“Si quieres vivir el sueño americano múdate a Finlandia”. No se trata de una ocurrencia de Woody Allen sino de un titular del diario USAToday y fue recordada la semana pasada por Pasi Sahlberg, director de una agencia del Ministerio de Educación de Finlandia dedicada a la cooperación. Sahlberg brindó una teleconferencia sobre el sistema educativo de su país en el marco del foro “Pequeños Países, grandes oportunidades”.
La reforma educativa finlandesa se articula con una estrategia de país que apuntala el desarrollo en la excelencia. Finlandia no sólo desafió y doblegó algunos de los paradigmas que guiaron las reformas y los debates educativos en el mundo sino que lo hizo desde una plataforma institucional de carácter nacional.
Con una población de unos cinco millones, Finlandia lidera o se destaca en la actualidad entre los países de mejor desempeño en áreas como equidad, competitividad, empoderamiento político, atención de salud, renta per cápita y bienestar infantil. En ese contexto, no es de extrañar que obtenga los mejores resultados también en educación. Sin embargo, lo que hizo diferente a Finlandia no fue la riqueza sino la cabeza.
La reforma consistió, básicamente, en un conjunto de políticas educativas referidas al fomento de la cooperación por sobre la competencia (los estudiantes trabajan en equipo y en red desde pequeños), la equidad por sobre la elección (“la buena educación no es un asunto que los padres tengan que elegir; está en todas las escuelas y en todas partes”, dijo Sahlberg), la personalización en lugar de la estandarización, la confianza en lugar del control basado en tests, la inversión en los primeros años del proceso educativo y la profesionalización de los docentes.
Cuando Finlandia comenzó su reforma, a comienzos de los setenta del siglo pasado, los niveles de aprendizaje eran similares a los de Uruguay o Argentina. Al cabo de cuatro décadas, lidera el ranking del PISA junto a Corea del Sur y Canadá mientras que nosotros quedamos en el entorno del puesto 50. La jerarquización de los docentes permite la selectividad: sólo el 10 a 12 por ciento de los aspirantes accede a los estudios terciarios que le permitirán dar clases. En Finlandia no existe la coartada de los malos salarios ni los salones que se llueven y a nadie le sorprende que los mejores docentes se ocupen de los alumnos más problemáticos y no de los que viven en las zonas de mayor poder adquisitivo, como ocurre en Uruguay.
El Foro estuvo lleno de testimonios como los de Sahlberg, que cuestionaron los antiguos prejuicios y paradigmas que nos inmovilizan, especialmente en materia educativa. Quizás el más contundente fue el del embajador de Suiza, Michel Hivert. “En Suiza no se habla de educación; se educa”, sentenció el diplomático. En la mesa redonda que siguió a las conferencias y que tuve la fortuna de moderar, le pregunté a qué se refería. Hivert fue aún más contundente: “en Suiza la educación no es motivo de disputa política. Es una política de Estado”.
Parafraseando al USA Today, si quieres vivir el sueño vareliano, múdate a Finlandia.
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