Contenido creado por Joaquín Symonds
Charles Carrera

Escribe Charles Carrera

Un Uruguay que mire al norte

Durante mucho tiempo, nuestro país le dio la espalda a Brasil. Me refiero a una omisión estructural, a una ceguera histórica.

01.10.2025 14:48

Lectura: 5'

2025-10-01T14:48:00-03:00
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Soy de Minas de Corrales. Crecí a pocos kilómetros de la frontera, sintiendo en carne propia lo que significa vivir con un pie en Uruguay y otro en Brasil. Conozco de primera mano la realidad de Rivera, Artigas, Bella Unión, Río Branco, Aceguá y el Chuy.

Soy un convencido de revalorizar nuestra relación con Brasil. Comprendo muy bien las necesidades de la gente, sé lo que implica la falta de oportunidades, la desigualdad territorial y las dificultades cotidianas de quienes viven alejados del centro del poder.

Durante mucho tiempo, nuestro país le dio la espalda a Brasil. Me refiero a una omisión estructural, a una ceguera histórica que nos llevó a desaprovechar una relación natural, estratégica y potencialmente beneficiosa.

Quisiera detenerme en la figura del embajador Guillermo Valles, diplomático de carrera que ha sabido encarar con seriedad y constancia este desafío enorme.

Desde su rol como embajador en Brasil ha buscado abrir puertas, tender puentes, generar conocimiento y contactos. Ha insistido en que Uruguay debe mirar con atención no solo al Brasil «oficial» de Brasilia, sino también a sus estados, a sus cadenas productivas, a sus universidades y a sus centros de innovación.

Nos recuerda con su accionar que el vínculo con el vecino no puede reducirse únicamente a lo comercial, sino que debe abarcar también lo cultural, lo académico y lo tecnológico.

Un informe elaborado por Valles demuestra que Brasil, por sí solo, representa un mercado de exportación tan grande para Uruguay como la suma de los siguientes cuatro destinos comerciales: Estados Unidos, Argentina, Turquía y Países Bajos.

Mientras a Brasil le vendemos por US$ 2.060 millones, al resto de los cuatro países sumados lo hacemos por 2.051 millones. Esa simple comparación demuestra con contundencia que nuestro vecino no es apenas un socio más, sino un socio comercial decisivo para el presente y el futuro de nuestro país.

Brasil no solo es una potencia regional: es también uno de los principales socios comerciales. Pero más allá de los números —que por sí solos justifican una política de acercamiento sostenida—, hay una dimensión humana que no supimos valorar.

Durante años, los uruguayos que viven en la frontera con Brasil sintieron que Montevideo estaba demasiado lejos. No solo en kilómetros, sino en sensibilidad política, en comprensión económica y en voluntad institucional.

Se construyó una suerte de centralismo que veía a la frontera como un borde, como un lugar de paso, y no como un punto de partida para una nueva integración.

Esa omisión tuvo consecuencias: oportunidades perdidas, falta de infraestructura, éxodo de jóvenes que no encontraban futuro. Se consolidó una desigualdad territorial que, en buena medida, responde a esa desconexión entre el país político y el país real.

Lo más doloroso es que esa miopía no fue casual ni involuntaria; fue el resultado de una concepción centralista del desarrollo nacional, que nunca incorporó al norte y a la frontera como una prioridad.

Hoy, revertir esa lógica es un imperativo. Se necesitan políticas concretas, inversiones reales y voluntad sostenida. Por eso, mirar hacia Brasil no es solo una estrategia económica: es también una forma de reconciliarnos con una parte fundamental de nuestro país. 

Una zona económica especial

Desde hace años venimos trabajando y proponiendo la creación de una zona económica especial que incremente la integración con Brasil.

Esta no es una idea nueva, pero sí una idea que tenemos que impulsar y darle la dimensión que merece. Sería pasar de una integración improvisada —que hoy se da en el día a día entre Rivera y Santana do Livramento— a una integración planificada, con reglas claras y beneficios concretos para los dos países.

Primero que nada, ayudaría a diversificar la economía de Rivera. Hoy la ciudad depende demasiado de los free shops, un modelo que viene perdiendo fuerza frente a la competencia brasileña.

Una zona especial permitiría crear polos logísticos, tecnológicos, agrícolas e industriales que generen empleo real y nuevas cadenas de valor. No se trata solo de vender más, sino de producir mejor y abrir más oportunidades para la gente.

Un régimen especial haría más fácil y más barato el movimiento de mercancías, servicios y capitales. Así, Rivera podría tener una conexión más fuerte con el resto del país, transformando la frontera en un motor de crecimiento para todos.

Además, una zona económica especial tiene un valor simbólico enorme. Europa supo transformar fronteras marcadas por guerras en espacios de integración y prosperidad. Nosotros, con Brasil, tenemos la chance de hacer lo mismo.

No sería solo un instrumento económico: sería una apuesta a la confianza, a compartir soberanía y a pensar en grande.

No se trata de chauvinismo ni de hacer de la frontera un enclave aislado. Al contrario: se trata de integrarnos más y mejor.

De entender que Brasil no es solo un vecino, sino un socio comercial, un aliado geopolítico, una puerta al futuro.

Por eso, desde mi lugar, seguiré peleando por este proceso de integración, porque creo profundamente en su potencial y sé lo que puede significar para miles de familias de la frontera.