaleza. “La ubicación fue clave. Es una zona muy tranquila, con mucha paz. A veces toca manejar un rato largo, sí, pero no me arrepiento de la elección. No la cambio por nada”, expresa.

La decisión, para él, fue tanto racional como emocional. “La seguridad pesa mucho, sí. Pero también el estilo de vida. Acá no me preocupo si los chicos andan en bici solos, si mi mujer vuelve tarde. Hay algo muy liberador en no estar siempre alerta”, reflexiona.

Foto ilustrativa: Pixabay

Foto ilustrativa: Pixabay

Un uruguayo consultado, también padre de dos hijos, pone como ejemplo que desde que se mudó al barrio privado una de las cerraduras de la puerta no funciona y esto no les preocupa, porque nunca hubo ningún problema en cuanto a seguridad. Antes vivía junto a su familia en Punta Carretas y siente que el cambio fue radical, y se acostumbraron rápido a esa nueva vida.

Esa “otra vida” de la que todos hablan tiene múltiples formas. Se traduce en rutinas nuevas: más aire libre, menos pantallas, horarios que se extienden al aire libre sin temor. “Empezamos a salir a correr de noche, a ir a la plaza después de cenar, cosas que antes no hacíamos”, relata la educadora.

También cambia la manera de criar. “Este fue el principal motivo por el que nos mudamos: criar a nuestros hijos en un entorno tranquilo. Que tengan jardín, que se muevan por el barrio, que puedan ir a la plaza sin que uno esté corriendo atrás. Se han hecho algunos amigos, sobre todo los hijos de amigos nuestros o compañeros del colegio. Y hay cierta comunidad. Nos cruzamos en la plaza, compartimos un mate, organizamos partidos de fútbol entre vecinos”, dice el empresario argentino. 

Aunque el vínculo entre vecinos varía según el barrio y las dinámicas familiares, todos coinciden en que hay un clima de respeto y cierta complicidad. Los encuentros suelen darse en la plaza o en fechas especiales como Halloween en la que los niños salen a las calles. 

Servicios, normas y ritmos propios

Los barrios privados y semiprivados comparten características como la seguridad, el acceso controlado, espacios verdes, y servicios comunes que buscan ofrecer calidad de vida y un entorno seguro. También se pueden identificar similitudes si se trata de los tamaños de los barrios, y de la tipología y el diseño urbanístico, paisajístico y residencial.

Las diferencias entre estos se observa principalmente en los servicios comunes agregados: club house con gimnasio, piscina y salón de eventos suelen estar presentes en todos. También canchas de golf, tenis, pádel, huertas o viñedos. Incluso, se pueden encontrar colegios privados dentro y en los alrededores, así como centros comerciales con restaurantes, farmacia, petshop y minimarket disponible para los vecinos de la zona. “El barrio tiene de todo. Mi esposa va a jugar al pádel de vez en cuando y usamos los juegos para los niños. Saber que está todo eso suma”, cuenta el empresario que llegó del país vecino.

Foto ilustrativa: Pexels

Foto ilustrativa: Pexels

En Uruguay, los barrios privados son predios cerrados donde todo —calles, servicios y áreas comunes— es de propiedad privada, con acceso exclusivamente para residentes e invitados autorizados. En cambio, los semiprivados cuentan con vigilancia y un único ingreso controlado, pero sus calles siguen siendo públicas, lo que legalmente permite la circulación de cualquier persona, aunque en la práctica el acceso esté más limitado. 

“En nuestro caso el barrio no es cerrado del todo, pero se siente muy seguro. Hay vigilancia. Para nosotros, es vivir como hace muchos años: los niños dejan los juguetes en la vereda, y un vecino te los alcanza. El desafío es enseñarles que no todo el mundo vive así”, expresa la entrevistada.

También hay normas internas. Circulación, horarios, reciclaje, limpieza. Pero nadie las vive como una imposición, sino como las típicas normas de convivencia que hay en cualquier edificio o comunidad.

Aunque todos mencionan que es fácil “aislarse” si uno quiere, ninguno de los entrevistados siente estar desconectado porque tienen vínculos fuera y trabajan en barrios de Montevideo como Ciudad Vieja, La Blanqueada y Pocitos. 

Los testimonios creen que es fácil desenchufarse y que a veces el círculo se vuelve más reducido porque se arman planes entre vecinos o personas cercanas, pero que los contactos fuera y la cercanía a Montevideo hace que no se desvinculen. Ven su vida en barrio privado como una respuesta a una necesidad del presente y están seguros de que no volverían atrás. “No me arrepiento para nada. Es otro tipo de vida. Menos ruido, menos apuro, más libertad. Aunque eso implique vivir dentro de un perímetro marcado”, concluye el empresario argentino.

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