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Contenido creado por Paula Barquet
Dentro del margen de error
Luciano González / EFE
OPINIÓN | Dentro del margen de error

Con otra política y sin la idiosincrasia argentina, ¿es posible un Milei uruguayo?

Los uruguayos somos resistentes a los cambios y eso no siempre es una desventaja. Sin embargo, otros factores podrían incidir.

Por Mariana Pomiés

02.02.2024 15:39

Lectura: 5'

2024-02-02T15:39:00-03:00
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Mucho se habla de la lentitud de Uruguay para incorporar cambios y para modernizarse. Hemos escuchado muchas veces que “a Uruguay todo llega 20 años después”, o que “siempre la corremos de atrás”.

No siempre es así, o al menos no en todos los ámbitos. Uruguay fue de los primeros países en habilitar el voto de las mujeres, y más recientemente de despenalizar el consumo de marihuana y habilitar el matrimonio de personas del mismo sexo. Pero, salvo a veces en el fútbol, tendemos al perfil bajo, al menos públicamente (“el paisito”), aunque en realidad nos sintamos superiores, y los extranjeros notan el contraste con nuestros “hermanos” argentinos o brasileños.

En materia de incorporación de internet hemos sido un país de avanzada: ayudado por las condiciones demográficas y geográficas, el acceso a la red en Uruguay se dio de forma rápida y extendida. Contamos con una conectividad (según expertos) mejor que la mayoría de los países de América Latina e incluso que algunos países europeos. La penetración de internet en los hogares es alta y la mayoría de los uruguayos se conecta a internet casi a diario desde su teléfono (basta mandar un whatsapp). La penetración de internet permite que muchísimos hogares uruguayos puedan comprar directamente en cualquier parte del mundo, y como también la gran mayoría accede a medios de pago electrónico, pueden pagar a distancia.

¿Esto quiere decir que estamos a la par de los países más desarrollados? No, seguimos teniendo problemas característicos de la región, y algunos elementos culturales propios muy arraigados.

Aunque somos el país menos desigual del barrio, sigue habiendo pobreza y marginalidad. Aumenta el número de personas en situación de calle (y no solo por un tema económico) y somos uno de los países de la región con más jóvenes que abandonan la secundaria. La inseguridad y la violencia también aumentan, y la “solución” de encarcelar a cada vez más personas no parece solucionar mucho.

La desigualdad, los problemas en la educación y, en particular, la inseguridad están conduciendo a muchos latinoamericanos a descreer de la eficacia de la democracia. En este clima es que aparecen líderes “mesiánicos” que proclaman que tienen la solución para todos los problemas.

Desde hace meses he tenido que responder a muchos periodistas locales y extranjeros que preguntan si en Uruguay se puede dar un fenómeno como el de Milei. Mis respuestas han ido variando a medida que he reflexionado sobre el Uruguay, su clase política e incluso respecto a la figura de Javier Milei en concreto.

La primera respuesta fue no: nuestras formas de hacer política son más tradicionales; a los uruguayos les gustan los políticos serios y con estilos más convencionales. Pero esa era la respuesta fácil. Hoy daría otra, que probablemente también vaya cambiando, ya que la vida no para de sorprendernos. El fenómeno Milei es un caso a estudiar, pero habrá que hacerlo con más distancia en el tiempo, después de que termine su gobierno y se puedan ver los resultados finales.

En Uruguay contamos con partidos fuertes: la mitad de los uruguayos se siente cercano a algún partido, y la mayor parte de los que no se sienten cercanos suele votar regularmente a uno en particular. Eso no significa que no puedan aparecer nuevos partidos, como sucedió con Cabildo Abierto en las elecciones pasadas, pero a los partidos “nuevos” les cuesta consolidarse, y habrá que ver si el grupo de Manini Ríos logra mantener (o aumentar) su participación en los próximos ciclos electorales. Como los partidos nuevos compiten con partidos fuertes y legitimados por la mayoría, deben trabajar más para conseguir adhesiones, y se les hace difícil experimentar con formas y propuestas muy alejadas de “la regla que ya funciona”.

Por otro lado, los uruguayos siguen valorando la seriedad y mesura de los líderes políticos y de los partidos. Y si bien en internet pueden seguir opciones menos mesuradas de otros países, e incluso ‘darles like’, para Uruguay quieren otra cosa. Nos gusta Tinelli porque se graba en la otra orilla y, si algún político va a almorzar con Mirtha, esperamos que se comporte seriamente, no diga disparates, se vista de forma convencional y no hable de su vida íntima. Todo esto también ha sido hasta ahora un desestímulo a modelos distintos de hacer política en lo local.

A esto se suma una valoración grande la de intimidad de las figuras públicas. Como todo humano, el morbo y la curiosidad está presente en los genes uruguayos, pero por ahora priman los de la mesura y el respeto a la vida personal de cada uno. El último ejemplo, la separación del presidente, fue tema público pero se trató con mucho respeto, y propios y ajenos trataron de no hacer historias más allá de las noticias que se dieron. Incluso ahora la nueva relación de Lorena Ponce de León y la separación legal fue noticia que no trascendió más allá de la primera lectura. Frente a la posibilidad de que se vuelva un circo, el uruguayo ha preferido no saber o no hacer escándalos con la vida íntima de las figuras públicas a riesgo de que eso se convierta luego en el patrón estándar de noticias.

Porque tenemos partidos fuertes, porque preferimos políticos de bajo perfil, porque no nos gusta la mediatización de la vida privada ni el político como performer, sigue pareciéndome difícil que aparezca un Milei uruguayo, aunque tengamos problemas que nuestros políticos por ahora no están pudiendo solucionar.

Por Mariana Pomiés


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