Apenas una semana pasó de un día inolvidable para el deporte uruguayo, un hecho impensado para un planeta que no sabía de la existencia de una mujer dispuesta a quebrar la hegemonía existente, decir presente con su receta, y presentar a su país a la mesa grande del atletismo.

Todo eso conquistó Julia Paternain al ganar la medalla de bronce en la maratón del Mundial de Tokio, la primera en esta prueba para Latinoamérica, una presea inédita para nuestro país a este nivel y que se enmarca como una de las grandes conquistas del deporte celeste en su historia.

“Desde que gané la medalla mi vida quedó patas para arriba”, dijo Paternain abriendo un mano a mano sin desperdicio con FútbolUy: “No tuve ni medio segundo para respirar, llegué a Estados Unidos [donde reside] hace dos días y habré dormido dos horas.

Por su historia

“Comencé como nadadora, en realidad hacía de todo, no me podía quedar quieta, pero ese fue mi primer deporte. Entrenaba como tres horas por día, además de competir”, relató para explicar como derivó en el atletismo.

Los aspectos generales de su historia son conocidos, nació en México de padres uruguayos (Gabriel Paternain y Graciela Muniz, dos matemáticos que nunca olvidaron sus raíces y siguieron sus vidas en el exterior), cuando estaba por cumplir los dos años llegó a Inglaterra donde se crío y luego fue reclutada por Estados Unidos donde realizó su etapa universitaria y ahora vive en Arizona.

“Empecé a correr cuando tenía 16 años y me gustó más que nadar. Entonces en algún momento mi entrenador me hizo elegir uno de los dos deportes porque no me daban las horas en el día. Decidí seguir corriendo y desde ahí me ofrecieron una beca para ir a Estados Unidos. Fui primero a la Universidad de Penn State en Pensilvania por dos años y después me transferí para la Universidad de Arkansas por tres años”, donde se recibió de psicóloga y además realizó una maestría en negocios.

Terminados sus estudios decidió tomarse un año sabático, corría, es cierto, pero sin entrenador, sin planificación y se cuestionó si quería seguir compitiendo. Una visita a una amiga a Arizona la reencausó: “Ella corría profesionalmente. La fui a ver y me gustó, mi trabajo lo podía realizar a distancia y comencé a hacer las dos cosas. Conocí a mi entrenador (Jack Polerecky) y su esposa que entrena conmigo. Volví a correr y al final pude hacer las distancias más largas que era siempre lo que quise hacer”.

“Decidimos hacer los trámites para correr por Uruguay, participé en una media maratón y me fue bárbaro, ahí con mi entrenador decidimos ir por una maratón, aseguré la clasificación al Mundial y bueno, viste lo que acaba de pasar”, señaló con una sonrisa cómplice.

Un golpe mundial

Paternain llegó al día de la maratón para recorrer los 42,195 kilómetros sabiendo que el factor climatológico iba a pesar con el calor y humedad reinante, entonces la decisión siempre fue “hacer lo mio”.

“Dijimos con mi entrenador de empezar poco más lento de lo que es normal para mí y después ir repechando, principalmente a competidoras que salieron muy rápido. Eso fue exactamente lo que pasó, empecé mucho más lenta, y veía al grupo adelante, pero me tenía que quedar tranquila y contener, porque eventualmente las iba a agarrar”, recordó.

“Cualquiera podía hacer lo que quisiera que yo iba a seguir corriendo mi carrera. Ya en la mitad del trayecto, el grupo de unas doce atletas que tenía por adelante se empezó a desgranar y las empecé a pasar. Pero claro, pasás a alguien y falta poco, luego a otra atleta, y así, que no te das cuenta donde estás. Es una maratón, es largo y cansador, estás pensando en cuarenta otras cosa, no en cuánta gente pasé y además mucha gente no termina, entonces no sabía cómo venía ubicada”, siguió el relato.

“Cuando pasé a la cuarta [Susanna Sullivan de Estados Unidos] para salir tercera, yo no tenía ni idea que estaba en posición de podio. Entré al estadio y pensaba: ¿Qué está pasando acá? A la misma vez no me quería dar vuelta para mirar por si había alguien cerca y tenía que apurar el paso no me daba la energía. ‘Ya estoy muerta y quiero terminar’, pensaba para mí”, confesó.

“Cuando terminé, primero estaba con terror de que allí no fuera la llegada porque al principio de la carrera hicimos dos vueltas de la pista, entonces en mi cabeza había quedado eso y no sabía si tenía que seguir corriendo. Estaba intentando preguntarle a alguien porque además no veía a las corredoras que salieron primera y segunda. ¿Esto es la final?, preguntaba una y otra vez y me miraban asombrados, pero no me decían nada. Ahí fue cuando un fotógrafo me dijo que había sido tercera”, recordó.

“¿Estás seguro?”, le preguntó la uruguaya incrédula de lo conseguido nuevamente para cerciorarse: “Ahí se confirmó y me salió el grito de ‘vamos Uruguay’ mostrando el nombre en la camiseta. ¿Por qué? Cuando estaba corriendo, en las partes que se me hizo difícil y estaba realmente cansada, estaba pensando en Uruguay. Me decía: ‘Quiero representar bien al país, quiero mostrar y ser un ejemplo’. En esas últimas millas [kilómetros], eso estaba en mi cabeza. Cuando me enteré del bronce fue un: ‘Estoy compitiendo para Uruguay, quiero mostrar y celebrar eso”.

No la despierten

A sus 25 años se plantó en el Mundial y compartió podio con Peres Jepchirchir de Kenia (oro) y Tigst Assefa (plata), con quien además tuvo una charla en pleno festejo recorriendo las tribunas del Estadio Nacional de Tokio.

“En un momento donde estábamos saludando, ellas se dan vuelta, miran el nombre de mi país en la camiseta y me preguntan: ‘¿De dónde sos?’ Enseguida les digo Uruguay y volvieron a preguntar sorprendidas: ‘Uru, qué?. Uruguay, les respondí y no lo conocían. Entonces, me parece buenísimo que haya más gente que conozca nuestro país y sepa que podemos competir”, narró.

Otra hecho que se dio durante la celebración recorriendo la pista fue que las dos primeras tenían la bandera de su país en sus hombros, algo que no sucedió con Julia Paternain.

“A esa altura yo estaba en otro planeta, no estaba pensando en la bandera, pero me parece que lo que pasó es que nadie se imaginó nunca que se iba a necesitar desde la organización, tampoco en la tribuna. Las keniatas siempre ganan en distancias largas, entonces es muy común tener la suya cerca, pero Uruguay clasificó con nueve atletas al Mundial, una delegación histórica que es ínfima comparada con las grandes potencias, nadie pensaba que eso iba a pasar. Después conocimos a la Embajadora de Uruguay en Japón [Victoria Francolino], y me dio una que ahora atesoro en mi cuarto”.

Y consultada sobre la medalla y qué lugar le va a dar, confesó: “Como llegué hace muy poco, está todavía en mi cuarto, con todo el relajo que tengo con las cosas del viaje”, dijo largando una carcajada: “Después la voy a encuadrar y ponerla en la pared para recordar ese momento para siempre”.

“Todavía no puedo creer que la gané. A veces me voy a dormir de noche y pienso: ¿Todo esto pasó? ¿Fue verdad? Siento realmente que me voy a despertar y mi vida va a volver a como era antes, que todo fue un sueño”, dijo y cerró: “Ahí voy a redes sociales y tengo mensajes y mensajes de personas en Uruguay que me dicen que les hice llorar con la actuación, me cuentan el impacto que tuve, todo eso me toca el corazón, me hace feliz”.

Me deja muy contenta sentir que estoy haciendo una diferencia, que quizás puedo ser un ejemplo para niñas y chicas, o para personas que quieren competir en este deporte. Eso es muy gratificante”, cerró.