El presidente de la Federación Rural, Rodrigo Herrero, se quejó el sábado pasado de la situación que vive su sector aunque las cifras que maneja el ministro José Mujica indican que el valor de los campos se duplicó en los últimos cuatro años. Por extraño que parezca, uno de sus dirigentes lamentó delante del ministro que a los productores se los "corre con plata", en referencia al creciente incremento de sus activos.
En su plañidera, el gremialista omitió hacer referencia a cuatro asuntos de la mayor importancia: 1) que la venta de campos se realizó voluntariamente y no a punta de pistola, 2) que los propietarios decidieron vender sus campos porque lo consideraron una mejor opción a no venderlos, 3) que el dinero recibido es ahora patrimonio de estos productores, y 4) que el dinero se encuentra en algún lugar de la cadena productiva, seguramente no muy lejos del agro. Visto así, el panorama cambia bastante y el chantaje emocional con que nos castigan los ruralistas (cuando no pretenden trasladarnos sus deudas) pierde su efecto.
Algo similar ocurre con los docentes. No porque sus sueldos sean buenos sino porque en sus argumentaciones suelen caer en las mismas trampas. Marisa García, vicepresidenta del Codicen, lamentó que un aprendiz en el Banco República reciba quince mil pesos de salario, mientras "no hay maestro que gane eso" y culpó al "posmodernismo" de que los jóvenes ya no quieran ser docentes. Como Herrero, omitió algunos detalles relevantes. Por ejemplo, no mencionó las notorias diferencias que existen entre el negocio bancario y el servicio educativo ni las ventajas no salariales de ser docente en Uruguay.
El sueldo de un trabajador del BROU no debe medirse por su condición de funcionario público ni por la distancia que lo separa del sueldo de un docente sino por las características de la actividad en la que se desempeña. Si el República ofreciera salarios similares a los de la educación, sus servicios serían todavía peores, sus clientes emigrarían hacia la banca privada y todos saldríamos perdiendo, incluso los docentes.
Por otra parte, si maestras y profesores no salen disparando de la educación pública no es porque estén ajenos a la posmodernidad ni por su vocación de servicio sino porque encuentran, aún con salarios exiguos, una serie de ventajas nada despreciables. Disfrutan de inamovilidad y "desocupación cero", un milagro virtual sólo comparable con el de los ingenieros informáticos y los egresados de las escuelas militares. Eso sin contar sus tres meses de vacaciones y, en el caso de las maestras, sus turnos de cuatro horas, mucho más de lo que puede obtener la mayoría de los trabajadores en Uruguay y el mundo.
El resto de los uruguayos, que pagó con desocupación, inestabilidad laboral y ejecuciones de deudas la crisis del 2002, seguirá prestando su corazón y su dinero ante paliar tantas privaciones, pero no conviene tomarlo por tonto. No vaya a ser cosa que un día se avive.
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