Contenido creado por María Noelia Farías
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Un año después

Un año después

Hoy se cumple el primer año del tercer gobierno del Frente Amplio. El más difícil en estos 11 años de la izquierda al frente del Poder Ejecutivo. Creo que esta apreciación debe ser de las pocas cosas unánimes dentro del propio FA.

01.03.2016

Lectura: 7'

2016-03-01T00:15:00-03:00
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Siempre los aniversarios son momentos de balances, en este caso deberían tener una fuerte mirada hacia adelante aprendiendo de los dos gobiernos anteriores, de este primer año y de las nuevas condiciones en las que debemos actuar. Y el primer aspecto que hay que definir para hacer esos balances prospectivos, es desde dónde mirar.

Hay una tendencia muy fuerte a mirar desde el "palacio", desde el "poder", desde las perspectivas para las próximas elecciones del 2019, desde las encuestas de opinión pública. Nada de eso puede borrarse pero yo creo que lo fundamental para un gobierno que se define progresista es hacer sus balances desde la vida de la gente y con un permanente y exigente método crítico.

Y el método crítico no puede guiarse por la suprema interrogante de la posibilidad de acceder a otro gobierno, eso nos empobrece, eso vale tanto para los que tienen como su prioridad absoluta el cargo, el sillón, real o mental. Hay compañeros, que aunque no tienen ningún cargo han asumido un cargo mental, su preocupación obsesiva a 4 años de las elecciones es nuestro futuro en las urnas. Yo tengo otras prioridades, que por otro lado serán las que definirán la actitud de la gente, de los ciudadanos llegado el momento.

Comencemos con las preguntas: ¿Nos hemos desviado de nuestro rumbo progresista? Eso es clave, porque define las prioridades políticas, sociales, económicas y culturales. En lo fundamental avanzamos por la senda del progresismo, más lento y con mayores problemas. Pero lo reitero, no nos hemos desviado.

La derecha que durante once años le atribuyó los avances nacionales al "viento de cola", con el mismo método y enfoque, deberían justificar que el país se hubiera ido al diablo, porque no se recuerda una tormenta de frente tan violenta como la que afrontamos hoy. Y no estamos retrocediendo, avanzamos más lentamente, en el crecimiento de la producción, en la redistribución de la riqueza, en el conjunto de los indicadores sociales y económicos. Pero, precisamente porque no tenemos un "modelo", menos un "modelo" como los que han fracasado estrepitosamente en otros países de la región, nosotros podemos seguir avanzando, con un presupuesto nacional para dos años, a la espera de mejores condiciones, generales y creadas por nosotros mismos, pero con un claro enfoque progresista.

Un presupuesto que aumentó el gasto social y las inversiones públicas y una política de inversiones público-privadas muy elevadas y estratégicas.

Nuestra prioridad es proteger el empleo y mantenerlo, y si es posible seguir mejorando los salarios y jubilaciones en el ciclo más prolongado de nuestra historia. Y en el 2002, con una crisis en Argentina y en Uruguay, alcanzamos un desempleo del 18 % y ahora con una crisis regional, en Brasil con una caída del PBI del 4 %, con estancamiento en Argentina y enlentecimiento en China, continuidad de la crisis en Europa, y con los precios de casi todas las materias primas cayendo de manera sostenida, nosotros mantenemos una desocupación del 7 al 8 %. Y no estamos conformes, porque cada desocupado nuevo o cada joven con dificultades para su primer empleo es una derrota, no solo social, sino cultural.

Gobernamos 10 años acostumbrados a obtener resultados históricos, ahora debemos demostrar nuestra capacidad de avanzar en medio de una tormenta desconocida por sus dimensiones y su profundidad aprovechando las fortalezas que generamos.

La clave sigue virtuosa, sigue siendo manejar todos los indicadores equilibradamente y con objetivos claros, inflación, inversión, competitividad, empleo, salarios y jubilaciones, consumo e ingresos familiares y déficit fiscal controlado y grandes metas productivas, banderas y realidades que nos ayuden a tirar de toda la nave.

No alcanza con una masa indiferenciada de iniciativas, ni con responder a los problemas como lo hicimos muy bien en el tema de la lechería, hay que proponernos y combatir por grandes metas productivas, como la planta regasificadora y todo el impacto que puede tener a nivel industrial, agropecuario y portuario, la tercera planta de producción de celulosa, la posibilidad de la explotación minera pero en un ciclo que incluya la metalúrgica y la siderúrgica.

Con esa misma visión en perspectiva y desde la gente, el principal problema que afronta el Uruguay para su crecimiento productivo, su cultura ciudadana, su libertad y su convivencia sigue siendo la educación. Y en la educación no hemos avanzado proporcionalmente a lo que necesitamos, a lo que invertimos y a lo que lo hacemos en otras áreas. Y si no lo reconocemos y no asumimos el compromiso de cambiar el ADN de la educación, es decir de cambios profundos, esa será nuestra peor derrota.

No por lo que dicen las pruebas PISA, sino por algo mil veces más importante, por lo que nos grita nuestra sociedad de mil maneras todos los días. Educación, educación y educación.

Afrontamos un problema genérico muy complicado: no sabemos todavía administrar, asumir y responder a los cambios que nosotros mismos logramos construir en la sociedad uruguaya. Hemos reducido enormemente la brecha cuantitativa entre los diversos sectores sociales, del lado de la pobreza y la indigencia y la exclusión han quedado mucho menos uruguayos que hace 11 años, pero el foso que los separa del resto de nosotros es más profundo, más difícil de sortear y de superar.

Podríamos decir una frase genérica sobre que la educación es la clave y sería justo. Pero insuficiente. Necesitamos nuevos paradigmas de las políticas sociales, del compromiso de la sociedad en su conjunto con las grandes tareas que nos proponemos, la lucha contra la violencia, contra el delito, contra el abuso de los más débiles, contra los vicios sociales que no se combaten solo a decretos y leyes.

No hemos logrado empoderar a las mayorías nacionales de sus propios avances, porque no hacemos política, porque hemos resquebrajado los diversos elementos para hacer política. Desde nuestra presencia en la sociedad civil, en los movimientos sociales, en la comunicación y sobre todo en la política desde el Frente Amplio.

Hemos resecado el Frente a su más distante expresión de la vida cotidiana de la gente para encerrarlo en las disputas internas por parcelas de poder, sin debates ideológicos, sin vigor intelectual y tensión militante, cada día más replegado sobre el poder. Y sin línea política ni dirección.

Vamos de candidatura en candidatura y lo confundimos con hacer política, cuando necesitamos una refundación de los compromisos y los principios. Sí, de los principios originales del FA.
Solo con el impulso del programa de gobierno adecuado a las nuevas circunstancias, sumando paros y huelgas para disputar posiciones, con una ausencia total de autocrítica elevada a relato oficial capaz de justificar cualquier cosa, no lograremos avanzar ni a los ritmos, ni con las posibilidades que tenemos para los próximos 4 años.

La unidad no es una bandera para sacarla a pasear siempre y cuando nos convenga y para cubrir cualquier circunstancia, eso no es unidad, eso es la defensa a ultranza del poder. Unidad es asumir como lo hicimos siempre que tenemos orígenes y posiciones diferentes, pero que nuestras diferencias con el centro y con la derecha son mucho más amplias que entre nosotros.

El futuro, luego de este primer año difícil del nuevo gobierno y los que vendrán que serán también complejos por múltiples razones y porque la derecha ya se está poniendo realmente muy nerviosa y quiere seguir el camino de sus primas latinoamericanas, depende de nuestra acción, no de nuestros silencios y defensas a ultranza de cualquier cosa. Eso es lo que la gente no nos perdona, ni ahora ni en el 2019.