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El nacimiento del Uruguay moderno

Nacimiento del Uruguay moderno (59)

La cúspide de los británicos, influencia argentina y brasileña y el ciclo estadounidense

Una política exterior pendular ante los dos vecinos y la influencia de británicos, franceses y estadounidenses a lo largo de dos siglos.

05.06.2025 16:15

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2025-06-05T16:15:00-03:00
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Por Miguel Arregui
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El Victoria Hall, ubicado sobre la calle Río Negro, en el Centro de Montevideo, fue inaugurado con un elegante baile el 14 de noviembre de 1902. Diseñado como sala de baile y conservatorio por el arquitecto y maestro de obras John Adams, fue financiado por la comunidad británica en Uruguay en homenaje a la reina Victoria, fallecida en enero de 1901, quien dio nombre a una extensa era dorada imperial.

La sala (hall) quebró en 1906, por lo que pasó a manos de la British Cementery Society, o Sociedad del Cementerio Británico, la más rica de las organizaciones inglesas en Uruguay (ver capítulo 28). Durante cuatro décadas se utilizó para recepciones, homenajes, bailes, obras de teatro, reuniones de la Lodge Acacia y una gran variedad de actividades.

El Victoria representó la cúspide de la influencia británica en Uruguay, ya muy alta desde tiempos de la independencia, simbolizada por el Templo Inglés, inaugurado en 1845 dentro del Montevideo sitiado por la Guerra Grande (ver capítulo 28).

Gerentes, administradores y abogados de las empresas de capital británico, junto a sus familias, crearon sus propias agrupaciones sociales, educativas y deportivas, e incluso contaron con medios de prensa que respondían a sus intereses, como The Montevideo Times y The Uruguayan Weekly News, escritos en inglés. Con el tiempo, estas instituciones fueron abriéndose hasta integrarse a la sociedad uruguaya; por ejemplo el Hospital Británico o The British Schools. El Montevideo Cricket Club, en tanto, introdujo varias especialidades deportivas —entre ellas el rugby y el fútbol, un deporte que adquiriría enorme significación para los uruguayos en el siglo XX— en una sociedad hasta entonces ajena a los ejercicios físicos (1).

La banda oriental del río Uruguay, un territorio relativamente pequeño y abierto, a lo largo de su historia estuvo sujeta a la influencia de diversos actores internacionales: españoles, portugueses, argentinos, brasileños, italianos, franceses, británicos, germanos, estadounidenses —hasta el fortísimo arrastre actual de China, transformado en el principal comprador y proveedor uruguayo en las primeras décadas del siglo XXI.

El influjo francés

La matriz italiana y española de la mayoría de los inmigrantes hacia el Río de la Plata ya ha sido reseñada (ver capítulos 2527); sin desdeñar la muy amplia influencia indígena, sobre todo guaraní, y africana venida con los esclavos. El mestizaje fue mucho más común de lo habitualmente aceptado, sobre todo en el norte del río Negro, e impregna la toponimia, el lenguaje y ciertas costumbres y hábitos alimenticios. Según la investigadora Mónica Sans, del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, alrededor de un tercio de la población uruguaya tiene genes indígenas en su cuerpo (2). Según el censo nacional de 2011, el 7,8% de la población uruguaya se reconoce como afro o negra y 4,9% como indígena.

La influencia de Francia ha sido más cultural que económica, a caballo de una corriente de inmigrantes de ese origen, que fue significativa en ciertos períodos del siglo XIX (aunque muchas veces se tomaba por franceses a los vascos venidos de los Pirineos, una asociación dudosa).

El sello francés tuvo importancia decisiva en aspectos culturales, educativos, jurídicos e institucionales, con el Liceo Francés y la Alliance Française como punta de lanza. En tiempos de las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), los uruguayos sintieron la causa de Francia como propia. Alrededor de un centenar de jóvenes franceses o hijos de franceses que vivían en Uruguay fueron como voluntarios a pelear por Francia durante la Gran Guerra.

Una numerosa colonia francesa se instaló en Montevideo durante la Guerra Grande (1839-1851). En 1847, durante el sitio de la capital uruguaya por los blancos de Manuel Oribe y los federales de Juan Manuel de Rosas, el estadista e historiador francés Adolphe Thiers reclamó en el Parlamento: “Esa república de Montevideo ha sido impulsada a la guerra por Francia. El bloqueo de Buenos Aires no ha sido posible sino porque Montevideo nos ha suministrado medios de refresco para nuestros buques, víveres, abrigo, reparo, en una palabra, lo que se llama una base de operaciones. ¿Sabéis quiénes gobiernan en Montevideo? Jóvenes muy distinguidos, educados a la francesa. ¿Sabéis lo que es Montevideo? Es una ciudad francesa, de cultura francesa, de gente francesa […]. Es un gobierno formado por nosotros y para nosotros. Nuestra colonia de Montevideo”.

Argentinos y orientales

Las relaciones de Uruguay con Argentina han sido tan estrechas como suspicaces, propias de un mismo pueblo, o casi, que se expresa en dos Estados.

El muy porteño Jorge Luis Borges en su Milonga para los orientales (1965) se refiere del siguiente modo a la patria de dos de sus abuelos:

El sabor de lo oriental
con estas palabras pinto;
es el sabor de lo que es
igual y un poco distinto.

Como los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y a gloria.

Hombro a hombro o pecho a pecho,
cuántas veces combatimos.
¡Cuántas veces nos corrieron,
cuántas veces los corrimos!

Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas.

Los lazos culturales y familiares han sido y son muy intensos entre los dos Estados del Río de la Plata. Y siempre ha sido muy significativa la inversión argentina en Uruguay: en tierras, viviendas, empresas, depósitos bancarios e instrumentos financieros. También son argentinos la mayor parte de los turistas extranjeros que ingresan a Uruguay.

Históricamente, la política exterior de Uruguay ha procurado neutralizar las intenciones agresivas de un vecino encarándolo con el otro; o bien solicitando resguardo británico o estadounidense.

Durante la guerra civil de 1904 el presidente argentino Julio A. Roca prestó un apoyo apenas encubierto a los rebeldes de Aparicio Saravia, lo que motivó al gobierno de José Batlle y Ordóñez a solicitar la presencia de barcos de guerra estadounidenses en el Río de la Plata.

Política pendular con los dos vecinos

La tesis de la “costa seca”, sostenida por el canciller argentino Estanislao Zeballos durante el mandato de Claudio Williman en Uruguay (1907-1911) marcó uno de los momentos más difíciles de la relación bilateral. En abril de 1908 la Armada argentina incluso realizó maniobras y cañoneos en torno a la isla de Flores y el banco Inglés, muy cerca de la costa uruguaya. La activa política del gobierno brasileño de entonces, encabezada por su canciller, el barón de Río Branco, que en 1909 aceptó modificar los límites del río Yaguarón y la laguna Merín a favor de las tesis uruguayas, significó un respaldo decisivo, y ello desembocó en el protocolo Ramírez-Sáenz Peña, que permitió superar transitoriamente el problema. Recién en noviembre de 1973 los presidentes Juan Domingo Perón y Juan María Bordaberry firmaron un tratado que permitió superar definitivamente las diferencias limítrofes en el Río de la Plata y su frente marítimo.

Cuando el serio conflicto por la fábrica de celulosa que la finlandesa Botnia construyó en Fray Bentos, el gobierno del izquierdista Tabaré Vázquez, desilusionado con la actitud patoteril del argentino Néstor Kirchner y la prescindencia del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, pidió y obtuvo la visita del presidente estadounidense George W. Bush en marzo de 2007. “Llámenme cuando me necesiten”, dijo Bush públicamente, en tono casual.

En el largo plazo Argentina perdió importancia relativa como cliente de Uruguay en comparación con Brasil, una potencia que intervino directamente hasta 1865, cuya diplomacia ha sido más estable y cuya economía, lentamente, fue ganando peso en el mundo (en 2024 el producto bruto brasileño era entre tres y cuatro veces más grande que el de Argentina, y entre 30 y 40 veces el de Uruguay).

Una parte significativa de las mayores empresas actuantes en Uruguay a principios del siglo XXI son de capitales brasileños, particularmente en la industria frigorífica.

Estados Unidos y Gran Bretaña

Desde el proceso independentista de principios del siglo XIX, y aún más allá, Estados Unidos fue, para la América española insurgente, a la vez modelo e inspiración. La revolución estadounidense, iniciada en 1775, tres lustros antes que la francesa, era el ejemplo más acabado de una rebelión triunfante que había instaurado una estructura política funcional y exitosa, y por ello fueron constantes las referencias a ella en todo el territorio americano y, muy en particular, en la Banda Oriental (1).

Los gobiernos de Uruguay se alinearon firmemente junto a Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y durante la Guerra Fría que se extendió entre 1948, cuando el bloqueo soviético de Berlín, y 1991, con la disolución de la Unión Soviética.

Pero la importancia de Estados Unidos, principal potencia económica, comercial, política y militar de casi todo el siglo XX, fue relativamente secundaria ante el peso de las inversiones y del sello cultural de los vecinos y de los europeos.

La influencia británica en Uruguay fue muchísimo más importante y directa durante siglo y medio: entre las invasiones de 1806 y la venta de los grandes servicios públicos, como el ferrocarril, a mediados del siglo XX.

Los británicos fueron decisivos en la negociación de la independencia oriental en 1827-1828, según se vio en los capítulos 7 y 8 de esta serie; y representaron la principal fuente de inversión en toda clase de activos (ver el capítulo 28 y posteriores).

Empresarios británicos introdujeron nuevas formas de explotación agropecuaria y mejoraron las razas animales. Los ingleses también fueron ampliamente predominantes en servicios como ferrocarriles, tranvías, agua potable, producción y suministro de gas, iluminación eléctrica, telégrafos y teléfonos.

“Uruguay es un país que ha sido construido por el capital británico y la empresa británica”, escribió en 1907 el ministro (embajador) Robert J. Kennedy al ministro de Relaciones Exteriores, Edward Grey (3).

En 1911 las inversiones inglesas en Uruguay sumaban unos 50 millones de libras esterlinas, que equivalían a 235 millones de pesos, con los que por entonces se podrían comprar 3,5 millones de hectáreas de campo, “el 22% del suelo apto para ganadería y agricultura en el país”, estimaron José Pedro Barrán y Benjamín Nahum.

El ferrocarril de capital británico retribuyó en 1908 entre 2,5 y 6% de la inversión; Montevideo Gas un 8%; Montevideo Waterworks Company, 6%; Montevideo United Electric Tramways Co, 6%; y Montevideo Telephone Co, 7%. Los cuatro bancos de capitales británicos que operaban en Uruguay pagaban a sus accionistas dividendos que iban del 12 al 20%. El principal de ellos, el Banco de Londres y Río de la Plata, recibía del gobierno uruguayo el 45% de las rentas de aduana, una suma enorme, y las remitía a Londres al Consejo de Tenedores de la Deuda Consolidada, según el acuerdo de 1891 para superar el default de ese año. La mayoría de los seguros también eran signados con bancos británicos (3).

El 57% de los barcos que ingresaron al puerto de Montevideo en 1912 tenían bandera británica; y entre 25 y 30% de los productores importados por Uruguay entre 1906 y 1915 provinieron de Gran Bretaña. Las exportaciones sin embargo eran distribuidas en diversos destinos europeos, y sobre todo en Brasil y Argentina, que concentraron el 33,4% del total en el período 1897-1901 (4).

Solo el inicio de la era de los grandes frigoríficos Swift y Armour —de capitales estadounidenses— entre 1912 y 1917 comenzó a opacar la importancia del capital británico en Uruguay, que decaería lentamente, al igual que su poderío económico y militar, hasta las grandes estatizaciones de empresas de servicios públicos durante el gobierno de Luis Batlle Berres (1947-1951).

El 27 de noviembre de 1947 el Victoria Hall fue adquirido en remate público por el Banco de Seguros del Estado, que lo utilizó como depósito de papeles antes de cederlo a un par de grupos de teatro independiente. Todo un epílogo para la influencia de la vieja Britannia que gobernó los mares y lideró la revolución industrial.

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(1)  Ver artículo Estados Unidos – Relaciones con Uruguay, en La enciclopedia del El País, tomo 8, p. 954 y ss, diario El País, 2011.

(2) Ver entrevistas en La Diaria del 9 de noviembre de 2017 y en El País del 20 setiembre 2019.

(3) El Uruguay del novecientos, de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum (Tomo 1 de la serie Batlle, los estancieros y el Imperio Británico), Ediciones de la Banda Oriental, 1979.

(4) Historia económica de Uruguay, de Ramón Díaz, Ediciones Santillana (Taurus) - Fundación BankBoston, 2003.

Próximo capítulo: Uruguay era un país relativamente próspero y moderno cuando arribó el siglo XX

Por Miguel Arregui
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