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Navegaciones: Escribe Esteban Valenti

Un día en la vida de un nuevo empleado público

Esta historia es el resultado de un relato de la vida real sobre lo que sucede en dependencias públicas o empresas del Estado. Por Esteban Valenti

23.10.2018 14:05

Lectura: 7'

2018-10-23T14:05:00-03:00
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Esta historia que voy a relatar es el resultado de un relato de la vida real, muy real, sobre lo que sucedió en dependencias públicas o empresas del Estado. No puedo manejar estadísticas, supongo que, como esos organismos y empresas en definitiva funcionan, se trata de una parte de su personal que practica estas enaltecedoras prácticas laborales. No puedo evaluar su verdadero alcance, sí el daño que producen. Y todos conocemos esta realidad y convivimos con ellas.

Joven recién egresado de la universidad, con título habilitante válido y certificado, se presenta junto a cientos de otros colegas a un concurso para ingresar a una empresa pública. No tiene muchas expectativas, porque no tiene ningún padrino a la vista. ¡Sorpresa! Gana el concurso y a los pocos días lo convocan a iniciar sus labores.

Aclaración, como es lógico y obligatorio tuvo que presentar todos los documentos que certificaban su título universitario, por lo que no se entiende por qué esa práctica elemental no evita que cada tanto aparezca algún profesional trucho a diversos niveles de la administración pública incluso en la Vicepresidencia de la nación, en el MSP, o el Ministerio de Industria.

Lunes, primer día de trabajo, nuestro joven amigo se afeita, se empilcha y carga sus baterías para emprender la gran aventura de ocupar su lugar en la compleja maquinaria de una gran empresa del Estado. Llega, cumple las diversas formalidades y registros y se presenta en su sección. Hasta allí todo dentro de las expectativas.

Las cosas comienzan a complicarse cuando, ocupado su escritorio y con su infaltable computadora a su disposición, intenta averiguar con su jefe y otros empleados cuál es su tarea específica. Nadie le define ni le precisa nada y sobre todo le aconsejan no precipitarse tanto, ya le llegarán las instrucciones correspondientes.

A la semana de bañarse, afeitarse, empilcharse, registrar electrónicamente su puntual ingreso al empleo y haber agotado su imaginación ante las múltiples posibilidades de su computadora, empieza a ponerse algo nervioso. Pero, mirando a su alrededor, ve la parsimonia con la que muchos de sus colegas conversan, intercambian experiencias e informaciones familiares y los lunes los resultados de los partidos y sobre todo NO TRABAJAN, y él no sabe cómo reaccionar. Y entonces trata de averiguar.

Las sucesivas averiguaciones lo ponen un poco más nervioso, porque algunos de sus compañeros de trabajo le meten duro al teclado, tienen sus escritorios con abundante material mientras que otros parecen visitantes inútiles y desapegados. Además, le extraña la cantidad de escritorios desocupados.

Él pregunta: no son puestos vacantes, en esa oficina una epidemia única en el planeta ha diezmado el personal. Una buena parte están con licencia médica, además parece ser un raro virus rotativo, porque vuelve uno a trabajar y se va el otro enfermo. Como además los sueldos se los acreditan en sus cuentas bancarias, ni siquiera tienen que incomodarse en pasar por la empresa para cobrar y, se sabe que los cajeros automáticos, cuando no han sido asaltados, están siempre en las proximidades de los domicilios. Ellos lo que hacen es cobrar, eso sin falta.

Finalmente le llega de parte de uno de sus colegas una indicación de una serie de tareas que deberá realizar. Trata de indagar cuál es el plazo de entrega, y recibe la tranquilizadora indicación de que no hay apuro, mejor dicho, que se la tome con calma, no se trata de modificar el ritmo de rotación de los astros y las costumbres establecidas en esa oficina por las eras geológicas.

Emprende su tarea con brío y en pocas horas transfiere electrónicamente el resultado de su trabajo. Por otro lado no era nada muy exigente. Pasan dos largos días y recibe el primer comentario y una nueva tarea, mientras tanto el nuevo empleado pudo observar que su interlocutor laboral, pasa más tiempo conversando con otros colegas, visitando otras secciones que ocupando su cómodo sillón de trabajo que forma parte de la cadena laboral.

A esta altura muchos de ustedes dirán que esta es una creación de mi imaginación, pero desgraciadamente no es así, incluso he omitido contar que el primer día de trabajo, cuando el novel empleado llevó su vianda y la depositó en la heladera común para esa oficina, al llegar el mediodía, su almuerzo había desaparecido. Ni siquiera el tupper le devolvieron.

El hermano mayor de nuestro esforzado trabajador público, o mejor dicho autónomo-público, también tiene un título universitario y hace dos años que está empleado en una empresa privada y sus relatos sobre su día laboral difieren radicalmente. Trabaja ocho horas, cinco días a la semana y está entusiasmado con el proyecto en el que trabaja intensamente, todos los días. No se queja, no lo considera una condena, simplemente cumple su trabajo con las expectativas que tenía en sus largos años de facultad. Y se gana su buen sueldo.

El sueldo de nuestro novel empleado autónomo-público es apenas menor que el de su hermano, pero tiene muchas otras ventajas, como, por ejemplo, si tiene que hacer una hora extra las cobra el doble de lo que establece la ley y tiene asegurado que, con el tiempo, simplemente dejando que las agujas del reloj giren y las hojas del almanaque se caigan, el ascenderá en su carrera laboral. Además tiene la sensación de que si incluso lo encontraran con una antorcha gritando como un poseído en la sede se la empresa estatal nadie lo echaría. A lo sumo un sumario y pronto.

Con el pasar de los meses, cuando fue adaptándose al nuevo ambiente "laboral", y sin saber si agradecerle a la providencia tanto privilegio o sentirse un miserable aprovechador de los dineros públicos, logró averiguar la razón de por qué convocaron al concurso para ocupar su puesto, teniendo en cuenta que en la oficina había capacidad ociosa de sobra para realizar sus escasas tareas. Muy simple, en las planillas había quedado una vacante y eso disparó automáticamente el mecanismo del concurso. No fuera que alguien en la empresa, algún gerente, un director, la santísima trinidad se le ocurriera dejar libre esa vacante. Era un precedente muy peligroso, fatal.

Pero todo había mejorado mucho - le contaron - porque antes en lugar del concurso alguien habría digitado desde arriba que ese puesto vacante en la planilla, en el escritorio y en la planilla de pagos, debía ser ocupado por un pariente, un recomendado, un "cliente" político.

Las nuevas tecnologías, las modificaciones en los procedimientos laborales habían cambiado mucho las exigencias en esa oficina, pero lo que no había cambiado en absoluto era el número de empleados. Esa conquista sacrosanta era el resultado de una conquista de la dura lucha de clases.

Por eso es que las empresas públicas, como dijo hace pocos días un preclaro y patriótico dirigente sindical, no deben dar ganancias para el estado, deben dar ganancias y privilegios para sus empleados, los verdaderos dueños de esas empresas.

¿Ahora usted entiende por qué una empresa pública que tiene cuatro veces más empleados que una empresa privada y que producen la misma identidad cantidad de cemento y la venden al mismo precio escandaloso para la región, los privados ganan 30 millones de dólares y los otros, "los nuestros" pierden millones de dólares? Es el papel estratégico de esa empresa para el desarrollo nacional...

Y por eso esa empresa del Estado está cumpliendo su cometido a cabalidad, no ganar nada, mejor aún, perder.

Por Esteban Valenti