Por Gerardo Sotelo.

Luego de varios años en los que el discurso oficial transcurrió por los carriles más obvios (negación, relativización, exculpación, etc.), los datos que revelan las encuestas de opinión pública lo llevaron a actuar con determinación. Acompañado del súper subsecretario ad hoc, Juan Andrés Roballo, apareció en el balneario San Luis, donde veranea, y adelantó algo de lo que se venía en materia de lucha contra el delito.

Vázquez asumió el liderazgo y aún impartió órdenes al jefe de Policía de Canelones, sin que estuvieran presentes las autoridades del Ministerio del Interior, responsables hasta ahora de la conducción de las políticas de seguridad del Estado.

Visto por su lado positivo, la decisión de reunir en una sola persona al superministro de Seguridad y a la Presidencia de la República, genera la sensación de que Tabaré Vázquez se está tomando en serio la demanda de mayor determinación y coordinación en materia de seguridad. Después de todo, ¿quién va a animarse a discutir una decisión del superministro Vázquez, siendo que es, al mismo tiempo el presidente Vázquez, aquel que puede disponer, si así lo considera conveniente, de la continuidad de los jerarcas en el Poder Ejecutivo?

Es probable que la ciudadanía haya interpretado positivamente este gesto y extendido un crédito al gobierno. Un crédito del que ya no goza el ministro del Interior, Eduardo Bonomi. En tiempos del superministro de Seguridad, el rol de Bonomi ha pasado a ser secundario, pero Vázquez ha preferido este tortuoso camino al tradicional y universalmente aceptado de remover a los jerarcas que fracasan.

Después de la aparición de Vázquez en San Luis, y al menos desde el punto de vista simbólico, todos los vecinos del país deberíamos darnos por visitados, ya que le resultaría materialmente imposible al doble funcionario asistir en cuerpo y alma a todos los lugares en los que se lo requiera.

Claro que toda decisión tiene su lado negativo y sus riesgos. No se trata solo de la autoestima de Eduardo Bonomi (un hombre grande que sabe dónde le corresponde estar y haciendo qué), relegado ahora a un segundo plano. Ni siquiera se trata del ciudadano Tabaré Vázquez, elegido y constituido presidente por mandato emanado del soberano.

Se trata de la Presidencia de la República o de la República a secas, que parece lo mismo pero no lo es.

¿Qué pasa si la coordinación de Vázquez no funciona como se espera? ¿Cuál sería la siguiente medida y a quién deberíamos pedírsela, si en esa desgraciada hipótesis el Presidente se gasta su crédito político?

Después de todo, ¿qué le impide remover al ministro del Interior y promover nuevas políticas de seguridad, como haría cualquier presidente sensato, en lugar de esta sobreactuación?

Sería conveniente que los actores sociales, políticos y académicos reflexionen públicamente sobre los riesgos que encierra esta innecesaria innovación de Vázquez, aunque los uruguayos parecemos condenados a discutir sobre el dedo cuando se nos señala el Sol.