El asado del sábado pasado en la chacra de Jorge Larrañaga entre el líder nacionalista y el senador José Mujica fue un encuentro de conveniencia mutua, pero los riesgos, como los gastos, corrieron por cuenta del anfitrión.
Larrañaga necesitaba volver a ocupar el centro de la escena nacionalista, después del empuje de la candidatura de Luis Alberto Lacalle en los últimos meses y de dos encuestas que colocaron a su rival en ascenso y aún con una leve ventaja. El líder de Alianza Nacional no pudo elegir mejor: fue al encuentro del más popular de sus adversarios frentistas, una movida que Laca-lle, por diversas razones, no puede hacer.
Al celebrar la velada con Mujica, Larrañaga demostró que sería capaz de dialogar y eventualmente cogobernar con sectores extrapartidarios. El asado se completó con nuevas referencias al "fin de las familias ideológicas" y la reiteración de sus críticas a las "políticas neoliberales" que se aplicaron durante la Administración Lacalle, acercándolo a posiciones de centro.
Mujica busca demostrar que Astori no es la única opción de izquierda racional y que su pasado guerrillero y radical quedó definitivamente atrás. El encuentro ayudó a posicionarlo como un dirigente habilitado para alcanzar acuerdos con la oposición en caso de que le toque gobernar. El asunto no es menor si se tiene en cuenta que, en caso de ganar, el Frente Amplio no tendría mayoría en el Parlamento. Dialoguistas, componedores y mirando al centro, un perfil ideal para cualquiera que aspire a suceder al presidente Tabaré Vázquez.
Pero para llegar a las presidenciales hay que ganar la interna y en este sentido, Larrañaga dejó un flanco abierto entre los blancos más aguerridos, al encontrarse con un dirigente que está "en el extremo más lejano" de las convicciones partidarias, como le recordara Lacalle. De modo que, mientras Mujica sólo podía ganar con el encuentro, Larrañaga arriesgó alejarse del voto blanco más tradicional.
Sin embargo, el mayor efecto del asado del sábado va más allá de cálculos electorales. Cuando dos dirigentes de esa talla se muestran capaces de conversar, mate y asado de por medio, afianzan la idea de que el diálogo y la tolerancia son dos activos de nuestro sistema político y probablemente, de la sociedad uruguaya en su conjunto.
El problema es que poner tan alto el listón puede volverse un bumerán. ¿Cómo justificar las críticas reiteradas de Larrañaga a las "políticas neoliberales" que llevó adelante el herrerismo cuando se muestra tan amable y comprensivo con un posible rival extrapartidario? Mujica, en cambio, debe alejarse de todo radicalismo y teme que una campaña que lo tenga como candidato presidencial termine en el lodazal del pasado, por lo que el clima de confraternidad que se vivió el sábado le viene como anillo al dedo.
En definitiva, el asado en la chacra de Larrañaga marcó la cancha del debate electoral que se viene, tanto para sus ilustres comensales como para el resto de los actores políticos, puesto que elevó el costo de desarrollar una campaña electoral basada en el agravio y el desprecio por el contrincante. Mejor así.
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