Contenido creado por José Luis Calvete
Fútbol uruguayo
Para tomar impulso

Diego Godín y una conversación diferente: “Cuando tocar fondo fue empezar a salir”

El excapitán de la Celeste tocó varios aspectos extrafutbolísticos, recordó la peor lesión que vivió y habló de cuando perdió la motivación.

02.04.2024 14:31

Lectura: 6'

2024-04-02T14:31:00-03:00
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Diego Godín dedicó su vida al fútbol y hoy disfruta del retiro. En un extenso diálogo con el podcast de salud mental Lo elemental, conducido por el basquetbolista Sebastián Ottonello, valoró el poder disfrutar junto a su familia, pasar las fiestas navideñas sin pensar en tener que pesarse pocos días después o poder ir a un cumpleaños independientemente del resultado del fin de semana, “porque si perdía, no iba”.

Comenzó a los 4 años en Estudiantes, el equipo de baby fútbol de su Rosario natal, y terminó el liceo ya siendo un jugador profesional. “Sabía que iba a seguir en el fútbol. Decidí que el fútbol me consumiera el 100% del tiempo. Le dediqué todo mi tiempo y mis pensamientos al fútbol. Siempre fui de pensar en el próximo entrenamiento y el próximo partido”, reconoció.

El ego, la confianza y la desmotivación

Pero, más allá de su brillante carrera, habló de otros aspectos que suelen no abordarse en las entrevistas convencionales, como el manejo del ego, algo que nunca fue un problema para él. “Sí sentí, en el camino de crecimiento en el Atleti, cuando iba consiguiendo cosas en lo individual y grupal, espalda y prestigio. Cuando día a día tu figura crece y vas consiguiendo cosas, tu espalda va creciendo y vas teniendo más confianza para liderar un grupo o dar una orden. Te va poniendo en un lugar de privilegio, pero el ego de que se te llene el culo de papelitos, jamás. Siempre mantuve mis raíces”, ponderó.

En ese camino hubo alegrías extremas, pero también obstáculos que casi lo tumban y pusieron a prueba su mentalidad. La desmotivación le llegó siendo joven, pero nunca de grande. “Desmotivado me sentí cuando no era profesional. Sentí que no tenía ganas cuando vine a Montevideo con 14 años. No tenía la motivación de ser jugador profesional. Tenía ganas de estar en mi pueblo e ir a los cumpleaños de 15 que tenían mis amigos. Quería estar con ellos. Extrañaba estar en mi casa y no pensaba 100% en el fútbol. Jugaba poco y me costó. Es uno de los grandes problemas de desarraigo que hay en cualquier parte del mundo, y sobre todo en Uruguay, donde necesariamente tenés que ir a jugar a Montevideo y cada vez más joven”, dijo.

“Cuando quedé libre de Defensor, donde prácticamente no jugué, no tenía ganas de volver a Montevideo. Quería quedarme a estudiar en Rosario y no quería saber más nada con el fútbol, pero mi padre fue el que me empujó. Me veía de chiquito y sabía las condiciones que tenía. Habló con un panadero de Rosario que tenía una panadería en el Cerro y conocía a un dirigente de Cerro. Le preguntó si podía conseguirme una prueba, habló con el técnico de Quinta y quedé. Cuando vine, dije: ‘Ahora sí’. Quedé, y mis compañeros y mi técnico me empezaron a hacer sentir importante. Ahí empecé a tomar dimensión del esfuerzo que había atrás de mis padres, por más que seguía extrañando. Mi cabeza hizo un clic”, recordó.

La peor lesión

Sus últimos dos años fueron difíciles por culpa de una tendinitis rotuliana que lo tuvo a maltraer desde agosto de 2021, cuando estaba en Cagliari. “Había Eliminatorias en setiembre, octubre y noviembre. En agosto empezó el dolor y no le di importancia”, contó, pero el dolor persistió y no quiso parar porque estaba el reto de jugar su última Copa del Mundo.

“Hubiera sido más fácil si no tenía el Mundial adelante. Primero la clasificación, con la responsabilidad que sentía y me autoimponía, porque no podía dejar tirados a mis compañeros y al cuerpo técnico. Y una vez que clasificamos, estaba el Mundial. Era contrarreloj, pero cada cosa que probaba era peor”, narró.

El problema “se fue agravando”, pero él “no quería parar. Hasta que llegó un momento en el que no podía caminar”. “Era un dolor constante. Probé de todo y el dolor no paraba. La frustración era día a día, porque con una terapia mejoraba un poquito, pero al otro partido me dolía otra vez. Y probaba otra terapia y era lo mismo. Lo sufrí mucho desde lo físico y lo mental. Fue un desgaste de un año y medio duro”, explicó.

El dolor y el agotamiento mental finalizaron cuando tocó fondo. “A fines de julio, estando en Vélez, pedí el cambio en el entretiempo de un partido. Estaba lleno de analgésicos y antiinflamatorios, pero a los 45 minutos no podía caminar. Me fui de la cancha rengueando del dolor. Al otro día hablé con el doctor del club y un doctor de España, que vio la resonancia y me dijo que tenía que parar. ‘No solo no vas a jugar el Mundial, vas a tener problemas en tu vida. Te vas a romper el tendón’, me dijo. Y fue como recibir tres piñazos”, recordó.

“Estuve tres días llorando, hundido mal. Pero el parar y tocar fondo fue lo que me hizo empezar a salir. Fue cuando hablé con el doctor de España, que me propuso una técnica regenerativa que en el Río de la Plata no estaba disponible. Del club me permitieron ir. Paré casi un mes, viajé a Madrid y estuve otro mes. Estando allá desconecté, salí de mi burbuja del día a día”, valoró, a diferencia de lo que le pasaba mientras jugaba, cuando “legaba a casa y no paraba de pensar y hacer cosas para estar bien”.

“Volví a entrenar bien más allá de alguna molestia, pero era un dolor que yo controlaba y cada cosa que hacía iba mejorando. Llegué a jugar dos partidos en Argentina, hice la preparación para el Mundial y estaba muy bien. Después del Mundial seguí seis meses más y hoy estoy sin dolor. El doctor me dijo: ‘Lo único que no habías probado era parar’. Y realmente era lo que necesitaba, pero en la vorágine del día a día es difícil”, concluyó.

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