¿Vivir con otras personas sin tener un vínculo familiar o de amistad? ¿Compartir espacios comunes, gastos y dinámicas cotidianas en viviendas pensadas desde lo colectivo? En Montevideo y otras ciudades de América Latina, estas preguntas dejaron de ser solo ensayos para convertirse en opciones concretas: el coliving y la copropiedad ganan terreno como nuevas formas de habitar.

El sociólogo urbano Víctor Borrás propone analizarlas como parte de un fenómeno más amplio, que expresa transformaciones sociales, económicas y culturales: “El coliving y la copropiedad pueden entenderse como nuevas formas de convivencia colectiva, aunque muy distintas entre sí. En cualquier caso, están lejos de ser meramente modas: hay elementos estructurales que las explican”, dice en conversación con Montevideo Portal.

Históricamente —señala Borrás apoyándose en el investigador Pedro Abramo— las personas accedieron a la vivienda por tres vías: a través del mercado, mediante políticas estatales o por necesidad, como sucede con los asentamientos. En Uruguay, la experiencia cooperativa representa una cuarta vía: el acceso colectivo y autogestionado a la vivienda, aunque con particularidades propias.

Frente a esas formas tradicionales, el coliving aparece como una opción más reciente, impulsada por tres grandes factores, según Borrás: transformaciones demográficas, preferencias individuales y dinámicas del mercado.

“Las personas viven más años, se retrasa la paternidad y maternidad, y es más frecuente vivir solo o en hogares no tradicionales”, explica el sociólogo. Este panorama configura nuevas necesidades habitacionales que el mercado empieza a captar. “Hoy hay gente que no busca el apartamento en Pocitos para vivir con su pareja e hijos, sino espacios flexibles, céntricos y que prioricen la cercanía con el trabajo o la posibilidad de compartir gastos”, ejemplifica.

Foto: Freepik

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Es ahí donde surgen los nuevos productos residenciales: monoambientes con áreas comunes, viviendas con servicios integrados, comunidades planificadas. El coliving —que suele atraer a jóvenes profesionales con educación terciaria— es una de las formas más visibles.

¿Respuestas o productos?

Algunos enfoques leen estas tendencias como una adaptación legítima a nuevas formas de vida. Otros, con mayor distancia crítica, señalan que el capital inmobiliario ha sabido identificar oportunidades en estos cambios: “Son productos residenciales dirigidos a un segmento con capacidad adquisitiva, impulsados muchas veces por políticas de promoción de la vivienda como las exoneraciones fiscales”, indica Borrás.

Eso no implica desestimar los aspectos positivos. Proyectos como Carpe Diem, autogestionado por personas mayores que desean envejecer en comunidad, muestran que también existe una búsqueda de vínculos, afectividad y experiencias colectivas que desafían el modelo tradicional de familia nuclear. “Hay una disputa histórica entre una ciudad más comunitaria y una más individualista. Estas experiencias reactivan ese debate”, expresa Borrás.

Sin embargo, el fenómeno no es neutro. Borrás advierte que muchas de estas propuestas tienden a concentrarse en zonas con potencial de valorización: “Se genera presión sobre barrios como Cordón, Palermo o Ciudad Vieja, y eso puede profundizar procesos de segregación residencial ya que Montevideo ya es una ciudad fragmentada”, reflexiona.

La ciudad que se viene

Para Borrás, más que una moda, estas formas de habitar reflejan tensiones que existen desde los orígenes del urbanismo moderno. “El coliving no es tan novedoso como parece: los sectores populares latinoamericanos siempre vivieron colectivamente. Lo que cambia ahora es el tipo de población que lo adopta y cómo el mercado responde”, señala.

Con matices y distintas escalas, estos estilos de vida compartidos invitan a repensar cómo habitamos la ciudad. “Hay que mirar más allá del caso puntual y ver qué procesos expresan”, concluye Borrás.