Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Wir sind das Volk

Wir sind das Volk

11.11.2009

Lectura: 4'

2009-11-11T08:40:24-03:00
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“Nosotros somos el pueblo”. El grito se oyó en Leipzig, retumbó por toda la Alemania comunista y más allá del muro. "Wir sind das Volk", nosotros somos el pueblo. Un mes antes de aquel 9 de noviembre que estremeciera al mundo, varios miles de berlineses manifestaban frente al Palacio de la República, como lo hacían desde las fraudulentas elecciones municipales de mayo de 1989. Mientras el agonizante régimen de Honecker y su claque celebraban los cuarenta años de la RDA en la Alexanderplatz, en las calles crecían las muestras de malestar. Además de las manifestaciones, cada vez más frecuentes y multitudinarias, miles de alemanes huían hacia Varsovia y Praga para pedir asilo en la embajada de la República Federal Alemana. Aquel día de octubre, un mes antes de la debacle, la fiesta se convirtió en un fiasco. A pesar de que las protestas eran pacíficas, las fuerzas de seguridad reprimieron brutalmente y detuvieron a cientos de manifestantes. El muro de Berlín, caería con las mismas escenas de exilio masivo y rebelión popular que preludiaron su construcción.

"Nosotros somos el pueblo". Construido en 1961 para detener la incesante fuga de germano-orientales hacia Occidente, el muro sería el corolario de la represión al descontento de los berlineses. Ya en 1953, las demostraciones de repudio y las huelgas contra la dictadura se extendieron por todo el país y sólo pudieron ser sofocadas gracias a las tropas soviéticas y a nuevas medidas represivas. En 1961, cerca de mil personas escapaban cada día de aquel infierno, construido en nombre de la emancipación de la clase obrera.

"Nosotros somos el pueblo". Más que una consigna, el grito era una bofetada al corazón del régimen comunista. El espíritu de libertad que alentaba a quienes intentaron en vano saltar el doble muro de concreto, los llevaba a arriesgar su vida para escapar hacia una ciudad sitiada. Lo hacía apenas para ser Dieter, Frederick o Frida, trabajar y vivir dignamente sin temer que un soplón o un lamebotas los pusieran de rodillas en las mazmorras de la stasi.

Veinte años después de ser derribado por la desobediencia civil, el muro de Berlín está por todos lados. Parte de su estructura sigue en pie, convertida en museo a cielo abierto o lugar de peregrinación. “Die mauer” (el muro, en alemán) es un trauma conjurado a fuerza de memoria, convertido ahora en una línea de adoquines incrustados en el asfalto, en las veredas y en los pisos embaldosados, un rastro que se continúa incluso en los edificios construidos después de 1989, para que nadie olvide.

En el Berlín oriental, las fachadas de los monoblocks fueron coloreadas tras la reunificación, pero su secuencia opresiva y gris apenas puede disimularse. La arquitectura de la Alemania comunista se vuelve particularmente transparente en la Ruschestrasse de Lichtenberg, donde tenía su cuartel general el Ministerio de Seguridad del Estado. Allí, en el “Haus 1” de un complejo de edificios aún tenebroso, Erich Mielke dirigía la Stasi y su ejército de espías y suplones, “escudo y espada del partido” y verdadero corazón del aparato represivo germano-oriental.

Como en el resto de los países comunistas, el control policial estaba en todas partes. Maritta Adam-Tkalec, la editora del Berliner Zeitung, (un periódico que acompaña a los atribulados berlineses desde los días de la reconstrucción en 1945) me contaba que el régimen no sólo controlaba los contenidos informativos desde la dirección, ocupada por sus personeros. Tras la caída del muro y la reunificación, las nuevas autoridades del diario debieron remover la mitad de su plantilla de periodistas. Sus colegas se negaban a seguir trabajando con los antiguos soplones de la Stasi.

“Nosotros somos el pueblo”. Cuando finalmente triunfó la "revolución pacífica", el 9 de noviembre de 1989, no había nadie en Berlín para cantar los fastos de Erich Honecker, el dictador que un mes atrás veía desfilar cien mil jóvenes pidiendo en vano fidelidad al partido. La "Alemania democrática" se desplomaría, como todo el imperio soviético, en un abrir y cerrar de ojos.

La caída del muro de Berlín debe celebrarse como un triunfo de la libertad individual sobre los regímenes colectivistas y totalitarios. Sin embargo, aquel mismo año el clamor de los jóvenes chinos sería aplastado a sangre y fuego en Tian An Men, y aún hoy, millones de personas viven en el despotismo, la demagogia, la pobreza extrema o la guerra perpetua. La batalla no terminó, por cierto, pero todos saben que es el compromiso con la libertad lo que nos permite gritar, con los berlineses, Wir sind das Volk, “nosotros somos el pueblo”.