Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Zapatos rotos

Zapatos rotos

30.01.2007

Lectura: 9'

2007-01-30T13:27:00-03:00
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 -Hubo periodistas que hicieron largos análisis sobre el derecho del consumidor, porque vos mencionaste los zapateros uruguayos.
-Sí, ya sé. Pero dicen esas estupideces y se comen las porquerías chinas. ¿Voy a comparar un zapato del viejo Bagnulo con esos zapatos chinos? ¿No tenemos historia? ¿No hacíamos zapatos de primer nivel? ¿Y los zapatos Gallarate? Yo tuve zapatos por más de una década y a los que valía la pena ponerle suelas. ¿Porque es nuevo es mejor? Hay cosas modernas mejores y hay otras que son una porquería. Es una agresión al sentido común, es una agresión a las cosas tangibles, a las cosas verificables.

-Es la desculturización de un pueblo.
-Claro. Es la pérdida de oficios que tienen un sustento que también es filosófico. Yo me afeité con navaja cuando era joven, y quisiera que los jóvenes tuvieran ese oficio de saber usar una navaja, ¿sabés por qué? Porque vos te morís con una navaja para toda la vida y eso significa que no tenés que andar comprando esas maquinitas que tirás todo el tiempo. Si uno viera amontonadas las maquinitas que consume, se espantaría del horror que se le está propinando al medio ambiente.
Entrevista de María Urruzola a José Mujica publicada en Montevideo Portal.

En este pasaje de la entrevista, el ministro de Ganadería expone con total crudeza, la confrontación entre sus deducciones y sus antiguas convicciones. Una confrontación que su fértil intelecto no parece haberse zanjado. Como yo fui uno de los periodistas que escribió, luego de una entrevista en su chacra,  sobre la tesis de los zapatos remendados, me incluyo entre los que dicen estupideces. Esta vez, intentaré explicarme mejor.

Mujica se refiere a los bienes de origen chino como “porquerías”. Debería saber que esas “porquerías” permiten que en el Uruguay de hoy, con más desocupados y marginación que hace cuarenta años, prácticamente no haya niños descalzos ni desnudos. Por no hablar de los cientos de millones de chinos que dejaron atrás las penurias de la Revolución Cultural y hoy trabajan, al menos, por un puñado de dólares. 
Es cierto que los uruguayos hacíamos zapatos de primer nivel. Algún tiempo antes, incluso, hacíamos tasajo y corned beef que el mundo recibía con los brazos abiertos. Cuando Mujica se queja por la pérdida de oficios y lo vincula con cuestiones filosóficas, ¿incluirá en la lista a los productores de tasajo y corned beef? ¿Tenia un sentido filosófico criar caballos para tiro en la época de las diligencias? ¿Tenía algún valor filosófico el encendido de las candelas en la vía pública? ¿Habría que incluir a UTE entre las empresas que promueven el consumismo y destruye la tradición cultural-laboral de los uruguayos?

Mujica recuerda una época, aparentemente mejor, en la que los zapatos duraban diez años y sugiere, de manera implícita, que reeditando aquel paradigma, se protegería el ambiente y el sentido existencial del trabajo. Sería bueno que le comente a los exportadores uruguayos de software que los programas que venden en el mundo van a durar una década a ver qué le contestan. O a los productores agropecuarios, que se benefician del abaratamiento de la maquinaria fruto de este modelo de artículos descartables. Los empresarios y operarios que fabrican la camioneta Mahindra también podrían estar interesados en la tesis de que eran mejor los vehículos que duraban toda la vida. Por no hablar de los millones de trabajadores de la industria manufacturera del mundo entero. Estarían muy interesados en conocer las repercusiones sobre el mercado laboral de un modelo que rebaja a la décima parte la producción de bienes de consumo.  

En su análisis, el ministro se asoma a una de las claves de la economía, aunque no se detiene a considerarla en toda su trascendencia. Cuando habla de Bagnulo y Gallarate, Mujica menciona sin darse cuenta el verdadero tesoro de esas empresas que no está en sus activos físicos (trozos de cuero y piezas de hierro) sino en sus marcas y en su diseño. La economía moderna genera su riqueza principalmente en los llamados intangibles. Bagnulo y Gallarate (como Coca Cola o Mercedes Benz) generan una imagen en el consumidor que va más allá de la tangibilidad de sus productos. Si alguien piensa que esto tiene que ver con las banalidades de la sociedad de consumo o con el capitalismo salvaje, se equivoca. Detengámonos un instante sobre este asunto porque es  fundamental para entender cómo se construye valor o riqueza en la economía moderna.

El peso que tiene la representación de una idea en la mente humana puede rastrearse en otros terrenos menos materialistas. ¿Cuántos de los millones de cristianos, musulmanes, comunistas o fascistas conocían en profundidad la doctrina que suscribían? ¿Cuántos leyeron La Biblia, El Corán o El Capital antes de morir o matar por su causa? Lo que mueve a las personas a esforzarse en el trabajo o a poner en riesgo su pellejo es la representación de una idea, ya se trate de valores materiales o espirituales. Este proceso bien pueden asociarse a imágenes o representaciones mentales como Bagnulo, cristianismo, “educación para mis hijos”, o “la casita en el balneario”. 

 El verdadero valor no está en el pedazo de cuero ni en el hierro de la máquina de coser, ni en la cantidad de trabajo acumulado, según la creencia marxiana, sino en cuestiones enteramente subjetivas, vinculadas a las necesidades y percepciones de los individuos, como descubrió Böhm-Bawerk hace un siglo. Pero entonces ¿quién puede  descifrar cuál es la representación aceptable de lo que los individuos sienten como necesidades? ¿Hugo Chávez? ¿Noam Chomsky? ¿El Papa Benedicto? ¿El Ayatolá Alí Jamenei? ¿Qué modelo social canalizará mejor que el actual el impulso eterno de los individuos hacia el bienestar, la solidaridad y la autonomía? ¿Quién lo va a diseñar? ¿Danilo Astori? ¿El Consejo de Economía? ¿El doctor Frankenstein?Los seres humanos siempre hemos buscado mayores niveles de confort y autonomía, cualquiera sea la imagen mental con la que nos representamos esos ideales. A menos que se proponga una tiranía de técnicos y moralistas que decidirá por nosotros cuánto deben durar los zapatos, las heladeras o las navajas, la ambición de construir un orden social que morigere estos impulsos no parece razonable.

Mujica no percibe que hay un vaso comunicante entre la neurocirugía y la trazabilidad de la producción cárnica, por poner dos ejemplos de incuestionable valor, con la producción de bienes perecederos y la tendencia al “consumismo”. No se trata, por lo tanto, de un cruce de caminos en el que debamos optar, sino de un único y sofisticado sistema, acaso contradictorio y paradójico: la misma tecnología que produce bienes en abundancia que luego se convierten en chatarra, favorece el ahorro de materia primas y de energía. Con la materia prima y la energía que se utilizaba para hacer un par de zapatos o una heladera que duraban diez años, hoy se fabrican cientos, con menos horas de trabajo manual y rutinario pero con más valor en áreas tales como el diseño y el marketing. Los analistas de marketing o los diseñadores de calzado, ganan mejores salarios que los zapateros remendones. Además, trabajan en ambientes más saludables y viven más años. Eso les permite dedicar más tiempo a otras actividades que consideren valiosas, como viajar, disfrutar de sus mp4, participar de actividades solidarias o jugar con sus hijos. Por eso, cuando puede elegir, la gente elige el progreso y no el regreso.Por lo tanto, habría que preguntarle a Mujica qué cree que será mejor, qué los uruguayos volvamos a hacer zapatos que duren diez años y terminar ganando dos mangos o que nos capacitemos en desarrollar diseños y marcas, aunque los zapatos duren la décima parte y lo produzcan los chinos. ¿Qué modelo productivo cree el ministro que nos hace más libres y menos pobres?  Sin duda, aquel que permita aumentar la productividad del trabajador uruguayo, lo que requiere tecnificación y capacitación para elaborar productos que satisfagan las necesidades del mercado. Lo otro es condenar a la miseria con la excusa de la solidaridad y la “filosofía del oficio”.  

Mujica recuerda cuando se afeitaba con navaja y quiere que los jóvenes tengan “el oficio” de saber usarla porque así no tendrían que “andar comprando esas maquinitas que tirás todo el tiempo “ y que, al parecer, contaminan el ambiente. La tentación de cortar el nudo gordiano, de resolver los problemas de un plumazo y a favor del bien, es inherente al ser humano, aunque superada la adolescencia, resulta más difícil de aceptar. ¿Será que no hay nada entre la depredación del ambiente y la navaja?  En verdad, si algo preocupa al mundo es cómo convivir con niveles crecientes de confort, cómo reducir las desigualdades sociales y cómo hacer ambas cosas sustentables, tanto en lo económico como en lo ambiental. Es preciso señalar que esta conciencia y autorregulación prospera cuando operan las reglas del capitalismo moderno (libertad política y de mercado, respeto de las leyes) y se esfuman con las dictaduras, el “socialismo real” y las autocracias precapitalistas. 

Este es el verdadero dilema del ministro: su fina percepción de la condición humana lo lleva a descubrir las claves con las que funciona el mundo, pero éstas se dan de bruces con algunos de los postulados centrales del socialismo. En lugar de dar el paso siguiente (cómo hacemos para construir sociedades crecientemente opulentas en bienes, oportunidades y libertades) Mujica se asusta y comienza a intentar asar la manteca. En ese momento crucial de su  razonamiento es que aparecen las tesis bizarras de los zapatos remendados y las afeitadas a navaja. Convengamos que el ministro  es con mucho el dirigente de la izquierda uruguaya que llega más lejos en su pensamiento y su discurso. Tratándose del líder de un grupo de origen guerrillero y revolucionario, sus elucubraciones son de una valentía sin igual. No es a él a quien se debería hacer reproches sino a varios de sus colegas, que teniendo más herramientas intelectuales y menos atavismos ideológicos,  escamotean sus nuevas ideas por miedo a los costos políticos. Lo que hizo a Mujica llegar donde llego como dirigente no es sólo su estilo de comunicación sino también la autenticidad de su testimonio personal, su valentía para afrontar los desafíos del presente, su cabeza de hombre libre. Por eso hay que tomarse en serio sus macanas y aprovecharlas para reflexionar, como él, sin prejuicios y en libertad.