“La sostenibilidad básicamente es tener resuelta la comodidad de las generaciones actuales sin comprometer los recursos de las futuras. Es una obligación moral”. Así lo resume el arquitecto Eliseo Cabrera, coordinador académico del Diploma de Especialización en Arquitectura Sostenible de la Universidad ORT. Esa definición en la práctica tiene un peso enorme, ya que, según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la construcción es responsable del 30% de los gases de efecto invernadero a nivel global.

Ese impacto se genera tanto en la etapa de obra —extracción y transporte de materiales, procesos constructivos— como durante la vida útil de los edificios, a través del consumo energético o el confort térmico. Cabrera insiste en que este último punto es clave: “Una obra dura meses, pero el gasto energético se acumula durante décadas”.

Si bien Uruguay se destaca en la región por su matriz eléctrica renovable, con más del 90% de generación proveniente de fuentes limpias, el debate sobre materiales es central. El acero y el hormigón figuran entre los que más contribuyen a la huella de carbono, mientras que alternativas como la madera industrializada ofrecen mejores desempeños ambientales. “Uruguay tiene una fuerte cultura del ladrillo. El chanchito del ladrillo es nuestro símbolo de ahorro y estabilidad. Modificarlo implica un cambio cultural profundo”, expresa el arquitecto, pero reconoce que ya están surgiendo cambios.

Para que ese cambio suceda, cree que se necesitan reglas claras. “Si no hay exigencia, no hay cambio real”, enfatiza, recordando el ejemplo de Montevideo en 2012, cuando se obligó a colocar doble vidrio hermético en ventanas de fachadas orientadas al sur. Al principio hubo resistencia, pero la norma consolidó un mercado competitivo y accesible, señaló. Otras medidas actuales, como el sello de eficiencia energética que promueve el Ministerio de Industria, Energía y Minería clasifica a las edificaciones según su desempeño energético, ha sido un paso importante.

Más allá de las normativas, el mercado empieza a moverse. Una “generación esperanza” de consumidores jóvenes demanda proyectos más responsables, y los bancos ya ofrecen líneas de crédito diferenciales para los que incorporan eficiencia. Además, la sostenibilidad no es solo un compromiso ambiental: implica ahorro. Cabrera ejemplifica que instalar un sistema fotovoltaico en un edificio de dos millones de dólares cuesta unos 30.000 dólares, un monto marginal frente al presupuesto total, y permite cubrir ascensores y bombas con energía propia para reducir gastos comunes.

Foto: Freepik

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El arquitecto utiliza un ejemplo ilustrativo: “Nunca escuché en una reunión que alguien diga: ‘Me compré este apartamento porque consume menos energía de calefacción’, pero sí se presume de tener un auto eficiente. Y, sin embargo, el ahorro en una vivienda es diez veces mayor que el de un coche”.

El camino también requiere distinguir entre proyectos auténticos y estrategias de marketing. “Hay mucho greenwashing. No es lo mismo una fachada decorada con madera que una estructura verdaderamente sostenible”, advierte.

Ejemplos internacionales muestran el potencial. Cabrera estuvo de visita en Japón en donde pudo comprobar la resistencia de casas de madera revestidas con tablas quemadas que se conservan desde hace siglos sin necesidad de mantenimiento. En Uruguay, aunque todavía son pocos, ya se ven edificios que apuestan a tecnologías más limpias y también al uso de este material.

Cabrera se muestra optimista. Reconoce que “el mercado está cambiando” y que los desarrolladores que apuestan a la sostenibilidad no salen perdiendo, pero también insiste en que el compromiso debe ser colectivo. Gobiernos, inversores, arquitectos y consumidores tienen un papel ineludible: “Uruguay firmó un compromiso de reducir emisiones. La construcción es una forma clave de lograrlo. Lo que falta es animarse a exigir y a cambiar”, concluye.