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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Bueyes perdidos y encontrados
OPINIÓN | Bueyes perdidos y encontrados

Cuando los chats vienen marchando y las explicaciones se tornan mezquinas

El contenido del intercambio entre dos hombres públicos es de tal magnitud que alarma y cuesta comprender la reacción de correligionarios.

Por Marcelo Estefanell

31.05.2024 13:33

Lectura: 4'

2024-05-31T13:33:00-03:00
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Una vez más la veleidad de los hombres se ha expresado con todo su vigor. Luego del terremoto político que ha causado la publicación de los chats intercambiados entre quien fuera el presidente del Honorable Directorio del Partido Nacional, el doctor Pablo Iturralde, y Gustavo Penadés, ex primer senador del herrerismo, las repercusiones no han cesado.

El semanario Búsqueda, con la seriedad que lo ha caracterizado, en la edición del jueves 23 de mayo pasado reproduce los mensajes de WhatsApp que se extrajeron del celular de quien fue imputado en octubre del año pasado “por 11 delitos de retribución a la explotación sexual de menores de edad, cuatro delitos de abuso sexual especialmente agravados, tres delitos de abuso sexual agravados, violación, desacato, corrupción de menores y atentado violento al pudor”.

El contenido de aquel intercambio que comienza el 30 de marzo de 2023 es de tal magnitud que no solo causa alarma por el manejo político de la situación, sino que, al mismo tiempo, cuesta comprender la reacción de sus correligionarios. Y, sobre todo, la estrategia comunicacional que trasuntan las declaraciones del precandidato Álvaro Delgado (el único con posibilidades de disputar la presidencia del próximo gobierno), del exministro de Defensa Javier García, y hasta del mismísimo presidente de la República, Luis Lacalle Pou. Porque todos, a su manera, repiten el mismo esquema, a saber:

a) Los chat fueron de carácter privado.

b) Por lo tanto no comprometen al Partido.

c) Nunca se presionó a la fiscalía.

d) Por último, recuerdan la fuga de Rocco Morabito y, de paso, sugieren que el caso está encajonado en Fiscalía. Dando a entender, de esa forma, que los fiscales son unos pusilánimes, como mínimo, porque se muestran muy eficientes en algunos asuntos y extremadamente lentos en otros. Dicho de otra manera: hay que sembrar sospechas.

Solo los incautos, o quienes padecen ceguera ideológica, pueden ignorar este relato artificial, porque si bien es cierto que uno escribe un WhatsApp partiendo de la base de que el mensaje es privado, siendo hombres públicos tratando asuntos también públicos que afectan a la sociedad toda, la privacidad es temporaria o, simplemente, no existe. En este caso, el contenido de los mensajes compromete al principal partido de gobierno porque, en ese instante, uno de los interlocutores no solo estaba acusado de graves delitos, sino que era de los senadores más importantes de la bancada nacionalista; y el otro participante, el de las expresiones duras como las trascendidas, era hasta su renuncia el presidente del Directorio del principal partido político en el gobierno.

Otro detalle que llama la atención en las respuestas de nuestro presidente y del senador Javier García, radica en un dato falso que repiten ambos sin saberlo —o, mejor, mal asesorados—, cuando aseguran que el narcotraficante Morabito se fugó de la cárcel por la puerta, cuando alcanza con repasar las crónicas de la época para saber que escaló a la azotea de Jefatura, pasó al edificio lindero y junto con otro compinche coparon a una vecina para que les abriera la puerta principal del edificio y robarle dinero.

Puedo llegar a comprender los intentos de minimizar los errores (y horrores) cometidos por parte de los correligionarios y amigos. No deja de ser una reacción humana y primitiva. Sin embargo, no resiste un análisis serio cualquiera de estas explicaciones y las que se siguen oyendo día tras día. No se puede tapar un mensaje —por más personal y privado que sea— asegurando que no hubo presión sobre la Fiscalía. Cuando uno lee: “Gomez (sic) entendió clarito las referencias a fiscalía en las declaraciones mías. Es un gran cagón y sabe bien que Alicia es nuestra porque yo hablé mil veces con Jorge Díaz que la tenía sumergida. Hay que presionarlo. Hay que empujarlo que se caga y se va”.

Cuando uno lee esto, reitero, se espera una respuesta más autocrítica y responsable. Es lo mínimo que se puede hacer por la sociedad en su conjunto y por la calidad democrática que aspiramos.

Por Marcelo Estefanell