Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Un amigo impresentable

Un amigo impresentable

13.02.2007

Lectura: 6'

2007-02-13T18:36:00-03:00
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Como era de esperar, el anuncio de que el presidente de Estados Unidos, George W. Bush visitará el país sacudió la interna del gobierno, el Frente Amplio y los sindicatos. Para ir entrando en clima, la ministra de Desarrollo Social, Marina Arismendi, dijo que es un  “execrable asesino belicista”, el representante del Partido Comunista en la Mesa Política del Frente Amplio lo calificó como "el Hitler del Siglo XXI"  y el PIT-CNT decidió movilizar sus huestes para repudiar su presencia. La reacción es comprensible si se tiene en cuenta que la decisión de Bush de invadir Irak estuvo basada en datos falsos y generó un baño de sangre. El pueblo iraquí debe preguntarse qué beneficio tiene la democracia si en el escaso tiempo de su vigencia mueren dos mil compatriotas por mes. Es cierto que la mayoría de las muertes se originan en el secular enfrentamiento de chiítas y sunitas (dos grupos igualmente musulmanes) avivado tras el fin de la tiranía. De todos modos, la opinión pública mundial parece convencida de que la invasión estadounidense es fruto de la sed de venganza tras los atentados del 11 de setiembre o de oscuros intereses económicos y no del peligro real que representaba Saddam Hussein. Por no hablar del derecho internacional. Esa faceta belicista y vengativa de Bush, como otras de su agenda ultraconservadora, no le han impedido alcanzar una segunda presidencia, pero sus trágicas consecuencias lo colocan hoy entre los presidentes menos populares de la historia. La sociedad americana  no quiere seguir pagando con vidas humanas la vocación policial de su elite y decidió finalmente darle la espalda.

¿Es este el presidente que nos visitará? ¿Para qué recibirlo, entonces? Un análisis desapasionado muestra que para Uruguay, George W. Bush es algo más que un gendarme global, fanático y torpe:

-Es el presidente de nuestro primer socio comercial y principal comprador de carne.
-Es un presidente que dejó en manos de Uruguay la elección del modelo comercial futuro entre ambos países y sin condicionamientos, a diferencia del cerrojo que impone el Mercosur.
-Es el presidente de la primera potencia mundial, en términos comerciales, económicos y financieros.
-Es el presidente estadounidense que se mostró más amistoso con sus colegas uruguayos, incluyendo al socialista Vázquez.
-Es el presidente de uno de los países donde los trabajadores tiene más altos salarios y mejores condiciones de trabajo.
-Es el único presidente que apoyó a Uruguay en los días terribles de la crisis bancaria del 2002.

Podríamos preguntarnos, no obstante, qué pretende Bush con su visita a Uruguay ¿Utilizarnos en su estrategia contra Chávez? ¿Someternos a niveles más sofisticados de explotación capitalista? Para los partidos de la izquierda marxista y el PIT-CNT (valga la redundancia) las respuestas ante ambas interrogantes es sí. Argumentan que el presidente de Estados Unidos no deja de ser el representante del “imperialismo”, y que por lo tanto busca al menos dos objetivos: 1) someternos a mayores niveles de dependencia, y 2) utilizarnos para aislar o quitarle influencia a Chávez. Veamos.

Aunque la visita de Bush lograra exponernos a la más brutal explotación económica, el beneficio para su país sería prácticamente nulo. Si sus Marines nos invadieran y se llevaran todo el PBI uruguayo de un año, obtendría menos de lo que producen sus compatriotas en dos días de trabajo. Y eso en caso de que ganaran los marines. Si “el imperialismo” resolviera distribuirlo entre sus trescientos millones de habitantes, arrojaría una cifra cercana a los 60 dólares anuales para cada uno, bastante menos de lo que producen en ocho horas. Contrariamente a lo que se cree, somos los uruguayos quienes nos quedamos con el vuelto: cada estadounidense debió pagar el año pasado unos sesenta centavos de dólar para paliar los 170 millones de déficit comercial con Uruguay. Sea como fuere, el impacto sobre la economía estadounidense del comercio con Uruguay representa un número muy parecido a cero.

Quizás el PCU y la mayoría de la cúpula sindical piensen que la clave de la explotación capitalista y la miseria de América Latina está en los “injustos términos de intercambio” del comercio internacional. Las cifras se empeñan en demostrar lo contrario: más del 70 por ciento del flujo comercial de los Estados Unidos es con países ricos como Canadá o la Unión Europea. Aunque parezca sorprendente, de allí viene incluso la mitad de los productos agrícolas que importa, si se incluye a México. América Latina representa apenas el 6 por ciento de sus transacciones con el exterior. También en este caso, la “explotación capitalista” sobre nuestras sufridas economías parece aportar muy poco al bienestar de los estadounidenses. 

Bush quiere reducir la influencia de Chávez en la región, qué duda cabe, pero tampoco en este campo puede esperar mucho de Uruguay, cuya voz es prácticamente inaudible en los foros regionales.Quienes ansían que el gobierno uruguayo abandone su actitud pendular entre Estados Unidos y el Mercosur, deberían recordar que fue Chávez quien puso al país entre la espada y la pared cuando Uruguay planteó la posibilidad del TLC. El “execrable genocida”, por el contrario, le comentó a Vázquez su intención de firmar un tratado de libre comercio si así lo quería el gobierno uruguayo. No lo quiso y nadie en Washington se mosqueó; Bush aceptó dócilmente la decisión uruguaya y mandó sus representantes a firmar un TIFA en Montevideo. Desde luego que el presidente de Estados unidos no viene a regalarnos nada y acaso no nos convendrá todo lo que ofrezca, pero si negociamos con inteligencia, la diminuta escala de la producción uruguaya obrará a nuestro favor.

Podrá argumentarse que la defensa de la vida humana está por encima de cualquier consideración pecuniaria y que no debe recibirse a Bush mientras continúen las muertes en Irak. El argumento es de recibo, salvo porque el paso siguiente a semejante arrebato principista es la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales. En realidad, ni el Partido Comunista ni el  Pit-Cnt demostraron demasiado interés en la suerte de los iraquíes antes de la invasión estadounidense. Al menos no se oyeron sus voces cuando Saddam Hussein gaseaba kurdos o masacraba opositores. Su tardía reacción alimenta la sospecha de que persiguen intereses ideológicos más que  humanitarios.

La izquierda marxista y la dirigencia sindical vuelven a priorizan la lucha ideológica por sobre los intereses de miles de trabajadores.  Y así como los obreros textiles no se pronunciaron contra el TLC (un acuerdo que podría salvar más de veinte mil puestos de trabajo en el ramo) los de los frigoríficos podrían tener buenas razones para desconocer la convocatoria al repudio y salir a darle a Bush un jubiloso recibimiento. Quizás no sea para tanto, pero alguien en el gobierno debería recordar quién estuvo del otro lado del teléfono en el julio terrible de 2002 y tener palabras de agradecimiento.

Cuando George Walker Bush descienda del Air Force I, estará llegando un presidente ultraconservador, belicista y tosco, como Estados Unidos no recuerda otro. Así y todo, el invitado del presidente Vázquez será también un buen amigo de Uruguay.