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Contenido creado por Paula Barquet
Zona franca
OPINIÓN | Zona franca

¿Desean algo más las señoras y los señores que integran el Poder Legislativo?

El mensaje de que todo vale en un año electoral resulta dañoso y puede llevarnos por mal camino.

Por Fernando Butazzoni

16.02.2024 13:47

Lectura: 4'

2024-02-16T13:47:00-03:00
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Ningún parlamentario tiene derecho a convertir la vida política en un vodevil, ni debería permitir que lo hiciera ninguno de sus colegas. Ocupan esos honorables lugares porque la ciudadanía los votó para que pensaran, debatieran, negociaran y legislaran, no para montar sainetes con los cuales obtener ventajas, ventajitas, guilles y de paso una cierta visibilidad que, cuando la consiguen, suele ser bochornosa.

Quienes integran las cámaras, ya sean titulares o suplentes, deberían ver que si bien hay personas que se divierten con esas pillerías, hay otras muchas que los observan con una mezcla de curiosidad y bronca. Curiosidad porque no terminan de explicarse cómo han llegado a ocupar tan alto cargo. Bronca porque los consideran privilegiados incapaces de acreditar merecimiento alguno. Es verdad que en el pasado hubo ejemplares de ese tipo en nuestro parlamento, pero eran excepciones, anomalías pintorescas de la república. Ahora, en cambio, conforman un nutrido pelotón.

Todos sabemos que entre los parlamentarios ha habido casos penosos en esta legislatura, desde las “damas imantadas” presentadas por un diputado, hasta el senador que casi nunca está en el país, pasando por aquellos parapetados en sus fueros para eludir a la Justicia, sin olvidar a los que están envueltos en asuntos de lascivia ilícita, acusados de conductas infames, ya en la cárcel o con la pena como horizonte. Querellas por aquí y por allá.

Este 2024 es un año de puja electoral. Será ríspida y está bien que así sea. Es de suponer que diputados y senadores viven desvelados por el futuro de la nación. Para eso los elegimos. También es probable que muchos estén angustiados por su propio futuro laboral. No merece reproche esa angustia, aunque sí lo merecen algunas formas poco dignas de asumirla.

La mayoría de los parlamentarios son personas serias y trabajadoras, alejadas del prepoteo gauchesco o arrabalero de algunos. Pero también los hay que se dedican full time a pecherear a fuerza de insultos, chicanas, bolazos y burdas mentiras para descalificar al adversario, infundir temor, ganarse la atención de ciertos periodistas y, tal vez, un puñado de votos. No pongo ejemplos porque todo Uruguay sabe a quiénes me refiero, y además no deseo alimentar ni con una sola letra sus insaciables afanes de notoriedad.

Enviar el mensaje de que todo vale en los comienzos de una campaña electoral resulta especialmente dañoso para la vida social, y puede llevarnos por mal camino. Lo ocurrido en otros países debería hacernos reflexionar, aunque con una diferencia de responsabilidad importante: los fogoneros del llano no se representan más que a sí mismos. Los parlamentarios tienen a su disposición cajas de resonancia poderosas, representan a la ciudadanía y cargan en cada palabra y en cada gesto con el peso de dicha investidura.

En el legislativo cada quien luce su verba y su estilo, con ideas, formas, mañas y gracejos. Hiperactivos unos, haraganes otros, serenos los más, agitados los menos. Estimula que haya tal diversidad, aunque también hay ciertos privilegios que los emparejan a todos: inmunidad parlamentaria, salarios más que dignos, ujieres que les sirven té, café, agua mineral (con gas o sin gas), y funcionarios que custodian ese recinto majestuoso, construido hace ya un siglo para debatir los grandes asuntos del país.

No resulta aceptable que esas facilidades sean utilizadas sin brindar mínimas contrapartidas: ir al trabajo de forma asidua, estudiar los temas sobre los que deban opinar y votar, asistir a las sesiones sin distraerse con el celular, plantear ideas fundadas y no simples ocurrencias, formular críticas sin vituperar. Y, como ciudadanos, observar las leyes y las normas más básicas de convivencia social (no manejar en estado de ebriedad, no fumar en los despachos, no manosear a las secretarias, no librar cheques sin fondos). Cumplir con esos requisitos elementales parece bastante sencillo, pero por desgracia en el caso de los parlamentarios no siempre ocurre eso. Así que me permito, respetuosamente, reiterar la pregunta del título: además de todo lo que ya se les brinda, ¿desean algo más las señoras y los señores que integran el Poder Legislativo?

Por Fernando Butazzoni