Publicidad

Contenido creado por Paula Barquet
Bueyes perdidos y encontrados
Atardecer en Paysandú - Foto: Marcelo Estefanell
OPINIÓN | Bueyes perdidos y encontrados

La realidad invita a insistir en lo obvio: “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”

Pertenezco a la generación que se retira dejando un mundo donde estudiar y adquirir destrezas se ha convertido en una tarea permanente.

Por Marcelo Estefanell

22.03.2024 15:42

Lectura: 4'

2024-03-22T15:42:00-03:00
Compartir en

Somos seres entretejidos de relatos, bordados con hilos de voces, de historia, de filosofía y de ciencia, de leyes y de leyendas”— escribe Irene Vallejo en su Manifiesto por la lectura.

Y dentro de esa trama somos, además, lo que hemos aprendido a lo largo de la vida, tanto en la educación formal como en la experiencia diaria. De esto último fui más consciente después de culminar una larga entrevista que nos hiciera Rocío Schiappapietra junto a Herminia, mi melliza (más conocida por Pipa).

Rocío es una joven psicopedagoga que llevó a cabo —y concretó— un proyecto muy original que tituló Trazados. En formato podcast expone su trabajo y allí explora las originales y variadas trayectorias educativas de cada entrevistado. (*)

No olvido más aquel viernes nocturno e invernal dentro de la librería ya cerrada, sentados delante de una mesa amplia y rodeados de anaqueles cargados de libros. Éramos cinco personas: Rocío, un cámara, un sonidista, mi melliza y yo. A lo largo de esa entrevista colectiva fluyeron los recuerdos escolares, los juegos, las primeras lecturas, nuestros maestros, nuestros profesores, nuestros mayores, los idiomas, la música y un sinnúmero de maneras de aprender sin ser muy conscientes de ese rico proceso que nos fue moldeando. A medida que se desarrollaba el diálogo tenía la sensación de poder mirarnos como si fuéramos espectadores de nosotros mismos. Se sucedían las anécdotas y mi memoria recobraba con claridad al profesor Juan Hus preguntando por qué, e insistiendo una y otra vez: ¿Por qué? Argumentaba que en esa interrogante radicaba uno de los pilares de la filosofía.

Indagar sobre la naturaleza de los fenómenos, sus causas, sus propiedades y hasta la razón del ser, me tuvieron todo el bachillerato de las narices. Recuerdo también cuando el profesor de cosmografía nos mandó de tarea marcar, día a día, el punto en el horizonte donde se ocultaba el sol. Hice el deber con prolijidad sentándome cada atardecer sobre un muro que sobresalía en el techo de casa, dibujé con tiza el contorno de mis “posas”, dijera Sancho, y sobre una hoja de dibujo tracé el contorno de los techos sanduceros, el recorte de las islas, fragmentos del río Uruguay y las costas argentinas. Así, desde ese lugar fijo, comprobé cómo el “rubicundo Apolo” se ocultaba en puntos diferentes en cada ocaso. El porqué de ese fenómeno fue todo un descubrimiento y el disparador para incursionar —con los años— en los aportes de Galileo y de Giordano Bruno, de Kepler y de Newton. El método científico me fue ganando poco a poco y el día que construimos un pequeño motor eléctrico con mi amigo Roberto Benia, para demostrar que los descubrimientos de Michael Faraday eran correctos, creí tocar el cielo con las manos. Desde entones supe que aquella herramienta que Galileo Galilei sistematizara con tanta sabiduría me acompañaría cada vez que fuera capaz de usarla e, incluso, sería el soporte para leer críticamente o para incursionar en los conocimientos que brinda un artículo, o una conversación entre iguales, donde la obra de Karl Popper o de Arnold Hauser podían ser desmenuzadas pese a la relativa ignorancia que sobrellevamos.

Recuerdo que con mi melliza salimos de la entrevista algo conmovidos y no muy seguros del resultado. Sin embargo, cuando semanas más tarde pude escuchar “nuestro trazado”, fue como mirarme a un espejo en el que la vida transcurre absorbiendo conocimientos; y confirmé, por enésima vez, que pertenezco a la generación que se retira dejando un mundo donde estudiar y adquirir destrezas se ha convertido en una tarea permanente. Con más razón, las generaciones actuales y las que vendrán. Por eso mismo, recibir las proteínas esenciales desde el nacimiento, protección y afectos familiares en el desarrollo, educación de calidad y diversa durante la escolaridad, son condiciones fundamentales para poder tener una vida digna y, sobre todo, libre.

Parece de Perogrullo, pero a la luz de los resultados —pobreza anclada en la niñez y educación mediocre—, la realidad invita a insistir en lo obvio y a recordar una afirmación del primer premio Nobel latinoamericano laureado en medicina, el argentino Bernardo Houssay (1947), cuando dijo: “La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”

(*) https://escaramuza.com.uy/nota/la-cocina-del-podcast-laquo-trazados-raquo-/1339

Por Marcelo Estefanell


Te puede interesar Javier Milei, o cuando el saqueo semántico se convierte en consignas baratas