Aunque no queramos admitirlo, lo cierto es que los humanos estamos enterrados hasta el cuello en la basura. Nosotros, los demás mamíferos y también las aves, los peces, las plantas, los insectos: toda forma de vida aparece amenazada por los desechos de nuestra actividad en el planeta. El problema no reconoce fronteras ni medio. Hay basura en el aire que respiramos, en la tierra sobre la que vivimos y en el agua que bebemos y nos rodea. Gases tóxicos, metales pesados, veneno.
Y por si algo faltaba, ahora también hay basura en el espacio. En los foros internacionales y en el ámbito científico a esa basura exterior se le llama “escombros”. Son millones de objetos que orbitan alrededor de la Tierra, algunos tan pequeños como un grano de café y otros del tamaño de un automóvil. Restos de la llamada “carrera espacial”, que sigue a todo tren. La Agencia Espacial Europea tiene contabilizados unos 130 millones de objetos en órbita y sin control.
En el espacio, privatizado como todo lo demás, son pedazos de metal. Pero en el planeta el campeón de los residuos es el plástico. Según un informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) titulado “Global Plastics Outlook”, la producción anual de residuos plásticos casi se triplicó en las últimas dos décadas: pasó de 180 millones de toneladas a comienzos de siglo a 460 millones en 2019. En los océanos hay gigantescas islas de plástico que derivan con lentitud y crecen con rapidez. Una de ellas flota en el Pacífico norte, tiene aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados, unas cuatro veces el tamaño de España. Se halla frente a las costas de California y es poco visible, ya que su masa está compuesta sobre todo por microplásticos (fragmentos menores a medio milímetro).
En tierra firme hay montañas de basura que sí pueden verse y fotografiarse desde todos los ángulos. Dos ejemplos: en Rio de Janeiro, en la zona de Jardim Gramacho, funcionó durante años el mayor vertedero de América Latina, una montaña de 60 metros de altura. Lo clausuraron hace una década, pero ahí sigue. Y en Deonar, en los suburbios de Bombay, hay una acumulación de desechos que ocupa más de 100 hectáreas. Los vecinos del lugar dicen con sorna que es más imponente que el Taj Mahal. Sobre esa basura se han construido barrios miserables, los famosos slums.
Para los países pobres no parece haber solución, más bien al contrario: los países desarrollados la hicieron fácil al exportar la basura que producen a lugares en los que, por un poco de dinero, se recibe con gusto la carga. Esas naciones son llamadas, con literal crudeza, “países basureros”. Hasta 2019, China y otros países de Asia eran los principales receptores de basura estadounidense y europea. Pero a partir de ese año China bloqueó esas importaciones. Empresas de Estados Unidos han encontrado otros destinos para sus residuos. América Latina se ha revelado como un lugar cercano y barato: México, El Salvador y Ecuador son los destinos favoritos.
Está la basura de los residuos orgánicos y está la contaminación provocada por la actividad industrial, con residuos que son altamente tóxicos. Como en toda actividad humana, en el negocio de la basura el diablo también ha metido la cola: una parte importante de los residuos que se trafican entre países son ilegales. La propia Comisión Europea, tras recibir un informe de Interpol, lo ha advertido en un comunicado oficial: “Existe un vínculo claro entre el tráfico de residuos y el crimen organizado”.
La tendencia es al alza. Cada año se producen más residuos, lo que va en línea con la actividad económica global. Muchos académicos y políticos tratan de adivinar los límites de ese crecimiento o las posibles formas de esquivarlos. Los expertos tienen distintas ideas para resolver el dilema, algunas de apariencia razonable y otras casi de ciencia ficción, pero más allá de la basura y su gestión lo que subyace en el fondo del problema es un asunto de orden filosófico que nos atañe a todos. Hace ya décadas lo formuló con claridad el economista Serge Latouche: “En un planeta finito nada puede crecer de manera infinita”.